La ruptura
Dana era tan expresiva y original a la hora de hacerlo que no entendía como todavía no la habían arrestado.
Esa mujer no tenía filtro alguno.
—¿Puedes relajarte cinco segundos para que pueda acabar de contarte?
—Si, por supuesto. Lo siento.
—Se marchó a casa con su novia. Ella fue la que respondió al teléfono cuando le llamé.
—¡Maldita sea, muchacha! ¿Es tan bruja como imagino?
—Dijo algunas cosas. Y puede que tenga razón. ¿Que hago aquí realmente? Debí quedarme en casa.
—¡De ninguna jodida manera, chica! Estás en la increíble Nueva Orleans. ¿Cómo puede ser eso un error? Pensándolo bien podría volar hacia allí y buscar a mi propio DH.
—¿De qué estás hablando?
A veces no podía seguir una conversación con esa chica. La mayor parte del tiempo hablaba consigo misma.
—¡Un Dark Hunter, por supuesto! ¿No leíste los libros que te presté?
—Los traje conmigo, pero siguen en la maleta.
—¡Eso es un pecado! Saca ahora mismo a mis chicos de tu maleta y lee sobre ellos. Voy a tener que seguir soñando sobre algún hombre caliente empotrando mi cuerpo contra un callejón oscuro en medio del Barrio Francés. Mientras tanto ahorraré para viajar allí en febrero. Necesito ir al Mardi Gras.
Después de escuchar a su amiga divagar unos minutos más, terminó la llamada y cerró los ojos.
Por su parte, Nathaniel se apresuró a llegar a su apartamento.
Cuando abrió la puerta todo estaba en silencio, lo cual era un alivio después de la conversación telefónica que tuvo con Sierra de camino.
—¿Fuiste tras esa puta que llamó antes, verdad? No podías quedarte conmigo. Tenías que correr tras ella como un maldito perro faldero.
—No hables así de ella.
—¿Por qué no? Está claro lo que quiere y tú lo has dejado muy claro también al marcharte a hurtadillas.
—Escucha, voy hacia allí ahora. Tenemos que hablar.
Ella ni siquiera respondió. Colgó el teléfono.
No sabía exactamente qué esperaba encontrar al volver, sin embargo todo parecía en orden.
Hasta que llegó a su dormitorio.
La ropa del armario y la cajonera estaba tirada sobre la cama y el suelo.
Las sábanas estaban rajadas.
Los cuadros que tenía sobre la cajonera, volcados y con los cristales rotos.
Caminó con cuidado por el lugar, hasta que encontró sobre su almohada todas las fotos que tenía de Amelia rotas en pedazos.
—¡Hija de putaaaaa!
Asegurándose de no tocar nada, se dirigió hacia la puerta dispuesto a ir a casa de Sierra y decirle cuatro cosas. La primera de ellas era que todo terminó.
Estaba tan alterado que ni siquiera se dio cuenta de que había alguien en el rellano hasta que chocó contra su cuerpo.
Unas manos femeninas y suaves se colocaron sobre su pecho, deteniéndole.
Subió la mirada hasta los ojos de la mujer y no se sorprendió al ver a Amelia allí.
—Por favor, no vayas.
Él negó con la cabeza y ella se aferró a él, como si eso solo fuese a detenerlo, sin embargo no se movió. Ninguno de los dos.
—¿Que viste?—preguntó por segunda vez aquel día.
—Vi todo lo que hizo y sé que estás enojado y ella lo sabe. Sabe que irás a por ella. No puedes hacerlo. Llama a la policía y denunciala, pero por favor, no vayas a su casa.
—Nunca le haría daño.
No pensaba que tuviera que explicarlo. Amelia le conocía mejor que nadie.
—Lo sé, pero pase lo que pase, no debes ir.
Decidió confiar en ella. Fuese lo que fuese que vio además del estado de su piso, la tenía lo suficientemente asustada para presentarse allí y mantenerse firme para evitar que él se marchase.
—Llamaré a la policía. Entra.
Al principio parecía reacia, y no tuvo dudas acerca de ello cuando se negó a dar un paso más allá de la puerta.
—No voy a comerte. Puedes avanzar un poco más.
—Estoy bien aquí. Esperaré hasta que hagas esa llamada. Luego me iré.
Se fijó en sus manos. Estaba temblando.
—Amelia, ¿Que más viste?
Ella levantó la mirada hacia él y luego la desvío hacía una de las puertas que había antes de acceder al pasillo.
Avanzó hacia allí con paso decidido.
Abrió la puerta y encendió la luz sin plantearse realmente en lo que podía encontrar.
Sintió a Amelia a su espalda antes de que esta cogiese su mano.
Ambos se enfrentaron entonces a lo que había allí.
El espejo estaba pintado con lo que parecía pintalabios y justo en el centro, la única foto que tenía con Amelia destrozada como si hubiese usado algo afilado para tratar de borrar la cara de Amelia de la fotografía.
Prestó atención entonces a las letras grandes y rojas.
INFELIZ NAVIDAD, CABRÓN.
DISFRUTA DE TU ZORRA DE CAMPO.
Escuchó el jadeo de Amelia, pero la leve calma que sintió poco antes al tenerla entre sus brazos, desapareció como por arte de magia.
Todavía con ganas de correr hasta la casa de Sierra y llevar con él a todo el personal psiquiátrico que pudiese encontrar y encerrarla donde no pudiese hacer daño a nadie, marcó el número de la policía e hizo la denuncia.
Esperaba que la operadora que le había atendido fuese sincera y realmente los agentes se personasen en diez minutos, porque no creía que fuese capaz de aguantar mucho más.
Una cosa es que quisiera herirle a él. Pero Amelia era intocable. Nadie la dañaría jamás si de él dependía.
La rodeó con sus brazos y bajó la cabeza para susurrarle al oído.
—Estas a salvo conmigo.
—Lo sé.
—Voy a llevarte de vuelta al hotel en cuanto la policía se vaya y te llevaré al aeropuerto.
—Eso no cambiará nada. Hay una tormenta acercándose y han cancelado los vuelos. Estoy atrapada aquí.
Maldijo por lo bajo y luego dejó un leve beso sobre sus labios.
—Entonces te vendrás aquí conmigo. Y Amelia—dijo mirándola a los ojos—. Voy a tener que llamar a tu padre y decirle realmente dónde estás.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top