Capítulo 3: Destinada a matar.
•Jade Lemac - Aimed to Kill.
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Alex
En cuanto Amy abandona el lugar, me quedo observando hacia aquel baúl que guardaba tantos secretos. Le doy una breve mirada a Evan y me acerco de forma lenta hasta quedar lo suficientemente cerca como para observar con detenimiento cada una de las armas.
Mi mente se mantiene en una guerra mientras paso una mano para tocar la tela roja que yace a un costado, y decido tomar uno de esos trajes.
No me hace falta cerrar los ojos para revivir el horror que pasamos hace dos años, pero debo admitir que Amy tiene razón en querer dar pelea. Tuvimos muchas ocasiones en las que comprendimos que pelear o quedarte quieto significa lo mismo: la gente continuará muriendo, decidas lo que decidas.
Es por eso que me pongo de pie, sosteniendo la máscara y el traje en una mano, dispuesto a tomar una de las decisiones más difíciles y dolorosas de mi vida. Juré que jamás volvería a permitir que alguien toque a mi hermana, no luego de ver como caía inconsciente en las fiestas de la secundaria al ser drogada sin su consentimiento, o ver como se burlaban de ella e intentaban golpearla por rumores que no se preocupaban por verificar. Nadie estuvo para ella, ni siquiera yo pude salvarla de que arda en aquel infierno; siempre cargaré con la culpa por haber llegado tarde, y esta es la oportunidad perfecta para resarcirse.
Nadie volverá a tocar a la gente que amo; la protagonista principal siempre será ella, pero esta es nuestra familia. Es hora de colocarse las máscaras una vez más.
—No me jodas, ¿tú también? —Evan luce totalmente desconcertado al ver que me agacho para tomar un arma y un silenciador, caminando hacia la salida— Esto va a terminar mal y lo sabes.
—Si nos quedamos callados, la gente a nuestro alrededor comenzará a morir —digo mientras coloco una mano sobre su hombro y le regalo una débil sonrisa que borro al instante—. No voy a dejarla sola y no va a dar marcha atrás, ambos la conocemos.
Sé que mi hermana puede defenderse sola, lo he comprobado con mis propios ojos y, aun así, necesito estar a su lado, poder asegurarme de que esto no se saldrá de control.
Porque si ella muere en esta guerra, significaría el comienzo de una eterna agonía.
—Tan solo... no dejes que esto se transforme en un acto suicida.
—Para eso estoy, me encargaré de proteger a nuestra familia.
Es así como decido unirme a Amy una vez más.
Que Nakara Hills se prepare, porque las calles volverían a teñirse de rojo a partir de este momento.
Amy
Subo las escaleras hasta dar con mi habitación, siendo consciente de la bomba que acabo de tirar allí abajo.
Dejo caer el traje sobre la cama y me siento a un lado, colocando las manos sobre mi cabeza, permitiéndome comprender todo lo que había sucediendo esta madrugada. En el pasado asesiné a mis ex amigos, y ahora mis más fieles amistades están muriendo a manos de alguien que se niega a revelar sus motivos y su identidad.
Mi vida parece ser un circulo tóxico sin salida, mientras más intente alcanzar la felicidad, más difíciles se pondrán las cosas. No importa cuántas veces he intentado enterrar mi pasado, jamás morirá por completo.
Y tampoco puedo ignorar los crímenes que cometí, la venganza y los asesinatos es lo que me mantienen con vida. Desearía decir que estoy mintiendo, pero no es el caso.
—Amy, no quiero que te pongas en riesgo otra vez. No pienso perderte —una voz cargada de preocupación suena desde la puerta y levanto la vista.
—Y no lo harás, Evan —aseguro al ponerme de pie.
Él se acerca lentamente hasta quedar frente a mí y coloca una mano sobre mi mejilla, acariciándola con suavidad.
Ambos permanecimos alejados tanto tiempo que ahora no queremos volver a tomar distancia, y menos si eso implica que alguno de los dos abandone esta tierra.
—Entonces, si piensas hacerlo, tendrás que prestarme uno de esos.
Señala la prenda que descansa sobre el colchón y tomo distancia para observarlo con el ceño fruncido, él tan solo se cruza de brazos, desafiándome con la mirada. Definitivamente se volvió loco.
Espero unos segundos y no veo señales de que esté bromeando, sus expresiones y su silencio son claros.
Evan no tiene ni idea de lo peligroso que es todo esto, es un mundo al que nadie quisiera pertenecer, uno del que quieres huir con tan solo escuchar hablar de él. Y me quedo pensando en qué responder porque, por lo que veo, ya ha tomado una decisión.
Una de las cosas que tenemos en común es que cuando se nos instala una idea en la cabeza no hay forma de sacarla hasta lograr concretarla. Suele ser una ventaja en muchos ámbitos de nuestra vida, claramente este no es uno de ellos.
—Algo me dice que no hay forma de que te persuada para abandonar esa idea, ¿verdad?
—Estamos juntos en esto, amor. Aprendo rápido.
Nuestras miradas se mantienen conectadas con una intensidad peligrosa y termino por frenar ese contacto, suspirando al ser derrotada.
—Irás con nosotros con una sola condición: jamás te harás el héroe. Si me apuntan con un arma no te pondrás en el medio ni harás algún movimiento estúpido; en verdad no sabes en dónde te estás metiendo.
De verdad no tenía ánimos de discutir con nadie, así que, con la ansiedad invadiendo cada fibra de mi cuerpo, estrechamos nuestras manos para sellar ese acuerdo. Él no lo sabía, pero yo estaba haciendo otra promesa internamente, y esa era que a partir de hoy mi cuerpo sería su escudo antibalas. Prefiero dar mi vida que ver morir a las personas que amo.
Toda posibilidad de seguir manteniendo una conversación privada se esfuma en cuanto Alex aparece sosteniendo el traje y un arma en la mano.
—¿Comenzamos mañana en la noche? —pregunta con una media sonrisa plantada en el rostro y un deja vú me azota.
—Tiene que ser una broma —observo como ambos comparten una mirada cómplice y es ahí en donde entiendo el complot que se formó a mis espaldas.
Niego con la cabeza en silencio, estos dos van a ser la causa de mi muerte, lo juro.
Cuatro días después.
Estos últimos días fueron una total pérdida de tiempo. Luego de asistir al funeral de Brittany, mi acosador parecía no querer dar señales de vida. Noche tras noche nos reuníamos en mi casa para enviarle mensajes e intentar provocarlo para poder planear nuestro siguiente paso, pero solo logramos desvelarnos y consumir más cafeína de la recomendada.
El reloj marca las once de la noche cuando observo como Evan y Alex están a punto de caer dormidos sobre el sillón, era uno de esos días en los que tampoco conseguimos señales de vida del otro lado. Esto es más difícil de lo que creíamos.
Siento como me queman las pestañas, aun así, continúo bloqueando y desbloqueando mi móvil como si así fuera allegar un mensaje por arte de magia.. Estrello mi puño contra la mesa de madera y me recuesto sobre la silla, permitiéndome cerrar los ojos y descansar la vista.
Aunque me despierto sobresaltada a los pocos minutos porque entra una llamada, el sonido también alerta a mis acompañantes, quienes se ponen de pie y corren hasta quedar frente a mí. Los observo y asienten, animándome a contestar cuando vemos que se trata de un número desconocido.
A pesar de estar en altavoz, puedo percibir la respiración pesada de alguien al otro lado, una leve música de fondo y los gritos de mujer. Es lo más parecido a visualizar una pesadilla en la vida real.
—¡Amy! —grita alguien de repente, logrando asustarme al saber perfectamente de quién se trata.
Tenía a Kristal, probablemente sea la segunda de mis amigas en la lista negra.
Las manos me tiemblan e intento calmarme lo mejor que puedo.
—Amy... ese era tu nombre. Por poco lo olvido, cariño —dice otra persona, utilizando un distorsionador de voz. Mi piel se eriza al recordar las llamadas que me hacía Rachel.
—¿Quién eres y qué quieres? Todo esto acabó hace dos años.
—Pero todo puede volver a comenzar, un verdadero clásico nunca pierde su estilo, Plox —se burla mientras escucho como mi amiga sigue quejándose a lo lejos y aumenta mi preocupación—. Tienes una hora para presentarte en el hotel Harrington. Su vida está en tus manos y esta vez puedes traer a todos los soldados que quieras.
—¡Amiga, ni se te ocurra ven...!
La voz de Kristal es interrumpida debido a que la llamada finaliza de forma abrupta. Las lágrimas se acumulan en mis ojos y aprieto el móvil con fuerza.
Las agujas del reloj corrían, así que no perdemos tiempo en tomar las llaves del auto y dirigirnos a nuestro destino. Alex conduce a toda velocidad por la autopista, saltándose un par de semáforos en rojo, mientras Evan y yo observamos el camino con temor. Entrelazo una de nuestras manos y con la otra me aferro a la mochila que descansa sobre mi pecho. Esta vez he decidido ser cuidadosa y coloqué los trajes dentro de ella, no me arriesgaría a que los vecinos nos vieran así vestidos.
Las calles del centro de Seattle vuelven a recibirnos con todo su esplendor, muy pocas personas caminaban por la acera y nos encontramos con pocos autos estacionando frente a la puerta del hotel en donde se alojaba mi amiga. Esta semana se había peleado con su compañera de piso y decidió gastar todos sus ahorros en una habitación aquí por un par de noches.
Es el mismo lugar en el que me alojé cuando volví de Londres, yo se lo había recomendado, así que recuerdo bien cada rincón, es por eso que, cuando abandonamos el vehículo, loschicos se quedan en silencio, esperando a que comunique el próximo paso. Desde nuestra posición se puede ver como la mayoría de las luces están apagadas, a excepción de dos, una en el segundo piso y otra en el tercero. La última es la indicada.
Saco el móvil del bolsillo de mis jeans para observar la hora, tenemos diez minutos para atravesar esa puerta o las cosas se irán a la mierda. Bueno, un poco más que ahora.
—Hay una entrada en la zona del estacionamiento, podemos rodear el lugar. Allí no hay cámaras, pero sí en los pasillos, así que cúbranse la cara —finalizo con el tenso silencio que nos envolvía y ambos asienten para comenzar a caminar hacia donde indico.
Esta parte está poco iluminada, a excepción de algunos autos que abandonan el lugar y procuramos no cruzar miradas con nadie, la idea es escabullirse de toda persona presente.
Llegamos hacia la salida de emergencia y nos colocamos las capuchas, manteniendo la mirada clavada en el suelo hasta que damos de lleno con una columna. Era un punto ciego para la cámara, así que me agacho para abrir la mochila y sacar con rapidez los trajes y las tres armas con sus respectivos silenciadores, vistiéndonos en tiempo récord para poder subir al ascensor que se encontraba al final del camino.
Evan presiona el número tres y en menos de un minuto las puertas vuelven a abrirse, dándonos la vista perfecta del pasillo. Doy el primer paso, observando hacia el exterior, y —en cuanto compruebo que está totalmente despejado— salimos de allí. Comenzamos a recorrer con la mirada el número de cada habitación hasta quedar frente a la 505. Alex se acerca para apoyar su oreja contra la puerta, pero no percibe ningún ruido extraño.
Estaba a punto de estrellar mi puño contra la madera cuando sentimos voces provenientes de la otra punta del pasillo. Reacciono y arrastro a Evan y a Alex para quedar detrás de una columna que da directo a la zona de las escaleras.
—Te juro que eran ellos, los caballeros rojos están aquí —se escucha que dice un hombre y su acompañante suelta una pequeña risa.
Mi corazón comienza a latir con fuerza, rogando para que no lleguen hasta este lado. Seguramente nos captaron por las cámaras del ascensor.
—Eso es una puta leyenda urbana, estás loco —contesta el otro desconocido y su móvil comienza a sonar. Y en los próximos segundos solo se puede percibir el sonido de nuestras respiraciones agitadas, hasta que la conversación se reanuda—. Bill necesita ayuda en la entrada, un hombre borracho está peleando con una mujer.
—Pero... ¿y los caballeros rojos?
—Cierra la boca y deja de alucinar, vámonos antes de que nos despidan a ambos.
Las pisadas se alejan y respiro con calma. Despegamos la espalda de la pared para volver a posicionarnos frente a aquella puerta, y no nos hace falta golpear porque al instante se abre; una persona vestida exactamente igual que nosotros nos recibe del otro lado, tomándonos de la ropa para arrastrarnos hacia el interior.
Me suelto de su agarre en cuanto cierra la puerta, deshaciéndome de la mochila que colgaba en el hombro y mis acompañantes deciden levantar sus armas a modo de defensa.
Sostengo la mía con todas mis fuerzas, pero me toma un momento reaccionar porque me bloqueo al observar como Kristal se encuentra con las manos y los pies atados en una silla ubicada en la mitad de la sala. Su mirada refleja confusión, tiene el rostro empapado por sus lágrimas y los gritos son silenciados gracias a la cinta que cubre su boca. Mi nuevo acosador camina hacia ella y le acaricia el pelo lentamente, casi de forma sádica, colocando el cañón del arma sobre su sien y es ahí cuando decido apuntarle directo a la cabeza.
Aunque no hay forma de que esto termine bien.
—Déjala ir, ya estamos aquí. El problema es con nosotros, ¿verdad? —hablo mientras retiro mi máscara de una vez. Alex y Evan me imitan.
Mi amiga abre los ojos sorprendida al encontrarse con esta escena y comienza a removerse, intentando huir inútilmente.
—¿Sabes, Amy? Todo esto fue una trampa, solo quería asegurarme de que tu querida amiga viera quién eres realmente —dijo, acercándose a la cara de Kristal, apartando su arma por un instante para colocarle el silenciador—. Aquella sobreviviente de la que hablaban en las noticias es una maldita mentira, ella fue la encargada de matar a todos esos estudiantes. La realidad duele, ¿no es así?
Sin emitir una sola palabra más, le dispara directo en la cabeza para luego tirar de una patada esa silla que ahora sostiene el cuerpo inerte de Kristal.
Observo de reojo el momento exacto en el que Evan se cubre la boca con una mano temblorosa y mi hermano intenta comprender todo lo que está sucediendo.
No es una ciencia tan complicada, la vida de cada uno de nosotros comenzaba a romperse por segunda vez. El juego de supervivencia ha sido reiniciado.
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