Adaptación
Reki sonrió tímidamente mientras sus mejillas se coloreaban de carmín, estaba repitiendo la misma frase por cuarta vez sin lograr la pronunciación correcta.
Anna resopló una risa contenida, mirar a Oliver enseñarle inglés a Reki era como ver a un padre intentando que su hijo de dos años aprendiera a hablar. Poco faltaba para que deletreara las palabras, ¡Oh! eso ya lo había hecho la semana pasada.
―Ahora probemos con tu comprensión ―dijo Oliver antes de comenzar a hablar a velocidad normal.
Reki frunció el ceño y sus bonitos ojos parecían querer ver si las palabras podían ser leídas.
―¿Y bien? ¿Qué entendiste de todo lo que dije?
Reki se mordió el labio, ladeo la mirada y respondió.
―¿Que quiere libertad porque tiene que hacer algo?
Oliver rio escandalosamente, Anna desde el mostrador también lo hizo, aunque con más recato.
―Dije que pediré el día mañana porque tengo una cita ―tradujo al japonés Oliver.
―¡Ah! ―respondió Reki, llevaba en ese lugar una semana y aun no podía comprender algo tan básico. Se estaba esforzando, pero aun así no notaba grandes mejoras y le frustraba pensar que Oliver terminaría por hartarse.
―No pongas esa cara, estas mejorando de apoco, no puedes esperar dominar un idioma en un par de días ―consoló Anna.
Reki asintió con la cabeza mientras la veía, ella era una mujer muy bella, de cuerpo agraciado y cabello rubio claro. Sus ojos verdes eran el delirio de muchos de los clientes asiduos a Big Kicker.
La campana de la puerta de entrada sonó y los tres retomaron sus actividades dentro de la tienda.
―Reki, acaban de llegar los artículos que pedimos ayer, ¿puedes colocarlos en las repisas? ―solicitó ella pronunciando cada palabra lentamente para el chico, mientras le sonreía a otro cliente que entraba.
Big Kicker era muy popular, tanto por los fanáticos del snowboard como por aquellos vacacionistas que buscaban tener una experiencia en esquí o senderismo. Por supuesto que tener a Oliver era una enorme ventaja porque ahora Reki sabía que era un atleta profesional con varias medallas en su haber. La renta del equipo era para la tienda y el costo de la clase o guía era para Oliver.
Ellos se habían conocido un poco después de que Anna terminara la universidad, cuando llegó a Vancouver con sus títulos en idiomas y comercio y el sueño de tener una tienda próspera. En ese entonces Anna nunca se imaginó todas las trabas que tendría que enfrentar, cuanto más porque a pesar de haber logrado con relativo éxito abrir Big Kicker, nadie parecía interesado en visitarla. Así que haciendo un estudio se propuso buscar la razón por la cual la prosperidad le era esquiva. Y fue cuando se dio cuenta que una tienda solo de artículos normal no atraía a nadie porque la mayoría de los que pasaban eran turistas que no sabían hacer esquí o snowboard, y los que lo practicaban estaban aliados con alguna tienda que les proveía sus suministros.
Anna se propuso encontrar entonces su propio instructor de snowboard.
Asistió a varias competencias y repartía panfletos entre los participantes ofreciendo un puesto en Big Kicker. Nadie estuvo interesado al principio, pero eso no la detuvo. Fue en el Grand Prix que se llevaría a cabo en Cypress Mountain, llegó como siempre antes de que comenzará la competencia, pues no quería que pensaran que solo le daría el empleo a los mejores. Casi todos fueron amables al recibir el folleto, casi...
―¿Es enserio? ―dijo uno de ellos mientras agitaba el papel frente a los demás. ―Nadie está interesado en asociarse con una tienda tan ridícula y poca cosa ―se mofó lanzándole la hoja a la cara.
―Pues a mí me parece una gran propuesta ―defendió Oliver levantando el panfleto, aferrado a su pantalón estaba un pequeñín de apenas unos ocho años.
Todos los presentes comenzaron a murmurar, porque entre ellos era el mejor no solo a nivel nacional, y si estaba compitiendo en ese torneo se debía a que había una categoría padre e hijo.
Y aunque le pusieron muchos peros para inscribir a Langa debido a su corta edad, una vez que el niño se deslizó por la pendiente de los Juniors les hizo saber que había heredado el talento de su padre.
―Si estás de acuerdo, yo podría ser tu instructor.
Anna sabía quién era él, sabía su biografía y no podía estar más feliz, así que le estrecho la mano mientras a toda prisa apuntaba la dirección de la tienda y números personales para que se comunicara o fuera a visitarla.
Oliver y Langa ese año y los siguientes ganaron la categoría padre e hijo y promocionaron Big Kicker.
―Reki, puedes venir un momento ―llamo Oliver asomando la cabeza por la puerta, en su rostro brillaba una sonrisa pícara que le dio mala espina al adolescente, aún así no dudó en dejar lo que estaba haciendo para correr a atenderlo. ―Reki, ella es Lina ―presentó Oliver con una dulce sonrisa y voz pausada para que no tuviera problema en comprender cada una de sus palabras. ―Lina, quiere saber si te gustaría hacer snowboard con ella.
Reki parpadeo como si dudara haber entendido correctamente.
―Ella quiere que yo... pero yo no sé hacer snowboard ―respondió en japonés alarmado y mirando a Oliver, su rostro era una caldera a punto de estallar.
―Si ese es el problema, yo puedo darte un par de clases ―animó Oliver en japonés para que la chica no supiera lo que estaban discutiendo. ―Me contaste que hacías skate, estoy seguro que puedes adecuar tus habilidades, no pasará mucho para que estés sobre una tabla de snowboard sin problemas. La pregunta es ¿te interesa o no? Ella hizo un gran esfuerzo por acercase, tu le agradas.
Reki miraba a Oliver quien le sonreía y luego a Lina, la chica era bonita y el suave rubor sobre sus mejillas la hacían ver encantadora, el cabello negro le llegaba casi a la cintura y su piel blanca se notaba suave. Sin embargo, decir que le interesara... no sería para nada cierto, porque Reki a pesar de saber que Oliver era casado y lo veía como un niño, no podía evitar quererlo.
―Yo no creo que eso sea posible ―respondió al fin Reki en inglés roto. ―Estoy lesionado ―y elevó la mano para que ella pudiera ver que no estaba mintiendo.
―Podemos solo caminar ―pidió Lina apretando las manos en puños.
Reki volvió a negar, ―no conozco ninguno de los caminos de la montaña, terminaríamos perdidos, además no sería una buena compañía, ni siquiera podemos comunicarnos entre nosotros ―esto último lo dijo en japonés por lo que tuvo que ser traducido por Oliver.
A parte de la disculpa de Reki, Oliver también ofreció las suyas, había estado casi seguro de que Reki iba a aceptar, por eso había animado a la chica.
Reki hizo una reverencia muy típica de su país y volvió dentro de la tienda para terminar con lo que estaba haciendo. Oliver lo siguió un par de minutos después, permitiéndose seguir con la mirada a Reki que iba de un lado a otro colocando los accesorios recién adquiridos, o regresando a su lugar alguno que tras ser evaluado por la clientela fue dejado en otro estante.
―¿Qué fue lo que no te gustó de ella? ―preguntó al fin Oliver divertido al ver el sobresalto que causó en Reki. ―Es decir era linda.
―Sí, era linda ―aceptó Reki con las mejillas rojas como manzanas.
―Entonces...
―No era mi tipo ―respondió desviando la mirada, quizás con eso simplemente dejaría el tema por la paz.
―¿Cuál es tu tipo? ―Oliver obviamente había captado la incomodidad del chico, pero le divertía meterse con él, tanto como meterse con su hijo. Rayos, extrañaba mucho a Langa y ya contaba los días para que volviera del campamento.
Langa había hecho prácticamente una pataleta cuando le mostró la ficha de ingreso, el turno que Reki estaba cubriendo en realidad era el que Langa tenía asignado durante el periodo interanual. Sin embargo, Oliver estaba cansado de ver a Langa ir y venir de la escuela sin convivir realmente con sus compañeros, es decir sabía que existían, pero Langa no les dedicaba más allá de un educado saludo cada mañana. Era como si en el planeta solo existieran su madre, él y el snowboard.
Así que cuando vio la propaganda del campamento Snowy Mountain pensó que era perfecto, ahí Langa conocería a chicas y chicos con su mismo gusto por el snowboard y habría más posibilidades de que encontrara una amistad especial, bueno quizás eso era demasiado entusiasta, una amistad y punto. Contrario a ello, Langa estuvo molesto hasta el último segundo en que se obligó a subir al autobús que los llevaría y regresaría.
Cuando conoció a Reki, Oliver comenzó a soñar con presentarlos, deseando casi infantilmente que una pequeña pizca de la alegría y vivacidad de Reki se le adhiriera a Langa. Un sueño que estaba lejos de suceder si Reki no se interesaba por lo único que Langa amaba, snowboard.
―Reki ―presionó Oliver por una respuesta al ver como el chico bajaba la cabeza.
―Debe ser más alto que yo, piel blanca, una sonrisa de esas que te derriten el corazón, ser una persona buena y dulce, tener debilidad por el skate y... los ojos azules. ―Reki era una antorcha a estas alturas, pero no se arrepentía de lo que dijo, esta sería quizás su única oportunidad para dar esa indirecta a su héroe.
Oliver se quedó pensando detenidamente, como si estuviera revisando entre sus conocidos quien encajaría con esa descripción, un segundo después como si se hubiera sacado la lotería casi jadeo al considerar que Langa encajaba casi a la perfección. Excepto por...
―¿No podrías cambiar el skate por el snowboard? ―suplicó Oliver.
Reki de hecho había dicho skate porque si decía snowboard sería más que obvio que estaba describiendo a Oliver, así que en realidad el hombre no tuvo que presionar a Reki para que este aceptara.
―¿Eso significa que vas a permitirme darte una o dos lecciones? ―se entusiasmó Oliver, porque si para cuando Langa regresara Reki ya sabía lo básico su amistad podría darse más fácilmente. ―Comenzaremos mañana temprano. Te espero aquí a las seis.
―Pe...pe...pe...ro... ―es muy temprano ―lloriqueo Reki, el clima frío jamás fue su preferido y levantarse temprano era como pedirle a un gordo de ciento ochenta kilos que corriera veinte kilómetros, simplemente imposible.
―Entonces... ¿No vas a venir? ―y Oliver lo miró con aquel gesto de cachorro regañado que Nanako decía era su debilidad. Y al parecer también funcionaba con Reki porque el chico solo asintió con la cabeza. ―Excelente, te veré mañana temprano ―y salió de la tienda a ofrecer sus servicios a un grupo de muchachos que veían el cartel de los paquetes para turistas.
Esa mañana el sol aun no salía, o sí salió estaba bien oculto tras las gruesas nubes grises. Reki temblaba de pies a cabeza frente a la puerta de Big kicker, había llegado casi quince minutos antes debido al nerviosismo que le causaba estar a solas con Oliver. Iba a enseñarle como hacer snowboard, cierto, pero solo por las dos horas siguientes toda su atención iba a estar en Reki.
―¿Listo? ―preguntó Oliver sorprendiendo a Reki por la espalda. ¿Por qué tenía que hacer eso? Un día iba a matarlo del susto.
Con toda confianza Oliver sacó de su bolsillo las llaves de la tienda, y ambos entraron.
―Toma una tabla, la que creas se adapta mejor a ti. ¿Supongo que sabes que debes elegirla según el ancho y largo de tus piernas y pies?
Reki asintió. Una vez con ella en las manos Oliver lo guio afuera de nuevo. Hicieron una pequeña caminata hasta la colina Snowball, porque era el descenso para principiantes. Oliver le explicó durante el trayecto algunos tecnicismos, la forma de girar las caderas y el cuerpo, como lograr que la tabla frenara o ganara velocidad, una conversación que Reki comprendió casi por completo porque muchas de las posiciones en el snowboard eran muy parecidas al skate.
―Ahora la principal diferencia entre el skate y el snowboard, es que llevas los pies sujetos a la tabla. La ventaja es que si te caes la nieve amortiguará el golpe.
Reki jadeó al escucharlo, estaba comenzando a arrepentirse.
―No te preocupes, yo iré a tu lado y si llegaras a perder el control voy a salvarte, después de todo debo hacer honor a mi título ―dijo coronando sus palabras con un guiño coqueto que casi hizo derretirse a Reki ahí mismo.
Una vez llegaron Oliver no dudó en acuclillarse para mostrarle como meter los pies, comprobar las sujeciones de la tabla y luego empujó a Reki al principio de la colina.
Reki respiró profundo esperando alguna indicación, una que nunca llegó porque Oliver solo dijo, ―ve ―y empujó a Reki sin preguntar si estaba listo.
Antes de que pudiera reaccionar la tabla se deslizo hacia abajo sin que Reki pudiera hacer nada para evitarlo, pero suponía que estaba bien, la cuesta no estaba tan empinada por lo que la tabla no alcanzo gran velocidad. Fue agradable, como volver a estar arriba de su patineta.
―¿Y bien? ¿Te gusto? ―preguntó Oliver llegando un segundo detrás de él.
Reki podía sentir el pulso acelerado, las piernas temblándole y la desenfrenada alegría que le era muy familiar. ―Fue grandioso ―aceptó Reki muy entusiasmado en probar el siguiente nivel.
―Ok, entonces continuemos.
En un par de semanas Reki había subido su nivel, tanto que Oliver se vio pidiéndole a Anna asignara a Reki algunas horas de instrucción. No solo para ayudarlo monetariamente, sino porque ahora que el chico hablaba más fluidamente inglés se desenvolvía con natural encanto con los clientes.
Anna lo consideró un par de días antes de aceptar, tener a un instructor joven como Reki atraería otro tipo de clientela.
Reki estaba feliz, las cosas habían mejorado enormemente desde que conoció a Oliver, su inglés era si no bueno, al menos comprensible y ya podía seguir una conversación sin grandes problemas, tenía un grandioso trabajo de medio tiempo que le permitía apoyar con los gastos de la casa y darse el lujo de comprar alguna cosa, como la chamarra naranja con el signo de infinito en las mangas que tanto le había gustado desde que la vio. Y todo se lo debía a su héroe.
Reki estaba tan agradecido, que no encontraba forma de pagar las enormes bendiciones que recibió. Pero no se rendiría, ya encontraría como pagar su bondad.
―¿Ya te has inscrito en la escuela local? ―con esa pregunta lo recibió Oliver la mañana de un martes, mirando fijamente a Reki haciéndolo sudar.
―Si, señor ―respondió Reki deseando que sus mejillas no le traicionaran.
―Eso es bueno ―asintió con aprobación Oliver.
―¡Oh! es cierto, la escuela empieza la semana entrante ―comentó Anna entrando a la tienda con dos cajas que Reki y Oliver se apresuraron a retirarle de las manos. ―Eso quiere decir que no podrás continuar trabajando.
Reki dio un pequeño respingo.
―Yo, quería hablar de eso con usted. Por favor, permítame cubrir el turno de la tarde o el de sábado y domingo. En Okinawa tenía esa rutina, así que les aseguro mis calificaciones no sufrirán. Por favor, de verdad necesito el empleo ―finalizó haciendo una profunda reverencia.
Anna lo consideró, la verdad la ayuda le vendría bien, aún más porque Oliver pronto tendría que recortar sus horarios de instrucción si quería preparar a Langa para el próximo torneo, pero Reki apenas podría manejar las clases porque no estaba segura de que comprendiera al cien por cien las explicaciones de los profesores. Pensando en eso, quizás la tarea que normalmente haría un chico en media hora le tomaría a Reki una hora, o si el tema era complicado hasta hora y media.
―No sé, Reki...
―Por favor, prometo mostrarle mis evaluaciones, en cuanto baje mi rendimiento ni siquiera pelearé, dejaré el trabajo hasta el siguiente descanso escolar ―prometió Reki sin haber dejado la dogeesa.
―Esta bien, tienes un trato ―aceptó Anna, luego cuando Reki decidió erguirse ella lo abrazó. ―Eres un buen chico Reki ―alabó feliz de tenerlo.
Los últimos días pasaron con tranquilidad y para cuando Reki se dio cuenta se encontraba arreglando su mochila para enfrentar a la educación canadiense.
Masae asomó la cabeza a la sala que era donde Reki tenía ya desplegado su futón. El pequeño departamento que su familia rentaba apenas constaba de una sala, cocina-comedor, cuarto de aseo, y dos recámaras, una de las cuales estaba ocupada por sus padres y la otra por sus tres hermanas, porque de ninguna manera iba a permitir que ellas como señoritas se vieran obligadas a dormir sin privacidad.
―Mañana temprano voy a dejar tu caja de almuerzo en la mesa ―dijo con la mirada suave, sus manos peinaron el cabello rojo de su hijo aún húmedo por el reciente baño. ―Te deseo un excelente día.
―Gracias mamá ―y con eso ella dejó un cariñoso beso en su frente antes de retirarse a descansar.
Reki la abrazo con cariño pensando en lo enojado que había estado cuando llegaron a Canadá. Y es que no era para menos, el verse obligados a cambiar completamente su vida solo porque un imbécil decidió quedarse con los recursos de la empresa, era como para desearle la muerte al infeliz. Su padre, uno de los gerentes de aquella compañía, había hecho hasta lo imposible para evitar el cierre y con ello el despido de casi el ochenta porciento de los empleados. Lo logró a medias. Si bien el dinero no fue devuelto y entre los mismos empleados lograron cubrir el desfalco millonario casi en su totalidad, el cierre de una o dos sucursales fue suficientemente malo. No hubo despidos, pero si transferencias. Entre ellas la de su padre, que habiendo demostrado no solo astucia y liderazgo para remediar en lo posible el daño, fue considerado ideal para tener un puesto en la sucursal internacional recientemente abierta en Canadá. Se esperaba que en menos de año y medio mostrara mejorías, con las cuales también se le podrían ofrecer un mejor sueldo y mayores prestaciones. Pero por ahora estaban atrapados en esa caja de zapatos.
Reki no podía estar enojado con su padre, porque a sus ojos hizo lo correcto, él era como Oliver, un hombre que buscaba el bienestar de quienes le conocían, y Reki estaba decidido a ser como ellos cuando creciera.
Por ahora se contentaba con cumplir su promesa de ser un buen estudiante, para también demostrarle a Oliver que su tiempo enseñándole no fue en baldé.
―Mañana será un gran día ―se prometió Reki acomodándose para dormir.
continuará....
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