Capítulo 4
Mi alarma sonó en punto de las 4 am, he de admitir que yo no quería levantarme (no por flojera; era lo contrario, sino porque tenía muchas ganas de ir a casa de Trevor a estar con él), ya no me quedaban lágrimas pars llorar. Tenía que levantarme e irme a comer el mundo de un bocado (aunque eso significaba tener que irme a España por no-sé-cuánto-tiempo).
Entré a la ducha, sentía las gotas de agua caliente deslizarse suavemente por mi piel. Seguía haciendo mucho frío, tanto que sentí como si me congelara. Pero el agua que salía de la ducha me seguía manteniendo un poquito más caliente. Papá, tras preguntarme si estaba listo y solo darle una mirada gélida como respuesta, supo que no estaba listo para marcharme. ¡Nunca lo estaría! Nunca lo estuve…
Llegamos al aeropuerto internacional de Chicago, papá me compró un croissant con un chocolate caliente para desayunar; para tener algo en el estómago mientras viajaba en el avión. No derramé una sola lágrima cuando me despedí de él. En cuanto a mi mamá… Ella fue la de la idea de irme a España y de suspender el siguiente semestre y el año escolar. Toda mi vida escolar se había tirado al caño por ese estúpido viaje. Tampoco lloré por ella al despedirme con un cálido abrazo y un beso suyo en mi frente.
Luego pensé que Louis Gerald Train había desperdiciado la oportunidad de estudiar en Juilliard, gracias a que unos cazatalentos fueron a buscar nuevos talentos y lo encontraron a él. A lo mejor era un evento canónico en mi vida, tal vez y solo tal vez algo bueno saldría de ese estúpido viaje. Traté de pensar positivo. No tenía hermanos, bueno, sí… Pero ella y él eran mayores que yo por muchos años. Mi hermano Derek vivía en Rusia con su esposa e hijos, era diecisiete años mayor. No recuerdo haberlo conocido. Mi hermana Italia solo era quince años mayor que yo, sí recuerdo haber convivido más con Italia que con Derek. Lo curioso de todo era que Italia sí vivía en Italia. Tal vez podría llamarla para convivir con ella un rato. ¿Querría convivir con su hermanito menor con el que casi no convivió y la interacción más cercana que tuvimos ella y yo fue de cambiarme los pañales y darme de comer? Sí, ella de verdad querría recordar viejos tiempos.
Una película pasó por mi cabeza durante todo el trayecto en qué iba de la sala de espera al avión. Me despedí de papá (sin derramar una sola lágrima), me formé en la fila de espera y poco a poco fui avanzando para abordar el avión. ¿La buena noticia? Me tocó ir del lado de la ventana, mientras el avión despegaba, vi todo el pueblo de Itaville desde abajo. ¡Vaya que sí era un pueblo pequeño! Pero seguía ocupando un lugar muy grande en mi corazón. Y Trevor… ¡Oh, dulce Trevor! ¿Por qué diablos tuviste que tardar tanto tiempo en decirme todo lo que sentías por mí? Fue gracias a Nicole (y a su muy elaborado plan por parte de ella y él) que Trevor pudo confesarme todos sus sentimientos por mí. Muy en mi interior pensaba que era una perra, pero se lo agradecía por todo.
Dormí un rato poco tiempo después de que despegó el avión, considerando que me levanté muy temprano y la noche antes dormí hasta tarde, me sentí como que me lo merecía. Al llegar al aeropuerto en Madrid, busqué a mi familia que, prácticamente, tenía toda mi vida sin ver o saber algo de esa pequeña parte de mi familia. Literalmente, en otro continente. Para mi sorpresa, una muy extraña sorpresa, en realidad, me reconocieron al instante en el que me vieron.
—Tú debes ser Freddy, ¿verdad, cariño? —Aparentemente mi tía, Estíbaliz Urriaga, sí me había reconocido desde el segundo cero en que me vio llegar al aeropuerto de Madrid. Ya me esperaban—. Solo mírate, estás un poco más delgado que la foto que nos envió tu padre, pero eres idéntico al Fred de la foto. Claro que sí.
—¿Él es nuestro primo, mamá? —Mi primo Adrià, un joven de veintitantos años de edad, ojos verdes y piel tan blanca como la mía, me miraba fijamente. Al tiempo que hablaba con cierto tono de desdén en su voz. Era de la típica clase de chicos que te miran de arriba abajo. Inspeccionando toda mi persona y mi ser humano esperando que cometiera algún error—. Pues hola, ¿cómo estás? —de nuevo, Adrià habló con desdén en su voz y con su típico tono español.
—Siempre es un verdadero placer coincidir contigo en este tiempo de tu vida, Adrià —usé mi tono sarcástico. Si él no iba a respetarme, yo tampoco tenía por qué hacerlo, luego me dirigí a mi otro primo—. Tú debes ser Víctor, ¿me equivoco?
—Sí, tal como lo dices, el mismo —a diferencia de Adrià, Víctor sí me ofreció su mano para estrecharla—. ¿Cómo has estado, guapo?
—Ya, Víctor, se le va a subir a la cabeza y va a pensar que sí está guapo. Solo míralo, es un pobre diablo —¿cómo me llamó Adrià?—. ¿O miento? ¿Por qué otra razón vendría a vivir aquí a España?
—Cálmate y cállate, Adrià —¡gracias, tía Estíbaliz!—. Le hago un favor a mi prima, pero no te sientas mal, Freddy. Perdona a mi hijo, por favor, no sabe cuándo debería cerrar la boca. Eres bienvenido en nuestra casa —tal vez fue un comentario un poco pasivo-agresivo, pero no me quedaba de otra. Tenían razón, era un intruso en su familia. Solo me quedaba agradecerle a mi tía Estíbaliz. Por su hospitalidad y por recibirme.
—Disculpa a mi hermano, ¿quieres? No le gusta que la gente vaya de visita. Debiste haberlo visto cuando le hicimos una fiesta e invitamos a la gente que conocía; no fueron muchas personas, también es un maldito antisocial de mierda y la gente solo fue porque habría comida, y bebidas, gratis —Adrià se notaba incómodo por lo que Víctor me confesaba, ¿de verdad era así de antisocial o simplemente nadie quería hablarle?
—Entonces ¿lo típico es que se comporte como un idiota cuando hay más gente a su alrededor? —Le lancé una mirada furiosa a mi primo (al mayor, Víctor tenía mi edad, aproximadamente).
—Sí, debiste estar en esa fiesta, te juro que se puso como loco y quiso echar a la calle a toda la gente invitada —se acomodó un mechón de cabello rebelde que le cubría la frente.
—¿Quieres meterte en tus propios asuntos, Víctor? —Adrià, con actitud déspota, por fin se estaba metiendo en algo que, de hecho, sí le importaba. Pero ¿por qué rayos era tan grosero con su hermanito si Víctor me estaba tratando como él no lo hacía, como un verdadero ser humano?—. No disfruto de la compañía ajena y estar con este no era parte de mis planes.
—¡Relájense ya! —Mi adorada tía se metió, por fin, en la discusión; de hecho, se interpuso entre ambos—. Victor, deja ya de divulgar cosas privadas de tu hermano y ya basta con referirte a él como «este», se llama Freddy, Adrià.
—Yo no he empezado, mamá —Víctor encogió los hombros.
—Tienes razón, hermanito querido —creo que las cosas entre nosotros tres ya se estaban solucionando—. Quien realmente empezó todo fue Fred, al venir a un lugar en donde no fue invitado ni por error —eso fue un golpe bajo, querido Adrià.
—Ya basta, Adrià, última advertencia —juro que no sabía por qué me odiaba, yo no fui quien lo hizo ser un chico tan arrogante.
Adrià solo frunció el entrecejo y puso los ojos en blanco. El esposo de mi tía, el señor Adrián Voinescu, me ayudó a cargar las maletas desde el aeropuerto hasta el estacionamiento. Fue agradable pasar tiempo con mi familia, sobre todo porque no conocía esa parte de mi familia. Al parecer, mi tía Estíbaliz Urriaga, era mi tía segunda y mis primos eran, también, primos segundos. No estoy diciendo mentiras al contar que Adrià me trató bastante mal. No era mi culpa que él fuera tan antipático socialmente o algo así.
Por desgracia, y para colmo, me tocó sentarme en medio de mis dos primos, porque a ambos les gustaba estar sentados en la ventana. ¿Quién era yo para negarme a darles ese gusto que tenían? Quiero decir: ni siquiera me conocen del todo y ya sería suficiente si les quitara el gusto de sentarse en la ventana. Mis dedos chocaron, en una ocasión al pasar un tope, con los dedos de Adrià e inmediatamente quiso limpiarlos como si yo fuera a contagiarlo de alguna grave enfermedad o como si estuviéramos en la pandemia en la que estuvimos un par de años atrás.
Llegamos a una zona residencial con casas del tamaño de la casa de mi novio, Trevor Bonneville. Por seguridad, le pidieron al señor Adrián Voinescu los papeles del auto y su licencia de conducir; solo les entregó la licencia.
—Él es mi sobrino, Fred Rummage, estará viviendo con nuestra familia los siguientes seis meses. Aunque igual pueden ser años —me ahogué con mi propia saliva y me dio un ataque de tos; uno muy severo.
—¿Dijiste que podría quedarme por años? —No soportaría la idea de vivir en el mismo techo que Adrià y Víctor por más de seis meses. De ninguna manera estaba en mis planes, necesitaba volver a Itaville—. Mi vuelo es redondo y no tengo ni los papeles ni el permiso de estar en esta familia por mucho tiempo más que sean esos seis meses.
—Sí tienes todo para vivir en nuestra casa, con nuestra familia, cretino —como ya era costumbre, Adrià y sus comentarios tan poco acertados—. Por algo estoy tan molesto, no tendré ni un poco de privacidad por los próximos diez años.
—¿Cuántos años dijiste? —Adrià repitió que diez años son los que estaría en esa casa del horror—. No creo que me pueda quedar tantos años, y menos con ustedes, apenas supe de su existencia.
—Somos familia, Fred —replicó mi tía Estíbaliz—. No te preocupes por Adrià. En dos segundos te amará como ama a Víctor —hubo quejas por parte de ambos. Adrià negaba amar a Víctor y este último negaba que su hermano sentía algo de afecto por él. ¡Qué extraña familia, por Dios!
—Tía, estoy seguro de que cometes un gravísimo error al aceptarme aquí —pensé en Trevor Bonneville, Caroline, Elizabeth, Alison y Nicole; no podía separarme ni de mis amigas ni de mi novio por tanto tiempo—. No conozco a nadie que esté aquí adentro de este auto, así que no creo que esto sea cierto.
—Cariño, ¿le comentaste acerca de lo que ya sabemos? —Mi curiosidad me invadió la mente y pregunté qué era eso que yo no podía saber; quizá hasta era la razón por la que viajaba a España por tantos años, ¡10 años!—. Lo siento, Fred, no te puedo contar. Le prometimos a tu mamá que no diríamos ni una sola palabra, si lo quieres escuchar, será ella quién te lo dirá.
—Carajo —susurré, creí que nadie me había escuchado, pero Adrià me golpeó con el codo.
—En esta familia no toleramos las groserías, palabras subidas de tono, la altanería, gente que se crea déspota ni comentarios fuera de lugar —Adrià me estaba susurrando; era increíble que ni siquiera Víctor lo escuchara—. Dame £10.⁰⁰ y olvidaré el asunto.
—¿O qué? —Lo desafié—. Tía, ¿hay algún problema si susurré la palabra «carajo» en el momento que me dijo el señor Adrián Voinescu que no pueden contarme nada acerca de por qué vine desde Estados Unidos hasta aquí por tantos años? —todo el mundo dentro del auto soltó una fuerte carcajada sonora que parecía se escucharía hasta fuera del auto. Todo el mundo menos Adrià, él estuvo serio.
Adrià hizo una mueca de desagrado mezclada con molestia y apretó los labios.
—Creo que no pasó nada realmente, Adri, pobrecito de ti. Perdiste y no puedes hacer nada para que te dé £10.⁰⁰ —me encogí de hombros, asumiendo la victoria.
—Ganaste la batalla, mas no la guerra, cari —¿qué me dijo este animal? En seguida se colocó la mano en su boca y abrió los ojos de par en par.
—¿Perdón? —Me pidió que cerrara la boca y que era mejor olvidarme de ese asunto.
Apenas llegamos a la casa, Adrià se dispuso a correr directo a su habitación, ni siquiera me ayudó con mi equipaje; 3 maletas.
—Creo que lleva algo de prisa ese idiota.
—¡Víctor! —Mi tía lo reprendió—. Ese lenguaje, estoy segura de que no te eduqué para que insultaras así a tu hermano. Cuando sea la hora de la cena, te disculparás con él.
—¿Por qué? —Víctor parecía incómodo, al parecer, no le gustaba que lo regañaran frente a otros invitados (en este caso, yo).
—¡PORQUE YO LO DIGO! —Su esposo, Víctor y yo, nos quedamos con la boca abierta, parecía que nuestras mandíbulas tocarían el piso en cualquier momento. Fue un momento tan incómodo—. Freddy, cariño, disculpa lo que acabas de presenciar. Adrián, Víctor, llévense las maletas de Freddy, ¿quieren? Es una orden.
—De hecho, yo puedo… —Estíbaliz me interrumpió, diciéndome que sí era necesario que ellos se llevaran mis maletas, y después de ver cómo le gritaba a Víctor, decidí no protestar—. Sí, soy el invitado y merezco que me ayuden, aunque sea un poquito.
—Ya oyeron a mi sobrino, muévanse —gritó mi tía y su esposo junto con mi primo, recogieron mis maletas y entraron a la casa.
La casa en cuestión era un poco más pequeña que la mansión de la familia Bonneville. Esa mansión era enorme y la casa de mi tía Estíbaliz parecía que era un cuarto de la mansión de la familia Bonneville. Me sorprendí mucho, de igual forma, era más grande que la que fue mi casa.
Entre las familias Bonneville, Voinescu y Rummage, la familia Rummage era la más pobre de las 3. Ni siquiera tenía mi propio automóvil; aunque sí sabía conducir (papá me enseñó, en su auto).
Igualmente, me mataba por dentro pensar en lo que me había dicho ese animal que se hacía llamar mi primo. Adrià Voinescu Urriaga. ¿Quién se creía? ¿Por qué me dijo «cari» e inmediatamente se calló la boca? No estaba enamorado de mí o algo así, ¿verdad? No podía ser posible, para empezar, se suponía que él tenía novia; Víctor también tenía novia. Yo era la única oveja arco iris de la familia (incluyendo la familia lejana, o que no tenía el gusto de conocer). Hablando de eso, ¿cuánta familia había que no conocía todavía?
Para colmo de mis males, mi habitación estaba justo a un lado que la de mi odioso primo Adrià. Ni siquiera nos acompañó a cenar, no se despidió de nadie al irse a dormir. No hizo nada. No sabía si iba a cepillarse los dientes siquiera (esto porque, en la casa de mi tía, había un baño en cada habitación; incluida en la de huéspedes). ¿Qué hice yo para ser merecedor del odio y el repudio de mi primo?
Durante la noche, tras despedirme de mi tía, Víctor y Adrián, me fui a dormir. Estaba durmiendo tan plácidamente que me olvidé de todo lo que había pasado, sin olvidarme de que no había podido charlar con Trevor ya que 1.- No tenía redes sociodigitales y 2.- No contaba con un plan de llamadas y mensajes que tuviera llamadas de un continente a otro. Tal vez toda la historia que tuve con Trevor resultó ser un sueño y desperté hasta el día en que me fui a España.
Pero, de repente, tuve la necesidad de despertarme. Algo no iba bien, sentí como una caricia en mi pierna derecha. ¿Un insecto? Probablemente, es por eso que no le di tanta importancia al momento.
Pero me seguía sintiendo observado, ¿quién era? ¿Qué quería?
A tientas, busqué el interruptor de la luz el cual, para mi buena suerte, estaba justo a un lado de la cabecera de la cama. Y encendí la luz.
Hubiera sido bueno que hubiera habido luz en mi habitación, pero lastimosamente no hubo electricidad ¿Un apagón? Posiblemente. «—Perfecto —pensé—, estamos sin electricidad y no me quiero levantar porque me aterra la oscuridad. ¿Y si hay alguien esperando el momento para atacarme y luego matarme? Ni modo, ahí te voy, San Pedro». Lo mejor hubiera sido levantarme y pelear por mi vida, lo cierto es que no sabía pelear, de verdad me aterraba la oscuridad, y si me moría o algo me pasaba, la familia de mi tía abriría una carpeta de investigación para saber qué era lo que de verdad me había pasado. No me preocupé mucho y decidí volver a dormir.
Tal vez hubo un apagón en medio de la madrugada y hubiera sido esa la razón por la que mi teléfono móvil no se cargó completamente, pero, cuando desperté, sí estaba cargado al cien por ciento e incluso pensé que mi celular estaba a punto de dejar de funcionar (por lo menos la batería sí hubiera dejado de funcionar y no creía que esa parte de la familia fuera tan buena como para comprarme un nuevo teléfono móvil; así que procuré cuidarlo más). Pero entonces ¿qué pasó realmente? ¿En serio iba a pensar que un asesino loco quitó el foco para que no pudiera encender la luz y que, de esta forma, yo pensara que, de hecho, hubo un apagón. Aunque, a decir verdad, pensé que era un apagón y era de lo más común en esa casa. Me costó un poco de trabajo acostumbrarme al cambio de horario, pero pude hacerlo sin mayor complicación y dormí como un bebé.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, solté la bomba de lo que había pasado anoche:
—Tía Estíbaliz —la llamé, atrayendo la mirada de toda la gente presente, me puse nervioso. Ella me pidió que solo la llamara «Estíbaliz» y me olvidara de su título—. Bien, Estíbaliz, ¿sabes si hubo un apagón anoche como a eso de las dos y media de la madrugada?
—No, cariño —respondió con un dejo de temor en su voz, ¿qué me ocultaban?—. Adrián, Adrià, Víctor, ¿ustedes saben algo al respecto, muchachos?
—No, mamá, pero ¿no es el cuarto donde descuartizaron, mutilaron y violaron a su anterior dueña? —Solté un respingo por el comentario de Adrià—. Tal vez sea su fantasma que busca venganza, Fred, quizá por eso es la habitación de huéspedes. Just saying!
—¡Suficiente, Adrià! —Al parecer, a mi odioso primo le encantaba molestar a mi tía—. Ya deja de intentar asustar a tu primo, ¿quieres? ¿Qué va a pensar de nuestra familia?
—Que piense y diga lo que quiera, a mí me da igual, honestamente —encogió los hombros con suficiencia—. Él no es quien nos da de comer, por lo tanto, me da igual, mamá.
—Pero a mí no, lo que diga sí importa —se volvía cada vez más y más incómodo, no debí haber abierto la bocota, mejor me hubiera callado y ya—. Nadie murió aquí y nadie morirá ni ahora ni nunca.
—Excepto por Adrià si sigue sin callarse el hocico —Estíbaliz soltó un golpe muy sonoro en la mesa, haciendo temblar los vasos; derramando algo de líquido (café, jugo o leche), los platos y los cubiertos que estaban en la mesa mientras desayunábamos—. No puedes regañarme, porque sabes que digo la verdad, madre.
—Odio admitirlo, pero tiene razón, Liz —Adrián, su esposo, ¡por fin habló!—. Tiene razón en cuanto Adrià no sabe cerrar la boca. Nunca lo ha podido hacer desde niño y lo sabes bien.
—Lo siento, primo, pero me gusta asustarte y ni siquiera me agradas del todo —¿fue mi culpa? ¿Algo que dije o algo que hice?—. No te lo tomes tan personal, no sé si te dijeron, yo detesto a todo el mundo.
—Al menos se disculpó, mamá —Víctor gesticuló las palabras «te lo dije» una vez que volteé a verlo—. Ya lo oímos, ¿será esto como una especie de milagro y me veré en la necesidad de pedirle al cielo un deseo por lo que acaba de pasar? ¿De verdad te habéis disculpado, Adrià?
—Ya —Adrià se resignó y llevó sus cubiertos al fregadero, dando por terminado su desayuno—. Con permiso, tengo algo más importante que hacer, como ir al instituto, no te vendría mal darte prisa, Víctor.
—Un segundo, gruñón, solo termino mis huevos y me iré contigo. ¿Sí me habéis escuchado o tendré que tomar el autobús? —Víctor seguía tocando sus huevos con el tenedor y los llevaba a su boca, de una manera especialmente lenta. Debí suponer que así era la relación de hermanos que tenían Adrià y Víctor.
—Tía —llamé a Estíbaliz—. ¿Qué voy a hacer hoy?
—Me alegra mucho que lo hayas preguntado, Fred —pasó sus manos por su suave cabello; liso y sensual—. Tal vez no te lo dije, Adrià, pero tu tarea será llevar a Víctor y a Fred; tu primo, a la escuela. Lo he inscrito en la misma escuela que a vosotros.
—¡Dios, mamá! ¿Lo dices en serio? —Estíbaliz le dijo que sí con un tono soberbio—. Sigue en pijama, por Dios. Me niego a llevarlo al colegio si no se da prisa.
—No es mi pijama, es mi ropa casual —¿podía ser esto más humillante de lo que ya era?
—¿Lo ves? Ni siquiera es su ropa casual, acaba de decir que sigue en pijama —definitivamente, Adrià estaba tergiversando lo que yo le había dicho—. ¿Quieres ir a ponerte otra ropa o tengo que ir a llevarte a tu dormitorio, como si fueras un bebé, y escoger la ropa por ti?
—Seguro, eso te gustaría, primo —puse los ojos en blanco tras su comentario—. Mi comentario fue en referencia de que no te gusta lo que llevo puesto.
—¡Porque llevas puesto el pijama! Se hace tarde, ¿te irás a cambiar de atuendo sí o no?
—Ya voy, tontín —¿le molestó que lo llamara así? Demasiado, ¿me importó? Ni un poco—. Ya voy, gruñón.
Decidí llevar puesto algo similar a lo que me llevé el último día que vi a Trevor; una camisa de manga corta de color blanco, jeans superajustados color negro, tenis blancos y unas gafas de sol.
—¿Sabes que vas a un colegio privado y es necesario usar uniforme? Me gusta el look, pero vuelve a cambiarte, por favor —Estíbaliz se ahogó con una risa de insuficiencia.
Refunfuñando, volví a mi habitación a buscar mi uniforme. En Red Moon y en Apple White era lo mismo. Usábamos y usaban uniformes superelegantes, lo cual era irritante y me resultaba asqueroso. Pero asqueroso en el sentido en que se nos imponía usar prendas de ropa que nos hicieran lucir como si fuésemos a tomar té con la Reina. ¿Por qué existen los uniformes? ¿Por qué no nos dejan ir como quisiéramos ir al colegio? Yo sé que el punto de llevar uniforme puesto es que no sea tan notoria la posición económica que tienes.
—¿Así estoy bien? —Pasé mis manos de arriba abajo, por todo mi traje que fungía como uniforme—. ¿O me falta algo más?
—Sí —Adrià respondió secamente—. Ven aquí —y me acerqué hacia él con sumo cuidado.
Adrià tomó una corbata de su armario y comenzó a atarla en mi cuello; hubiera sido un momento muy romántico si no se tratara de mi primo segundo, y al final optó por atarme la corbata al cuello, su único requisito fue abotonarme el primer botón de mi camisa blanca.
—Y ya estás, luces bastante galán, ¿eh? —Me tiró un cumplido que no sabía cómo recibir, me puse muy nervioso cuando nos miramos a los ojos—. Espero que consigas a una chica que te guste hoy, ya verás que sí podrás.
—¿Chica? ¿Te gustaría que consiguiera una novia? Qué educado y gracioso eres, por Dios —pregunté, y tras escuchar su afirmación, añadí:—. Lo siento mucho, pero me gustan los chicos y se supone que tengo novio. No hemos hablado, no es fan de tener redes sociodigitales y no puedo llamarlo desde aquí.
—¿Ya intentaste por…
—No tiene WhatsApp, como ya te dije: no es fan de tener redes sociodigitales y eso incluye WhatsApp, Facebook Instagram, Skype, X, Snapchat, Telegram; es enemigo de estar atento al móvil todo el día esperando la aprobación de todo el mundo por una foto o un post. Y apuesto que ni siquiera le da una leída a su e-mail de vez en cuando, lo cual tampoco sería de mucha ayuda, porque no tengo registrado su e-mail.
—¿Puedo saber el nombre del susodicho?
—Sí, claro —confiaba en él, porque Adrià me dio la confianza de poder hacerlo—. Su nombre es Trevor Bonneville. Es un chico sumamente hermoso, es maravilloso, simplemente es la mejor persona del mundo. El día del baile de invierno, me dijo todo lo que sentía por mí y debí aprovecharlo un poco más.
—La forma en que lo describes es como un ciego describiría al mundo tras verlo por primera vez —era cierto—. He de creer que llevas cargando estos sentimientos por años y años, ¿no es cierto? ¿Cuántos años lleváis enamorado de ese tal Trevor Bonneville, Fred?
—Muchos y la historia es muy larga, pero ya es tarde y tenemos que irnos al colegio —lo cierto es que tampoco le tenía tanta confianza para contarle cómo había sido mi romance y la forma en que me enamoré de él.
—Os he traído sus bolsas, chicos —Estíbaliz entró en la habitación justo en el momento preciso—. Las habéis olvidado y ya es un poco tarde para que sigan aquí, tienen que ir al colegio y este abre sus puertas en quince minutos.
—¿En quince minutos dijiste? —no me creía que fuera a llegar tarde en mi primer día. Corrimos hasta el garage, donde se encontraban sus autos.
—Suerte en el cole, Freddy —gritó mi tía desde el porche de la casa, mientras nos veía a Víctor, Adrià y a mí. Se despidió con la mano, no sin antes mencionar:—. Te irá bien con las chicas, a no ser que hayas dejado a una loca enamorada en Itaville —se dio la media vuelta y volvió a su casa, donde se daría una ducha caliente y se alistaría para ir al trabajo.
—¿El colegio está muy alejado de esta zona? —Mi corazón palpitaba a mil por hora, me sentía nervioso pero tranquilo, era mi segundo día en España y ya tenía que ir al colegio. Sí estaría ahí por un largo tiempo—. Por Jesús, José y María, no llegaré a tiempo.
—Tranquilo, Freddy, nuestro colegio está literalmente a un par de calles saliendo del condominio residencial —Víctor me caía mucho mejor que el cretino de Adrià; aunque tuvo puntos por transpirarme confianza y atarme bien la corbata al cuello—. Podríamos haberos ido a pie, pero ya es un poco tarde y a Gruñón le interesa mucho la puntualidad.
—¿A quién le dices de esa manera, Víctor? —Pregunté, susurrando, con temor a su respuesta.
—¿A quién más le diría «Tontín o Gruñón»?, ¿eh? —Víctor solo me sonrió y entró al auto.
—Idiota —masculló Adrià, yo no dije nada, me asustaba bastante, y entré al auto.
Literalmente fueron cinco minutos lo que tardamos en llegar de la casa de la familia Voinescu Urriaga al colegio extremadamente religioso en el que terminaría de estudiar. Adiós al Colegio Red Moon y a Itaville, adiós a Trevor Bonneville y adiós a todas mis amigas y amigos que hice en mi estancia allá. Pero hola al Colegio George Henry, a mis familiares europeos y a una nueva vida.
El Colegio George Henry era un Colegio sumamente cristiano; con estatuillas e imágenes de Jesús adonde quiera que mirara. Me preguntaba por un instante si debí cargar mi propia Biblia, pero eso no fue necesario en absoluto.
—Os dejo por aquí, chicos, tengan un excelente día y hagan sus tareas, pongan atención y todo eso —no nos dio tiempo de responderle a mi primo, subió la ventanilla y se fue a su instituto.
—Él es así, un segundo es un idiota y al siguiente es la persona más amable que hayas conocido jamás —Víctor rio por lo bajo y se acomodó su bolsa en el hombro.
—¿Sabes dónde está el salón A922? —pregunté, haciendo caso omiso de su comentario.
—¡Auch! Te toca un poco lejos, primo —a mis espaldas, había una serie de edificios, ordenados alfabéticamente, y de unos quince pisos cada uno—. El edificio A está justamente detrás de ti y tienes que subir unos nueve pisos.
—¿A pie?
—No, puedes irte de rodillas si quieres —hice una pregunta un poquito tonta, por eso sí fui merecedor del sarcasmo de Víctor—. Estoy jugando, los primeros diez edificios no tienen ascensor. Es a partir del undécimo edificio que tienen ascensor. Yo no fui el arquitecto que construyó esta basura, así que no me mires así que ni es mi culpa.
—¿A partir de la letra K hay ascensor?
—Casi, es desde la J, porque sí contamos con la Ch y doble ele.
—Deséame suerte —eché a correr y subía los peldaños de las escaleras de dos en dos (mala idea, porque, al llegar al piso cinco, ya estaba muriéndone de cansancio y sin una botella de agua para hidratarme).
Me detenía cada cierto tiempo para respirar, y una vez recobrada la compostura, volvía a subir los peldaños, casi saltaba. No debí quedarme tanto tiempo en compañía de mis primos.
—¿Primer día?
—Sí y ya estoy harto de tantas escaleras, ¿por qué no pueden poner ascensores desde la letra A hasta la letra Z? Dios mío —me detuve y comencé a jadear por todo el esfuerzo físico que hice—. Soy Fred, Fred Rummage, mucho gusto —hablé en español, sí, yo era bilingüe. Le extendí la mano a modo de saludo.
—Y yo soy Alfredo Arriaga —tomó mi mano y la sacudió un par de veces, correspondiendo el saludo—. ¿Por qué tu acento no es europeo? Me refiero a ¿por qué no hablas como si vinieras de Londres?
—Tal vez se deba a que no vengo de Londres, de hecho, vengo de Estados Unidos —suspiré, ¿fue por cansancio o por recordar todo lo que dejé atrás?—. Tuve que aprender español antes de venir hasta acá.
—Entiendo, ¿a dónde te diriges?
—Al noveno piso, mi clase es en el salón 922 —me inspiró confianza.
—Igual que la mía, ven; podemos llegar y sentarnos juntos, si quieres. ¿Qué opinas al respecto, Fred? Eso estaría muy bien, creo —¿estaba Alfredo coqueteando conmigo?
—¡Que me encantaría poder estar contigo! Y gracias, en serio —too much!—. O sea que sí estaría bien que podamos llegar juntos y sentarnos uno al lado del otro, a eso me refería.
—Eso espero, no me gustaría nada que fueras de esos homosexuales tóxicos y acosadores que se enamoran o piensan que alguien está flirteando con ellos solo porque son amables —un comentario largo pero débil y no tan fuera de lugar como yo lo esperaba; aunque sí, no tenía la necesidad decirme eso.
—Sigo sin encontrar la necesidad de que mencionaras eso, pero está bien. No importa en absoluto —hablé con sinceridad—. Se hace tarde, vámonos y me vas contando cosas sobre ti.
—Yo no tengo nada que contarte, quien me va a contar sobre sí mismo es otro —estaba refiriéndose a mí, lo sé. Ya caminábamos directo a la clase de Historia—. Así que, te hablaré en tu idioma para que me entiendas un poco: “be my guest”.
Comencé a hablarle en inglés, porque ese comentario no fue tanto de mi agrado, pudo haberme dicho otra cosa y no hubiera habido ningún problema. Pero eso de «te hablaré en tu idioma para que me entiendas un poco», fue muy del asco. No tuvo necesidad alguna de decirlo.
—Ya basta, tampoco es como que sepa tanto inglés, ¿sabes? Pero mejor sí te contaré algo sobre la escuela y las clases, creo que son cosas que no sabes aún y necesitas saber. No vaya a ser la de malas que te hagan una novatada en tu primer día, sígueme —nos pusimos en marcha para llegar al aula antes que nadie.
Sí llegamos al aula antes que casi nadie, a Alfredo le llegaban preguntas como si yo era el chico nuevo o si me iba a hacer mi primera novatada, no hice mucho caso a los distintos comentarios que los chicos hacían. Boys always be boys. Tal vez era eso, sentían nervios de que hubiera llegado alguien nuevo a las clases a mitad de curso.
—Por lo que veo, eres bastante popular aquí, ¿no es cierto, Alfredo?
—Solo un poquito, prefiero mantener un perfil bajo —nos sentamos uno al lado del otro—. Ser popu no es tan bueno, la gente suele inventar chismes y quedas tachado por toda la comunidad estudiantil y por el profesorado. Ya me entenderás cuando haga falta.
—Veo que ya conociste a Alfred, yo soy Natalya, puedes decirme Nat o Nataly. Como quieras, no tengo tema alguno con ello —una chica, muy hermosa, se sentó justo a un lado de Alfredo; ¿serían ella y él mis nuevas amistades en ese colegio?
—Dulce Natalya, ¿qué tal tus vacaciones de invierno? ¿Santa te trajo algún regalo este año o decidió que para las perras no había regalías por ser lo que son? Dime —abrí la boca para hablar.
—Solo me tienes envidia de que yo sí soy bonita y tú no lo eres, ¿verdad que sí, Alfred? Ahora tú dime —al parecer esa era su manera de comunicarse entre sí; con base en insultos—. Descuida, este imbécil es como mi hermano y no hay problema si él me llama como me acaba de llamar; pero tú tienes prohibido llamarme así o de cualquier forma despectiva. ¿Me oíste, chico que no sé su nombre aún? Espero que sí —¿fue una invitación para recordarle mi nombre?
—Soy Fred Rummage, puedes decirme “Freddy”, solo si te gustaría hacerlo —sonreí, muy nervioso, ¿sentí nervios por Alfredo o por Nat?
—¿Cuál es tu orientación sexual, Fred Rummage? —Alfredo solo puso los ojos en blanco—. ¿Qué? Necesito saber si es hermana o si será el próximo deportista carente de sentido común. Ya tenemos uno, su nombre es Max, pero hay que saber con qué clase de espécimen contamos, Alfred.
—De hecho, soy gay. Soy hermana, como tú acabas de catalogar a los chicos homosexuales —eso pareció ser del agrado de Nat, porque solo sonrió y me dio la bienvenida al Colegio George Henry.
—Solo me gusta estar con chicos homosexuales, me siento más cómoda, ¿sabes? —¿Alfredo también era homosexual? No lo creía, se veía tan heterosexual, hasta el momento en que llegó Nat y salió a relucir su homosexualidad. De igual forma, me sorprendió mucho.
—¿Alfredo es…
—Sí, es gay, igual que tú. Es hermana, pero no tan hermana, creo que sabes a lo que me refiero —no tenía ni idea de qué hablaba Natalya. No sé su necesidad de decir aquello, pero ella debió saber por qué lo dijo y creyó que era lo correcto. Solo sonreí—. Estoy feliz, solo me junto con homosexuales.
—Lo sabemos, ya lo dijiste —Alfredo le sostuvo la mirada durante lo que pareció ser una eternidad; ese era su lenguaje secreto, con la mirada podían decirse mil cosas sin usar palabras.
—¿Saben quién es el dichoso profesor? Yo no tengo idea de quién podría ser —pregunté, con un atisbo de nerviosismo en mi voz—. ¿Hay algo que tenga que saber al respecto sobre él?
—Es joven, sus clases son superdinámicas, y básicamente, todo el mundo aquí lo queremos mucho —me contestó Nat con voz relajada y tierna—. Te va a agradar mucho, descuida.
—Además de ser superguapo, olvidaste ese pequeño detalle, ¿o no, Nat? Diente que no es verdad —ay, Alfredo, ¿por que eras así?—. Él es mi novio, pero no lo sabe aún.
—¿Quién es tu novio, Alfredo? ¿Ya lo conocemos? ¿O es algún otro al que le vas a pegar una de tus múltiples enfermedades de transmisión sexual con las que vives?, ¿eh? Qué risa —un chico, al que Natalya denominó como «un deportista carente de sentido común», le soltó todo el veneno que pudo solo pasar junto a él.
—¿A ti qué te importa, Max? —Natalya se posicionó entre aquel chico de ojos verdes, y cabello castaño (Max), y Alfredo—. ¿Por qué no te vas a ser un idiota en el gimnasio, más específicamente, en la cancha de baloncesto, eh? —el profesor llegó de repente y todo el mundo decidió saludarlo de forma alegre; bastante alegre, el profesor amaba dar clase y el alumnado amaban tomar clase con él.
—Tengo clase, boba. Búscate un insulto un poquito más congruente la próxima vez que quieras insultarme, ¿quieres? Yo me largo —pasó musitando una serie de insultos a la pobre Nat, pero se detuvo a mi lado—. En cuanto a ti, fíjate con quién vas a estar, no te conviene estar con la gentuza con la que estabas hablando. No me gustaría ser amigo de la zorrita del colegio y del sidoso.
—Sí, mañana me sentaré en otro lugar, gracias por tu consejo, hermano —como platos, Natalya y Alfredo, abrieron los ojos y la boca de par en par, ¿hice mal? ¿No debí decir eso? Lo cierto fue que entré en pánico y no supe qué hacer o qué decir después de que Max insultara de manera muy agresiva a Nat y a Alfredo.
La clase transcurrió con total tranquilidad, el profesor Armando Becerril notó que yo era el chico nuevo y me pidió que me presentara ante el grupo entero. Así lo hice, no tuve ningún inconveniente. Llamé la atención de varios chicos y varias chicas al decir que yo era originario del continente americano, aprendí español cuando era más chiquito y lo perfeccioné un par de meses antes de llegar a España. Era el chico nuevo y veía que todo el mundo, de repente, querían sentarse conmigo a la hora del almuerzo.
—¿Te sentarás con Nat y conmigo o te irás con Max y su grupito, con Dafne y su grupo o con Brandon y su grupo de tontos? —Alfredo me tomó por los hombros, sin esperarlo, y me soltó la pregunta.
—¿Estoy invitado a estar en tantos grupos como tú acabas de confirmar? Qué privilegio —le solté la pregunta, sin esperar una respuesta inmediata de parte suya.
—Por supuesto que estás invitado en nuestro grupo para almorzar juntos, Fred —Max pasó su brazo por mis hombros y empezó a conducirme hacia el aula (y edificio) donde tenía otra clase.
—¡Ey, Max, yo lo vi primero! Aléjate —me sentí ofendido, sobre todo, porque me veían como un objeto.
—No soy un objeto para decidir con quién estar o no —intenté solucionar el problema—. Por favor, hay que calmarnos.
—Todavía falta una clase más para que, después de dicha clase, sea la hora del almuerzo. Tienes tiempo para pensar con quién quieres estar. Pero tranquila que no es una competencia, mujer —Max le habló a Dafne—. Solo que m yo tendría cuidado si fuera tú, ¿estar con Alfredo Arriaga y con Natalya Villalobos? Yo lo catalogaría como «no apto, no permitido, tu vida corre riesgo».
—¿Mi vida en verdad corre riesgo si estoy con Natalya Villalobos y Alfredo Arriaga? No puede ser tan malo, en verdad —pregunté con tono reflexivo en mi voz.
—Pues yo no estaría con la zorrita y el sidoso del Colegio George Henry. Solo es un consejo —Laura, una chica nueva en el grupo de gente que se reunió a mí alrededor, habló con su típico acento español. Definitivamente odiaba a España junto con sus españolas y españoles.
—¿Por qué dicen todo eso de Natalya y de Alfredo? —Max empezó a contarnos la historia de cómo en la fiesta de Jessica García, Alfredo se enredó con un chico, terminaron teniendo sexo en la piscina sin protección (esto porque, supuestamente, Alfredo le dijo a Daniel; nombre del otro chico, que era virgen), a los dos meses se fue a hacer una prueba de VIH y salió positiva. Desde entonces, todo el mundo tiene la certeza de que Alfredo contagió a Daniel.
—Es por eso, mi querido amigo, que no te conviene estar con Alfredo Arriaga —Max sonrió después de contar su historia—. ¿Hay algo más que se te ofrezca saber?
—Sí, sí lo hay, ¿por qué a Natalya Villalobos dicen que es la zorrita del Colegio George Henry?
—Vale que yo os explico, tío —Laura se dirigió hacia mí—. En la fiesta de Arturo Cortés, ella fue en un plan de que «¿por qué me habéis invitado, si yo no soy vuestra amiga, joder?»; haciéndose la mosca muerta. Recuerdo bien que la tipa solo se había bebido una copa de vodka y se ha quitado la blusa, la ha aventado y se ha subido a bailar en la mesa con sus tacones y una minifalda; recuerda que la parte de arriba estaba descubierta, salvo por su sostén. A todos los que estaban en la fiesta les pareció de lo más vulgar. Además de que está el hecho de que se puso a liarse con otra compañera que estuvo en la fiesta y se ha follado a su exnovio. El tipo la ha dejado por no ser más que una zorrita.
—¿Y eso es algo malo? ¿No es lo que todo el mundo hace cuando tienes un par de copas encima? —Max solo empezó a reírse por lo bajo, cubriendo su boca con su mano derecha.
—Solo se había tomado un vodka con soda, ella no se respeta, esa tipeja es una golfa de lo peor —había odio en sus palabras—. Venga, que te lo he dicho yo, cariño. Todo el mundo en el cole la ve como si fuera una cualquiera.
—¿Ha hecho otras cosas además de ponerse ebria frente a todas y todos vosotros en el colegio?
—Es que eso ha sido suficiente, tío, todo el colegio la ha tildado de ser una zorra. Y ella no lo niega —lo de Alfredo sí era grave (considerando que Daniel era virgen), pero lo de Natalya era algo estúpido; solo se ha emborrachado y ya, su único pecado—. Tenéis que decidir bien con quién vas a estar el resto del semestre, espero tengáis una respuesta a la hora del almuerzo.
Mi siguiente clase era de matemáticas, compartía clases con la mayoría de la gente con la que estuve en la clase anterior; pero faltaban dos personas (Nat y Alfredo). Por lo menos tuve la satisfacción de poder elegir tranquilo sin sus miradas reprobatorias y de lástima. No puedo decir lo mismo de Dafne, Laura, Brandon y Max. En cada ocasión que podían, me aventaban miradas que decían que me uniera a su grupo, decidí voltear mi vista hacia la pizarra e ignorar cuando cualquiera me hablara. Tenía que prestar especial atención en matemáticas, siempre fui malo y necesitaba aprender algo; aunque fuera algo más difícil que lo básico.
—Oye, disculpa, ¿te importaría ayudarme con el primer ejercicio que asignó el profesor para resolverlo? No he entendido nada —alcé la vista, en primera instancia, no me fijé en el chico que estaba sentado un asiento adelante de mí. Pensé que me tardaría un poco más en superar a Trevor Bonneville, sobre todo por cómo no pudimos despedirnos.
Tal vez, y solo tal vez, tener contacto cero fue una excelente idea. Así como también fue la forma en la que pude superarlo más rápido de lo planeado. Y hablando de Trevor Bonneville, ¿dónde estará ahora mismo? ¿Me extraña? ¿Se consiguió a alguien mucho mejor que yo? ¿Piensa que, de hecho, sí hay alguien mejor que yo? Todas esas preguntas se desvanecieron cuando el chico que tenía a un asiento frente a mí me preguntó sobre el primer ejercicio que el profesor asignó.
—No, con gusto puedo intentar explicarte lo que necesites que te explique —sonreí e inmediatamente volteó su pupitre para estar face to face conmigo; ¡qué lindo era! Guapo y atento… Me recordaba a la expareja sentimental de Louis Gerald Train, pero no diré su nombre por el debido respeto que le guardo a mi cantante favorito.
Comencé a explicar lo que me pidió y lo curioso de todo fue que tuve un par de errores a propósito; él lo notó y me corrigió dulce y cortésmente. Ahí tal vez supe que no necesitaba mi ayuda y quería flirtear conmigo. Yo me prestaba para la ocasión, en especial porque no iba a saber nada de mi exnovio (si es que se le puede denominar así) por un laaaaaaaaaargo rato.
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