CAPÍTULO 1
8 años después:
Espero acurrucada en el suelo con mi cabeza entre mis rodillas sin atreverme a hacer ningún movimiento hasta escuchar el suave clic de la puerta que indica la salida de Rick de la casa. Después de unos segundos en los que me aseguro no regresará; me levanto de mi posición para limpiarme las lágrimas del rostro.
Esto se ha convertido en una rutina desde los últimos ocho años de mi vida: quedarme sentada en un rincón de la sala a la espera de que el hombre que se supone debe cuidar de sus hijas se vaya a trabajar. Siempre aguardo hasta tener la plena seguridad de que no volverá a entrar. Me quedo parada en el mismo sitio durante algún tiempo más, mis ojos se quedan fijos en un solo punto de la habitación. Por dentro trato de armarme poco a poco de valor con palabras de aliento y una vez estoy segura que lo conseguí, doy media vuelta con la intención de ir a la habitación de mi hermana pequeña para asegurarle que todo está bien y así pueda salir de nuestro escondite.
Antes, aquel lugar era donde jugábamos y reíamos felices durante horas sin ninguna preocupación en el mundo, pero desde que mamá nos abandonó, se convirtió en un refugio seguro para Elizabeth. Al dar el primer paso en esa dirección, de inmediato mis ojos se dirigen a la pequeña figura parada al final del pasillo. Mi hermana todavía tiene puesta su ropa de dormir. Está descalza, el cabello castaño despeinado cae de manera descuidada sobre su pequeño rostro y sus ojos avellana se encuentran enrojecidos producto de las lágrimas que no dejan de caer por sus mejillas.
Dejo de respirar. Puedo sentir mi corazón acelerarse y comenzar a golpear con fuerza contra mi caja torácica. Abro la boca dispuesta a regañarla por salir del cuarto sin mi permiso, solo que es como si las palabras se quedaran atoradas en mi garganta. El miedo se retuerce como una serpiente en mi estómago al verla ahí, vulnerable, sin saber desde qué momento decidió entrar a la sala o cuánto de la escena con nuestro padre pudo presenciar.
—¿Qué haces ahí? —Logro decir en un pequeño susurro después de unos instantes de aturdimiento. Trago saliva antes de intentar hablar de nuevo —. Elizabeth, ¿desde hace cuánto estás ahí parada?
Agacha la mirada, avergonzada por haber sido atrapada y comienza a juguetear de manera nerviosa con un extremo de su blusa.
—Y-yo s-solo... l-lo siento; escuché un ruido fuerte y me asusté. Sé que dijiste que si eso o-ocurría no debía salir, p-pero... —. Tartamudea con voz rota antes de quedarse en silencio varios minutos y se echa a llorar otra vez.
Me quedo rígida en mi lugar sin saber qué hacer, en todos estos años nunca me ha desobedecido por lo cual nunca he tenido que explicarle esta situación, pero ahora...
Logro reaccionar segundos después, doy zancadas rápidas hasta donde se encuentra y una vez frente a ella me agacho despacio para colocar mis rodillas en el suelo, acto seguido tomo con suavidad su pequeño rostro entre mis manos. La obligo a levantar la cabeza.
—Shh cariño, no llores. No pasa nada. No es tu culpa ¿vale? —le abrazo para tratar de calmarla aunque sus lágrimas no dejan de salir y mojan mi camisa de dormir.
—P-perdóname Nicole, no lo volveré a hacer.
La acerco todavía más a mi pecho, esta vez acaricio su cabello mientras le susurro palabras tranquilizadoras en su oído hasta apaciguarla lo suficiente como para hablarle otra vez.
—Princesa, necesito que me digas si Rick se dio cuenta de que estabas en el pasillo.
—No me vio —sorbe su nariz antes de continuar —, solo miré cómo tú y papá gritaban luego como él te tiró al sofá y se subió encima de ti. No sabía lo que pasaba pero m-me asusté mucho al verte llorar. ¿Por qué papá estaba encima de ti? ¿acaso peleaban?
Cierro los ojos para contener las lágrimas que amenazan con caer otra vez. ¿Cómo diablos le explicas a una niña de tan solo ocho años lo que hacía su "padre" con su hermana mayor? Esto no es algo que puedo contar a la ligera ni tampoco debo decírselo, pues no lo entendería. No quiero asustarla más de lo que ya lo está, por lo tanto; sonrío lo mejor que puedo para tranquilizarla.
—No era nada, bebé. Es solo que... solo jugábamos, pero papá me lastimó muy fuerte y eso me hizo llorar, eso es todo, cariño. No volverá a ocurrir, ¿de acuerdo? —la miro fijamente a los ojos para tratar de trasmitirle una calma que no siento y que nunca volveré a sentir.
Eli asiente con lentitud al tiempo en que levanta su pequeña mano para limpiar mi rostro de forma suave con sus pulgares. Me obligo a darle otra sonrisa aunque lo único que quiero es gritar de frustración por mi situación.
—Bueno Eli, es hora de arreglarnos para ir a la escuela o llegaremos tarde. Ve a bañarte y a cambiarte, yo preparo el desayuno —. Beso su frente, luego me levanto. Duda unos instantes, aunque por fin asiente de nuevo para ir a su habitación.
Una vez estoy a solas otra vez, mis lágrimas vuelven a caer. Esto es lo más difícil que tengo que hacer: mentirle a Elizabeth acerca de nuestro padre y lo que sucede cuando se encuentra escondida. Si le digo; solo serviría para asustarla y lograr que nunca más quisiera salir de la habitación lo cual no es bueno, ya que papá podría entrar en cualquier momento mientras no la cuido y hacer con ella lo que quisiera. Me estremezco de solo pensar en el daño que él pudiera causarle.
Debido a mis clases hasta tarde, mi abuela la recoge en la escuela para llevarla a su casa puesto que Rick llega de trabajar a las cuatro y la mayoría de las veces llega bastante borracho sin reconocer a nadie. Siempre se la lleva con la excusa de que su casa es más cerca de mi escuela y por lo tanto puedo recogerla más rápido. Aunque se queja y hace pucheros, al final le hace caso.
Lo mejor por el momento es dejarla en la oscuridad hasta que cumpla la mayoría de edad y pueda llevármela lejos de todo esto o por lo menos hasta que ella sea lo bastante grande como para comprender las cosas sin asustarla. No quiero causarle más daño del que ya le causo.
Detesto con todas mis fuerzas no poder compartirle mi dolor, pero no sería justo para ella. Cierro los ojos, mi mantra se repite en mi mente una y otra vez para estabilizar mi respiración de nuevo. Cuando lo logro, limpio mis mejillas húmedas antes de dirigirme a la cocina para preparar el desayuno.
Al abrir la nevera, hago una mueca de dolor al encontrarla casi vacía excepto por los últimos huevos en el fondo. Desde hace ya un tiempo que a papá se le ha olvidado comprar comida por gastar la mayoría de su sueldo en botellas de alcohol. Suelto un suspiro resignado y con lo único que hay preparo lo más rápido posible nuestro desayuno luego me dirijo a bañarme. Solo cuento con una hora para llegar a mis clases.
Salgo media hora después con una toalla envuelta alrededor de mi cuerpo. Me cambio rápido por el uniforme escolar que consiste en una falda a cuadros negros y rojos, blusa blanca, chaqueta roja, medias blancas hasta las rodillas y los zapatos obligatorios. Dejo mi cabello castaño caer suelto por mi espalda con el fin de hacerlo secar más rápido.
Diez minutos después, desayuno junto a mi hermana lo más rápido que puedo. Eli no para de quejarse sobre lo aburrido que es quedarse toda la tarde en casa de la abuela. Aunque me gustaría poder llevarla conmigo a la escuela, las reglas no lo permiten, además es difícil estudiar si tienes a una niña inquieta a la que cuidar. Comemos en un tiempo récord luego nos apresuramos en salir de casa.
Primero la llevo a su escuela primaria que queda más al sur de la mía antes de encaminarme a mi colegio. Voy mucho más tarde que de costumbre.
Camino varias cuadras antes de detener el autobús que me lleva. Me desespero mientras miro por la ventana el tráfico que hay a estas horas de la mañana en mi ciudad. No puedo evitar maldecir en mi mente una y otra vez a mi padre por hacerme demorar tanto; por su culpa es posible que no me dejen entrar a clases de nuevo. Cuando por fin nos detenemos en la entrada varios minutos después, suelto un suspiro aliviado.
Al ingresar a la escuela me doy cuenta que los pasillos ya se encuentran vacíos, señal de que todos están en sus respectivos salones. Miro la hora en mi celular; han pasado casi diez minutos desde el inicio de las clases. Gimo impaciente antes de comenzar a correr lo más veloz que mis piernas me lo permiten hasta donde tengo matemáticas.
Mi pecho sube y baja con fuerza por mi respiración acelerada una vez llego a tocar la puerta. Trato estabilizar mi respiración al agachar mi cuerpo un poco para colocar las manos en mis rodillas e inhalar bocanadas de aire.
—Señorita, ¿por qué llega a estas horas? —Una voz gruesa y diferente a la de mi habitual profesora de matemáticas me obliga a levantar la cabeza de golpe.
Mis ojos se abren con sorpresa, la respiración que logré estabilizar se queda atrapada en mi garganta en el momento en que mis ojos se posan en la persona parada en la puerta.
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