CAPÍTULO 1
Adonis había deseado la lucha en el inframundo desde el inicio de sus tiempos como semidiós.
Había sido un cazador, hábil, diestro y certero.
La lucha cuerpo a cuerpo era lo suyo.
La búsqueda de una presa que estuviera a la altura.
Descargó adrenalina por todos sus poros contra todos esos proyectos de zombies, esos asquerosos despojos de lo que una vez fueran humanos.
Salvar a la parejita feliz le pareció una buena idea por aquel entonces. Y con ello, se le ocurrió que quizá así se ganaría una redención... Al fin y al cabo, estaba seguro de que morir, no moriría. Saldría de esa ileso, y seguro que Zeus le endilgaba lo que él andaba deseando ya desde hace un tiempo aun pensando que le estaba condenando.
Un merecido castigo en la Tierra.
¡Ja!
Lo tenía todo cuadradito, de cabo a rabo.
No en vano había sido el aprendiz de la peor de las rameras.
Fingió que se inmolaba por la felicidad de esos dos, y seguro que de esa manera volvería a vivir la vida que anhelaba tener en el mundo mortal. Esa que le había sido sesgada tantos siglos atrás y que ahora creía que le había sido arrebatada.
Lo que no esperaba era que esa vida que tanto añoraba era, en realidad, una puñetera mierda.
Pensó que un poco de realidad le vendría bien: disparar con metralletas, o con cañones, o con una Walther PPK al más puro estilo agente 007. Perseguir a criminales, o quizá convertirse en uno de ellos... Un agente de la CIA sería lo mejor. Combinaba todo lo que Adonis buscaba: acción, intriga, asesinatos... Podría convertirse en lo que él deseaba, un cazador algo... digamos neutral, ni blanco ni negro, ni bueno ni malo. A lo suyo. Lo demás se la sudaba.
Y sin embargo, todo había sido un estúpido sueño. Allí abajo no era más que otro subnormal en busca de trabajo. No había manera de acceder a las altas esferas de la Agencia Central de Inteligencia. O de cualquier otra agencia de inteligencia, del tipo de fuera. Estaba empezando a pensar que igual era tonto: tuvo que aceptar trabajos denigrantes... Portero, segurata, entrenador de gimnasio... Curros para tipos con mucho músculo y poco seso. Y hombre, él algo de seso sí que tenía; que parecía tonto, sí, pero tantos años de vida algo le habían enseñado.
Aun así, tenía que aceptar que le encantaba eso de «Eh, tú, fuera de aquí, pringao», o «¿Adónde te crees que vas tú, gañán? ». Le daba cierto poder. Incluso aunque fuera solo sobre esos enclenques puestos de coca hasta las cejas.
Su vida iba de mal en peor. Ni siquiera la ayuda de Dice, diosa de la justicia, le había servido de nada. ¿Para qué mierda había él deseado todo aquello? Adonis hubiera querido una vida normal, de hombre guerrero, como lo era en su época, y no esa jodienda de vida artificial donde reinaban los videojuegos y la gente se pasaba el día encerrada en sus casas tonteando con el Facebook, el Twitter, el tuenti, el Instagram, el Tumblr y no sé cuántas redes sociales más.
«Asco de vida, coño», pensaba el antiguo semidiós.
¿Es que no podían volver unos cuantos siglos atrás para vivir como era debido, cuerpo a cuerpo con la naturaleza?
Ya era demasiado tarde. Y para colmo de todos sus males, ahora le habían endilgado a la amiga loca.
Durante el breve tiempo en que ocupó el lugar de Cupido en el Olimpo y jugó a ser el Dios del Amor, nunca imaginó que enamorarse pudiera doler así.
La sensación del láser atravesando su corazón le dejó sin respiración. El momento en que sus ojos verdes se cruzaron con los azules de ella, el tiempo pareció desaparecer y una espiral, que absorbió todo, se formó en torno a ellos. Dejó de escuchar. Dejó de respirar. Dejó de percibir su propio cuerpo. Tan solo podía sentir su corazón hecho añicos.
Maldito, maldito, maldito...
Aunque en ese momento en concreto, no le maldijo. Porque en ese momento, mirarla fue como encontrar el objeto más hermoso que hubiera existido jamás en la Tierra o en cualquier otro universo. En ese momento en que dejó de respirar, en que contuvo el aliento mientras observaba su mirada, se hubiera arrodillado allí mismo, ante ella, hubiera posado las palmas de sus manos sobre el suelo y la habría venerado, dando gracias a los dioses por haberla colocado en su camino de nuevo.
Porque ella era hermosa, la más bella de las flores. Sus gotas de sudor parecían perlas rosadas que caían por ese precioso rostro, acariciándolo como si de brillantes gotas de rocío sobre un pétalo de flor se tratara. Su ceño fruncido, la forma ondulada de esas arruguitas que se le formaban entre los ojos, que parecían dos diamantes en bruto, le otorgaban un cariz encantador. Los cabellos húmedos besaban su frente, adhiriéndose a ella, no queriendo abandonar ese semblante que Adonis tanto hubiera ansiado rozar con las yemas de sus dedos...
Oh, visión de visiones. Bella entre las bellas. Más hermosa que incluso la divina Afrodita...
Qué hostia se hubiera dado.
So gilipollas.
Sí, sabía que su corazón había sido atravesado, roto en añicos, partido en mil pedazos. Sabía que, a partir de ese instante, moriría de amor por ella porque era lo que se hacía en esos casos. Pero no le importó.
Sus pies habían comenzado a flotar y una bola de colores, de esas horteras de discoteca de los setenta, apareció de súbito en lo alto del techo enviando brillantina por doquier. Todo el mundo a su alrededor, las máquinas, los metrosexuales, las respiraciones agitadas así como los gruñidos de gorrino que proferían aquellos mamarrachos, todo desapareció... Una oscuridad les rodeó y, de repente, el guapo semidiós comenzó a escuchar una canción... Unas letras que resonaban en su cabeza, como si el mismo cantante se hallara en ese instante junto a ellos, celebrando el amor con un pastelazo de canción -que por otro lado creyó apreciar como la mejor del mundo en ese momento-, que decía:
«My love
There's only you in my life
The only thing that's bright...»
Joder.
¡El maldito Lionel Richie cantando My Endless Love! ¡Si hasta ella pareció brillar en ese momento bajo unas luces setenteras!
Así se halló Adonis, sumido en la música, creyéndose al dedillo todo lo que escuchaba, repitiendo las palabras "you will always be, my endless looove..." sintiendo el dolor por dentro del amor que le quemaba al observarla... Igual que un jodido gallina.
Hasta que su chillona voz rompió la ensoñación en que se hallaba sumido y disolvió de un plumazo la nube de la que había sido fácil presa.
-¡Puaj! ¡¿TÚ?! ¿Pero qué coño estás haciendo aquí?
«¿Qué? ¿Pero qué...? ¡Yo conozco a esta mujer! Esta, esta, esta es... ¡Por Zeus todopoderoso! ¡No puede ser!», se recriminó.
Cuando ella comenzó a erguirse, no sin dificultad -más bien era bastante patosa, solo había brazos y piernas por todas partes-, la observó boquiabierto.
¡Cómo podía ese estúpido haberle hecho aquello! Tenía que imaginarse que se la tenía guardada... ¡Era imposible! ¿Cómo podía hacer que se enamorara de la mejor amiga de Alma? Eso era cruel, era bochornoso, era estúpido, era una putada, era... lógico.
«Maldito cabrón», se repitió, refiriéndose al hijoputa de Cupido.
Cerró los ojos con fuerza, se frotó las sienes con la mano y respiró hondo para afrontar todo ese lío con la mayor dignidad posible.
¿Aquellos imbéciles pensaban que se iban a reír de él?
Eso creían ellos. Iba a plantar cara a esa cosa estúpida a la que llamaban amor.
-Idiota, gilipollas, casi me matas... -seguía barruntando ella, intentando colocarse la ropa de deporte en su sitio-. ¿Qué coño hacías dándome ese susto? ¿Cómo se te ocurre aparecer así, sin decir nada? ¡Casi se me caen las pesas encima! ¡¿Qué querías, que me ahogara?!
Pero era tan difícil hacerlo...
Por las ascuas del inframundo, al escucharla decir todo aquello y mirarle con ese aspecto tan enfurruñado, con ese ceño y esos morritos fruncidos y las mejillas coloradas... Se habría lanzado al suelo allí mismo, se habría arrodillado y le habría abrazado las piernas para pedirle perdón y decirle que nunca, jamás, volvería a asustarla, y que ni en sus peores pesadillas podría soportar que se ahogara o le sucediera cualquier cosa, ni siquiera que le picara un mosquito, y que él la protegería, que la salvaría de todo, que...
«¡Imbécil!»
Se pasó la mano por la cara para borrar todos esos pensamientos y volver a recuperar su cínica expresión de siempre. La que le salvaba de todo. La que le caracterizaba como el gran Adonis, el terror de la corte mitológica.
-Solo estaba intentando ayudarte, nena. Si no hubiera venido te habrías roto la espalda -le respondió intentado eliminar todo ápice de emoción en su voz.
Ella le observó de arriba a abajo, fijándose en el logotipo que se hallaba colocado en el pecho de su camiseta sin tirantes.
-¿En serio trabajas aquí? ¿Te han contratado a ti de entrenador personal? ¿Pero no era que te gustaba la literatura, la poesía, y todo eso? -le interrogó, moviendo la mano para enfatizar el «todo eso».
Ya, sabía a lo que se refería: a su fingida vida como Marco. La vida que se había inventado para conquistar a Alma cuando todo aquello empezó. Antes de que decidiera (bueno, vale, que le «asignaran») vivir una vida mortal.
-Me estoy ganando un dinero extra -fue su parca respuesta.
¿Para qué iba a complicarse la vida con ella? No era necesario meterse en camisas de once varas...
-Pues la próxima vez, a mí ni te me arrimes, ¿vale? Deja que me parta la espalda yo solita, si me da la gana. Y ni me toques, imbécil, que me has dado un susto de muerte, joder -contestó, cogiéndose el pecho con una mano.
Él no quería darle un susto de muerte... Pero, ¿por qué le trataba ella así? Si solo había intentado ayudarla, y ella seguía con esa actitud... Ni que se hubiera acostado antes con ella, y no con su amiga.
Pero en ese momento cayó en la cuenta de que su mano arrugaba la suave tela que le cubría el pecho... Un pecho redondito, pequeño... Y al apretar la camiseta sobre él, quedaron marcados dos oscuros círculos prominentes que no podían ser otra cosa que...
«Dios», se estiró los pantalones con disimulo y se dio la vuelta para que nadie notara la vergüenza que le había causado esa mujer tan solo con insinuar que debajo de la camiseta tenía un par de pezones normales y corrientes. Vamos, como todas las mujeres, tampoco era ninguna pechugona del Playboy ni nada por el estilo.
¿Qué coño le estaba pasando?
El maldito láser de la enfermedad, tenía que llamarse, y no del amor.
Se disponía a marcharse cuando una mano le tiró del brazo con más bien poca fuerza, aunque las uñas se le clavaron en la piel como finas agujas.
-Eh, tú, pero no te creas que te vas a largar así tan fácilmente, amigo -le dijo Elsa, una vez él se dio la vuelta de nuevo para enfrentarse a su iracunda mirada-. Eres un capullo de mierda -le escupió a la cara-, y ni pienses que porque Alma no te lo dijera a la cara, yo no te lo voy a decir. Eres un cabrón, te portaste fatal con ella porque sabías que era buena... Y te aprovechaste. Eres escoria, y te mereces que te pase todo lo peor del mundo, ¿vale? -terminó su sentencia, a lo largo de la cual le había ido señalando con un dedo acusador que cada vez se acercaba más a su rostro, haciéndole echar la cara hacia atrás.
Vaya, pues había acertado: lo peor de todo ya le estaba pasando.
Abrió la boca para contestar a la pulla... Y lo único que salió de ella fueron las siguientes palabras:
-¿Quieres venir a cenar conmigo?
Pero esperad, porque aún no se había recuperado él mismo del asombro que le habían causado sus propias palabras cuando la vio sorprenderse un poco, mirarle de arriba a abajo, y responder:
-Me lo voy a pensar.
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