Rescate al niño prodigio
No se suponía que KyungSoo intervendría en los deseos iniciales del destino, de hecho, no había planeado dejarse ver ante nadie esa noche; sin embargo, su corazón no era cruel y sus principios le impedían hacer la vista gorda ante alguien que requería ayuda.
Desde lo más alto de un árbol, sujeto al tronco y de pie sobre una firme rama, KyungSoo frunció el ceño ante la imagen de un niño aterrorizado que corría lo mejor que podía con sus pequeñas, cortas y torpes piernas. Sus ropas bien cuidadas y de alta calidad estaban sucias y podía ver un agujero en la zona de sus rodillas; el cabello atado en un moño inicialmente elegante se desparramaba por todas partes debido al ajetreo. Las lágrimas rodaban desesperadamente por sus mejillas rechonchas y sus labios temblaban casi graciosamente. Si no hubiera un monstruo detrás de él con intenciones de matarlo y comerlo, KyungSoo hubiera sonreído ante su presencia desastrosa y adorable.
Presa de la desesperación y el terror, el pequeño cayó al suelo estrepitosamente. Sus rodillas sangraron aún más, abriendo un poco más grandes las heridas que ya tenía. Se encogió en su lugar, llorando ruidosamente, y KyungSoo supo que no podía seguir ahí, sin hacer nada.
Saltó del árbol con precisión y aterrizó justo entre el niño y el monstruo. De su cinturón extrajo un talismán lo suficientemente poderoso como para acabar con las bestias de esa clase (no muy alta, pero que provocaban problemas molestos cada cierto tiempo), y el trozo de papel se adhirió a la piel nudosa y grisácea del monstruo. Casi de inmediato, y gracias a sus poderes espirituales, la bestia se retorció y expulsó un sonoro alarido que partió el aire en dos. Su inmensa y robusta figura tembló con fuerza, estremeciéndose duramente en su lugar, y, finalmente, se destruyó en miles de pedazos que se evaporaron en el aire.
De él no quedaron ni siquiera las cenizas flotando en el viento.
KyungSoo se sacudió el polvo inexistente de las manos y luego giró para mirar al capullo pequeño y tembloroso que aún se hallaba en el suelo. No pudo evitar formar una sonrisa divertida, pues ahora el niño no era más que un bulto sin firmeza que se estremecía y se ensuciaba con la hierba húmeda; tan impropio viniendo de un heredero de una familia prominente, la vista fue realmente refrescante y entretenida.
KyungSoo se acuclilló delante del pequeño y le palmeó dos veces el hombro inestable. El niño dio un salto y soltó un grito que pudo haber roto sus sensibles tímpanos, pero, notando que no había peligro y en lugar de un monstruo había un joven de bonita cara y peludas orejas, el diminuto llorón se detuvo con medio hilo de mocos bajando por su nariz y se sentó lentamente.
—Aigoo, no puedes simplemente gritar de esa manera, pequeño maestro. ¡Casi muero de un susto! ¿Te encuentras bien? Supongo que no fue fácil para ti lidiar con todo esto, ¿verdad? ¡Pero no te preocupes! Ahora estás a salvo —llevó su mano a la mejilla carnosa y suave del niño ahora silencioso y dio un apretón sobre la carne blanda y húmeda por las lágrimas y el sudor—.
De inmediato, y como si se tratase de una luminosa linterna de papel, su cara se llenó de vida, un intenso sonrojo espolvoreado sobre sus pómulos nada pronunciados. El niño sorbió sus mocos, limpió su carita con sus mangas y, no sin cierta torpeza digna de su juventud, se puso de pie para formar una respetuosa reverencia.
—Le agradezco a este joven maestro haber ayudado a JongIn. La familia Kim está muy agradecida y en deuda con usted.
KyungSoo le volvió a apretar las mejillas con una sonrisa despreocupada.
—¡Yah! Cuanta formalidad en un cuerpo tan minúsculo. ¡No es necesario, no es necesario! ¿Cómo no iba a ayudar a un pequeño adorable como tú cuando lo necesitabas? ¡Imposible!
El joven maestro JongIn parpadeó con sorpresa, aún a medio camino de otra reverencia igual de pronunciada que la anterior (y posiblemente demasiado pasmado por haber sido interrumpido). Sus pequeños y brillantes ojos quedaron fijos en su rostro y KyungSoo le dio una palmadita amistosa en la coronilla.
—No te muestres tan sorprendido. Cualquier persona lo suficientemente buena y con la suficiente moral intercedecía por ti... ¿Hum? ¿Por qué pareces tan asombrado de repente?
—El joven maestro es un zorro...
KyungSoo calló entonces y su sonrisa se congeló en su rostro. Sintiéndose un poco incómodo (por no hablar del dolor que sacudió su corazón), se rascó la mejilla y sus orejas bajaron ligeramente. Su nariz se arrugó y sus labios formaron un puchero involuntario que dejó a JongIn aún más curioso.
—Aigo, es de mala educación hacer suposiciones sobre los demás. Escucha, joven maestro JongIn, no puedes juzgar el corazón ni el carácter de una persona por su apellido, familia o naturaleza. No todo en el mundo es lo que aparenta y, a veces, son las palabras y rumores de la lengua aquello que termina siendo más dañino y peligroso que incluso un monstruo feroz. Forma tus propias opiniones y juzga por tu propia cuenta, no te dejes llevar jamás por lo que digan los demás porque, de seguir así, crecerás siendo tan ignorantes como ellos mismos.
JongIn, que había estado escuchando en completo silencio y con suma atención, formó una expresión seria y solemne cuando acabó su lección. Su barbilla se alzó por todo lo alto y su pequeño pecho se hinchó como el de un pavo real. KyungSoo casi sonrió ante la imagen, sin embargo, no lo hizo para continuar el hilo serio y sabio de la situación.
—JongIn no crecerá siendo un ignorante. JongIn decide aceptar el consejo del joven maestro para tener una mente iluminada y no dejarse llevar por comentarios sin funda... Funda... Fundamientos.
Inevitablemente, KyungSoo soltó una carcajada y le pellizcó nuevamente una mejilla, el dolor en su corazón apaciguado por la ternura e inocencia de un pequeño niño.
—Es fundamentos, joven maestro. Por otro lado, este joven zorro le agradece su aceptación. El joven maestro Kim JongIn crecerá dotado de gran inteligencia y una bondad inacabable. Ahora... ¿me permites observar tus heridas y sanarlas antes de que se infecten?
JongIn miró sus rodillas maltratadas con el mismo asombro adorable con el que había visto a KyungSoo. Al parecer, aún no había caído en cuenta del dolor punzante que palpitaba sobre su piel roja por la sangre, y ahora que la había visto, palideció repentinamente. KyungSoo sonrió más suavemente y lo tomó con cuidado para ayudarlo a sentarse y que no cayera de bruces. Al no encontrar resistencia, se inclinó hacia las rodillas raspadas y colocó sus manos sobre ambas raspaduras.
De inmediato, un halo de luz azulado se desprendió de sus palmas abiertas y abarcó toda la zona maltratada y herida. Con una sensación calurosa, JongIn observó, maravillado, como la piel sanaba y se reconstruía, formando una nueva capa que cubría aquella que se había roto y desbordaba escarlata escandalosamente. Finalmente, cuando estuvo listo, KyungSoo alejó sus manos y asintió con orgullo al ver su trabajo bien hecho.
—Listo, ya estás como nuevo. ¿Te sientes bien?
JongIn se examinó las rodillas con ojo crítico y, al no ver herida alguna en su piel, asintió con firmeza, recuperando un poco de la adorable entereza que había perdido al hallarse sangrando. De nuevo se puso de pie, KyungSoo lo ayudó un poco cuando trastabilló, y se sacudió el polvo de la ropa, trató de arreglarse el cabello y formó una nueva reverencia para él. KyungSoo quiso morderle las gordas mejillas esta vez.
No lo hizo.
—JongIn le agradece de nuevo. El joven maestro es muy amable...
—¡Aiyah! Nada de eso. Vamos, vamos, ahora que estás bien puedo acompañarte a tu casa. ¿Puedo escoltarte o irás tú solo? —preguntó para darle la libertad de elegir en el caso de aún encontrarse dudoso sobre su persona—.
No fue necesario, sin embargo, pues JongIn asintió y lo tomó de la mano con confianza, envolviendo sus dedos rechonchos y cortos en su índice y medio.
—Quisiera su compañía.
KyungSoo sonrió, sintiendo una bonita e inocente calidez en su corazón, y le acarició el pelo suave y sudoroso.
—Entonces vamos. Voy a llevarte.
El niño vivía en una inmensa construcción bien hecha, adornada con lujo, buen gusto y un esplendor propio de las familias más importantes y poderosas del mundo espiritual. En la pared lateral de la casa, KyungSoo llegó a ver un símbolo triangular con un círculo dentro, el distintivo oficial de la excelentísima familia Kim, la cuna de inmortales con capacidades variadas.
Sin poderlo evitar, le echó una mirada de reojo a JongIn.
Para nadie era extraño que, dada la buena racha irrompible e indetenible de la familia, esta se coronara en el epítome de las clases mágicas, junto a la familia de dragones celestiales. Tampoco era un secreto su aversión por las criaturas poco honestas y de baja categoría, como, por ejemplo, los zorros de nueve colas, su especie.
Parecía que era una clase especialmente señaladora; no se molestaban en ser objetivos en este tipo de casos porque, para cualquiera en su posición y nivel, era nada más que razonable.
Los zorros de nueve colas pertenecían a una de las especies más despreciadas del mundo espiritual. Debido a sus tendencias a caer en la lujuria para seducir y engañar, tanto a humanos como inmortales, con la finalidad de recoger y absorber energía que los mantendría con vida, poderosos y hermosos, eran considerados deshonestos, de prácticas inmorales y poco confiables. Nadie debía darle un gramo de confianza o amabilidad a un zorro de nueve colas, pues éste podría aprovecharse de ti para satisfacer su propio deseo.
Eso es lo que dice y piensa la mayoría.
KyungSoo piensa que todos eran una bola de idiotas pomposos e ignorantes. También creyó que era una lástima que JongIn haya nacido entre semejantes víboras irrazonables.
Si bien los zorros de nueve colas poseen tendencias seductoras y una agilidad inigualable en los temas del placer y la belleza erótica, utilizan este método para poder sobrevivir. Como los inmortales se aprovechan de la energía de la naturaleza, los zorros lo hacen de la lujuria. ¿Qué está mal entonces? No es un punto obligatorio revolcarse con cada hombre o mujer para poder tener un poco de poder, simplemente es cuestión de ser admirados y deseados. ¿Por qué su método está mal, pero el de las otras especies está bien? ¿No son ellos quienes le arrebatan la pureza y dulzura a los seres vivos más indefensos del mundo (plantas, hierbas, árboles)? Los humanos y los inmortales están hechos de la misma carne y labrados con los mismos pensamientos, no existe tal cosa como la pureza después de una determinada edad, entonces ¿por qué son ellos los señalados? La cuestión de la deshonestidad es sólo una superstición que se remonta al inicio de los tiempos.
KyungSoo sabía que era totalmente injusto para los suyos y las futuras generaciones que nacerían con la misma mala suerte.
Se detuvieron en un oscuro rincón del amplio jardín bien cuidado y espolvoreado con la escarcha de hadas más brillante del mundo espiritual. JongIn alzó la cabeza para mirarlo y su puño se apretó alrededor de sus dedos. KyungSoo le dio una sonrisa suave.
—Ya hemos llegado. ¿Estás listo para entrar?
JongIn asintió. KyungSoo colocó su mano vacía sobre su cabeza y le acarició el cabello cuidadosa y suavemente.
—Entonces ve allá; deben estar preocupados por ti.
JongIn no se movió por minutos enteros y KyungSoo tampoco lo apresuró a irse. El pequeño se tomó su tiempo mientras lo miraba, sus ojitos reluciendo bajo la luz de la luna y la escarcha flotante.
—¿Voy a volver a ver al joven maestro? ¿Vas a... Vas a venir a verme algún día?
KyungSoo se sintió un poco mal al escuchar el tono inseguro de su voz. Su petición tampoco lo sorprendió demasiado.
Al ser un niño nacido en una familia importante, JongIn había vivido sus primeros años en completa soledad. El apellido Kim podría alejar amistades honestas y puras y atraer demasiadas responsabilidades para una persona tan pequeña. No era de extrañarse que JongIn se criara entre estudios, libros y diplomacia en vez de juegos, amigos y diversión. La falta de un amigo que lo distrajera de sus deberes y le enseñara lo que era ser un verdadero niño lo había convertido en este hombre en miniatura demasiado formal y recto.
KyungSoo suponía que, al haber encontrado a alguien que no se dirigía a él de manera tan formal, ni demostrara una excesiva rigidez o fuera sinceramente amable y cálido, habría querido conservarlo y volver a interactuar con él más seguido. Por ello se hallaba reticente a irse, temiendo jamás encontrarlo nuevamente.
Lamentablemente, sus opciones eran escasas y sus límites amplios, por lo que no podía hacer promesas que no podría cumplir (ilusionar a un niño era una idea nefasta y KyungSoo se negó a hacerlo). KyungSoo se acuclilló delante de él, colocó sus manos sobre sus delgados y pequeños hombros y le dio una sonrisa conciliadora que fue capaz de relajar su cuerpecito tenso y rígido.
—Me temo que no puedo venir aquí, JongIn, supongo que conoces las reglas y los dichos de los ancianos, ¿cierto? —JongIn bajó la mirada con un puchero notable y KyungSoo sintió cómo su corazón se oprimía en su pecho. Apretó su agarre y continuó—. Sin embargo, si nos volvemos a encontrar por casualidad en algún momento en el futuro, estaré feliz de dirigirme a ti nuevamente. ¿Te parece bien?
JongIn sujetó las mangas de su túnica y volvió a alzar la mirada, un poco más entusiasmado ahora que había un hilo de esperanza.
—¿No vas a olvidarme hasta ese entonces?
—¡Por supuesto que no! No podría olvidar tu linda carita de bebé oso.
Las mejillas de JongIn se llenaron de un vivo color, pero su expresión fue seria y solemne.
—¿Lo prometes? —KyungSoo extendió su meñique y se dio un golpe suave en el pecho, a la altura del corazón—
—Es una promesa que costará mi meñique y una de mis orejas.
Conforme, JongIn asintió y recobró un poco de entusiasmo. Se sacudió los bordes de su túnica ahora sucia y rota y luego formó una reverencia más informal y natural a comparación con el par que había hecho anteriormente.
—Espero que el joven maestro esté bien hasta entonces.
KyungSoo formó una reverencia en respuesta y le sonrió cálidamente.
—Tengo el mismo deseo para el joven maestro JongIn.
JongIn se incorporó entonces y, luego de regalarle una suave y aniñada curva de labios, corrió hacia la casa iluminada y ruidosa al final del jardín. KyungSoo lo vio, escondido tras el tronco de un árbol, y se sintió más tranquilo al ver al pequeño siendo envuelto en un apretado abrazo femenino. La mujer (impresionantemente parecida a él) lo apartó de su pecho y lo examinó desesperadamente, y luego, al no hallar heridas, lo volvió a estrellar contra su pecho y le besó la cabeza numerosas veces.
A partir de ahora, él estaría bien.
KyungSoo saltó a la rama más cercana y se fundió en la profundidad de la noche.
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.(¸.·´ (¸.·'* . Destinos Cruzados.
KyungSoo había escuchado que llegaría a la ciudad una procesión de inmortales de una zona lejana.
Él no era ignorante sobre estas costumbres. Normalmente, cada cierto tiempo, las familias más importantes y aclamadas del mundo espiritual harían una presentación pública de los miembros más bellos y talentosos de sus clanes, con un fin nada más que pomposo e innecesario, pero que les inflaba el ego porque tenían lo que era "políticamente y moralmente correcto" en sus familias. KyungSoo se preguntó por los límites de estas personas durante cientos de años; ¿qué necesidad había en toda esta algarabía? ¿Quieren restregar sus posiciones en los rostros de las criaturas más comunes? ¿Permanecer en la cúspide de la pirámide social? Sí, definitivamente.
KyungSoo no le hubiera tomado atención al asunto, nunca lo hacía, después de todo, pero había escuchado de bocas propensas al chisme que cierto miembro del clan Kim haría una presentación pública este día. KyungSoo se había entusiasmado de repente y con una sonrisa se fundó en su mejor capa negra y marchó directamente a la plaza de la ciudad.
A pesar del paso de este último siglo, KyungSoo aún podía recordar perfectamente al pequeño niño que había rescatado en medio del bosque por un monstruo, así como su promesa, por ello, con el corazón fundido en el cariño inocente que había guardado por su amigo lejano, sintió el deseo de ver su evolución y cuánto había crecido desde entonces.
Durante años, KyungSoo había escuchado ciertas cosas del joven maestro JongIn, todas buenas, afortunadamente. Al parecer, era un muchacho guapo y muy bien educado que destacaba en cada una de artes, desde el manejo de la espada hasta la danza y la caligrafía. KyungSoo también había captado las alabanzas y elogios por su insistencia de escuchar y ayudar tanto a hombres y mujeres pudientes del mundo espiritual, como a los mortales más pobres y con problemas inatendidos del mundo humano. KyungSoo se había sentido muy orgulloso, y su deseo de verlo fue en aumento.
Ahora estaba ahí, atento y oculto entre otros cientos de personas igualmente ansiosas y entusiasmadas. Las calles estaban forradas con linternas de papel, flores de todos los colores y especies imaginables y comida deliciosa que chisporroteaba sobre el aceite caliente. Los niños corrían por aquí y por allá entre risas y exclamaciones y las parejas jóvenes se movían sigilosamente, huyendo de los ojos de los mayores para pasar inadvertidos y darse besos en la profundidad del secreto y el peligro. KyungSoo se mantuvo de pie con una peonía en la manga, un dulce derritiéndose en su boca y la túnica cubriendo sus orejas peludas.
No mucho después, una secuencia de cantos angelicales se escucharon por encima de la música y el bullicio, y todo se sumió en el silencio expectante de los reunidos ese día. KyungSoo estaba bastante impresionado. Habían contratado ninfas para musicalizar la entrada de los jóvenes maestros, nada más que extravagancia en el acto. No se dejó decepcionar, sin embargo, y se mantuvo atento en todo momento.
Efectivamente, esta procesión estaba llena de chicos y chicas de no más de trescientos años, todos hermosos, todos inmaculados y llenos de pureza virginal; los cabellos largos flotaban sobre sus espaldas delgadas y las ropas vaporosas ondeaban con maestría y majestuosidad con cada nuevo paso. Había tocados de oro y jade sobre sus cabezas, escarcha espolvoreada en sus mejillas y labios y perfección acompañándolos. KyungSoo admitió que esto era bastante impresionante, tampoco culpó a los jadeos sorprendidos ni al éxtasis en las miradas de las señoritas y jovencitos más cercanos.
Finalmente, y luego de haber presenciado el paso de tres clanes seguidos, KyungSoo encontró a la persona que buscaba. Kim JongIn estaba justo en la fila que pasaría por delante de KyungSoo y se había convertido en nada más que en un muchacho sumamente hermoso y llamativo.
Contrario a los demás jóvenes maestros, JongIn poseía una piel aceitunada bastante linda y brillante, tenía una altura similar a la suya aún siendo tan joven y su rostro comenzaba a moldearse con la llegada tranquila de la adolescencia. Aún había cierta redondez en sus facciones y grasa de bebé en sus mejillas, pero todo apuntaba a que el más joven de los Kim sería una completa belleza en un par de siglos más.
KyungSoo sonrió, sintiendo el pecho cálido y orgulloso al ver al niño cada vez más cerca, y se apresuró a sacar la peonía de sus mangas. Rápidamente la adornó con un hechizo de conservación para que viviera por muchos años más, y, al estar lo suficientemente cerca, la arrojó hacia el inmutable joven. JongIn parpadeó, sorprendido ante el inofensivo ataque, y tomó la flor que había impactado contra su pecho, la examinó cuidadosamente y luego alzó la mirada con curiosidad.
Sus ojos se encontraron casi de inmediato y una sonrisa se pintó prontamente en la boca de KyungSoo. Lo saludó con entusiasmo y JongIn sonrió, cordial y afectuoso, antes de formar un suave y ligero asentimiento lleno de reconocimiento; guardó la flor en su propia manga y continuó su recorrido obligatorio, sin embargo, al pasar por su lado, le dio un breve apretón cálido y amistoso en sus dedos, pidiéndole así que se quedara, antes de seguir adelante con los demás.
Una vez terminada la marcha y con los numerosos jóvenes frente a ellos en una larga fila, lado a lado los unos con los otros, KyungSoo se acercó con el resto de los reunidos y esperaron las presentaciones de parte de una mujer dragón en su forma humana. Los primeros chicos pertenecían a las familias Park, Byun y Min. El primero era un inmortal bendecido con la capacidad del fuego, el segundo con la luz más pura y lumínica del mundo registrada hasta entonces, al tercero se le fue obsequiada la capacidad de crear caos y llevar paz, dependiendo de sus deseos.
Y entonces fue el turno de JongIn.
—Este es el joven maestro JongIn, de la familia Kim de Heaven —los aplausos fueron más fuertes y ruidosos, casi de la talla de los que había recibido el niño Byun; también hubieron numerosas flores arrojadas en su dirección. Él era joven, pero, a pesar de eso, ya poseía una buena reputación—. Es un estudiante estrella; con grandes habilidades para las artes marciales, el manejo de la espada, la política, la música y la danza, el arte, la diplomacia, idiomas extranjeros, matemáticas, geografía, historia celestial y mortal y medicina, además, posee una habilidad especial: la teletransportación. El joven maestro JongIn se ha convertido en el orgullo más grande del clan Kim. Esperaremos grandes cosas de ti, joven amo.
Luego lo siguieron diez jóvenes más.
La ceremonia continuó con demostraciones de baile y canto; los aldeanos ofrecieron obsequios hechos con magia y mensajes plasmados con buenos deseos, incluso se recitaron algunos poemas demasiado blandos y románticos sobre la belleza inmortal y etérea de los jóvenes maestros. En todo momento, KyungSoo esperó pacientemente. Miró con diversión cada regalo obsequiado a JongIn y se rió un par de veces por la expresión perpleja del niño cuando alguna chica especialmente valiente le regalaba dulces o cartas de amor.
Cuando las formalidades acabaron y se dio rienda suelta al festival, fue cuando por fin pudo reunirse con su pequeño, prestigioso e importante amigo. JongIn llevaba su carga ostentosa entre sus brazos comenzando a entrenarse, pero su paso no vaciló en ningún momento mientras se dirigía a él. Finalmente se detuvo delante de KyungSoo y una nueva sonrisa llena de vergüenza y entusiasmo por igual salió a relucir.
—Joven maestro KyungSoo, vino a verme —KyungSoo se sintió enternecido al escuchar el paso de la pubertad en las cuerdas vocales de JongIn y el rompimiento gracioso de su voz al hablar—.
Puso sus manos sobre sus caderas e hinchó el pecho con entusiasmo.
—¡Por supuesto que vine! Ha pasado un tiempo desde la última vez que te vi, joven maestro JongIn. ¡Ya eres todo un muchacho! No puedo creer lo mucho que has crecido en este último siglo —y era verdad. Con un poco más de un siglo de edad, JongIn llegaba a la altura del pecho de KyungSoo, un hombre con unos cuantos siglos más encima. Seguramente, al tener su edad, JongIn lo repasaría con creces—.
—El joven maestro sigue viéndose igual a la última vez —elogió con las mejillas coloreadas con bochorno, pero no se abstuvo de sonreír para él—.
—¿De verdad? Eso es muy bueno, quiere decir que mi juventud aún está intacta. Oh, mira, han abierto el puesto de dulces. ¿Quieres que compre algunos para ti? Aún no te he dado un regalo y es tu presentación oficial, después de todo.
JongIn no dudó en aceptar y juntos se dirigieron hacia el vendedor de dulces de la plaza del pueblo. KyungSoo, desplegando su encanto natural, sonrió hacia el hombre y agitó sus pestañas bajo la sombra de la túnica que cubría cierta parte de su rostro. Alzó una mano con maestría y el movimiento provocó que su manga se retrajera y su muñeca delicada y pálida quedara expuesta. Era el movimiento más sutil y viejo de seducción que podría hallarse en los registros, y, sin embargo, era capaz de mover montañas enteras si se usaba adecuadamente.
Como era de esperarse, el vendedor clavó sus ojos ansiosos sobre los huesos elegantes y la piel clara, lisa y perfecta del pequeñísimo trozo de su cuerpo expuesto, sus mejillas se sonrojaron con fiereza y su manzana de Adán se movió cuando tragó pesadamente. Estaba en las mangas de KyungSoo, y él lo sabía.
—Buenas tardes, me gustaría llevar un par de yakgwa, dos dasik y dos bingsu —KyungSoo volvió a batir sus pestañas y el vendedor cayó definitivamente—.
—¡Por supuesto, por supuesto! Oh, te daré unos cuantos más para que los disfrutes luego, joven amo.
—¿De verdad? Pero ahjussi, este pobre hombre no tiene demasiado dinero para pagar por postres extras.
—¡No es necesario, no es necesario! Yo te los regalo, ¡todo para hacer feliz a una cara tan bonita como la tuya!
Y así, el hombre mayor se había perdido entre dulces para seleccionar lo mejor de lo mejor para KyungSoo. KyungSoo rió entre dientes, sus ojos reluciendo con victoria, y se dio la vuelta para encontrarse directamente con un profundo ceño fruncido. KyungSoo dio un golpecito en el centro de la frente de JongIn y este pronto relajó su expresión, a pesar de parecer un poco aprensivo.
—¿Por qué hiciste eso con el vendedor? ¿De verdad no tienes mucho dinero para pagar? Puedo darte del mío...
—No es necesario. De hecho, esto ha sido nada más que un tema personal —dirigió su mirada cargada con una fría sonrisa hacia el hombre mayor ansioso y casi pudo sentir el escalofrío de JongIn a sus espaldas—. Ese viejo ha estado molestando a las chicas jóvenes del pueblo. Al principio les obsequiaba halagos y dulces, pero con el paso del tiempo se ha vuelto cada vez más audaz hasta el punto de traspasar las barreras adecuadas y tocar a las muchachas. Había escuchado varias quejas desde hace un tiempo, así que decidí intervenir. Le he colocado un hechizo temporal. Por ahora no pensará en nadie más que yo, así que no volverá a acosar a las jovencitas.
Recibió la bolsa repleta de dulces con una sonrisa ensayada y forjada por el pasar de los años; dejó un par de monedas sin mucho valor en la palma abierta del tipo, asegurándose de rozar la punta de sus dedos con la piel rasposa por un segundo, y luego de obsequiarle un guiño y formular un bajo "gracias" se dio la vuelta y se alejó con JongIn pisándole los talones. El chico, que había visto todo el intercambio, se encontraba sorprendido y pasmado, pues, muy en el fondo, había creído que KyungSoo estaba usando sus métodos para aprovecharse de la situación y sacar algo de provecho para sí mismo; KyungSoo no lo culpó, tenía muy presente la clase de familia a la que pertenecía y las enseñanzas que esta inculcaba a los nuevos miembros.
Dejó una palmadita conciliadora en la cabeza del niño, como lo había hecho cuando era más pequeño, y extendió un bonito yakgwa para él.
—Hey, cambia esa expresión. No es como si hubieras matado a nadie, así que come esto y sonríe un poco. ¡Esta es tu presentación pública! Debes estar feliz.
JongIn agachó la cabeza con el dulce en una mano medio vacía y sus labios se fruncieron, enfurruñados. KyungSoo lo miró con atención por algunos segundos y, finalmente, JongIn expuso su sentir.
—Lo siento, JongIn fue imprudente e injusto con el joven maestro una vez más.
KyungSoo sonrió suavemente y esta vez se movió con más calma y tranquilidad. Le dio algunas palmaditas amistosas en el hombro y, cuando JongIn lo miró de vuelta, le pellizcó suavemente una mejilla.
—No te preocupes, JongIn; estaré bien con eso, siempre y cuando quieras mejorar y enmendar tus errores. Estás evolucionando y comenzando a tomar experiencia y una cierta determinación, además de elegir seguir uno que otro principio específico y todo eso puede ser confuso y caótico; cuando seas mayor, todo se verá con mucha mas claridad ante tus ojos. Por ahora tienes permitido errar, reconocer tu error y trabajar duro para no volverlo a cometer en el futuro.
JongIn pensó sobre sus palabras por mucho tiempo, KyungSoo no lo presionó ni exigió nada. JongIn estaba en una edad importante, su carácter se estaba formando y comenzaba a definir lo que era bueno y lo que no. Él tenía que crecer, tomar sus propias decisiones y forjarse según los pensamientos que lo hicieran sentir más cómodo consigo mismo, fueran sus palabras tomadas en cuenta o no. ¿Que le gustaría que JongIn considerara sus enseñanzas, las absorbiera y pusiera en práctica? ¡Claro que sí! Pero él no podía imponerse en el crecimiento y razonamiento del chico, así que solo quedaba en las manos del pequeño y de nadie más.
Por ahora, en lo que KyungSoo podría intervenir con total seguridad y firmeza, era en guiarlo hacia un jardín no tan concurrido, donde una que otra persona se encontraba sentada para apreciar el lugar o simplemente huir del alboroto. Desplegó su túnica y amplias ropas y se sentó sobre la hierba seca y verdosa; JongIn, mucho más elegante y metódico, hizo sus túnicas hacia atrás con gracia y elegancia y los bordes de la misma se abrieron preciosamente, rodeándolo como una flor al momento de sentarse.
Era como ver a un adulto digno y serio, y KyungSoo solo quería molestarlo, apretarle las mejillas, pellizcarlo y desordenarle el cabello fuera del recogido bien peinado.
Extrajo los dulces de la bolsa y le pasó uno con la forma de una flor rosada. JongIn dejó sus regalos a su lado y tomó el pequeño obsequio con cierta vacilación. En ese punto, KyungSoo ya había comido dos y JongIn aún se encontraba observando curiosamente el primero.
—Oye, ¿no vas a probarlo? No me digas que nunca has comido dulces.
JongIn dejó escapar un suspiro y clavó sus bonitos ojos sobre él, casi como si estuviera resentido con el mundo en ese momento.
—Son muy distintos a los que hacen aquí. En casa, los dulces realmente no son dulces. Normalmente están hechos de arroz y nada más.
—¡¿Qué?! ¡¿Cómo es posible?! Definitivamente las grandes familias se pierden de las buenas cosas de la vida.
—Dicen que este tipo de alimento no aportan nada bueno a la salud, así que no hay que necesidad de comerlos.
KyungSoo frunció el ceño, ahora sintiéndose ofendido con la clase de enseñanzas que le imponen a esta pobre criatura. Bufó ruidosamente y masticó con despecho el bocadillo que aún quedaba en su boca.
—¡Puras tonterías! ¿Cómo no van a aportar nada? ¡Los dulces traen felicidad! Aigoo, deja que vea a uno de los ancianos de tu familia, le patearé el trasero por decir sinsentidos.
Ante su desbordamiento, JongIn compuso una expresión asombrada y muy lentamente fue formándose una sonrisa en sus labios; finalmente, antes de darse cuenta, dejó salir una suave carcajada con los ojos arrugados a causa de la diversión. KyungSoo lo miró entonces y él también sonrió, sintiendo un pellizco de afecto en su corazón. Extendió una mano, dejó un apretón en su brazo y apuntó el dulce en su mano.
—¡Lo haré, en serio! Patearé a todos, pero mientras eso pasa, puedes comer esto libremente conmigo. No le diré a nadie que lo has hecho, así que puedes tener todos los que quieras, y si se acaban, entonces conseguiré más para ti, ¿de acuerdo? Será nuestro secreto.
JongIn pausó sus carcajadas para simplemente quedarse con una sonrisa suave, asintió y llevó el dulce a sus labios con modestia. Luego de un mordisco pequeño y tentativo, una masticación silenciosa y un trago elegante, sus ojos revolotearon en su dirección y su sonrisa floreció una vez más.
—Está delicioso. Muchas gracias, joven maestro.
KyungSoo formó su propia sonrisa orgullosa y satisfecha y se cruzó de brazos con el pecho hinchado.
—No tienes que agradecer. ¡Ahora prueba otro, vamos, vamos!
KyungSoo estuvo con JongIn por una hora y un poco más. No hablaron sobre las restricciones de uno por pertenecer a un clan renombrado ni las vivencias poco envidiables del otro al ser una escoria social, simplemente se tendieron en ese jardín pacífico y comieron postres, llenaron el silencio de historias y se hicieron compañía como iguales.
KyungSoo no sabía cómo sentirse al saber que su comodidad verdadera podía hallarse junto a un pequeño niño rico, no quiso pensar en la desesperación que estaba impresa en su alma y su corazón, cuánto anhelo podrían guardar por un poco de normalidad, amabilidad y una atención verdadera fuera de la lujuria que las circunstancias le obligan a desplegar, para hacerse amigo de un chiquillo solitario con una familia demasiado estricta y exigente y sentirse bien con ello. No sabía si debía sentirse patético, pero no había nada qué hacer. JongIn era su primer amigo sincero y desinteresado, podía hablar fácilmente con él y era feliz enseñándole cosas y hablándole de otras tantas que él jamás había escuchado.
Podría cuidar a este niño, podría asegurarse de que estuviera bien y sentarse a escuchar sus problemas, lo haría con todo gusto, porque JongIn era joven, estaba tan solo como él y ambos necesitaban compañía de verdad.
Era imposible no sentirse identificado y liberado con ciertas experiencias del contrario, no orbitar alrededor del niño e impedir que un sentimiento de protección naciera en él. JongIn no sabía nada del mundo real, era tan puro y tan nuevo en las cosas de la vida que KyungSoo temía que se decepcionara, que terminara herido o dolido, por ello había decidido continuar con su amistad, se había tomado el trabajo de animarlo y hacerlo reír y comprarle muchos más dulces y golosinas. Aún era joven, y aunque vivía entre muros de piedra con cientos de restricciones, él merecía una escapada de la realidad y un momento para sentir libertad.
Pasearon por el pueblo cuando se terminaron la primera bolsa de dulces que KyungSoo les había conseguido. KyungSoo habló un poco sobre los festivales que a veces se celebraban o las comidas deliciosas que debería probar cuando visitara el lugar, le mostró cuáles eran las posadas más cómodas porque "ya sabes, así cuando traigas a una linda chica o un chico guapo puedas aprovechar la información" (JongIn lo había visto con incomprensión y KyungSoo rió, sin molestarse en explicar sus palabras). Fueron hasta un artista sorprendentemente solicitado y KyungSoo pagó por un cuadro de JongIn para sumar sus regalos.
—El joven maestro debería estar conmigo, después de todo, puedo ver mi rostro en el espejo todos los días, pero al joven maestro puedo verlo muy poco.
KyungSoo se había sentido lo suficientemente enternecido como para acceder. Escondió sus orejas entre las ondas suaves de su cabello y se sentó junto a JongIn con una gran sonrisa.
El cuadro fue muy bueno y el artista había agregado cierto tono etéreo que los hacía verse mucho más majestuosos y hermosos de lo que eran en realidad. Los rasgos estaban bien definidos y el pincel había realzado los mejores componentes de sus rostros, como los labios de JongIn y los ojos de KyungSoo. La piel fue otro punto hermoso y cautivador, porque ahí donde uno era pálido como la nieve, el otro era cálido como el sol. Era un lindo contraste que sumaba cierta belleza y complemento en la imagen.
KyungSoo, satisfecho y cautivado, pagó un poco más del precio original y se fue de ahí con la satisfacción tronando en su pecho. JongIn, a su lado, sonreía suavemente con las mejillas sonrojadas y una mirada dulce puesta en el horizonte.
Desafortunadamente, nada es para siempre y el tiempo juntos comenzaba a llegar a su fin.
Los niños inmortales comenzaban a volver a sus antiguos lugares con sus símbolos familiares, uno tras otro en sus filas, parecían patitos preparándose para volver con sus madres. KyungSoo le sonrió a JongIn cuando vieron a los ayudantes y sirvientes del clan Kim esperando por su amo, estiró sus brazos y los dejó sobre sus hombros, tal cual lo había hecho cuando era aún más pequeño.
—Ha sido bueno verte de nuevo, JongIn. ¿Me prometes que te cuidarás y serás un buen chico?
JongIn se aferró un poco más a sus regalos, hundió un poco el rostro entre los envoltorios y un atisbo de tristeza plagó su mirada fija en él. A KyungSoo le hubiera encantado acabar con ella de inmediato, pero la separación entre ambos era inevitable.
—¿Volveremos a vernos? —su voz fue suave y tambaleante en algún punto; KyungSoo sonrió y le acarició una mejilla con afecto—.
—Si nos hemos encontrado hoy, entonces seguramente lo haremos en el futuro. Ten un poco de confianza en el destino, él no puede ser tan despiadado como para romper nuestra amistad, ¿cierto?
JongIn asintió, esta vez con una pequeña sonrisa, y sacó su rostro de su escondite para poder apreciarlo mejor esta vez. Se acercó un poco, escondido entre tantas personas, fue fácil para él pasar desapercibido, y dejó caer su frente sobre su pecho en un medio abrazo. KyungSoo lo rodeó con el brazo derecho y dejó unas cuantas palmaditas en su hombro. Lo enterneció el olor a dulces y flores que se desprendía de él, el claro aroma de la pureza e inocencia de la infancia.
Unos momentos después de alejaron, JongIn formó una breve reverencia y KyungSoo presionó la punta de su nariz antes de soltar una risita mañosa. Juntó sus manos detrás de su cabeza con aparente despreocupación y apuntó a su séquito con sus labios.
—Ahí, ve con ellos o se preocuparán por ti.
—De acuerdo. Nos vemos pronto, joven maestro KyungSoo.
KyungSoo asintió y JongIn se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia sus iguales. Antes de ponerse en marcha, el pequeño giró la cabeza hacia él y le dio una última sonrisa; KyungSoo se despidió con entusiasmo, riendo junto a los demás aldeanos para animar la partida.
No fue hasta que todos hubieron remontado el cielo con sus vaporosas y caras ropas y los aldeanos se hubieron dispersado, que el sentimiento de pérdida se clavó fuertemente en sus costillas y su sonrisa flaqueó en sus labios.
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