CAPÍTULO 9. LA CIUDAD DE LOS SUEÑOS TRUNCADOS.

Pam.


Caminamos en silencio a través de túneles cada vez más anchos y mejor mantenidos donde el aire se percibe menos viciado pese a transcurrir a mayor profundidad. De repente, al doblar un recodo, nos topamos con la primera barricada. Hay desperfectos y quemaduras visibles en todas las superficies y los hombres que vigilan tras ellas se vuelven hacia nosotros con gesto adusto. El Ejecutor hace un gesto y nos abren el paso con cierta indiferencia que asumo es fruto del agotamiento. Veo ojeras y rostros cansados aunque decididos en los guardias que apilan restos destrozados de máquinas de algún tipo para reforzar las barreras.

El Árbitro percibe mis dudas y comienza a relatar lo ocurrido días atrás.

—Llegaron de madrugada, si es que eso significa algo aquí abajo. Atravesaron nuestras defensas como si no existieran y aniquilaron hasta el último hombre o mujer que se enfrentó a ellos. Después, descendieron a la ciudad sembrando el caos y la destrucción por doquier. Hombres, mujeres, ancianos... incluso niños. Daba igual, les daban muerte allá dónde los encontrasen.

El ambiente se ha hecho más pesado ahora. El sentimiento de pérdida es muy reciente y parece que nadie ha salido indemne en este lugar.

—Máquinas asesinas —continúa relatando mientras camina con los brazos cruzados—. Más similares a insectos que a cualquier otra cosa que conociéramos. Eran veloces y estaban muy bien acorazadas. Todavía estamos estudiando las muestras del metal, pero parece algo nuevo, capaz de resistir hasta varios de los impactos de las armas anticarro a las que recurrimos para derribarlas.

Se humedece los labios y después los aprieta con fuerza, recordando algo.

—Caíamos por docenas a cada minuto y a duras penas si pudimos contenerlas cerca del edificio de la Asamblea. Parecía todo perdido hasta que Amanda, con la ayuda de nuestra más destacada ingeniera, logró reconfigurar su fuente de energía y contratacó con un monstruoso pulso electromagnético que casi agotó sus reservas.

—La ciudad entera se apagó y con ella cayeron nuestros atacantes. En estos momentos aún luchamos por recuperar los sistemas más básicos, como el filtrado del aire y el suministro de agua corriente. Ambos andan a un cuarto de su capacidad, que no os engañe la calidad del aire en estos túneles, sus generadores estaban lo bastante lejos como para que no les afectara el PEM.

La mayoría de nuestras armas están inutilizadas, pero andamos produciendo nuevas a marchas forzadas con componentes traídos de la superficie. Por primera vez en décadas nos vemos obligados a importar tecnología.

—¿Habéis averiguado la procedencia de esas máquinas? —pregunto mientras examino los restos de una de ellas. El diseño es extraño, casi orgánico—. No parecen algo que produjera la Supremacía.

El Árbitro asiente, aunque veo algún gesto de disconformidad entre algunos de los que le siguen.

—Coincido. Además, si la Supremacía quisiera aniquilarnos lo habría hecho hace mucho —explica—. Eso nos deja con un enorme y preocupante interrogante porque, aparte del senado, ¿quién tiene capacidad para ejecutar algo así?

No le digo que se me ocurre, al menos, uno. Deviant me ha contado lo del Consejo en la Sombra y las amenazas poco veladas que le lanzó el tal Crasus, pero prefiero reservarme el dato por el momento.

Mientras hablábamos, el túnel se ha agrandado hasta ser casi una bóveda de más de 20 metros de ancho. Hay algo semejante a un balcón ahí delante, un poco apartado de nuestro camino. Imaginando a dónde puede dar, me separo del grupo y me asomo por él.

—Joder —El exabrupto se me escapa sin querer.

La visión es sobrecogedora por varios motivos. El principal, la enormidad de lo creado aquí. A mis pies se extienden kilómetros y kilómetros de ciudad bajo un cielo de piedra que se alza muy por encima de donde me encuentro.

—No la recordaba tan grande...

No, en realidad la recordaba iluminada por su sol artificial, uno que se desplazaba a través de un ciclópeo sistema de arcos articulados que recorrían el techo de la gruta imitando las posiciones del verdadero sol en su recorrido anual. Con jardines colgantes que ayudaban a separar cada nivel, una moderna Babilonia alejada de un mundo que daba cada vez más miedo. Trajimos animales y liberamos pájaros para que anidaran entre las grietas y contribuyeran a evitar la nostalgia por la superficie.

He hablado con Deviant más de una vez sobre esto, cuando es capaz de ponerse serio y dejar de soltar chascarrillos ridículos. De si hicimos lo correcto o quizá tendríamos que haber continuado la lucha arriba en lugar de ocultarnos.

Y siempre me contesta lo mismo:

«¿Quién se ha rendido?» —susurro casi sin ser consciente de ello.

—Yo diría que nadie —contesta Marila que me ha seguido hasta el balcón.

Las chicas y el resto de nuestros acompañantes nos rodean y el Árbitro se apoya en la barandilla contemplando la urbe.

—Bienvenidas a la Ciudad de los Sueños, un lugar casi libre de prejuicios donde los seres sintientes tratamos de vivir y no solo de existir. Lamento que las circunstancias no sean las propicias —Acaba suspirando.

—Eso es quedarse corto —responde Marila.

No le falta razón. Lejos y abajo la ciudad se encuentra sumida en la oscuridad. Iluminada aquí y allá por pequeños fuegos y luces. Algunos edificios aún arden y hay sectores devastados por completo.

Lloraría si aún tuviera esa capacidad.

El aroma a muerte es tan poderoso que tengo que apretar los labios con fuerza para no mostrar más de la cuenta.

—Y con todo —digo separándome de la baranda con esfuerzo—, sigue siendo impresionante.

✦ • ✦

Tras una caminata casi interminable hemos descendido al nivel social de la ciudad y ahora avanzamos por su calle principal. Está mucho más vacío que de costumbre, nos informan. Han enviado a todo el personal no esencial a los pisos superiores donde la calidad del aire es mejor gracias a los aportes de los túneles de acceso.

Es extraño ver los comercios abiertos y abandonados, las fuentes secas (han retirado toda el agua disponible) y apenas gente caminando por sus calles. Todos salvo yo y la chica androide equipan máscaras con filtros para paliar en parte el aire viciado por la falta de renovación y por el humo de los incendios.

La voz del Árbitro suena extraña y hueca a través de ella cuando me pone al día de la situación.

—Esto ha sido la gota que ha colmado el vaso —explica señalándome desperfectos aquí y allá—. El declive comenzó antes, generaciones atrás, cuando la superficie nos «redescubrió».

Comenzaron a venir. Al principio unos pocos, después por centenares. Descontentos, parias y marginados procedentes de arriba. Gente de toda índole y no siempre buena.

—Pero como tú nos has recordado —puntualiza—, nuestras leyes nos obligan a dar refugio a todo aquel que lo pida.

«Ouch», eso ha sonado a crítica nada encubierta. Preveo que en cuanto coja un poco de confianza me va a dejar claro cuántas de las normas que instauramos en su día, le molestan y por qué.

—Siempre tuvimos ejecutores, pero rara vez se veían obligados a intervenir salvo para solventar alguna disputa entre borrachos —comenta—, pero con cada aporte de nuevos ciudadanos la situación se tornaba más y más compleja y la necesidad de un cuerpo policial se hizo evidente.

—En este momento son la facción más numerosa dentro del Liderazgo y gracias a ellos hemos resistido —finaliza lanzándome una mirada de soslayo.

El Ejecutor Mayor inclina la cabeza, asintiendo detrás de él con rostro satisfecho.

Tomo nota de ello. Es lo que pretendía el Árbitro, darme a entender quienes podrían oponerse a mi presencia aquí e incluso quizá desafiar los decretos del mediador de mediadores, a él mismo.

Al final nos han guiado hasta un edificio grande, semejante a un templo, que preside la población.

La Asamblea.

Una vez en ella y ya con las puertas cerradas, el repentino frescor del aire nos indica que aquí ya se han restablecido los generadores y los filtros.

Es entonces, cuando se despojan todos de las mascarillas, que comienza la histeria.

Hay bastante gente aquí, médicos y enfermeras atendiendo a heridos de diversa gravedad que no han podido trasladarse, técnicos revisando interminables líneas de cables, grupos de ejecutores discutiendo frente a una pared en la que dibujan líneas como en una improvisada pizarra...

Ver cómo sus rostros se iluminan con algo semejante a la devoción es una experiencia de lo más desconcertante. Sobre todo porque no soy yo el centro de atención.

Un hombre se ha acercado a Marila que lo vigila con cierto reparo y se inclina ante ella para besarle los pies. Ella se aparta como si los labios del tipo quemaran, pero la esposa de él la toma de la mano como en su día vi hacerlo a los feligreses ante la efigie de una santa. Poco a poco más gente va reaccionando y se acercan con timidez a ella. Algunos lloran y se abrazan.

Marila me mira angustiada e interrogante, casi tan sorprendida como yo.

—Temía que ocurriera esto —dice el líder de los ejecutores haciendo un gesto a sus hombres mientras comienza a dar órdenes—. Dejadle espacio, por favor, si en tanta estima la tenéis.

Lo pide con bastante mejores maneras de las que usó con nosotras en los túneles.

—Venga, regresad a vuestros quehaceres.

Sus hombres rodean a Marila e impiden que se acerque nadie al tiempo que nos trasladan a una sala contigua.

—¡Salvaste a mi hija! —exclama la mujer que se ha resistido a soltar la mano de Marila hasta el último segundo— ¡Gracias, gracias!

—No estoy segura de saber qué está ocurriendo aquí —Le indico al Árbitro encarándome a él.

El hombre me mira muy serio, creo que creyendo que trato de reírme de él.

—¿De verdad no sabéis quién es vuestra compañera? Yo tenía mis reservas, pero después la actitud de ese matrimonio las ha disipado —contesta entrecerrando los ojos.

—Hasta donde yo sé, es una esclava de las casas, víctima de las deudas de su marido —contesto.

—Eso es cierto pero... —Me vuelve a mirar de arriba abajo— ¿De verdad que no la ...?

—Basta —Casi le grito. Me está impacientando ya con tanto misterio— ¿Quién narices crees que es?

Se dirige a una holo pantalla cercana que parece tener conexión y murmura algo a su muñeca. La pantalla se enciende y la imagen que muestra me deja sin habla. Una mujer vestida con una armadura de cuero, cubierta de sangre y apoyada en una lanza astillada se alza en pie sobre un pila de cadáveres. Una perfecta ilustración de Frazetta salvo porque la sangre que chorrea es de verdad.

—No lo creo, estoy seguro. Es la campeona de las Arenas de la Redención, María Estela, la fugitiva Reina de Picas.

—Ay, Dios —oigo murmurar a Marila detrás de mí. Y luego:

—Odio esa puta foto.

✦ • ✦

—Entonces, ¿es una celebridad? —Le pregunto al Árbitro mientras tomo asiento frente a la mesa de su improvisado despacho en el interior de la Asamblea.

—Es mucho más que eso —responde acercándose a un mueble situado en el lateral. Parece buscar algo—. Lamento no tener gran cosa para ofreceros, no soy un buen bebedor.

—Estoy bien así, gracias.

—Porque coméis y bebéis, ¿no? —Se da la vuelta a medias para observarme. Este tipo de preguntas solía encontrarlas irritantes, pero siglos de anonimato hacen que ahora me resulten graciosas.

—Sí, casi de todo —respondo aguantándome la risa—. Menos judías. Las judías me sientan fatal.

—Lo siento —dice con una sonrisita culpable aunque en sus ojos veo que anda dándole vueltas a mi respuesta sospechando una doble intención que no existe—. Me temo que hay mucha leyenda negra alrededor de las figuras de los padres fundadores de nuestra ciudad y los siglos transcurridos no han hecho más que acrecentarla.

—No voy a exigir sacrificios ni a desangrar a jovencitos vírgenes, si te estás refiriendo a eso —rio en voz baja recordando el origen de los rumores—. Fue una broma que se entendió mal en su día. Hace mucho, mucho tiempo atrás.

Deviant, en serio, un día de estos tendremos que hablar sobre tu sentido de la oportunidad.

—Acerca de vuestra amiga —dice el Árbitro tratando de reconducir la conversación, pero le interrumpo alzando una mano.

—Antes de eso, que reconozco me interesa sobremanera, tengo un par de preguntas para ti.

Se apoya en la mesa, frente a mí, con los brazos cruzados en el pecho tal y como acostumbraban a hacer los suyos y recuerdo mis años en Damasco en un breve flash.

—No he visto androides por aquí y me consta que los había. Al menos en mis tiempos —digo seria—. Si no fuera por la chica del PEM hubiese creído que no eran bien recibidos. ¿Ha cambiado algo en la sociedad de la Ciudad de los Sueños, la Comunidad del Pozo?

Se ha envarado levemente, pero no con la mención de los androides, sino con la de la Comunidad. Debo indagar luego en eso.

—No, para nada —suspira—, pero nunca vinieron aquí demasiados. Si lo que le preocupa es saber si el pulso electromagnético de Amanda los ha dañado, la respuesta es no. Por fortuna el grupo que reside aquí es reducido y enfocado casi en exclusiva a actividades que los suelen mantener alejados del grueso de la población.

—¿Y esas actividades son...?

Un par de sus dedos tamborilean un segundo sobre la mesa antes de contestar.

—Unos cuántos se dedican a explorar y mapear los túneles. Incluso después de tanto tiempo seguimos encontrando galerías y salas nuevas. Es práctico para nosotros y ellos parecen disfrutar con la tarea, así que tenemos un buen apaño.

—¿Y el resto?

Baja la mirada y por un instante las puntas de sus pies le parecen de lo más interesante.

—Vigila y cataloga los descubrimientos en la zona del Pozo.

Esto sí que no me lo esperaba. Está siendo un día movidito. Casi ha conseguido que salte de la silla.

—Esto es lo que callabas... —Le acuso con el dedo— ¿El Pozo está activo?

Mueve la cabeza a un lado y a otro en un gesto poco claro.

—No exactamente —contesta.

Y al ver mi cara de pocos amigos, añade:

—Mejor se lo enseño.

✦ • ✦

Tras asegurarme que Marila y las chicas están bien instaladas, el Árbitro y yo descendemos varios centenares de metros más usando un enorme ascensor con motor a gasóleo que me maravilla que aún funcione después de casi 300 años. Lo dispusimos con capacidad suficiente para bajar un pequeño ejército o varios vehículos pesados.

—Lo del motor a explosión fue un acierto, nos ha salvado varias veces. Como ahora —Me explica el Árbitro.

—Bueno, entonces no fue una decisión muy popular entre los que se inclinaban por la conservación del ecosistema de las cavernas y de los restos arqueológicos, pero un amigo previó que depender sólo de la electrónica podría ser problemático en este lugar y se impuso al resto —respondo recordando aquel momento.

Vaya si se impuso el bueno de Deviant, más de uno se quedó sin dientes aquel día. Entendía sus motivos para protestar, pero siempre se le ha dado bien pronosticar futuras necesidades y no iba a ignorar esta por culpa de un puñado de ecologistas y arqueólogos que no comprendían o aceptaban la verdadera naturaleza del lugar.

—Bueno —Se encoge de hombros —hoy en día tenemos sistemas que absorben los gases y mantienen una atmósfera estable aquí abajo. Y los androides y robots son mayoría en el yacimiento y no respiran, con lo cual la agresión al medio es menor.

—Vuestra chica androide sí respira —digo y él ahoga un respingo y se endereza como si le hubiera metido un palo por el trasero—. No creas que me he olvidado del tema, tan solo lo reservo para otra ocasión.

—Entendido —susurra—. El yacimiento ya está a la vista.

Me asomo por la baranda del ascensor y decido que ya he esperado demasiado, así que me dejo caer del otro lado. Detrás de mí el Árbitro grita una advertencia, pero yo ya estoy cayendo hacia el fondo. Aterrizo de pie sobre la dura roca una docena de metros más abajo y me encamino hacia la estructura que da nombre a este lugar.

El Pozo.

Una serie de enormes piedras talladas y decoradas con multitud de símbolos conforman un círculo de unos cinco metros de diámetro que surge del mismo lecho de roca en el que se aposentan los cimientos de la Ciudad de los Sueños. Sigue cubierto por la tapa de bronce de origen etrusco recubierta de inscripciones y palabras de poder que Deviant (aunque entonces no se llamaba así, claro) recuerda haber traído con gran dificultad desde una convulsa Italia previa al advenimiento de Roma.

Me inclino para acariciar el metal y comprobar que el Árbitro no mentía:

—El Portal no está abierto —suspiro aliviada a medias—. Mejor que siga así por el momento.

—Confieso que esa parte de la historia de este lugar, de la que nos hicisteis partícipes hace tanto tiempo, se me sigue atragantando —Me sorprende una voz sintetizada detrás de mí, sacándome de mi ensimismamiento,

—¿Doc? —pregunto incrédula.

—El mismo que viste y calza, aunque en realidad no uso zapatos —bromea el viejo androide zapador mientras lo abrazo—. Ni ropa, ya puestos.

Me separo de él sujetándolo de sus redondos hombros para poder verlo mejor.

—Te has hecho algunos cambios, ahora pareces un auténtico explorador —Me rio al ver el salacot que luce sobre su cabeza de plástico y metal.

—¿Esto? —Se lo quita y lo sostiene entre sus manos de 3 dedos, dándole vueltas—. Apareció hace unos días cerca de aquí. Emergió de la piedra como un raro champiñón y decidí quedármelo.

El Árbitro se ha unido a nosotros y asiente ante las palabras de mi viejo amigo.

—A esto me refería cuando dije que el Pozo no estaba «exactamente» activo —dice al llegar—. ¿Os conocíais? Doc es uno de nuestros ciudadanos más antiguos.

—El más antiguo, en realidad —puntualiza el androide—. Yo era un simple zapador del ejército que luchaba por la causa de los humanos cuando Jerome me salvó de ser desmantelado por mis propios compañeros de pelotón, demasiado asustados y agotados para darse cuenta de que no todos los artificiales estaban en su contra.

—Ahora se hace llamar Deviant —puntualizo—. Y siempre dijo que eras muy blando, demasiado buena persona para sobrevivir.

—Bueno —extiende sus brazos que aún pinta con los viejos tonos ocres del camuflaje en el desierto—, todavía sigo aquí pese a quien le pese.

—Entonces, ¿estás al cargo de esto? —abarco con los brazos los alrededores. Hay varios androides y robots, algunos casi tan viejos como Doc y en su mayoría ocupados en examinar y clasificar todo tipo de objetos. Algunos nos miran con curiosidad desde la distancia—. Dices que aparecen cosas...

—De todo tipo y desde hace unas semanas —Su boca de silicona dibuja un mohín bastante curioso y me doy cuenta de que mira al Árbitro—. Desde la anomalía, para ser precisos.

Me doy la vuelta hacia el Árbitro y lo sujeto por el pecho.

—Estoy harta de que andes a mi alrededor de puntillas, suministrándome la información en un interminable goteo —amenazo—. El respeto por tus predecesores es lo único que está frenando mi mano en estos momentos, pero mi paciencia tiene límites, hombrecito.

En su favor diré que apenas pierde la compostura y es capaz de alzar los brazos en un gesto de rendición mientras murmura un «entendido, mi señora».

—No seas tan dura con él, querida, hace lo que puede dadas las circunstancias —Media Doc, colocando su mano sobre la mía— Da la sensación de que cientos, miles de años quizá de historia y acontecimientos están cristalizando en una crisis única y quizá letal para todos los habitantes de este sistema solar.

—La permeabilización es uno de los primeros síntomas de la apertura del portal —respondo soltando al Árbitro no demasiado convencida—. Eso y la fosforescencia azul que acabará impregnando el entorno.

El mediador de mediadores me muestra el puñal que lleva en la cadera desenvainándolo a medias. Es azul, es luminiscente. Cierro los ojos lamentándome por ser tan lerda y haberme perdido un detalle como ese.

—Ah, mierda. Vuestras armas primitivas proceden de ahí.

—El mineral afectado por este fenómeno es difícil de trabajar, pero es capaz de penetrar en cualquier cosa y causar estragos en el cuerpo de un enemigo —explica el Árbitro—. Amanda cree que responde en cierta medida a los deseos de aquél que lo empuña.

Se encoge de hombros, como disculpándose por la absurda teoría.

—Quizá no se equivoque nuestra chica prodigio—contesta Doc—. Una teoría loca sobre la que trabajar es mejor que ninguna teoría.

Camino alrededor del Pozo, pensativa y tratando de recordar cuánto sabemos de él. Hay un problema con la longevidad excesiva y es que al final olvidas más cosas de las que sabes. A los humanos les pasa lo mismo, ambas especies tenemos eso en común, un don innato para el olvido.

Durante un tiempo recurrimos a la medicina y a los psicotrópicos para tratar de mantener esas puertas abiertas, pero no funcionó demasiado bien.

«Aunque fue divertido», sonrío recordando los años 60 del siglo XX.

—Contadme lo de la anomalía —pido sentándome sobre una de las piedras del Pozo.

—Ocurrió de forma casi simultánea al ataque —comienza a desgranar el Árbitro, aunque se interrumpe y se vuelve para preguntarle a Doc:

—¿Es seguro?, ¿es seguro sentarse ahí?

Doc se sienta a mi lado con cierta dificultad. Debería vigilar esas articulaciones.

—El Portal se manifiesta en el interior delimitado por las piedras, no en las piedras mismas. En realidad las rocas talladas son un complejo sistema de marcado para averiguar hacia dónde apunta el portal en cada época —explica—. O eso suponemos.

—Dependiendo de la posición relativa de nuestro mundo en su periplo espacial, el portal se activa accediendo a diferentes localizaciones. Mundos en otras galaxias, a veces en otras dimensiones —Añado yo acariciando uno de los desgastados relieves—. Es más como una antena a la caza de emisoras cercanas y compatibles.

—Sorprendente —murmura el Árbitro mirando al Pozo con nuevos ojos—. Y peligroso, imagino.

—A veces. El Pozo y lo que de él surge está en el origen de la mayoría de mitos y leyendas de nuestra historia. Faerie, seres abominables que pretenden ser dioses, planos elementales...—Me encojo de hombros—. La lista es interminable. Por eso desde antiguo ha estado custodiado y se ha intentado bloquear innumerables veces. Porque aunque en ocasiones los intercambios han sido mágicos y sublimes, la humanidad siempre acababa por pagar un precio demasiado alto. La última vez surgió de él un invierno que arrasó el mundo.

—Pero estamos esquivando una vez más la cuestión, Árbitro. Comencemos de nuevo y dadme tantos detalles como tengáis de esa «anomalía».


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top