El amor no requiere de tiempo

«Ella era tan hermosa para él, como un ángel, y él se enamoró de ella»

Rapunzel, Friedrich Schulz, 1790.


«Rapunzel era la niña más hermosa que viera el sol. Cuando cumplió los doce años, la hechicera la encerró en una torre que se alzaba en medio de un bosque y no tenía puertas ni escaleras; únicamente en lo alto había una diminuta ventana»

Rapunzel, Los hermanos Grimm, 1812.


En cuanto fue a abrir la puerta y subirse al taxi, una ráfaga hizo que su largo cabello rubio se le enredara en el rostro. Un hombre aprovechó su distracción para robarse su transporte. Apenas pudo vislumbrar una expresión divertida y llena de picardía en esos ojos marrones antes de que él se metiera en el coche amarrillo y desapareciera. ¡Maldito ladrón de taxis!

Llegó tarde a la junta en la empresa. Gimió por dentro. Su madrastra ya la esperaba con el ceño fruncido y con ese semblante de desaprobación que era una constante cuando se trataba de Rapunzel. Sabía que traía el pelo desordenado y alborotado, y como imagen de la línea de productos para cuidado del cabello de la empresa de su padre, no podía presentarse de esa forma. Menos en público.

—Rapunzel, tu cabello —la regañó su madre.

—Lo sé, madre. Está ventoso y...

—Sin excusas, llegas tarde. —La mujer comenzó a caminar a lo largo del corredor, sin mirar si ella la seguía. Sabía que lo hacía, siempre era así—. En la noche tienes que estar impecable, es la cena con los Norton y tengo expectativas puestas en su hijo.

Rapunzel puso los ojos en blanco. Su madre, en realidad su madrastra, se había casado con su padre cuando ella era apenas un bebé, y, desde que tenía uso de razón, buscaba emparejarla con un pretendiente apropiado. Era la palabra preferida para denotar todo lo que asociaba con su estatus de heredera del reino empresarial de los McGregor, La corona dorada, dedicado a productos de cuidados del cabello y de la que ella era la imagen publicitaria.

—Pero, madre, hoy es el último día del festival de la luz. —Unió las manos en su pecho, alzó el rostro al cielo raso y dio un giro en el lugar—. ¡Ay, madre, ver las luces en el cielo...!

—¿Y mezclarte con la gente común?

—Madre, hablas como si fuéramos de la realeza. También somos gente común.

—No, no lo somos, querida.

—Alguien ha estado viendo viejos episodios de Dinastía. De nuevo —bromeó. Su madre se identificaba con algunos personajes de la serie, especialmente con el de Joan Collins, y la representaba a la perfección—. Vamos, nadie tiene que saber quién soy.

Por poco el ruego hizo parpadear a su madre. Casi la tenía, el brillo amoroso cruzó el rostro de la mujer mayor, pero de pronto desapareció y el comportamiento circunspecto retornó. En ocasiones, su madre dejaba dar rienda suelta a su cariño, aunque, la mayor parte, la apariencia de mujer de negocios y esposa de uno de los empresarios más reconocidos del país tomaba el control de su persona.

—Rapunzel —la reprendió—. No seas ingenua, tu rostro está en revistas, publicidades en televisión y gráficas en la calle.

—Pero, madre...

—Lo lamento, ya han confirmado su presencia a la cena y vas a conocer a ese joven. Es demasiado apropiado.

—Jamás me dejas hacer nada que me interese —rezongó Rapunzel.

—Hija, ya te he dicho que no me gusta que balbucees. No es adecuado para una dama de tu nivel. —Hizo una mueca de disgusto—. Ahora ve a arreglarte ese desastre que tienes en la cabeza. Debes guardar cierto aspecto.

Rapunzel poseía un itinerario agitado que comenzaba desde las siete de la mañana y no se detenía hasta bien entrada la tarde. Había iniciado el día con una prueba de vestuario, luego la junta a la que había llegado tarde debido al dichoso ladrón de su taxi, y pasó el resto del día en sesiones fotográficas para el lanzamiento de la nueva línea de champús. Estaba tan cansada que apenas llegó a su casa se arrojó sobre la cama sin pensar en que su peinado se deshiciera ni que su traje se arrugara, tan solo en las luces en el cielo que ansiaba ver.

—¡Rapunzel! En menos de una hora, tu futuro novio estará aquí.

Su madre se dispuso a rebuscar en su extenso guardarropa hasta que dio con el vestido que pretendía. Era un diseño exclusivo, recatado y de un color manteca que resaltaba el tono lechoso de su piel y dorado de su cabello. ¡Argh! Lo odiaba. Odiaba casi cada prenda que había sido tan bien confeccionada solo para ella. Prendas apropiadas.

—Mamá, ni siquiera lo he conocido aún —le recordó como si eso surtiera algún efecto. ¿Es que acaso no sabía cómo era su madre y la testarudez que la caracterizaba?—. Además, me habías jurado que hoy podría ir al festival de las luces.

—Podrás hacerlo el año próximo. —La llevó frente al espejo de pie y le colocó el vestido por delante. Su mirada se iluminó y dio un asentimiento—. Perfecto.

—Eso me dijiste en mi cumpleaños del año pasado —murmuró Rapunzel.

—Basta de balbucear, ve a prepararte. —Sin decir más, su madre abandonó la habitación.

Miró el vestido dispuesto sobre su cama y los zapatos blancos a juego en el suelo.

No era que a sus veinticuatro años hiciera cada cosa que su madre le ordenara. Bueno, en realidad, sí lo hacía. No comprendía por qué a su edad aún temía que ella la desaprobara, sabía que tenía relación con el que su madre biológica muriera al darla a luz y el temor a que la única madre que conocía desapareciera. Una estupidez para una mujer adulta, pero la mente parecía no atender a razones sobre sus temores más profundos: el perder a esta madre también. La única que recordaba y a la que amaba a pesar de todas sus excentricidades.

Rapunzel pensó en recurrir a su padre, pero él siempre terminaba claudicando ante el encanto de su esposa. A él le parecían divertidas sus extravagancias, siempre había sido así. Suponía que a él le ocurría lo mismo que a ella, temía perderla también. Pero Rapunzel estaba harta de dejar de lado sus preferencias por el bienestar de La corona dorada y su familia; por una vez quería algo para ella. Ir a ese festival había sido lo único que había pedido en el último tiempo. Otra tontería, sin embargo, lo veía como una especie de rebelión, un silencioso grito de libertad.

Con un gruñido, miró su odioso cabello en el espejo. Suelto, largo hasta pasarle los glúteos, dorado como el sol, sedoso y brillante gracias a los productos que ella misma publicitaba. Lo aborrecía. Era un grillete que la mantenía esclavizada a esa vida motona y carente de diversiones y aventuras. Cerró sus manos en puños y con una respiración profunda, se decidió.


Él salió de la Torre, como se conocía a la mansión de los McGregor. Era como un pequeño castillo con una torre lateral, construido a fines del siglo pasado, en la zona de Rye Brook.

Se montó en su Harley, se colocó el casco negro y arrancó. A los pocos segundos alcanzaría la autopista ciento veinte y en unos cuarenta minutos llegaría a Manhattan. La verdad, se estaba volviendo viejo si su único plan para un viernes por la noche era quedarse en su apartamento con una cerveza fría en la mano mientras miraba una película en su televisor. Lo único que había cambiado su aburrida agenda había sido el inesperado llamado, a última hora, de su jefe para que le alcanzara la actualización de los balances contables. Tendría una reunión con un importante inversor y quería presentarle las ganancias de los últimos lanzamientos. Mientras lo aguardaba, sin intención, había oído a las empleadas domésticas hablar sobre el anuncio del compromiso de la heredera, como la llamaban a la hija de los McGregor, con el hijo del inversor.

Todavía la risa le burbujeaba en la garganta al recordar cómo había estado con aquel cabello tan famoso enredado en su rostro cuando le había robado el taxi aquella mañana. Estaba tan ensimismado en el recuerdo que por poco no vio a la persona que de improviso apareció en la calle sacudiendo sus brazos. Paró en seco, casi a dos pies de la joven.

—Gracias —dijo la muchacha casi sin aire.

Miró detrás de ella y solo veía la negrura de la noche. ¿De dónde demonios había salido?

Ella le puso una mano en el hombro, pasó una pierna por encima del asiento y se acomodó detrás de él, ajustando los brazos alrededor de su pecho.

Por unos segundos, quedó desorientado y absorto. ¿Acaso ella huía de la presentación de su nuevo prometido, compromiso, anuncio de casamiento o lo que fuera?

—¿Qué esperas? ¡Vámonos! —gritó la joven.

—Mandona —masculló. Ella no debía haberlo oído entre el ruidaje de la motocicleta y su voz atemperada por el casco.

No lo pensó más y arrancó. Ni siquiera sabía a dónde quería que la llevara, por lo que se dispuso a continuar su camino hasta su apartamento. Desde ahí, ella podía tomarse un taxi a donde quisiera. Aunque, a medida que se acercaban al centro de la ciudad y sentía aquellos brazos rodeándolo y el suave cuerpo presionado a su espalda, empezó a dudar sobre su resolución de plantarse y despedirla en algún vehículo.

—¡Detente! —ordenó la mujer.

Él frenó de golpe y con un chirrido delante a Sacks, el gran centro comercial de productos de belleza, indumentaria y accesorios situado en la quinta avenida.

Ella descendió de la moto y lo observó con fijeza. Una vez que él se quitó el casco, ella jadeó.

—¡Eres el ladrón de taxis!

—¿Qué?

Ella se puso las manos en las caderas y entrecerró los ojos.

—Me robaste mi taxi hoy por la mañana. Ahora estás diferente sin el traje, pero eres tú. No podría olvidar esos ojos.

Él estiró los labios hasta formar una sonrisa. Sí, le había robado el taxi, tenía prisas por llegar a la empresa y ella poseía un contratiempo con el cabello. Bien podrían haberlo compartido, al pensarlo en ese instante, dado que se dirigían al mismo lugar.

—Así que no puedes olvidar mis ojos —mencionó y batió las pestañas con una expresión un tanto juguetona.

—¡Argh! Eso quisieras. Ahora, espérame —indicó con aquella actitud de altanería propia de la realeza—. No te atrevas a desaparecer.

—Hey, ¿qué es lo que te hace pensar que soy tu chofer? —preguntó al agarrarla de la muñeca antes de que se marchara. Tragó en seco. Sus dedos hormigueaban alrededor de aquella muñeca suave y delicada. ¡Mierda que el recorrido lo había puesto caliente!

—Me lo debes. Volveré rápido, lo prometo.

—¿Dónde vas?

—Necesito ropa... menos apropiada.

Él no pudo evitar que su vista la recorriera desde el cabello dorado desordenado a causa del viaje, el tapado color manteca que cubría un vestido del mismo tono hasta las rodillas y finalizar con unos zapatos de tacones blancos. Era un atuendo inmaculado y para nada preparado para transitar en moto, y menos en noviembre. Debía estar congelada. Sin embargo, él tenía un infierno bulléndole en las venas al acariciarla con los ojos.

Tragó en seco, se metería en problemas, lo sabía. Era nuevo en su empleo y no quería ninguna dificultad que hiciera que su jefe lo corriera. El ayudar a que su hija se escabullera de la cena de su compromiso era un grave, gravísimo error.

Ella debió percibir su dubitación.

—Por favor... no te vayas. —Cuando lo miró con aquello enormes ojos verdes y con una expresión suplicante, supo que estaba perdido.

—¿A dónde vas en realidad? —Sin darse cuenta, su dedo pulgar se deslizaba por la muñeca de la joven, formando un pequeño círculo imaginario.

La mirada de anhelo y cierta vulnerabilidad lo desarmó tanto que le hubiera dado cualquier cosa que le pidiera.

—Solo quiero ir al NYFLO.

—¿Al festival de la luz? —Él frunció el ceño ante la respuesta inesperada.

Rapunzel tan solo asintió.

—Quiero verlo por una vez, nada más. Un pequeño paréntesis de diversión y aventura. Estamos a unos minutos. Es al otro lado del puente Manhattan, en Dumbo.

—Lo sé. —Hizo una pausa y la observó con detenimiento. No entendía su pedido, pero se la veía dubitativa y daba una apariencia de fragilidad que contrastaba con su imagen habitual—. Bien, pero tienes que ser rápida en tus compras. No te esperaré más de veinte minutos.

—Cuarenta.

—Treinta, y esto no es un regateo, niña. Apúrate. —Él hizo un ademán con la cabeza hacia Sacks.

El beso rápido que la heredera le dio en la mejilla lo sorprendió y, por unos segundos, lo dejó girando como a un maldito carrusel.

Luego de que ella desapareciera y de un rato de indecisión, sacó su móvil de la chaqueta de cuero negro y presionó el discado rápido sobre el nombre de Max. Era su mejor amigo y gracias a él había entrado a trabajar en la empresa La corona dorada.

—Max, no vas a creer lo que me sucedió.

Se pasó la mano por el cabello castaño y cerró los ojos. La sensación de dirigirse a un precipicio le anudó las entrañas. Le agradaba su nuevo empleo, el poseer el cargo de jefe del departamento contable no estaba para nada mal a sus treinta años.

—¿Qué? ¿El viejo se enfadó porque olvidaste una coma en su balance?

—No eres gracioso, Max.

—Sabes que sí.

—La hija del viejo se escapó de su cena de compromiso, donde conocería a su prometido o algo así. —Hizo una pausa para tomar aire y soltó—: Conmigo. En mi moto.

—¿Qué?

—Como oyes. Ahora está en Sacks comprando ropa menos apropiada.

—¿Qué significa eso?

—Y mierda si lo sé —contestó irritado—. Quiere ir al NYFLO.

—¿Se escapó de su compromiso por el festival?

—Eso parece. —Dejó salir una larga exhalación—. Creo que está un poco loca.

—Loco estás tú. Sabes que te meterás en problemas, ¿cierto?

Iba a contestar cuando alzó los ojos y se quedó sin aliento al ver a la castaña que se aproximaba a él vestida en una chaqueta de cuero corta hasta la cintura, sweater y jeans entallados, y unas botas tipo militar. Todo el atuendo en negro, como una versión femenina de su propia vestimenta. Pero lo que más lo enmudeció fue su cabello. Interrumpió la conversación con su amigo sin ni siquiera despedirse.

—¿Qué demonios te hiciste en el pelo?

En ese momento, supo que no solo lo despedirían, sino que lo matarían si se enteraban de su complicidad en aquella locura. Se lo había cortado hasta la altura de los hombros y el dorado había desaparecido por un castaño oscuro.

—Este es mi color real y odiaba llevarlo tan largo.

—Pero si has sido la imagen de La corona desde...

—Siempre. —Dio un profundo suspiro—. Así que ya me reconociste. Sí, mi cabello era rubio cuando era niña, pero se me oscureció con la edad. Claro que a la empresa eso no le convenía, por lo que me lo tiñen...

—Me gusta.

—¿Qué?

—Te sienta el castaño. —Él entremetió sus dedos entre las hebras cortas y se deleitó con la suavidad que lo envolvió. Se aclaró la garganta—. Ahora, sube que tenemos que llevarte a ese festival.

La sonrisa que iluminó el rostro de la joven lo caldeó como a un adolescente frente a una mujer inalcanzable y hermosa. El castaño la hacía hasta más preciosa si era posible.



—Primero, te pones esto —ordenó el hombre mientras le extendía el casco negro—. Es una condición sin negociación posible.

Ella tomó el objeto entre sus manos y sonrió. Era la primera vez que se montaba en una motocicleta y, hasta ese momento, le había encantado. Sentir el viento en el rostro, su cabello volando, la vibración de sus miembros..., pero lo que más la maravilló fue sentir aquel cuerpo fuerte contra el suyo. Se puso el casco y el aroma masculino inundó sus sentidos. Daba gracias el estar cubierta para que no pudiera ver su sonrojo en los pequeños espejos retrovisores. En los escasos minutos que tardaron en arribar a Dumbo, estuvo dentro de un remolino de sensaciones desconocidas, aunque placenteras.

—Llegamos —gritó el hombre para hacerse oír a través del casco, el que ella se quitó de inmediato.

Rapunzel no lograba apartar la mirada de las luces que adornaban el puente de Manhattan. Estaba extasiada con la cantidad de personas que caminaba por el lugar. Hacía tanto que quería asistir al festival que, al estar allí en ese instante, se sentía como una niña en una juguetería sin saber hacia qué juguete acercarse primero.

—¿Hacia dónde? —preguntó él. Ella negó con la cabeza y se encogió de hombros—. Busquemos un lugar donde estacionar la moto. Podemos empezar viendo algunas de las exposiciones de luces y luego terminar en el Triángulo de la calle Pearl donde se presentan los Djs.

Rapunzel acercó su boca a la oreja masculina y, en cuanto le brindó su afirmación, el estremecimiento que recorrió al extraño la hizo vibrar entera. No era inmune a ella, como Rapunzel no lo era a él. Ese hombre tan diferente al pretendiente que su madre tenía pensado para ella, tan real, terrenal y masculino. No tenía ni pizca de delicadeza en su ser y mucho menos de apropiado. Le encantaba.

Él aferró la motocicleta por el manubrio y comenzó a empujarla. Ella caminó unos pasos por detrás hasta que llegaron al lugar donde la aparcaron.

—¿Ya has venido antes? —volvió a hablar junto al oído masculino y el estremecimiento no se hizo esperar.

—Hace un par de años, en la inauguración del primero.

—Entonces, guíame —susurró y notó la tensión en los músculos de él.

El hombre volteó su rostro y sus labios quedaron a escasos centímetros de distancia. Si ella se inclinaba solo un poco, se rozarían. Ansiaba tanto hacerlo que se contuvo. Ni siquiera sabía su nombre y la excitación que despertaba en ella era abrumadora y atrayente. Él la observaba con una intensidad a la que no estaba acostumbrada, tan cruda y potente, sin ninguna intención de esconderla. Le suscitaba tal torrente de emociones que la mareaban y desestabilizaban.

Observaron el espectáculo de luces violetas y azules qur se movían al ritmo de la música por debajo de una de las arcadas del puente, a lo largo de la calle Adams. Giraron por Anchorane y más juegos de luces los sorprendieron. Rapunzel sabía que parecería una boba con la boca y los ojos tan abiertos al contemplar las proyecciones. Eran tan impresionantes, más aún de lo que había imaginado. No eran solo las luminarias, sino también la alegría que emanaban de las personas, los gritos, las risas, los jadeos ante el espectáculo, que se vio contagiada con una vibrante emoción de felicidad.

Por un segundo perdió de vista a su... hmmm guía, hasta que sintió unos dedos que enlazaban los suyos y el alivió la envolvió. Una tontería, no era como si se hubiera extraviado en una ciudad desconocida, sino una que recorría a diario, pero no deseaba que él desapareciera y que la noche terminara. Al menos, no todavía.

Enredó el brazo al de él y apoyó todo su costado contra el suyo.

—Aún no sé tu nombre —le susurró al oído y se deleitó con el temblor que volvió a recorrerlo.

Él tardó unos segundos en decírselo, como si meditara si confesárselo o no. A lo que ella frunció el entrecejo ante la extrañeza de su conducta.

—Flynn Rider.

—Muy oportuno —bromeó ella y ensanchó su sonrisa. Hacía referencia a que su apellido significaba «motociclista» en inglés si se hacía referencia a las motocicletas.

De pronto, unos brazos los rodearon desde atrás. Ella se sobresaltó cuando un hombre de rubios cabellos apareció entre sus cabezas, por lo que se apretujó contra Flynn.

—Hola, niños.

—¡Max! ¿Qué demonios haces aquí? —preguntó Flynn con una ceja arqueada. Daba la impresión de no agradarle el que este Max se presentara en escena. Ella lo miró con fijeza, le parecía que no era la primera vez que veía al tal Max, pero no consiguió ubicarlo en su memoria.

—Pues... —Max dibujó una sonrisa un tanto seductora hacia ella—. Vengo a ver las luces de una manera muy inocente, claro.

—No hay nada inocente en ti —masculló Flynn.

—Viejo...

—Flynn.

Max entrecerró los ojos y una de sus comisuras se alzó en una expresión un tanto maliciosa. Rapunzel no pudo menos que preguntarse qué ocurría entre esos dos, que era más que evidente que se conocían y, a pesar de la reticencia de Flynn, parecían amigos. Sin embargo, un intercambio de miradas que ella no comprendió tuvo lugar y mensajes silenciosos fueron enviados entre uno y otro.

—Claro, Flynn. Se me antojó salir un rato y qué mejor programa que este. —Extendió el brazo e hizo un ademán hacia las luces contra el dorso del puente que unía el bajo Manhattan con Brooklyn—. Busquemos algo de beber.

—¡Huy, sí! Algo fuerte —se entusiasmó ella.

Su madre jamás la dejaba perder la compostura, así que nunca bebía nada más intenso que un leve jerez, la supuesta bebida de las damas y que a ella le hacía sacar la lengua con un ¡puaj! para nada femenino.

—¡Esa es mi chica! —exclamó Max con un pulgar hacia arriba.

Unas manos fuertes la agarraron por los brazos y la movieron hasta quedar detrás de la espalda de Flynn, parecía que estaba destinada a solo apreciar su musculatura trasera. Aunque al descender la vista hasta sus glúteos, sentenció que no estaba para nada mal.

—Ella no es tu chica, Max —reprendió Flynn a su amigo.

Rapunzel saltó ante la brusca declaración con un tono que vaticinaba problemas si se lo contradecía y que dejaba una sensación de pertenencia que la hizo atascarse el aliento. Sin pensarlo, le pasó los brazos por la cintura y apoyó la mejilla sobre aquella espalda que irradiaba un calor que ansiaba degustar sin tanta ropa de por medio. Pertenencia, le gustaba aquello.

—Rap está conmigo —gruñó el motociclista con mayor ahínco.

Ella cerró los ojos y sonrió ante el apelativo cariñoso que él le dedicó. Claro que él sabía quién era ella. Todo el país conocía a la niña, luego joven y, en la actualidad, mujer, cuyo rostro representaba la «Encantación sanadora», la línea de cuidado para el cabello de la empresa de su padre.

Max se aceró al oído de Flynn, le susurró algo que ella no llegó a escuchar y que aplacó el estado defensivo de él y lo relajó un tanto.

—Por favor, Flynn —pidió ella al posicionarse frente a él y entrecruzar las muñecas tras su nuca. Puso su mejor expresión de súplica a lo cachorro mojado—. Hay mucho de mí para los dos. —No parecía haber sido algo sabio de decir, puesto que él volvió a tensarse de inmediato—. ¿Podemos... divertirnos?

—¿Emborrachándote? —preguntó en un tono reprobatorio mientras la tomaba del mentón. Luego, él negó con la cabeza de un lado al otro y la soltó.

A Rapunzel no le pasó desapercibido que él no se hallaba feliz con la idea de que ella se pasara de copas. ¡Pero no era esa su idea! Solo quería salir un poco del protocolo y lo prestablecido.

—No es esa mi intención, quizás achisparme un poco. —Se encogió de hombros—. Una sola vez pude tomar una cerveza sin que me descubriera mi madre. No es que sea una bruja, es que ella tiene muy altas expectativas para mí, eso es todo.

—Bien, solo un par de cervezas.

Rap iba a asentir cuando captó algo por el rabillo del ojo y abrió la boca de una forma muy poco encantadora, pero sin poder evitarlo. Era maravilloso.

—¿Qué? —preguntó Flynn.

Extendió el brazo para señalar a los antílopes que corrían por el costado del puente, primero vertical y luego de forma horizontal. Claro que eran imágenes proyectadas, pero parecían tan reales que casi sentía que podía tocarlos si se acercaba lo suficiente.

—Impresionante —dijo sin apartar los ojos.

—Sí, cariño, lo es —comentó Flynn con tal dulzura que la hizo ruborizar—. ¿Tan encerrada has estado?

Se encogió de hombros de nuevo y la vergüenza tiñó sus mejillas de un rojo intenso. Sabía que parecería una tonta al dejarse dominar por los designios de su madre como si fuera una jovencita de siglos atrás. Salvo que estaban en el XXI y ella ya pasaba de la mayoría de edad por unos cuantos años.

—Mi madre cree que debe protegerme de las personas que solo buscan acercarse a mí por ser la heredera de La corona dorada y aprovecharse de mi posición.

Él hundió los dedos en los mechones de su cabello y jugueteó con ellos. Luego le acarició la mandíbula con los nudillos y, cuando ella alzó los ojos hacia él, Flynn le devolvió una expresión igual de ardiente que la suya. La deseaba tanto como ella a él, notaba los esfuerzos que hacía por contenerse y disimularlo, pero no conseguía ocultar lo que habitaba en aquellos ojos marrones.

—Entonces esta es una noche para vivir, Rap.



—¿Qué demonios pasó con su largo cabello rubio? —susurró Max en su oreja, apenas la joven se hubo separado un tanto de ellos.

—Ni preguntes —respondió Flynn sin dejar de contemplarla a la distancia.

—Me gusta.

—Está preciosa.

—En cuanto el jefe descubra que escapó contigo y su amada princesa de largos cabellos dorados ya no existe, vas a terminar en la calle.

—Tú también estás aquí con nosotros —contraatacó.

Caminaban detrás de Rap que bailoteaba de un lado al otro, mirando las diversas exposiciones iluminadas de estatuas, imágenes móviles en las paredes y las luces en el cielo que pintaban los edificios a su alrededor. Flynn no supo precisar la calidez con la que se inundó su interior al contemplarla con los ojos abiertos de par en par cargados de asombro y la boca abierta ante cada nuevo espectáculo.

—Ah, no, a mí no me metas en este acto de rebeldía adolescente tardía. —Luego de un rato, Max lo previno—: Ten cuidado de cómo te mira, viejo. Veo las chispas entre ustedes y eso significa puro problemas.

Flynn le dirigió un ceño fruncido y una expresión enfadada que solo hizo reír a su amigo. Iba a contestarle cuando una mano lo sacudió del brazo.

—¡Vamos allí! —exclamó Rap con entusiasmo. Señalaba el triángulo de la calle Pearl donde había un escenario y la multitud danzaba al ritmo de la música que mezclaba un DJ de popularidad internacional. Ella lo aferró de la manga de la chaqueta y tiró de él con fuerza—. ¡Vamos!

Flynn se contagió de la alegría que envolvía a la joven y disfrutó de bailar pegado a su suave cuerpo mientras ella se colgaba de su cuello. Max apareció con tres cervezas. Ella agarró una y le dio un buen sorbo a su botella. No era la primera que bebía esa noche y parecía que no sería la última.

—Despacio, cariño.

Ella sonrió y le estampó un pequeño beso en los labios que lo dejó estupefacto por un segundo. Rap movía su cuerpo como si nada hubiera ocurrido. Lo había besado y maldita sea si su entrepierna no daba ya cuenta de ello.

Cada hora cambiaba el DJ y el estilo de música, pero eso no impidió que los tres se contonearan y disfrutaran de un ambiente aligerado y alegre. Rap bailaba no solo con ellos, sino con otras personas a su alrededor, con total desinhibición y divertida.

Una vez que bebió las tres cervezas permitidas, Rap comenzó a derrumbarse contra Flynn cada pocos segundos, casi sin poder mantenerse en pie. Se movía con lentitud y parecía que su cuerpo había perdido la totalidad de su fuerza. Ella se colgaba de su cuello y no hacía más que frotarse contra su pecho y su mejilla, lo que provocaba que la piel de Flynn ardiera por las ansias de comerle la boca como correspondía. Agradecía que Max se les hubiera sumado y que le dirigiera esas miradas cargadas de severidad para infundirle la cuota de sensatez que necesitaba y así controlar sus bajos instintos.

—Ay, qué feliz estoy de haber abandonado mi torre —farfulló la joven en una jerga casi incomprensible y con una sonrisa bobalicona.

—Cariño, ya es hora de irnos.

—¿Qué? No, ¿por qué? —balbuceó Rap—. ¿Sabes? Tengo un sueño. —Le golpeteó la nariz con el índice y lanzó una carcajada que la hizo trastabillar hacía él. De súbito, se volteó y él le pasó el brazo por la cintura para que no cayera hacia delante de boca al suelo—. ¿Tienes un sueño? ¿Y tú? ¿Y tú? —preguntaba a gritos a los transeúntes que la observaban entre divertidos y asustados.

—Bien, ya has tenido bastante por una noche. Te llevo a tu...

—No, a mi casa no. —Rap enterró el rostro en su pecho y lo aferró de la chaqueta—. Mi móvil no ha dejado de vibrar en toda la noche —lloriqueó—, sé que deben estar más que enfurecidos conmigo. Solo unas horas más de libertad.

Él la envolvió en sus brazos. ¿Podía sentirse tan perdido por una joven que solo conocía desde unas pocas horas? Alzó la vista a las luces que se reflejaban en el cielo oscuro como si buscara en aquel infinito la fortaleza precisa para poder negarse.

—Te vienes a mi apartamento —le susurró al oído. Al instante supo que era un tremendo error, pero se dijo que no le tocaría ni un pelo. ¡Maldición! Era un adulto, podía contenerse y mantener el pene dentro de sus pantalones. ¿Cierto?

Una mano lo detuvo cuando se disponía a conducirla, aún envuelta por él, hacía donde había estacionado la motocicleta. Alzó la vista y vio la mirada dura de Max, quien se había mostrado despreocupado y divertido hasta el momento. En ese instante, su rol de encargado de seguridad de La corona dorada había tomado posesión de sus facciones.

—Ten cuidado, Flynn.

Entendía lo que le comunicaba en silencio. Transitaba sobre brasas ardientes y estaba a un paso de quemarse por completo. ¿Y qué sucedía si ya se había chamuscado?

—No temas, está a salvo.

—¿Lo estás tú?

Eso era lo que él temía, que no poseía escudo contra el encanto de la heredera que se recostaba contra él y confiaba en que la guiara entre la multitud hasta el vehículo estacionado. ¡Maldición, ni siquiera lo conocía y accedía a irse a su casa! ¿Es que era una inconsciente? La furia de que podría haber acabado con un hijo de puta, un asesino serial o un violador en lugar de con él, lo carcomió por dentro y tuvo que respirar de forma profunda para calmarse. De nada resultaría que la sermoneara mientras estaba medio borracha, relajada y pegada a su torso, y con aquella expresión soñadora en sus grandes ojos verdes.



Se despertó en una cama que no era la suya. La oscuridad aún llenaba la habitación. Se alzó sobre los codos, estaba sola y... vestida. Al menos aún traía puesta la camiseta y su ropa interior. El resto de sus prendas habían desaparecido. Sacó las piernas por el costado del colchón y descendió.

Lo encontró en el living. Estaba repantigado en el sofá, aún con el control remoto del televisor en la mano medio abierta. Se habría quedado dormido mientras lo miraba en un volumen bajo. Sonrió, suponía que la intención había sido no despertarla. Lo examinó con libertad y tranquilidad. Era un hombre guapo con su cabello castaño y ojos marrones, rasgos firmes y marcados. Le encantaba la expresión picaresca que bañaba sus facciones cuando se divertía. Además, tenía un aire de seguridad que la atraía y le daba confianza como ninguno otro.

Su madre le recalcaría que no era apropiado. No, no lo era, pero lo deseaba con una potencia que le era avasalladora. Se acercó a paso lento y, sin pensárselo dos veces, se sentó a horcajadas sobre él.



Flynn se sobresaltó y tardó en enfocar la vista en la joven sobre su regazo. Rap no le dio tiempo a que razonara, le mordisqueó la mandíbula y lo lamió hasta chuparle el lóbulo de la oreja para luego darle pequeños besos a lo largo de los labios. Él dejó escapar un profundo suspiro, la tomó del rostro y la separó un tanto de él. Las bocas a la distancia de un tan solo un suspiro, sus alientos entremezclándose.

—No me permites ser un caballero de esta manera, cariño.

—No quiero un caballero, sino a ti.

Él expandió la sonrisa y la expresión picaresca volvió a su rostro. Rap retomó la seducción y notó cuando él se sintió perdido en las sensaciones que compartían. Las manos de Flynn se deslizaron por detrás de su nuca y espalda hasta acunar sus glúteos, acompañando los movimientos acompasados de ella sobre sus caderas. La excitación que los invadía era extrema y desatada, sin posibilidad de ser contenida.

La boca de Flynn abandonó la suya y comenzó a besarle el cuello desde la oreja hasta la curvatura. Los vellos se le erizaron y los poros le vibraron con cada sensual mordisco que él le brindaba a su piel. Tomó posesión de sus labios, pero esta vez de una manera demandante y hambrienta que la hizo estremecer. Ella se dejó caer en ese pozo de puro placer y se concentró en disfrutar al hombre que la despertaba a una sensualidad sin igual.

Las manos masculinas se deslizaron por debajo de su camiseta, acariciaron su estómago y la exploraban con pereza. Flynn le acunó los senos y sopesó mientras le rozaba los pezones con los pulgares a través de la tela, ella se arqueó hacia el suave y ardiente toque. Los gemidos que escapaban de Rap eran absorbidos por los besos de su ladrón de taxis.

Flynn le sacó la camiseta por encima de la cabeza y le desabrochó el sostén con rapidez. En cuanto sus senos estuvieron libres, él arrasó con su cordura al lamer un brote a la vez que torturaba el otro con dos de sus dedos.

Rap dejó caer la cabeza hacia atrás mientras las oleadas de placer la recorrían y los jadeos y gemidos brotaban de sus labios entreabiertos. Se alzó para desembarazarse de sus jeans. También lo quería desnudo, así que le quitó la camiseta negra y luchó por desabrocharle el cinturón y el pantalón, pero no llegó a deshacerse de ellos. Tan solo liberó la erección que pugnaba por ser liberada y la envolvió en su palma y la acarició con lentitud. En cuanto se enfundó en látex, él la elevó apenas para invadirla y comenzaron un lento vaivén. Movimientos casi imperceptibles, en los que fue rodeada por aquellos brazos fuertes que la presionaban contra él.

Lo que ocurría entre ellos iba más allá del sexo. Experimentaban algo tan intenso que le era indescriptible. Lava corría por sus venas, su corazón golpeaba tan fuerte que estaba segura de que él debía oírlo, y el aire se rehusaba a entrarle en los pulmones.

Unos bombeos más y ella explotó como un centenar de fuegos artificiales en un cuatro de julio, y el grito que lanzó debió haber ensordecido a media ciudad. Cayó laxa contra él mientras Flynn daba un par de embestidas más hacia arriba, la aferraba con fiereza por las caderas y lanzaba un gruñido amortiguado por su hombro.

Quedaron inertes, ella aún en su regazo y él sin quitarle los brazos de alrededor como si quisiera asegurarse de mantenerla junto a él. Los jadeos cortaban el silencio del apartamento y el aroma del aire delataba lo que acababa de acontecer entre los dos.

Rapunzel no conseguía eliminar la sonrisa que se dibujaba en su rostro ni el calor que abrazaba su corazón. Jamás había sentido una conexión tan profunda con otro ser vivo. Se acomodó en el regazo masculino y ronroneó. Casi lanzó una carcajada ante su propio estado. Y sí, ella ronroneó. No pudo evitarlo al hallarse acunada por aquel cuerpo que le había brindado tanto placer y un descubrimiento del sentimiento que comenzaba a gestarse en su interior por ese hombre: un desconocido no apropiado.

¿Se podía hablar de amor en tan solo unas pocas horas? El día anterior hubiera dicho que no, pero en aquel instante su corazón golpeteaba con un vehemente «Sí» que enmudecía a toda razón.



¿Qué demonios había ocurrido? Él había estado dormido, pero estaba más que seguro que lo que acababa de ocurrir no era un maldito sueño. Tenía a la heredera, de ex cabellos dorados, desnuda en su regazo y le había hecho el amor de una manera fulminante como a nadie antes. ¿O ella se lo había hecho a él? Aún no estaba del todo despierto y menos aún quería estarlo. El peso de lo sucedido caería sobre él como un baldazo de agua fría y todavía quería disfrutar de la delicia que tenía entre sus brazos.

Ella jugueteaba con el pelo de su nuca mientras descansaba la mejilla en su hombro. La tenía tan aferrada en su abrazo que sabía que la apretujaba, sin embargo, Rap no se quejaba y a él le encantaba envolverse en su aroma silvestre y el calor posterior al sexo que su cuerpo irradiaba.

Le pasó la mano por el cabello, castaño y corto, enredó sus dedos en las hebras y sonrió ante la alocada joven que se había montado en su moto sin saber quién era él. Frunció el ceño. Ella aún no lo sabía, ni siquiera le había dado su verdadero nombre.

Cerró los ojos, se reclinó hasta apoyar la nuca en el respaldo del sofá y dejó escapar un profundo suspiro. Max se enfadaría en grande con él, la había cagado y mucho.

—¿Estás bien?

Alzó la vista a aquella verdosa y nada más le importó. Ella tenía un encanto propio que parecía contagiarlo. Le acunó una mejilla y se la acarició con el pulgar. Acercó ese bello rostro al suyo y la besó. Un beso diferente a los anteriores, uno dulce, que dejaba vislumbrar el ser femenino y que permitía que ella percibiera el suyo sin guardarle nada, a pesar de que aún no confesaba el pequeño engaño.

Observó la ventana a su izquierda. Ya amanecía y ni siquiera quería pensar en el revuelo que existiría en la Torre a causa de la desaparición de la princesa.

—Creo que deberíamos dirigirnos a tu casa, cariño. Deben estar desesperados por tu ausencia.

La expresión femenina se ensombreció.

—Lo sé. ¿Vendrás conmigo? —Al ver su reticencia, ella añadió—: Al menos, ¿me llevarás?

—Claro, no pensaba dejarte marchar sola. —Hizo una pausa y la envolvió en sus brazos de nuevo. Ella se acomodó al instante, como si perteneciera allí—. Cuando arregles tus asuntos con tu familia, debemos hablar, Rap.

—Quiere decir que nos volveremos a ver.

El anhelo en aquella frase lo enterneció y supo que algo había florecido en su corazón, aunque solo hubieran estado juntos por unas pocas horas. Le aferró el mentón y la hizo conectar la mirada con la suya.

—Eso es un hecho, no vas a escapar de mí tan fácilmente —bromeó.

Lo había decidido, pelearía por ella. Sin importarle si tenía novio o si perdería su recién adquirido empleo. Solo la deseaba a ella y descubrir por dónde continuaría lo que acababan de iniciar.


Ingresaron en el camino interno que llevaba a la entrada de la mansión. En cuanto Flynn apagó el motor de la motocicleta, la enorme puerta de madera se abrió de par en par y una mujer y un hombre se abalanzaron sobre ellos.

—¡Rapunzel! —gritó su madre con voz histérica al correr hacia ella y en cuanto Rap se quitó el casco—. ¿Qué le sucedió a tu cabello? ¿Qué le has hecho? —Se llevó las manos a la boca y comenzó a llorar como si Rap hubiera aparecido herida.

—Señor Fitzherbert, ¿quiere decirme qué significa esto? —recibió su padre, con un vozarrón, a Flynn—. ¿Y tú, Rapunzel, qué haces con mi contable?

—¿Contable? —preguntó Rap al bajarse del vehículo. Observó con descreimiento al hombre con el que había pasado una noche memorable y que en ese instante parecía una lejana ilusión—. ¿Fitzherbert?

—Te lo dije, ellos solo van tras tu dinero, hija —ladró su madre—. Es lo único que buscan de ti. —Su madre le pasó el brazo por lo hombros y la alejó del tal Fitzherbert hacia adentro de la casa.

—¡Espera! —gritó el supuesto Flynn.

Rap contempló esos rasgos en los que había creído. Una miríada de emociones parecía conjugarse en ellos: arrepentimiento, ternura, enfado... Aunque, en ese momento, su mente solo podía pensar en que él le había mentido y su corazón sangró como si la mismísima Mérida, de Valiente, le hubiera disparado una flecha en el medio del pecho.

—¡Aléjese de mi niña! —Su madre la escudó con su cuerpo y lo detuvo con una mano en alto.

—Rap, te juro que...

—¿Qué? ¿Que no me has mentido? —estalló ella—. No quiero volver a verte.

—Además, mi hija ya está comprometida.

Rap no pudo menos que quedar con los ojos abiertos como platos ante los dichos de su madre. Sabía que la noche anterior quería que conociera a un potencial futuro novio, ¿es que acaso la habían prometido sin su consentimiento? ¿Otra vez? Las garras del encarcelamiento que era aquella mansión con su torre volvían a atraparla y dejarla sin respiración. Había tanto que se perdía de la vida y no estaba dispuesta a continuar en aquel limbo.

Subió a su cuarto en lo alto de la torre y agarró en su mano a su camaleón pantera, Pascal. El pequeño reptil, de un color verdoso con líneas verticales azules y patas y mentón rojizos, que aún continuaba siendo un bebé, se frotó contra su palma.

—Hola, fiel y dulce Pascal. ¿Me extrañaste? —susurró con el corazón envuelto en un puño de hierro.

Abrió la ventana, de nuevo contemplaba el mundo desde afuera. Había sido tan ciega en el vivir que dolía el haber vivenciado lo que tanto se perdía. Se sentó en el suelo, en medio de su habitación. Tenía una estructura redonda, puesto que quedaba en lo alto de la torre, alejada del resto de las alcobas del pequeño castillo.

Estaba tan ensimismada contándole a Pascal sus aventuras, su único confidente, que cuando alguien cayó por la ventana abierta en una bola nada atractiva, se quedó estupefacta.



¿Quién lo mandaba a hacer tremenda estupidez? Aún después de que su jefe lo echara de su propiedad, solo esperaba que tuviera aún su empleo el lunes por la mañana. Aunque después de lo que estaba a punto de hacer, tenía serias dudas de que así fuera. ¿Es que no estaba dispuesto a todo por ella? Así era.

Tenía que aclarar las cosas con Rap y, si sus padres no le permitían ingresar al castillo, tenía que buscar una entrada alternativa. Había escalado en ocasiones, pero lo que hacía era ridículo.

Sabía que su habitación se hallaba en lo alto de la torre, en la tercera planta. Sin detenerse a pensar, ascendió por los ladrillos decorativos junto al salón que daba a los jardines del este y subió a una terraza. Caminó por la cornisa hacia donde se encontraban las habitaciones y trepó a la segunda planta, por lo que tan solo le faltaba poder arribar al techo y, desde allí, adentrarse en la construcción. Con bastante dificultad, anduvo por las tejas resbaladizas y se arrojó por la primera ventana que encontró abierta.

Apenas aterrizó, con muy poca gracia, un bicharraco se prendió de uno de sus dedos con sus dientes pequeños como alfileres.

—¡Auuuyyy! —Sacudió su mano, pero el muy maldito había hundido sus dientes bien profundo.

—¡Basta! —Rap corrió y lo aferró por la muñeca. Lo miró con puro odio y reproche—. Le harás daño.

—¿Daño? ¿Yo? Si es esta bestia la que me muerde a mí.

Ella tomó al bicharraco y lo acunó contra su pecho como si se tratase de un bebé.

—Pobrecito Pascal, solo trataba de defenderme —le hablaba con suma ternura mientras le dirigía a él dardos mortíferos con la mirada verdosa—. ¿No es así? —Rap pegó la nariz a la del bicho—. Además, aquí hay una sola y mentirosa bestia.

—Rap, escúchame.

—Vete, no quiero escuchar más mentiras. —Ella se sentó con su mascota sobre la cama.

—En ningún momento te he mentido —explicó al aproximarse a ella y arrodillarse a sus pies—, solo he ocultado la verdad.

—Ah, cierto, Flynn Rider.

Él se frotó detrás del cuello y la furia se apoderó de él. Se alzó con energía.

—¿Yo soy el único mentiroso? ¡Ayer escapaste de una cena con tu novio! Y tu madre viene y me arroja en plena cara que estás prometida. ¡Prometida! —Lanzó los brazos a los aires en un gesto de pura frustración al tiempo que se volteaba.

—No tengo novio —pronunció ella a su espalda.

—¡Vamos, por favor! —Colocó los brazos en jarras y sacudió la cabeza de un lado al otro—. Ayer por la noche, oí muy bien como el servicio doméstico hablaba del compromiso.

—Uff, mi madre invita a hombres que considera apropiados todo el tiempo. Me comprometo alrededor de tres veces al mes. —Él se volteó a ella a la vez que Rap hacía un gesto despreocupado con una mano. Ella se alzó y se acercó a una ventana—. Ya lo arreglaré. A este ni siquiera lo he conocido, así que será más fácil, tal vez solo con una nota de disculpas y listo.

La esperanza germinó en él y se acercó a la espalda femenina.

—Entonces, ¿no tienes novio? —preguntó cerca de la oreja de la joven, casi apoyando el mentón sobre su hombro y notó el estremecimiento que la recorrió.

—No, yo no mentí, tú sí. Te burlaste de mí. Qué estúpida, ¿cierto? —Rap se golpeó la frente con el pulpejo de una mano y se volteó a él para quedar casi pegados—. Si ayer salías de esta misma casa cuando escapé. ¿Cómo no lo noté?

—No, cariño, no fue una burla. —De pronto, ella lo rodeó y se alejó—. Solo... Ni sé por qué no te dije mi verdadero nombre. Quizás debido a que esperabas diversión y aventura, y digamos que un contable llamado Eugene no lo es.

Derrotado, alzó las palmas y se las ofreció en son de paz. Sin embargo, ella se abrazó al pequeño bicho que rondaba por sus pies y se apartó aún más. Lo torturaba y lo sabía demasiado bien la muy harpía.

—¡Maldita sea, Rapunzel! —exclamó vencido y con frustración—. Soy contable de la empresa La corona dorada desde hace unos cinco meses. No me definiría para nada como apropiado y mi familia es de lo más ordinaria y simple. Ayer, tu padre se reuniría con un inversor y tu novio...

—No es mi novio, ya te lo dije.

—... así que me pidió que le trajera los balances de venta de la línea Encantación sanadora. Apenas salí del camino interno y giré en la calle hacia la autopista, tú saliste de la nada. Y el resto ya lo sabes. —Esta vez él se acercó y ella no se alejó, lo que Eugene interpretó como una buena señal. La tomó de la barbilla—. Y que sea la última vez que cometes la locura de subirte a la motocicleta de un extraño. ¿Y si hubiera sido un asesino serial o algo así?

—¿Lo eres?

—Claro que no —respondió, enfadado.

—¿Y algo así?

—¿Ahora quién se burla de quién? —Se cruzó de brazos y sacudió la cabeza, aunque no pudo evitar la sonrisa que se dibujó en su rostro—. Estás loca. Lo que sucedió entre nosotros... —hizo un ademán con su mano de uno al otro— es como si la neblina de pronto desapareciera para dar lugar a una luz brillante y nos halláramos donde debíamos estar.

—¿Dónde es eso? —preguntó Rap en un susurro.

—En un mundo diferente, donde las posibilidades son infinitas. —Hizo una pausa, soltó un suspiro y enredó los dedos en las hebras castañas de su cabello—. Esto solo sucede una vez en la vida.

—Eugene no será muy divertido y aventurero, aunque permíteme dudarlo, pero sí es un romántico.

—Me descubriste, Rap. —Eugene sonrió, y ella le respondió con un gesto igual de amplio y que iluminaba todo su rostro.

—Esto es una locura.

—¿Acaso el amor no lo es? —preguntó él.

¿Quién inició el beso? No importaba, sus labios se buscaron con desesperación y renovado entusiasmo. Sumidos en un refugio donde solo se hallaban ellos dos hasta que la puerta, al ser aventada, los sobresaltó.



—Te dije que oí voces. ¡Ese hombre está aquí! —chilló su madre. Ella entró como una tromba en el dormitorio, con su padre pisándole los talones. Se detuvo delante de Eugene y con un dedo extendido lo apuntó—. Tenga la amabilidad de salir de nuestra casa ahora mismo, señor. No es bienvenido.

—No.

Él se plantó y cruzó los brazos sobre su pecho.

—¿Cómo qué no? —exclamó la mujer.

—Fitzherbert, va a ser mejor que obedezca a mi esposa si quiere conservar su empleo —sonó el vozarrón del señor McGregor.

Eugene cerró las manos en puños a los lados del cuerpo y trabó las mandíbulas sin apartar la vista de los padres de Rapunzel.

—Entonces —inhaló con profundidad—, renuncio.

Rapunzel quedó estupefacta. Él estaba por mandar el empleo por los aires y no era lo que ella pretendía o deseaba. Se conocían desde hacía apenas unas horas y algo se había iniciado entre ellos. Sí, algo especial y, como él lo había definido, de una sola vez en la vida, pero eso no merecía que Eugene arriesgara su futuro profesional solo por ella.

—Padre —se acercó a él y le posó la mano en el brazo—, él no renuncia. No sabe lo que dice. —Luego se giró hacia su madre—. Sé que para ti no es el candidato apropiado, pero déjame ser feliz, madre.

—Hija... —su madre se interrumpió y los ojos se le llenaron de lágrimas para continuar con voz ahogada—. ¿Es que crees que yo no quiero tu felicidad?

El silencio reinó en la estancia por unos tensos segundos.

Rapunzel se encogió de hombros y sus mejillas se tiñeron de rojo.

—Lo único que ansío es tu felicidad —aseguró la mujer mayor—. Por eso las cenas con familias adecuadas en busca de la persona que te acompañe y con quien encuentres lo que tu padre y yo tenemos.

Las lágrimas corrían por las mejillas se su madre y Rap podía sentir sus propias lágrimas amenazando con derramarse. Su madre abrió los brazos, y ella se dejó caer en ellos, en esos brazos que tantas veces la habían acobijado cuando era pequeña.

—¿Él te hace feliz, querida? —murmuró su madre contra su cabello.

Rap volteó el rostro para fijar los ojos en el hombre que la había llevado a ver las luces que tanto anhelaba. Él le sonrió con aquella picardía en la mirada y mariposas revolotearon dentro de su estómago. No necesitó más.

—Sí, madre. Me hace feliz.

Rapunzel no sabía si Eugene era el que le daría su «Y vivieron felices por siempre», de lo que sí estaba segura era de que no era un príncipe azul, sino un hombre bien real. El hombre por el que su corazón palpitaba con locura y con eso bastaba para que, en lugar de un fin, estuviera frente a un comienzo.

Érase una vez, en un país lejano...



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