Nunca pedí este don

—¿Nuestra boda?
—Si.
—¿Es una broma?—ni siquiera sabía porque dudaba. Había pasado el tiempo suficiente con Evan para creer. ¿Que otra opción había? Ella no mentiría sobre algo así.
—No, Nathaniel. No es una broma. Sin embargo creo que ha sido un error venir. Siento haber perturbado tu vida. Me marcharé en cuanto recoja mis cosas de la habitación.

Vio como ella le hacía un gesto al camarero y este se apresuraba a darle un papel con lo que podía adivinar que era su número de teléfono antes de aceptar su tarjeta de crédito y cobrarle por menos bebidas de las que seguramente tomó.

Lo peor de todo fue ver como ella metía ese papel en su bolsillo trasero antes de despedirse y alejarse de Nathaniel.

Segundos fue lo que tardó en reaccionar e ir tras ella.
Si. Todavía no había dicho todo lo que quería.
Y debería empezar disculpándose por hablar de más.

Apenas la alcanzó cuando las puertas del ascensor se estaban cerrando, colándose así en su interior.

De pie, cada uno en una esquina, se mantuvieron en silencio hasta que siete pisos más arriba, ambos salieron.
Amelia ni siquiera preguntó ni le dirigió una mirada.
Para frustración del chico, vio como ella, que andaba algunos pasos frente a él, sacaba el maldito trozo de papel del bolsillo y su móvil del otro y tecleaba a la velocidad de la luz.

¿Estaría acaso escribiendo al camarero?
¿Era esta su forma de joderle? Estaba haciendo un buen trabajo.

Una vez frente a su puerta, guardó el teléfono, sacó la llave magnética de su bolso y abrió la puerta.

—¿No piensas hablar conmigo?
Dejó su bolso tirando sobre el pequeño sillón junto a su cama y se volvió hacia él haciendo volar su melena castaña y fulminándole con esos preciosos ojos marrones.
—¿Hablar contigo? Intenté hacer precisamente eso y tú lo jodiste todo.
—Escucha, lo siento. He sido un capullo, ¿vale? Te pido perdón.
Su mirada se centró en sus zapatos antes de volver a mirarle y de dejarse caer en el mismo sillón en el que dejó su bolso.

—Yo no pedí tener este don y ojalá no hubiese visto lo que vi, ¿por qué sabes? Rompió mi corazón. Solo por hacerme desear lo que no puedo tener.

Su corazón se rompió en mil pedazos al ver como se deshacía frente a él.
Se dejó caer de rodillas frente a ella y le apartó las manos que le cubrían el rostro.
—Mi corazón se rompe al verte así, cariño. Sé que no lo pediste, pero se lo importante que es ese don para tu familia. Tu madre ayudó a mucha gente y no empezó con ella. Heredaste el don de tu bisabuela.
—Lo sé. Dios... Soy tan idiota.— apartó las lágrimas de un manotazo y se levantó junto con él, quedando pecho con pecho.
—Odio tanto verte llorar.
—Entonces no dejes que siga llorando por ti.
Y ahí, impulsiva de nuevo, le besó.

Había extrañado la calidez y suavidad de sus labios.
Saboreó el Martini y algo más únicamente de ella.

Incapaz de mantener las manos para sí mismo, rodeó su cuerpo pegándola más al suyo para que no hubiese ninguna distancia entre ellos. Suficiente lejos habían estado todos esos años.
Tendría que haberlo sabido mejor.
Ella era demasiado especial. Dulce, cálida y preciosa y él era un egoísta por querer mantenerla, sin embargo, estaba harto de fingir que no pensaba en ella. Cansado de cerrar los ojos y llenar su mente de recuerdos. Cansado de tener fotos de ella escondidas por todo su apartamento para sentirla cerca.

Su teléfono empezó a sonar dentro del bolsillo de su pantalón interrumpiendo el momento.
Disculpándose con ella, lo sacó e hizo una mueca al ver el nombre que parpadeaba en la pantalla.
Sierra se había despertado.

—Será mejor que atiendas. Iré a preparar mis cosas. Cierra la puerta al salir.

No pasó desapercibido para él la mirada de derrota en sus ojos, ni como se dirigía al cuarto de baño con los hombros encorvados como si se sintiese completamente hundida.
Debió terminar su relación con Sierra la noche anterior. Navidad no era tampoco una buena fecha para una ruptura, pero no lo retrasaría más.
Volvería a su piso, hablaría con Sierra y volvería a por Amelia.
Y más le valía a ella seguir en la ciudad.

Amelia esperó a que la puerta se cerrase para dejar salir todo lo que sentía.
Él se había marchado. Había ido corriendo hacia su novia.
Se sentía tan estúpida.
Nunca debió haber viajado en primer lugar.

Secando sus lágrimas una vez más, se lavó la cara y llamó a recepción para pedir un taxi para llevarla al aeropuerto.
—Lo lamento señorita Stone, pero parece ser que se avecina una tormenta y los vuelos están siendo cancelados.
El mensaje del aeropuerto confirmando precisamente eso llegó cuando colgó.
Parecía que estaba atrapada en una ciudad que no era la suya, lejos de su familia, y cerca del hombre que amaba y su novia.

Dejándose caer en la cama, cerró los ojos e intentó dormir y eso habría salido bien si su teléfono no hubiese sonado.

—¿Diga?
—¿Dónde mierda estás?
—Me alegra oírte también Dana.
—Eso no funciona conmigo, nena. Bobby dice que subiste a un puñetero avión y volaste miles de quilómetros para ir a ver a ese sexy ex tuyo, de modo que quiero detalles incluyendo porque se lo contaste a Bobby y no a mí.
—Bobby no me cuestionó.
—Por supuesto. Ese chico todavía está medio enamorado de ti.
Sabía que eso era cierto y odiaba herirle de cualquier modo, sobretodo porque Bobby Knight había demostrado ser el mejor amigo del mundo.

—¿Lía? ¿Holaaa? No me digas que me has dejado hablando sola porque...
—Sigo aquí. Siento no habértelo dicho. Bobby era el único que sabía hacia donde me dirigía.
—Bueno, ¿le viste?
Suspiró.
—Si.
—¿Si? ¿Es todo lo que vas a decir? Hace tres años que se fue y que no le has visto y eso es todo lo que tienes que decir. En serio Lía, podría golpearte ahora mismo si tuviese ese súper poder.
—Le besé.
—Oh dios!! Omaigaaaad!!! Oh loooord!!! POR LOS CALZONES DE JUDAAAAS!! SIIIII.

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