Seres completamente distintos
Capítulo 3: Seres completamente distintos
En menos de cinco minutos, el apartamento de Jon se había convertido en un desastre. Él terminó de bañarse y salió emitiendo múltiples quejidos al ver que tanto su habitación como la sala y la cocina, estaban inundados de agua.
Con el objetivo de salir a comer en uno de los tantos restaurantes pertenecientes a su clan, Jon abrió su armario y sacó de este una camisa blanca en conjunto con un pantalón de tela color negro. El sueño que tuvo mientras esperaba que la bañera se llenara lo puso peor que antes, no entendía por qué los sueños no se podían tratar de cosas bonitas y nada más. Era injusto que también incluyeran recuerdos mezclados con pesadillas.
El detective se tardaba demasiado en recopilar la información que quería, echándole un último vistazo a la pantalla del celular, el hombre acabó de vestirse. Tenía hambre, no había comido nada desde la noche anterior, por lo que era factible llenar su estómago cuanto antes; tampoco era como si quisiera morir de hambre, sería una muerte patética, tomando en cuenta que su familia lo tenía todo.
Jon llamó al servicio de limpieza avisándoles la condición en la que se encontraba el apartamento, después de eso, salió al estacionamiento en donde fue interceptado por William, su chófer:
—¿Saldrá solo, señor?— preguntó siguiéndolo. Él era un hombre de cuarenta y tres años, bajo de estatura, con algunas canas en su cabello negro.
—Sí, iré a atender algunos asuntos— alzó la mano para que le pasara las llaves. Ellos se detuvieron frente al Porsche del año color gris que se había comprado hacían dos meses —Descansa— le dio un toque al botón —Y por cierto— se detuvo antes de entrar —¿Cómo sigue tu esposa? ¿Ya se recuperó?
—Amh— le sorprendía que su jefe se acordara del padecimiento de su mujer. William lo admiraba por más que los demás hablaran mal de él, detalles como ese le demostraban que Jon no era tan malo como decían —Está mucho mejor— sonrió pasándose la mano por la cabeza —La quimioterapia le está funcionando, los médicos dicen que si sigue así, podría superar la enfermedad.
—Me alegra mucho, ¿qué tipo de cáncer fue el que dijiste que tenía?
—De cuello uterino, lo bueno es que lo descubrieron en una fase temprana.
—Entiendo. ¿Y qué tipo de dieta lleva? Tengo entendido que la quimioterapia da náuseas.
—Le damos arroz, frutas dulces, pescados... cosas por el estilo.
—Comprendo— entró al vehículo —En serio, espero que se mejore.
—Muchas gracias, señor. Qué tenga un buen viaje.
—Eso espero.
Como Jon no tenía tantas ganas de comer cerca, él optó por visitar un restaurante bastante alejado de la ciudad. Aunque al principio pensó en ir a uno perteneciente a su clan, después cambió de opinión. Su apariencia no era la mejor, no era bueno que se presentara de ese modo ante sus empleados, los cuales lo mirarían curiosos.
Su fuerte eran las discotecas y clubes, no tenía mucho que ver con los establecimientos enfocados en la comida.
El tráfico, para sorpresa suya, fue regular. Cada quien iba en su carril correspondiente, lo que hizo del viaje más llevadero. El dolor de cabeza de Jon lo traía desesperado, no comprendía cómo era posible que Asher se fuera a trabajar en esas condiciones; él llegó a la conclusión de que percibía los dolores más fuertes que los demás, era como si la bocina más molesta del mundo retumbara en sus oídos con un insoportable pitido.
Entre ruedas y ruedas, el hombre divisó un buen lugar. El restaurante consistía en un sitio con pintas hogareñas, las paredes del mismo estaban construidas a base de madera marrón y en su interior sonaba una melodía envolvente. Había mesas de dos sillas, otras de cuatro y las más grandes, poseían seis asientos. Desde que Jon entró, fue atendido por un joven de algunos veintidós años, él con una sonrisa le ofreció el menú y lo acompañó a una mesa para dos.
No había para una sola persona.
En lo que ojeaba el menú, nuestro sucesor observaba su alrededor. No sabía quién era el compositor de aquella música clásica que calmaba sus dolencias, pero le encantaba. El aroma a comida provocaba que su estómago gruñera y lo mejor de todo, como todavía eran las horas de la mañana, no había tanta gente ocupando espacio.
Por fin encontró un lugar en el que se sintiera cómodo. Nada más faltaba que la comida supiera bien, para tomar la decisión de desayunar allí todos los días.
Ya habiendo seleccionado unos apetecibles pancakes acompañados de una taza de chocolate caliente y una rebanada de pastel de fresa como postre; Jon levantó la mano para que le tomen su orden, de tan solo imaginarse comiendo se le aguaba la boca.
«Ssh, tranquilo» susurró pasándose la mano por el abdomen, el hambre lo estaba volviendo loco.
—Buen día, ¿ya va a ordenar?— le preguntó la camarera. Él, sin siquiera prestarle atención, tomó el menú y empezó a dictar lo que quería —Espera un segundo— dijo ella aparentemente sorprendida, sin importarle que se tratara de un cliente, la mujer le echó la frente hacia atrás haciendo que Jon terminara levantando la cabeza. Sus ojos marrones con los suyos chocaron de inmediato —No puede ser— porque sí, la empleada se trataba de nadie más, ni de nadie menos que de Eribec —¿Tú de nuevo?
El celular de Jon comenzó a vibrar, ignorando a la camarera que le veía impactada, él lo encendió y lo primero que vio en el chat con su amigo fue lo siguiente:
«Eribec Pujols, veinticuatro años, trabaja como camarera en el restaurante Sarah's delicate (...)»
—En definitiva, el universo quería que nos reencontráramos— sonrió de oreja a oreja —Aunque, muy genial y todo, pero por favor, tráeme mi pedido. Tengo hambre.
—¿Me andas siguiendo o qué?— era obvio que ella no pasaría al hombre que creyó que no volvería a ver en su vida —¿Por qué entre los cientos de restaurantes que hay en la ciudad, no, estado, viniste a comer aquí?
—Vivo cerca— no tan cerca —Ahora, podemos hablar todo lo que quieras, pero después de que me traigas mi desayuno. ¿Podrías hacerlo?— meneó la mano apuntando la cocina.
—Quiero que te marches— susurró. No le convenía que la escucharan hablando así.
—No lo haré— se encogió de hombros. El ruido adyacente en su cabeza se hacía cada vez más fuerte —Y como me dejes morir de hambre, te arrastro conmigo al cielo; a donde voy cuando muera— al menos era lo que esperaba.
—¿Qué quieres?— le dio un pequeño palmazo a la mesa.
—¿En un restaurante?— se encogió de hombros.
—Donde trabajo.
—No lo sabía hasta hace unos minutos.
—¿Y crees que te creo?— cruzó los brazos —Tú, con esta pinta de maniático que traes, ¡por favor!
—Oh, discúlpame por no tener un buen día— se frotó la cabeza adolorido —Vamos, tráeme mi comida... siento que me desvanezco— bajó el tono de su voz.
—Admite que esto no es una coincidencia.
—Veo la luz...
—¡Oye!
Dejándose llevar por el hambre y agotamiento, la cabeza de Jon cayó de golpe en la mesa con los ojos cerrados. Eribec, quien al principio estaba cerrada a tratar con él, le movió los hombros del susto. —Hey— le llamó abriéndole a fuerzas los ojos —Jon, ¿qué te pasa?— no tardó mucho en captar la atención de los demás empleados, no parecía que se estuviera haciendo, en serio se sentía mal. Ni siquiera se le veían las pupilas —¡Jon!
—¿Qué sucede?— el encargado de personal acudió a la mesa, el estado del hombre desmayado podría traerle problemas.
—No lo sé, estábamos hablando y de repente se desmayó— respondió la chica obviando algunos detalles —¡Jon!
—¿Se conocen?— era evidente que sí.
—No mucho.
—Disculpe, señor— le dio varios toques en la espalda.
—Pancakes, chocolate caliente y pastel— solicitó en voz baja, todavía tenía la cabeza apoyada en la mesa —Pake, choclo, pasel...— se le trabó la lengua.
—¿Ah?
—Está ordenando— dijo Eribec —Emh, ¡a partir de ahora yo me ocuparé de él! Somos amigos— se apuntó con el pulgar.
—Me extraña, dijiste que no se conocían tanto.
—Es que es medio rarito— rió anotando las órdenes en su libreta —Jon, si es verdad que te sientes mal, aguanta y no me metas en problemas— le habló al oído antes de irse con el encargado.
Eribec se fue, Jon, en cambio, volteó con dirección a la ventana. En su mente saboreaba el dulce y a la vez amargo sabor del chocolate.
Las demás empleadas susurraban sobre el cliente que antes hablaba con su compañera, mientras que la mujer servía el chocolate en una taza, las oía debatir acerca de su procedencia y de lo atractivo que era, pese a la expresión cansada que portaba, lo imaginaban como alguien interesante.
A ella le resultaba demasiado conveniente que se volvieran a ver, luego de que, por sus propias palabras, Jon expresara que tenía el presentimiento de que no sería la primera vez que se toparían.
El restaurante era nuevo a comparación de los demás, el dueño del local lo había comprado hace un año y no fue hasta unos pocos meses, que pudieron generar algo de clientela por sus famosos postres. Eribec sabía que Jon no era persona de ese tipo de lugares, después de todo, se lo encontró en la discoteca más popular de la ciudad, claro que frecuentaría sitios de ese estilo y que solo estaba allí para molestarla.
No obstante, ¿cómo la encontró?
Esa era una buena pregunta.
El cocinero terminó de preparar los panqueques, él sonó la campana avisándole a la mesera que la orden estaba lista. Ella los depositó en una bandeja junto a la rebanada de pastel de fresa y la taza de chocolate que consideró infantiles. Era usual que tipos tan bien vestidos como él, acompañaran sus pancakes con café ultra amargo.
—Estás mejor de lo que pensé— le dijo al hombre sirviéndole su pedido. Jon escondió el celular en cuanto escuchó su voz, él estaba revisando la información que le envió Asher.
—Tan bien que te traté anoche y mira el modo con el que me pagas— se quejó apuñalando los pobres panqueques con el tenedor —A ver qué pruebo primero— el pastel le parecía un gran dilema —Todo se ve bien, espero que sepa igual.
—Que lo disfrute— de ser por su mala gana, la taza de chocolate se le hubiera derramado en la camisa.
—Oye, espera. ¿A dónde vas?— se detuvo al escucharlo —Ven y siéntate conmigo.
—¿No ve que estoy trabajando?
—No estoy ciego— le dio un bocado al primer pancake —Oh, sabe bueno.
—No me interesa pasar tiempo con usted.
—«Usted»— sonrió —Me gusta cómo suena, aunque no pareces tú. Quítate el disfraz de cortés y siéntate. Tengo hambre, pero no muerdo.
—No es como si le tuviera miedo.
—No tienes por qué, menos como me veo— masculló comiendo —Me alegra saber que no olvidaste mi nombre, Eribec.
—Ni modo que olvide un nombre con tres letras, además, considerando la cantidad de veces que lo repetiste... Imposible.
—¿A qué hora termina tu turno?— le dio un trago al chocolate, era justo como se lo imaginaba: tan espeso, un poco amargo y tibio; sus papilas gustativas hicieron fiesta —Es el mejor chocolate que he probado— alzó el dedo pulgar con dirección a la cocina.
—¿Por qué quieres saber a qué hora termina mi turno?— dio media vuelta poniéndose enfrente de él sin quitar su posición de brazos cruzados.
—¿Por qué lo preguntas si sabes la respuesta?— arqueó la ceja.
—Después del trabajo tengo asuntos importantes qué atender, no puedo perder el tiempo tratando con desconocidos que se nota que no tienen nada que hacer, además de perseguir mujeres que no quieren perder el tiempo con ellos.
—No sé por qué presiento que hablas de mí— se puso la mano en el pecho —Qué dura.
—Adiós.
Sin prestarle atención, Jon continuó comiendo gustoso en lo que Eribec completaba su turno. La mujer no se podía concentrar con su presencia, no bien llevaba una orden cuando las miradas de ambos chocaban como si estuvieran conectadas. Él le parecía molesto, extraño, y muy poco confiable. El interés del hombre la inquietaba de tan solo recordar que se conocieron en un momento nada favorable.
Los segundos se convirtieron en minutos, los minutos en horas y las horas volaron, mientras que Jon observaba a la mujer trabajando sin parar y sin ningún tipo de descanso. Ella como mesera ejercía más trabajo físico que él como encargado de cinco negocios que iban desde discotecas a clubes.
Su dedicación le resultaba más interesante, esa era la vida de una persona que no logró lo que buscaba; se graduó hace cuatro meses de la universidad y ni siquiera ocupaba un empleo a la par de su carrera.
Ya cuando faltaba media hora para que se acabara su turno, el celular de Eribec comenzó a sonar con urgencia. Debido a la enfermedad de su mamá, ella no podía tenerlo en silencio, pues cualquier instante era valioso. Ella se marchó al baño desapareciendo del radar de Jon y dentro del mismo atendió la llamada con los latidos al millón:
—Sí, ¿hola?— la enfermera se encontraba detrás de la línea. La mujer de cuarenta y pico de años cuidaba a Lizzy desde el principio de su tratamiento.
—Hola, señora Pujols. Le llamo porque algo ha pasado con su madre— su tono la preocupó aún más.
—¿Qué sucedió? ¿Mamá está bien?
—Ella presentó algunas complicaciones, tenía la presión bastante alta, así que opté por llevarla al hospital; cuando le estaban haciendo unos estudios, le empezó a doler el pecho y se desmayó. Todavía no ha despertado.
—¡¿Qué?! ¡¿Por qué no me llamaste antes?!
—Lo siento, no creí que...
—¡¿Qué no creíste?!— por más que los médicos le dijeron que era muy poco probable que su mamá mejorara, Eribec se negaba a creerlo —Envíame la dirección, iré para allá.
La mujer salió a toda velocidad del baño, ella habló con el encargado del personal pidiéndole permiso para ausentarse en esos treinta minutos que faltaban. Jon que observaba su comportamiento, se levantó de la mesa dejando el pago de la cuenta.
Eribec entró rápida a los vestuarios y allí se cambió dejando el uniforme en su casillero, usando una camiseta amarilla junto a unos pantalones anchos, salió del local, seguida por el hombre, el cual tenía el presentimiento de que algo malo le pasaba:
—Oye— le llamó ubicándose a su lado, ella se paró en la cera esperando un taxi —¿Pasa algo?
—Ahora no— cortó sin siquiera dirigirle la mirada.
—¿Le sucedió algo malo a tu madre?
—Ump— no recordaba haberle hablado de ella, pero era lo de menos. Por cada segundo que pasaba, el imaginar un futuro en el que no tuviera a su mamá, provocaba que su corazón se comprimiera. Quería llorar, y, sin embargo, tenía que ser fuerte; debía serlo.
—Si quieres, puedo llevarte. Mi carro está justo allá— lo apuntó, Eribec se había preguntado de quién era el vehículo lujoso parado frente a su trabajo.
—¿En serio?— bajó las cejas. No era momento de sobre pensar su propuesta —Entonces vamos.
—Sí.
Eribec y Jon permanecieron en silencio por un largo trayecto, en lo que el hombre conducía, ella observaba su alrededor y no, en nada lucía como el auto de un delincuente acosador; era normal. En el espejo había un aromatizante colgado, los asientos eran rojos en el medio y negros a su alrededor y por raro que pareciera, se sentía segura al lado de un hombre que conoció golpeando a otro.
—¿Por qué...?— tal vez, su acompañante no era tan malo —¿Por qué peleabas con ese sujeto?— su respuesta la haría cambiar de opinión con respecto a su persona, o podía ser que no.
—Iba saliendo de la discoteca cuando ese tipo me dio un puñetazo, le dije que se detuviera y no quiso, no tuve de otra que defenderme— una verdad decorada que no dejaba de ser verdad —Al parecer, me echaba la culpa de que su novia le haya puesto los cuernos conmigo. No era como si supiera que la mujer estaba en una relación, nadie pregunta eso cuando está a punto de tener algo casual.
—Pobre hombre.
«Es claro que le tiene compasión porque se encuentra en el mismo papel de cornuda», pensó Jon.
—Sobre tu mamá, aunque no nos conozcamos lo suficiente, lamento por lo que estás pasando.
—¿Cómo sabes que ella está enferma?
—Lo dijiste en la discoteca, cuando le andabas reclamando al idiota que te engañó.
—Qué vergonzoso— se tapó el rostro con las manos —Estaba tan enojada que no me detuve a pensar en la escena tan vergonzosa que armé.
—No te aflijas por eso.
—Es sencillo para ti decirlo.
—Me conviene decir que sí— hizo una mueca.
Al paso de un rato, ellos llegaron al hospital.
Jon dejó a Eribec en la entrada, mientras que la chica caminaba rumbo a la habitación en la que se encontraba su madre, Jon estacionaba el vehículo en un buen lugar.
Lizzy, la mamá de la mujer, estaba estable después de sufrir una crisis. Ella dormía en el cuarto sin ánimos de despertar, a la vez que su hija la vigilaba a través de la ventana puesta en la puerta. Los médicos le dijeron que no podía entrar hasta que despertara, tendrían que ponerla en observación, ellos no se lo dijeron, pero a la paciente le quedaba poco de vida.
—Mamá— murmuró con la mano en la puerta, sus ojos estaban llenos de lágrimas. Una corazonada le indicaba que era cuestión de semanas para que falleciera, el problema es que dentro de su interior, también guardaba la esperanza de que se recuperase por obra mágica —¿Será que...?— quedó en silencio —No, eres fuerte, no me dejarás así.
—¿Qué te dijeron los médicos?— le preguntó Jon acercándose. Él encontró a Eribec con base en preguntas.
—Lo mismo de siempre— cerró los puños —Si-Siempre es lo mismo con ellos.
—¿Quieres que hable...?
—¿Para qué?— sonó la nariz —No te van a prestar atención, y si en el peor de los casos lo hacen, te dirán lo que he estado temiendo.
—Es duro perder a un ser querido. Perdí a mi mamá cuando tenía ocho años, al principio es doloroso— comentó con la vista colgada en la ventanilla —Sin embargo, con el pasar de las semanas te pones a pensar en lo que ese ser querido quería para ti. Apuesto que ella no quisiera verte triste.
—No puedo evitarlo— se estrujó los ojos —Mi mamá es lo único que tengo.
«Lo sé».
—No voy a decirte que tendrás que ser fuerte— la rodeó con el brazo —Eso lo sabes.
—No sé qué haré si le pasa algo— sin resistirlo más, las lágrimas que no le pasaban de los ojos, se le desbordaron en forma de cascadas. Jon la abrazó, quedando ella con la frente apoyada en su hombro, ahogando sus múltiples sollozos allí; en la camisa de alguien que conoció la noche anterior.
Eribec encontró más consuelo en los brazos de una persona que casi no conocía, que en gente como Ismael o Vielka, con los cuales compartió muchos años de su vida. Si de verdad Jon no la investigó, entonces sí estaban destinados a encontrarse.
—Disculpa por tratarte del modo en que lo hice— se separó pasándose las manos por el rostro, debía reponerse antes de que su mamá la viera. Eso si despertaba —No eres tan malo como supuse.
—No lo soy, por alguna razón siempre causo una mala impresión.
—La próxima vez evita moler a golpes a tu adversario. Uno o dos golpes se cataloga como defensa, ya el tercero es sadismo.
—¿Crees que me volveré a pelear con otro tipo?— arqueó la ceja.
—Puede ser, quién sabe si nos volvamos a cruzar de esa forma.
—Si es de vernos, podríamos hacerlo de una manera diferente.
Jon no planificó nada para el día, él prefería acompañar a Eribec en el hospital que pasársela en su apartamento o en alguno de sus negocios. A excepción de Asher, el hombre tampoco tenía tantos amigos; no porque no pudiera, no le faltaban los contactos, sino porque Jon era incapaz de conectar con las personas que lo rodeaban.
Él estaba ahí, sabía que Eribec sufría por lo de su madre, tal vez como sufrió cuando perdió a la suya. Sin embargo, a pesar de que evidentemente tenía una idea de cómo ella se sentía, no le importaba lo suficiente. Estaba aburrido, necesitaba algo de sazón en su vida y estaba con la mujer porque la misma podría ofrecerle algo diferente.
En cambio, Eribec era diferente. Ella se reprochaba por lo empática que era con los demás, incluso detuvo un pleito que no era suyo cuando vio a Jon golpeando a otra persona; no le importó meterse en problemas con tal de ayudar a alguien.
Mientras que al próximo sucesor del clan cena le valía nada sentir, la joven contable era todo lo contrario.
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