¿Quieres ser mío?
Langa había llegado temprano a la escuela ese lunes, tomó asiento en su lugar y esperó. Todo su ser centrado en una sola cosa, en la resolución de si debería seguir intentando ser parte de la vida de Reki, o era mejor solo dejarlo ir.
El problema era que la idea de olvidarse por completo de él le hacía doler el pecho.
Reki entró al aula acompañado de varios saludos de sus compañeros, y las inevitables preguntas sobre sus vendajes que respondió con: un pequeño accidente doméstico. Una mentira muy poco convincente que acompañó con una sonrisa que a pesar de que para todos lucía igual, Langa sin temor a equivocarse veía el leve tinte de tristeza en sus ojos.
―Buenos días Langa ―saludo tímidamente Reki.
Langa apretó los labios, este era el momento en que podía ignorarlo y cortar de raíz esta amistad, o...
―Buenos días Reki ―respondió Langa, porque estaba dispuesto a luchar por permanecer a su lado.
Reki sonrió ampliamente al escucharlo, como sí esas tres palabras por parte de Langa hubieran iluminado el mundo.
―Hoy para el almuerzo tengo takoyaki, estoy seguro que nunca lo has comido ―dijo con las mejillas y la nariz sonrojadas. ―Y traje una porción extra para ti... si es que deseas ¿probarlas? ―y la última palabra pareció casi ser empujada fuera, como si temiera que se burlaran de él o peor aún, que lo rechazara.
Dios, como podía ser tan lindo. Sus ojos ambarinos brillaban igual a una hermosa puesta de sol, su cabello de un rojo apasionado le enmarcaba la piel bronceada, todo él gritaba calidez, y Langa siendo un témpano de hielo deseaba ese delicioso calor para él y solo para él.
―Lo probare ―afirmó Langa.
Estaba tan perdido, a estas alturas sentía que no podía negarse a nada que Reki le pidiera o le diera. Era como un cachorro callejero que entrega por completo su corazón después de una simple caricia.
―Genial ―exclamó Reki feliz.
Durante las clases Langa miraba de reojo a Reki, pensando en cómo tras la fallida cena él y sus padres regresaron casi en un sepulcral silencio a casa.
Nanako parecía consternada, mientras que su padre, él no mencionó nada, simplemente se conformó con sonreírle. No hablaron en ese momento del por qué salieron tan prematuramente, pero estaba seguro de que ellos ahora también sospechaban sobre los sentimientos de Reki.
En especial su madre quien en el desayuno del día siguiente apenas su padre salió a trabajar, le había dicho sin rodeos que intentara poner distancia, que una amistad con Reki solo le haría sufrir, ella lo había mirado a los ojos dejándole ver a través de su gesto preocupado que cada palabra le dolía decirla, pero no pensaba quedarse callada mientras Langa se dirigía directo al desastre.
―Reki no te mira de la misma manera que tú a él ―concluyó Nanako para luego abrazarlo con fuerza.
Y era cierto, Langa lo sabía muy bien.
Sí tan solo me miraras a mí, en lugar de a él. ¿No te gustaría ser mío? Tengo los mismos ojos azules, estoy seguro de que seré igual de alto y fornido que él en un par de años. Solo dame tiempo para convertirme en hombre.
Y metido como estaba en sus divagaciones nunca escuchó la campana que indicaba el descanso.
―Langa, ¿vamos? ―invitó tentativamente Reki colocando su mano muy brevemente sobre su hombro, pues no encontraba otra manera de atraer su atención.
Langa se puso de pie prácticamente de un salto, y caminando mecánicamente ambos subieron a la azotea.
El takoyaki o bolitas de pulpo eran deliciosas, y estaba aún más impresionado al descubrir que fue el mismo Reki quien las preparó.
―Mi madre también ha conseguido un empleo ―contó Reki mirando al cielo mientras con un palillo balanceaba una de las últimas bolitas. ―Así que debo ayudar en algo, cocinar es una de las pocas cosas que hacía con mi abuela. Ella era maravillosa, su sazón la hizo ganar varios concursos, así que cuando repartieron deberes yo... sé que no soy tan bueno, pero creo que con un poco de practica...
―¿Lo extrañas? ¿vivir en Okinawa? ―cuestionó Langa grabando cada gesto.
―Ehmmm. Sí, aunque solo algunas cosas, como a mi abuela y el skate ―respondió mordiéndose los labios y ofreciendo el takoyaki que seguía balanceando a Langa, y que por cierto era el último porque los demás ya estaban en el estómago del canadiense.
―¿Y tus amigos? ―presiono Langa abriendo la boca esperando que Reki lo alimentara, lo cual el pelirrojo hizo sin siquiera pensarlo. Quería y necesitaba saber más de Reki. Conocerlo de la manera en que jamás lo haría su padre. Rayos, se estaba volviendo toxico.
―Me llevaba bien con mis compañeros, pero en realidad no tenía un amigo, amigo. Supongo que me comprendes. ―Langa asintió con la cabeza. ―Nunca tuve ningún problema con eso. No se lo digas a Koyomi, pero ella siempre ha sido algo así como mi mejor amiga. Cuando me ve decaído busca la forma de levantarme el ánimo a su manera, está al pendiente de mí. Las gemelas como te diste cuenta en el hospital son muy empalagosas y me llenan de abrazos y besos. Se que no se pueden comparar a tener a alguien de mi edad, pero es mucho mejor tener a tres personas que me aceptan de todo a todo, a un millón frente a los cuales tengo que aparentar para agradarles. ―Reki sujetó con fuerza la caja de almuerzo, tragándose la idea de contarle a Langa sobre Riouske, el amigo que perdió por un accidente de skate. Así que mejor devolvió la pregunta. ―¿Y tú? ¿Por qué a pesar de tener a casi todos babeando por ti, no eres más sociable?
―Supongo es un poco de lo mismo ―respondió Langa restándole importancia, porque en realidad par él no la tenía. ―No tengo hermanos, pero mi padre es más que suficiente, él es mi mejor amigo y me entiende.
―Oliver-san es maravilloso ―suspiró Reki mirando al frente sin poder evitar que sus ojos destellaran al pronunciar su nombre. ―¡Oh! Eso me recuerda. ¿Aun esta en pie la invitación?
Langa parpadeo intentando alejar la incomodidad que la exhalación anhelante de Reki le hizo sentir, y poner atención a la pregunta que no comprendió.
―¡Ah! Lo siento, no hay problemas si solo fue una manera de... ―dijo Reki buscando la forma de negar sus palabras, pero tras escucharlo el cerebro de Langa al fin lo recordó.
―No. Yo. Lo decía en serio. Si quieres ver las practicas puedes acompañarme ―reiteró Langa con la cara completamente sonrosada de solo pensar que Reki, Reki deseaba pasar tiempo con él.
―No puedo esperar para verte ―sonrió Reki de verdad entusiasmado justo para cuando la campana anunciaba el final del almuerzo. ―Vamos Langa.
Langa asintió al tiempo en que cerró las manos en puños tan apretados que los nudillos se le blanquearon, era estúpido y lo sabía, pero aun así se aferro a esa pequeña muestra de cariño, tal vez si apilaba las suficientes podría alcanzar y superar a su padre.
Ese día por primera vez al terminar las clases Reki se quedo sentado en su lugar, sus manos metiendo sus útiles a la mochila sin prisa, solo haciendo tiempo para no verse tan ansioso. Langa por lo regular era uno de los últimos en salir, por eso Reki había decidido tomar las cosas con calma para no presionarlo.
Una vez listos Langa salió a paso tranquilo, detrás de él un Reki eufórico lo seguía felizmente.
Langa estaba nervioso, no sabía que hacer o decir, pues segundos antes de que sonara la campana una idea se escurrió en su mente provocándole un corto circuito. ¿Esto podría tomarse como una cita? ¿Estaba teniendo una cita con Reki? ¿Es por eso que su papá tras su invitación encontró una excusa para dejarlos solos?
―Langa ―llamó Reki y él casi brincó del susto. ―Disculpa, pero estamos caminando en sentido contrario a las pistas.
―¡Oh! Sí. Nos dirigimos a la parada de autobús ―explicó Langa, encontrando comprensible su confusión. ―Veras, las pistas de montaña son más para Freestyle (estilo libre), pero en competencias las acrobacias son importantes y no podría practicarlas debido a la afluencia de personas. Por eso para la preparación de los torneos se hace en un snowpark, que esta a veinte minutos en camión.
Reki asintió feliz y Langa agradeció el que lo hubiera traído de regreso a la realidad porque ahí venía su trasporte.
Subieron al vehículo y tomaron asiento juntos. La pierna de Reki rebotaba como si tuviera integrado un resorte. Una acción que hizo reír a Langa, Reki era como un niño pequeño y se preguntaba si en algún punto del viaje comenzaría a aburrirse.
―¿Desde cuándo practicas snowboard?
―Desde los dos años, creo que aprendí a deslizarme antes que a correr ―comento feliz Langa al recordad esos tiempos. Su padre siempre fue un apasionado del deporte, así que apenas vió a su hijo sostenerse sobre sus dos pies le compró su primera tabla.
―Eso suena genial.
―¿Y tú, hace cuanto estas sobre un skate?
―Empecé hace unos dos o tres años, nada comparado con tu larga trayectoria. Y en realidad a mi familia, en especial a papá nunca le gustó. Pero cerca de la escuela había una tienda, Dope Sketch cuyo dueño era Shokichi Oka, el hombre amaba tanto el skate que al verme todos los días babeando frente a las tablas me ofreció un trato, yo trabajaba haciendo recados para él a cambió de una patineta. No era la mejor, pero era mía. Todo ese año me la pasé tirando la basura, trapeando el piso del establecimiento, y hasta paseando a su mascota. Para cuando terminé de pagarle ya podía hacer varios trucos que le mostré orgullosamente. Luego me ofreció un trabajo de medio tiempo. Al principio mi papá remilgó y hasta lanzó mi tabla a la calle mientras enumeraba las miles de razones por las cuales el skateboarding era una mala elección. Que iba a terminar en malas compañías e inevitablemente echaría a perder mi vida. En parte tenía razón, al principio comencé a juntarme con unos chicos unos años mayores que yo, se dedicaban a andar en patineta todo el día. No tarde mucho tiempo en darme cuenta que eso no era lo que buscaba, yo quería más, deseaba aprender y no solo deslizarme por ahí perdiendo el tiempo. ¡Oh! lo siento, otra vez estoy hablando mucho.
―No, está bien, me gusta escucharte ―se apresuró a decir Langa logrando que Reki se ruborizara. ―¿Y cómo es que tu papá terminó por aceptarlo?
―Creo que ese milagro se lo debo a mamá. A ella no le gustaba tampoco, pero siempre ha sido mucho más abierta de mente y sobre todo, confía en mí. Cuando papá arrojó mi patineta fuera, ella la levantó y guardó para dármela a escondidas. Trabajando para Oka aprendí mucho y pronto ya podía hacer reparaciones menores, un ingreso del cual disponía una pequeña parte para la cena familiar del viernes. Porque en ese entonces papá trabajaba turnos corridos y solo las tardes de cada viernes regresaba a casa. Cuando se entero de eso, una vez más gracias a mamá, me dijo que no se opondría más a mi gusto por el skate, siempre y cuando encontrara la forma de sacarle provecho como hasta ese momento. Estaba feliz, y entonces comprendí que papá lo único que le preocupaba era que me centrara en algo que no me dejaría nada, pero al verlo convertido en un oficio su visión cambió, hasta me compró algunas herramientas de carpintería para que pudiera comenzar a fabricarlas de cero. Por supuesto para agradecerle, no solo trabajaba en patinetas, a veces también aceptaba reparar o diseñar muebles, un ingreso que mamá me obligó a guardar para la universidad.
―Entonces... ¿puedes crear una patineta de la nada? ―cuestionó impresionado Langa, todo su ser vibraba al imaginarse a Reki trabajando, las virutas de la madera saltando en todas direcciones, sus manos trazando diseños, dibujos de llamativos colores, tanto como su electrizante personalidad, tan vivo, tan feliz.
―No en este momento. Mi padre fue transferido aquí debido a un desfalco financiero, así que tuvimos que vender casi todo lo que teníamos para ayudar a cubrir la deuda y evitar que la empresa cerrara. Y eso incluye mis herramientas y refacciones. De todos modos, aquí nada de eso me iba a servir, y el dinero que guardé es el que nos ayudó a poder adquirir uniformes, útiles escolares y pagar matriculas. Ahora veo que todos esos sermones sobre ahorrar estaban en lo correcto. Y llegados a este punto creo que es irrelevante decir porque me gusta tanto trabajar en Big Kicker.
―Supongo ―dijo Langa, más por decir algo que porque lo entendiera, de hecho, si tuviera que responder honestamente entonces hubiera dicho algo como: pensé que era para estar cerca de mi padre. Una idea amarga que Langa empujó al rincón más oscuro de su mente.
―¡Oh! aquí bajamos ―gritó Langa tomando por el brazo a Reki, porque había estado tan distraído que por poco y siguen derecho. El vehículo que ya avanzaba hizo una parada forzada, haciendo que Langa se estrellara contra el pasamanos seguido del cuerpo de Reki.
Bajaron a trompicones y lo más rápido que pudieron, chocando entre sí como dos borrachos cuyas extremidades no parecen estar en coordinación con su cerebro. Una vez abajo y ya estables sobre sus pies ambos comenzaron a reír. El camino cuesta arriba hacia el snowpark fue agradable, ambos se miraban de reojo y reían, encontrando cómoda la presencia del otro.
Langa fue muy amable al acompañar a Reki hasta las gradas y mostrarle el mejor lugar de observación, luego se encaminó hasta los vestidores en donde se colocó el equipo y recogió su tabla.
Una vez en la parte de arriba de la rampa, se aseguró con la mirada de que Reki estuviera viéndolo y elevó el brazo en forma de saludo antes de colocarse los lentes.
La primera ronda del entrenamiento eran giros sencillos, pero Langa estaba casi desesperado por impresionar a Reki, quería escucharlo gritar su nombre emocionado, que lo mirara solo a él, que pensara que era el mejor.
―Hasegawa, quien diría que nos encontraríamos hoy.
Langa casi jadeó al escuchar esa voz hablándole, porque no podía tener tan mala suerte para haber compaginado su entrenamiento con Bastián Touthan. Ellos tenían una rivalidad deportiva de varios años, una que se acrecentó cuando Langa por una lesión en el hombro se vio imposibilitado para participar en el Campeonato Mundial de Snowboard de 2021, el mismo en el que Touthan actualmente era el ganador de la medalla de plata.
Langa se había jurado que esta próxima competencia sería diferente, iba a ganarle y demostrar que era mejor.
―¿A quién saludas? ¿Tu novia? ―preguntó muy interesado el especialista en slopestyle, sonriéndole con su dentadura perfecta y sus ojos verde olivo que no tardaron en ubicar a Reki, ya sea porque el color de su cabello era casi un farol brillante o simplemente porque era prácticamente el único espectador. ―Es un chico ―jadeó Bastián con tono curioso, pero muy atento a las reacciones de Langa. ―¿Un amigo?
Langa desvió la mirada, no tenía por qué contestar, así que simplemente gruñó un sonido que podría interpretarse tanto como un sí, como un no y luego se dejó llevar por la pendiente.
Bastián torció la boca molesto por la forma en que lo habían dejado hablando solo, así que si Hasegawa Langa no deseaba llevar la fiesta en paz, pues quien era él para contradecirlo.
Se deslizo siguiendo a Langa, esperando a que hiciera el primer movimiento y entonces...
―Empezó con un Big Air ―se dijo Bastián al ver el salto de tamaño considerable, tal vez entre 12 y 25 metros. ―Woow vas en serio o... ¿quieres lucirte frente a él? ―y clavó su vista en el muchacho pelirrojo que se había puesto de pie aplaudiendo. ―Quieres impresionarlo ―se respondió él mismo, y por lo tanto ya sabía con qué iba a cobrarse la grosería de hace un rato.
Con toda la intención del mundo Bastián tomo vuelo e hizo un Blind, un truco que se realiza totalmente de espaldas (a ciegas) a la caída, y que consiguió lo que buscaba porque el muchacho pelirrojo se había llevado las manos a la boca en busca de acallar un grito.
Langa que pareció captar perfectamente el desafío respondió con un Backflip. Su salto bien realizado y la voltereta (flip) hacia atrás excelsamente ejecutada, o lo que muchos describirían como un mortal hacia atrás en snowboard.
Bastián sonrió para sí mismo, se estaba divirtiendo con esta pequeña competencia, así que tomó impulso y...
―Bastián Touthan. Has un solo movimiento más y te juro que cancelo tu inscripción al torneo ―amenazaron por los altavoces del snowpark.
Bastián se detuvo del todo, soltó las sujeciones de su tabla y salió de la pista. Su entrenadora debía estar furiosa, pero había valido la pena y aún podía hacerlo mejor. Con paso decidido se acercó a las gradas mientras elevaba la mano y le hacía señas a Reki para que se aproximara.
―¡Hey, chico lindo! ¿te gustó mi demostración? ―preguntó coqueto Bastián, y aunque el piropo lo soltó más como para molestar a Langa, al verlo tuvo que admitir que se quedó corto. El pelirrojo frente a él era un jovencito agraciado, cuyo mejor atributo eran sin duda esos impresionantes ojos cuyo color no sabría definir con nada que no fuera una aurora, tan dorados, naranjas y rojos que estaba seguro no existían otros iguales.
―Fue increíble ―respondió Reki que se había aproximado y sintió como no solo la cara sino todo el cuerpo se ruborizaba de un rojo tan intenso como su cabello tras el cumplido.
―Pues si algún día decides que quieres intentarlo, puedo darte un par de clases.
―Genial, muchas gracias. La verdad es que, si me gustaría mucho poder realizar cualquiera de esas maniobras, empecé con el snowboard apenas hace unos meses, pero...
―Podrías prestarme tu teléfono un segundo ―pidió Bastián de la nada interrumpiendo a Reki, que sin pensarlo dos veces le tendió el celular. El snowboarder tecleo rápidamente su número y marcar. ―Ahora tú tienes mi número y yo el tuyo. Lo que es genial porque tengo que irme, nos vemos ahmmm...
―Reki ―completó.
―Reki ―afirmó. ―Soy Bastián. Te llamaré ―aseguró mostrándole su celular mientras a toda prisa salía de la pista para no tener que enfrentarse a un Langa muy molesto que caminaba con cara de asesino en serie hacía ellos.
Continuará...
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