Cuando se rompe la piedra.

Estaba sumida en una oscuridad difícil de explicar. Era la primera vez que se encontraba allí.

No tenia miedo, se sentía a gusto. Había momentos que eran como una siesta eterna, que la desubicada por completo; otra veces podía oír leves murmullos y sentir la brisa acariciar su rostro.

Al ser todo oscuridad perdió la noción del tiempo tras los primeros minutos encerradas. Menos notó cuando paso una década desde el día en que su madre le dio fin a su estado físico.

Por primera vez en años estaba en paz con ella y el lugar que la rodeaba. No tenia miedo al día en que su conciencia se apagara.

Pero esa sensación de paz se termino cuando sintió la magia brotar de su cuerpo. Pedía a gritos salir del aquel molde de piedra que ahora era su realidad.

La oscuridad dejo de ser cómoda.

Alguien más la llamaba. Alguien del exterior. Alguien a quien no conocía.

Fue tan rápida la secuencia entre el paso de un estado a otro. Cuando volvió a abrir los ojos, la cálida luz del sol, y el descontrolado movimiento de la tierra la confundió.

—¿Qué ocurre?— indagó cuando el polvo que la cubría se disipó.

Lo que vio le heló el corazón, y enfureció su mente. Parado ahí junto a Hisirdoux estaba Galaga, viéndola con la misma intensidad que ella a él.

No tenía fuerzas en las piernas pero estaba segura que si una gota de adrenalina tocaba su interior, correría hasta él para abofetear su rostro.

•••

Hisirdoux hizo el intento de acercase a ella, debía ver que tan real era. Después de todo, no iba a negar que podía estar sufriendo alguna contusión, y verla allí era producto de su deseosa imaginación.

Por detrás iba Galaga. Él sabía que tan real era lo que veía, por lo contrarió, si deseaba estar imaginado todo. Pues a sus malas noticias no le quedaba de otra que sumarle mas malas noticias. O al menos tratar de encontrar una explicación a la liberación de Arabella.

—Quietos los dos.— pidió tan amable como pudo Zoe.—La dejaran en paz. Arreglen sus estúpidos asuntos, y nosotras nos iremos a Camelot.

Con la mirada le pido a Olivia que abriera un portal, y en minutos tanto ellas junto con Nari desaparecieron.

Arabella estaba por completo confundida. En esos años encerrada pasaron varias cosas difíciles de entender, al menos en ese momento.

Ahora estaba en su antiguo cuarto de Camelot, lo que no le encontraba mucho sentido. No recordaba que el castillo siguiera así de intacto. Aún conservaba su vieja cama, y varios muebles, por supuesto todos vacíos.

Pero eso quedo en segundo plano cuando divisó un relicario colgando del cuello de su amiga.

—¿No me contaras algo?

Zoe levantó una ceja, y se cruzó de brazos.

—Me imaginó que lo sabes, pero no entiendo como.— respondió.

La rubia se puso de pie, y se acercó a ella. Tomó el relicario para ver la foto que resguardaba. Era un niño.

—Tu no usas esta clase de joyería, sino fuera por algo tan especial.— respondió a su duda.—¿Como te llamas niño?

Hizo levitar un almohadón con algo de magia y lo lanzo a un esquina, desde donde se pudo oír un quejido.

Se hizo visible un adolescente pelinegro de mirada azul, y piel pálida. Que lejos de ser hijo biológico de Zoe, era bastante similar ella. A excepción de su cara de sorpresa, y la pobre magia.

Zoe se tomó el puente de la nariz, y largo aire caliente de la misma, sin poder evitar fruncir con fuerza su ceño. Se notaba que el muchacho la hacia renegar mas de la cuenta, y que no era la primera vez que espiaba una conversación.

—Jackson, con un demonio ¿Qué te he dicho?— le regaño.

Camino hasta él, lo tomo del brazo, para sacarlo del cuarto, mientras que este trataba de buscar respuestas, y despejar otras dudas.

Arabella lo saludo con una gran sonrisa, que se desvaneció cuando la puerta se cerro.

—Nos vamos a llevar bien.— dijo, y echó su cuerpo sobre la cama.—Esto es muy extraño.

Zoe se sentó a su lado, y le sonrió con calidez.

—Date un baño, y mientras corto algo de cabello te cuento un poco ¿Te parece?

Arabella solo asintió. Zoe se marchó y ella, se fue al baño. Ese cuarto no era el mismo que en la época de Camelot, tenía una linda bañera y lo mas importante agua corriente.

Mucho menos debía esperar a que calentara, ahora salía así de la canilla.

—Las maravillas del mundo moderno.— exclamó.

Se despojó de su vieja ropa, y fue recorriendo su largo cabello rubio que llegando a la puntas se hacia blanco, mientras esperaba a que la bañera se llenara de agua.

—Algunas cosas no cambian.— se dijo así misma viéndose al espejo.—Estoy justo donde todo comenzo. 

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