Amor de verano (y 7)
Ojalá todo hubiese sido así de fácil desde el principio, pensaba Saga entre beso y beso, con Ismena en su regazo, seguro de que esta vez no habría interrupciones. La ropa de ambos dibujaba un reguero por las baldosas del dormitorio hasta la cama donde los dos, desnudos y abrazados, recuperaban en ese momento el tiempo perdido durante los tres meses anteriores, después de una larga conversación en la cafetería.
Ahora sí, Saga podía acariciar sin prisa los pechos de Ismena, apresar sus pezones entre los dedos y lamerlos una y otra vez, arrebatándole gemidos de placer que hacían crecer su excitación. Y ella, con la piel erizada, buscaba la forma de girarse para atraparle con las piernas de modo que sus sexos pudiesen rozarse.
- Oh, joder, Saga, he pensado tantas veces en esto... -confesó, cuando consiguió la postura perfecta.
- Como yo, chiquitina -concordó él, acariciándole los muslos al tiempo que se reclinaba en la cama hasta quedar tumbado con ella encima.
Tenían toda la noche para ellos: Kanon había escrito a su hermano después de la cena para anunciarle que la fiesta con los amigos de Ismena iba para largo, así que ambos podían gemir ruidosamente cada vez que ella deslizaba su sexo sobre el de Saga. Aquel juego se prolongó durante varios minutos, después de lo cual él se incorporó, haciendo a la chica a un lado para proponerle algo:
- Déjame comerte, preciosa...
Ella hizo un mohín travieso:
- De eso nada... Lo haremos a la vez -contratacó, volviendo a empujarle sobre las sábanas y acomodándose sobre él en posición de "sesenta y nueve".
Saga no pudo evitar reír ante la osadía de Ismena, que ya había agarrado su miembro y comenzaba a dar los primeros lametazos sobre el glande, cortos y rápidos, dispuesta a volverle loco.
- Eh, lo haces muy bien... -la lisonjeó, cuando sintió su cálida boca envolviendo su pene hasta la mitad.
Por toda respuesta, Ismena contoneó el trasero para recordarle que él aún no había empezado. Obedientemente, Saga sacó la lengua y la pasó a lo largo de toda su intimidad, tan caliente y mojada que no pudo evitar sentirse orgulloso de ser el causante de aquella reacción. Un "mmmmh" fue la primera respuesta, seguido de otros tantos cuando, después de unos segundos de tanteo, encontró el ritmo perfecto con el que golpetear el clítoris de la joven para desesperarla. Se entregó con paciencia y lujuria a la tarea de complacerla, recibiendo a la vez ansiosos lengüetazos a lo largo de su durísima erección y percibiendo cómo la respiración de ella se iba entrecortando poco a poco.
Ahora, Ismena replicaba en la erección de Saga los mismos movimientos que él hacía contra sus labios, moviendo la cadera al encuentro de su lengua con una vehemencia que dejaba patente que no aguantaría mucho más. Deseoso de hacerla derretirse, introdujo con cuidado un dedo en su interior, moviéndolo en círculos y arañándole suavemente la espalda con la mano libre. La chica se pegó más a él, con la piel perlada de sudor, y arqueó la columna, dejando de dar placer al joven para centrarse por unos segundos en su propio orgasmo, que se acercaba tan rápido que no conseguía coordinar sus propios movimientos.
- Saga... no puedo más...
Él no quería detenerse ni para responder: continuó succionando su clítoris con la misma cadencia, imperturbable, hasta que sintió el cuerpo de Ismena temblar sobre su boca y un hilillo de líquido mojándole el mentón. Ella, con las manos apoyadas en su torso musculoso, gritaba sin ningún tipo de apuro, estremeciéndose con cada espasmo que la recorría desde el vientre hasta la raíz del cabello durante un clímax que a Saga le pareció tan intenso como hermoso.
- Ahora fóllame... Quiero verte gozar conmigo...
No era una petición a la que él pudiese siquiera pensar en negarse, pues su propio cuerpo reclamaba atención. Tomó un preservativo del cajón de la mesita y se lo puso con rapidez, mientras ella se echaba en la cama y se acariciaba provocativamente para él, mostrándole cuánto le necesitaba.
Las piernas de Ismena se enroscaron en torno a su cintura en cuanto apuntó a su interior, antes incluso de penetrarla, a la vez que sus brazos le rodeaban el cuello. Por fin estaba sucediendo: se adentraba en su cuerpo despacio, mirándola a los ojos, sin terminar de creerse que esta vez era real. Y ella... Ah, ella palpitaba todavía, su sexo le aprisionaba en una ardiente marea que le hacía querer que aquello no terminase jamás...
- No te reprimas, Saga... tenemos toda la noche para nosotros...
Él asintió y la besó, moviéndose bestialmente, entre jadeos, durante apenas las primeras embestidas y calmando su ansiedad a continuación para prolongar las sensaciones de ambos.
- Sí, chiquitina, vamos a follar hasta que amanezca... Por todos los polvos que nos debemos...
Ismena le sujetó por el cabello para evitar que se alejase de ella, incrementando la presión de sus pies sobre su trasero y mordiéndole el labio con sensualidad.
- Eso haremos, pero no pares... Joder, cómo me gusta que me lo hagas justo después de correrme...
- Ah, chiquitina, qué gozada tenerte así...
Poco a poco, sin poder evitarlo, fue incrementando la velocidad; necesitaba vaciarse en ella, alcanzar el clímax en su interior, besarla hasta perder la noción del tiempo. Y ella lo sabía, quedaba claro por el modo en que sus caderas le acompañaban en cada estocada y por la pasión con que entregaba su boca a los besos cada vez más intensos de Saga.
Sin embargo, transcurrieron todavía unos minutos antes de que el joven tensara la pelvis contra ella en un último movimiento que le provocó una intensa descarga de placer por todo el cuerpo y le hizo jadear su nombre.
- Is... Ah, Ismena... No...
Ella sonrió, apretándole en su interior y abrazándole hasta marcarle las yemas en la espalda, encantada de devolverle las sensaciones con las que él le había obsequiado. Saga se quedó quieto, con el rostro surcado por pequeñas gotas de sudor, y después se relajó, desplomándose sobre ella y llenándole el torso de besos dulces.
- ¿Me dejas abrazarte, chiquitina?
- Te lo exijo -bromeó ella, haciéndose un ovillo junto a él y buscando el extremo del edredón nórdico para taparse.
Estaba sucediendo de verdad, pensó Saga, besando el pelo de la joven mientras la oía ronronear, medio dormida. Estaba sucediendo y no tenían por qué volver a separarse. Fuera, el viento que golpeaba con violencia las ventanas presagiaba la primera nevada de la temporada, tan inusual a comienzos del invierno; pero en la cabeza de Saga, el mar estaba en calma, hacía calor e Ismena le recibía en su dormitorio con aquellos shorts vaqueros que resaltaban el magnífico tono de sus piernas doradas. Ismena, risueña y tierna, su compañera de tantas vacaciones, su amor de verano, la misma que le acariciaba el pecho con un dedo a punto de rendirse al sueño. Ismena, junto a la cual todos los días serían soleados.
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