Introduccion


Un enorme silencio se adueñó del bosque. Los arboles que nos rodeaban estaban destrozados, el suelo también llevaba marcas de nuestra pelea, con cráteres tan grandes que tardarían años en ser cubiertos por vegetación y que serían el perfecta prueba de nuestro poder. 

Levanté la cabeza por un segundo, en señal de que por fin todo había acabado. Luego, suspiré aliviado. Mi casco me molestaba, preferí quitármelo y dejarlo caer a un lado. Desabroché la pechera de mi armadura, ya no la necesitaba. Estaba bastante dañada, cuando cayó al piso y vi el arañazo que tenía, me hizo agradecer de usarla.

El olor a polvo y sangre, tan característico del combate, me invadió, acompañado de una leve brisa que me refrescaba. Estar tan cerca de la muerte siempre te ayudaba a reflexionar sobre la vida. Y, en este caso, no era la excepción. Aunque había una gran diferencia: Lo que seguía no solo afectaría mi vida, sino la de todo el mundo.

Dejé de distraerme con mis pensamientos y me concentré en lo que había venido a hacer.

—Ya puedes acercarte, pequeño profeta — indiqué con confianza, manteniendo firme mi postura.

El niño, de tan solo dieciseis años, obedeció. Camino con cuidado, se mantuvo a unos pocos metros de la batalla, esperando el resultado. Al estar a mi lado, me agarró del brazo para poder estar firme, puesto que, le era difícil moverse, siempre llevaba una venda en los ojos de color negra con unos símbolos extraños, respectivos a su credo.

Levanté mi mano derecha, en la cual llevo a "Mirai", mi espada. Era difícil no detenerse a apreciar lo bello de su guarda y empañadura: tenía un color dorado, con algunos detalles celestes en forma de diminutos puntos. Parecían estrellas fugaces.

Verla delante de mí, me transmitía confianza. Me embriagaba de poder, sentía como emanaba un aura divina que me calentaba aún más que el fervor de la batalla. Detenerme a admirarle y rendirle gloria era una especie de ritual al terminar mis combates, me relajaba y me ayudaba a estar agradecido de portar algo tan magnifico.

Sin perder más tiempo, la moví hacia abajo, apuntando al enorme animal que estaba tirado a mis pies, inconsciente y derrotado.

—Fafnir, vine a buscarte y a ofrecerte un trato. —Mi mirada se enfocó en aquellos ojos de color celeste, tan puros que parecen un diamante recién pulido, que estaban delante—. Escoge: trabajar con nosotros o... la muerte de todos los tuyos —amenace apoyando el filo de Mirai contra el cuello de la bestia moribunda.

Vine desde muy lejos en su búsqueda: "El famoso lobo que fue bendecido con el nombre de un gran dragón, debido a que su poder sería comparable a esta leyenda". Ahora que lo tenía a tan solo unos pocos metros de distancia, no me cabía duda que los rumores no mentían, era la criatura más poderosa a la que me enfrente. Pero, con Mirai de mi lado, nadie era invencible.

El enorme lobo de pelaje plateado dejo de enfocarse en mí por un segundo y vio a sus compañeros; tanto los que estaban a su izquierda, como derecha, se encontraban fuera de combate y yacían en el suelo desmayados. Se podía observar como la sangre formaba un charco debajo de estos. No sé si aún se encontraban vivos, pero si no hacían algo pronto, no habría dudas de su final.

—Unirse a los humanos jamás es una opción —respondió con seguridad la bestia y una mirada desafiante, sin una pizca de miedo. Su imponente voz aún estaba cargada de orgullo y fuerza—. Si hemos de morir aquí, así será.

A pesar de todos los cortes alrededor del cuerpo, aún se mantenía de pie y con sus enormes ojos celestes llenos de vida, era impresionante. No tenía dudas, si me descuidaba podría matarme en un pestañar, era la sensación que me provocaba verlo. Su espíritu guerrero era indomable, digno de un ser tan magnifico como lo era un lobo mágico.

—Te aconsejaría reconsiderar tu respuesta. —Luego de decir eso, me incline hacia mi izquierda y le di la orden al joven profeta—. Hazlo.

El profeta asintió. Soltó mi brazo y paso por detrás de mí para ponerse de cuclillas cerca del animal inconsciente a nuestro lado. De manera lenta, se quitó la venda y sin abrir los ojos, puso su mano sobre la frente de él.

—¿¡Qué le vas a hacer a Dunkan!? —gruño Fafnir, enseñando sus afilados dientes.

El pequeño profeta abrió los ojos: estos se encontraban totalmente blancos, y, casi de inmediato, los del lobo al que tocaba también se pusieron de esta forma. Ambos empezaron a temblar y a expulsar agonizantes gemidos. Un fuerte viento azotó el bosque, estremeciendo a cada árbol y dotando el ambiente de energía mística. Fue por solo unos segundos, los que él necesitaba para realizar su ritual. Una vez que el profeta terminó, todo el lugar quedó en completo silencio. Cuando se puso de pie, cerró de nuevo los ojos y volvió a atarse la venda. Sonreía satisfecho, demostrando vanidad por nuestra victoria.  

—Los tengo —dijo el niño en un tono suave, manteniendo una afable expresión—. Al noroeste del Bosque de la Penumbra, cerca de la ciudad de Carrean. Diría que algo más de unos quince kilómetros.

—Te lo propondré de nuevo, Fafnir —exclamé con el mentón en alto, tomando una actitud de autoridad—: trabaja con nosotros o... no solo tú y los aquí presentes serán asesinados, toda tu manada tendrán el mismo destino —dije de inmediato, sujetando con fuerza a Mirai, para enfatizar lo que sucederá.

Los ojos feroces de la criatura se mostraron confusos por primera vez. Lo vi, lo sé, estaba acorralado. Su imponente espíritu se derrumbaba ante la duda, sus afiladas fauces se ocultaron con angustia y su mirada se estrelló contra el suelo.

—¿Ellos te esperan, verdad?, son presa fácil. Iré junto a otros humanos y le daremos caza a todos. No tendrán oportunidad — agregué para rematar la situación.

—¿Qué es lo qué quieres conmigo? —preguntó aceptando la derrota, tomando una actitud más sumisa. Se veía claramente el dolor que le provocaba siquiera considerarlo.

—Por ahora, lo único que quiero es que mates a un vendedor de esclavos llamados Jared y a su caravana.

—¿Acaso tú no pu...?

—¡Tú solo obedecerás lo que se te diga, no importa la razón o los detalles! —interrumpí con enojo, para mostrarle su posición—. Solo debes preocuparte de dejar con vida a dos personas, las que tú elijas. Y una vez lo hagas, se te dará la siguiente orden.

Siempre me resultó curioso como la gente poderosa no temía dar su vida. Aceptaban su muerte con orgullo cuando llegaba el momento, y preferían eso a tener que bajar la cabeza. Pero, cuando se trataba de los que amaban, todo cambiaba. Su honor, orgullo y creencias, eran dejadas de lado, ¿de qué servía tener poder si no podías proteger a los qué te importaban? Solo aquellos que sabían esto, eran lo suficientemente fuertes para entender lo que de verdad importa.

Viendo que mi misión estaba cumplida y Fafnir, el enorme lobo plateado, iba a cumplir su parte, enfunde mi espada con un atisbo de tristeza y melancolía. Mis ojos se postraron en ella, recordando todas las aventuras y combates que habíamos tenido. 

«La próxima vez que te use, amiga mía, será la ultima», me dije a mi mismo, teniendo una breve idea del oscuro porvenir que nos aguardaba. Pronto se librara una guerra como ninguna otra y el destino de todos los reinos y seres vivos se pondrán en juego.

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5 días después, a quince kilometros del pueblo de Carrean.

Un fuerte aullido se escuchó, luego de unos segundos, otro, y del mismo modo, un tercero. Era la señal, el grupo del detestable líder estaba de regreso. Que molesto, resultaba tan desagradable el tener que esperarlo. Y, peor aún, tener que seguirlo. No entendía por qué fue bendecido con tal fuerza, si no sabía como utilizarla, era tan desagradable.

La mayoría de la manada se reunió en el punto de encuentro, una pequeña cueva en medio de las colinas cercanas a un pueblo humano. Siempre detesté el tener que andar ocultándome y escabulléndome en estos mugrosos lugares, llenos de polvo y olor a humedad. Éramos unas de las razas más temidas del continente, todos deberían someterse a nosotros, los lobos mágicos. Pero Fafnir era débil y manso, como un cachorro recién destetado. Si tan solo yo tuviese su poder, estaríamos en la cúspide de todo reino y lugar.

Faltaban algunos, pero eso no importaba, ya llegaran. Cada uno de los presentes tomó su posición, Canine, el segundo al mando y, por lo tanto, "líder sustituto", se puso delante de todos. Otra decepción, solo le dieron ese cargo por tener un pensamiento igual al actual alfa. Le lamía el trasero y meneaba la cola con cada decisión de Fafnir.

No paso mucho hasta que vimos a Dunkan salir entre las espesura de los arboles. Todos nos sorprendimos por el aspecto en el que estaba: lleno de suciedad, sangre, heridas y un cansancio notable. Su respiración entre cortada y rápida nos llenaba de incertidumbre. Él caminó lo más que pudo antes de desplomarse en el suelo, frente a la mirada atónita de la manada.

—¿¡Qué paso!? ¿¡Y el resto!? —preguntó Canine al acercarse.

—Fafnir... Fafnir nos traicionó —informo a duras penas, tratando de recuperar el aliento.

Todos se miraron asombrados, era una declaración bastante impactante, aunque... no me sorprendía del todo. Siempre fue blando y  compasivo con los humanos. Era cuestión de tiempo para que lo hiciera.

—¡No digas estu...!

—Les dijo a los humanos donde estamos y vendrán por nosotros —agregó Dunkan con su ultimo aliento antes de desmayarse, provocando que todos a su alrededor quedaran asustados. 

—¡Ven!, ¡eso es lo que tienen por seguir a un líder que teme a los humanos! —Aproveché la conmoción para imponer mi punto de vista. Mis ojos dorados brillaban de pasión y ansias de poder. Mi pelaje amarrillo relucía entre los verdes pastizales que nos rodeaban, otorgandome todo el protagonismo de la escena—. ¿¡No se dan cuenta!? ¡Si solo nos escondemos y huimos ellos pensaran que somos débiles!

—¡Calla, Golder! —gritó Canine—. No es tiempo para tus discursos.

—Te equivocas. ¡El momento es ahora! —Miré hacia donde estaban todos—. ¡Tenemos que actuar rápido! ¡No solo los humanos vienen por nosotros, Fafnir está con ellos! —Al decir esto, pude ver como en el rostro de todos había miedo—. ¡Así es!, ¿¡Quien si no yo, es mejor para enfrentarlo!? Aunque... claro, Solo no puedo —dije con angustia, tragándome mi orgullo y reflejando lo desesperado que estaba por ayuda.

—¡Detén lo que estás haciendo en este instante! —gruño Canine, mirándome de forma desafiante con sus amarronados ojos. Todo su pelo blanco se encrespaba y tenía el desdén de gruñirme como si fuese a lograr asustarme con ello.  

No iba a perder esta oportunidad, por lo que me paré delante de él, enfrentándolo. Mi corazón latía con emoción, ya podía saborear la dulce victoria. Todo mi cuerpo me gritaba que había llegado el momento que tanto anhelaba, era una señal del destino, por fin iba a poder reclamar lo que siempre me merecí. 

—¡Es hora de escoger un nuevo líder y un nuevo rumbo! ¡Todo aquel que quiera mi protección únase a mí! Esta es su oportunidad. En cambio, todo aquel que se oponga, será asesinado —sentencié con una sonrisa sanguinaria en el rostro y una actitud de gobernante absoluto, como un verdadero alfa debe ser.

Sin perder de vista al segundo líder, pude sentir como el grupo se empezaba a separar. Era obvio, desde hacía mucho varios de nosotros no estábamos de acuerdo con el estilo de Fafnir. Pero, como no podíamos hacer nada contra él, nos limitamos a seguirlo. Ahora, era nuestro momento.

—Y como castigo al traidor... no solo sus seguidores morirán, también lo hará su familia —Agregué en un tono firme.

¡Es tiempo de un cambio!

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