CAPÍTULO 7. ESE LEVE OLOR A CHAMUSQUINA.

Arrastro un poco los pies mientras salgo al exterior y dejo tras de mí el desastroso hangar y hago visera con una mano sobre mis ojos para otear el firmamento. La cualidad de la luz me indica que ya hemos superado el mediodía. El aire es algo más fresco aquí fuera y se agradece. Los montones de basura son tan antiguos en realidad que nada orgánico queda en ellos capaz de descomponerse. Toda esta mierda que me rodea sería material de museo si aún hubiera alguno.

Avanzo un poco más y la poca gente anciana que se quedó fuera con los niños y no participó en la pelea retroceden temerosos.

Me dedico un breve vistazo a mí mismo con la ropa reducida a girones y cubierto de sangre de los pies a la cabeza y coincido en que debo de acojonar un poco. Sobre todo porque vengo todo el camino desde el interior del recinto arrastrando a su inconsciente jefa sujeta por los pelos. Ahora le faltan unos cuantos mechones y es que pesa tanto que su cabello se rompe por la tensión cada pocos metros.

Levanto su cabeza para que todos puedan ver la cara de la derrota. El dramatismo y la teatralidad siempre funcionan bien como motivadores.

—Me temo que está un poco irreconocible con todos esos hematomas —digo mientras la arrojo en el suelo frente a mí. El suelo está tan compactado y seco que ni siquiera se levanta polvo pero yo sigo viendo arena, arena por doquier.

La mayoría retroceden un poco más, pero algunas mujeres y hombres de edad más avanzada hacen amago de aproximarse a ella. Asiento:

—Podéis atenderla. Luchó bien —Informo. En realidad les importa un comino y es casi un eufemismo de lo ocurrido. No dejó de pelear ni aun cuando me vi obligado a romperle las piernas. Se arrastró hasta poder sujetarme de los tobillos y tratar de darle una oportunidad a sus secuaces de asestar un golpe mortal.

—Lástima, lástima no estar del mismo lado —susurro con voz ronca. Tengo los labios partidos y secos y no sé lo que daría por un trago pero me giro y hago un gesto a la penumbra del interior—. Podéis salir, es seguro.

Marila sale con el arma en alto, guiando de la mano a su pequeño grupo de almas perdidas.

Está pálida y trata de no apartar la mirada cuando llega a mi altura. El resto de las chicas se mantienen alejadas y me observan con ojos enloquecidos, aterrados.

—Siempre hay un lobo feroz más grande y malo, señoras —Les digo con cansancio—. Siempre.

—¿Y ahora? —dice Marila intentando que la voz no le tiemble. Lo consigue a medias.

—Buena pregunta —respondo—. Lo primero, conseguir trasporte y llevaros a ti y tus chicas a un lugar seguro. El chaval también necesitará atención.

«Sobre todo psicológica».

Los ancianos tratan de arrastrar a Leona con tremendo esfuerzo en dirección a una tienda de lona cercana. Me dan tanta lástima que me acerco para ayudarlos pero una mujer mayor me intercepta y trata de empujarme hacia atrás golpeándome el pecho con sus pequeños puños.

—¡No! —exclama con los ojos enrojecidos por el llanto—. Ya has hecho suficiente, animal.

Observo sus arrugas y las de sus compañeros y retrocedo con las manos en alto.

Es muy, muy poco usual que la gente normal sin modificaciones o acceso a los recursos económicos necesarios para adquirir salud lleguen a una edad tan avanzada y encima se vean sanos.

Me doy cuenta de que quizá todo lo que se hacía aquí no era tan malo y comienzo a ver a Leona de otra manera.

—¡Deviant! —Chirría la voz de Pam a través de mis tímpanos— ¿Estás bien?

—Joder Pam, baja el volumen. Creo que tengo el intercomunicador averiado y me estás dejando sordo.

Marila a mi lado me mira con curiosidad, incapaz de escuchar a mi socia.

—¡Pues te aguantas! —responde Pam.

Diviso un puntito negro allá en lo alto que comienza a descender sobre nosotros y se lo señalo a las chicas. Pam sigue vociferando en mi oído:

—Llevo horas intentando triangular tu posición, ¡gilipollas! ¿En qué te has metido esta vez?

—Ya estamos...—bufo. Aunque la verdad me alegro mucho de oír su afilada voz—. Escucha, desciende con suavidad, hay civiles acampados por aquí y las estructuras no son muy estables. Necesito trasporte para ocho conmigo incluido y asistencia médica.

—Vengo con la Luciérnaga, no hay problema de espacio siempre y cuando no esperen ir demasiado cómodos.

—¿Tu viejo trasporte? —Me río sorprendido— ¿Cómo has conseguido que esa chatarra vuele de nuevo?

—No tientes tu suerte que aún no he aterrizado.

—Refugiadas de las casas, Pam —digo para aplacarla—. Llévanos a algún escondite de los tuyos. Si es que conoces a alguien que se arriesgue a alojarlas.

Se hace el silencio en el canal de comunicación. Mi socia tiene predilección por las causas perdidas y estas chicas lo son, lo sepan o no.

—Ok, descendiendo como una pluma sobre esa fea plaza en tus proximidades —responde al fin.

Me vuelvo hacia Marila y el resto:

—Tenemos trasporte y pronto saldremos de aquí.

Hago gesto de entrar de nuevo y Marila me detiene lanzándome algo al pecho. ¿Ropa?

—Ponte algo encima, se te ve todo. Ya libero yo a tu compañero. Las demás chicas no tienen estómago para entrar y ver de nuevo...

Traga saliva y aparta la mirada.

—Puedes decirlo en voz alta: carnicería. Aunque muertos, lo que se dice muertos, solo hay media docena. Creo. —respondo en voz baja mientras examino las prendas—. Gracias por los pantalones.

—Ya, bueno. Es que distrae un poco —Me indica con la barbilla un punto por debajo de mi cintura.

Llevo el pito al aire.

✦ • ✦

—¿Qué es lo último que recuerdas? —Le pregunto al chico.

Acaba de despertar de una siesta de casi seis horas. Lo que en realidad está muy bien. No sé lo que tardaría yo en recuperarme de todo lo que le han hecho en las últimas horas. Hasta las heridas han desaparecido sin dejar rastro y ni siquiera he tenido que usar ese aerosol suyo nanorregenerativo.

Se rasca la cabeza sentado en la cama y enrojece hasta la raíz de los cabellos.

—Entiendo, ¿y lo penúltimo? —Insisto, pero calla y enrojece aún más.

—Vale —suspiro—, lo comprendo. Que se te pasen por la piedra una horda de militantes neo ishtaristas lo puede marcar a uno, pero necesito que te centres.

El chico asiente en la penumbra de la habitación cutre del motel en el que nos dejó Pam. Hay papel pintado en las paredes más viejo que yo y unos espantosos grabados de toreros dignos del peor garito de la frontera mexicana del siglo XX. Pero es un lugar anónimo y seguro fuera del sistema.

—Usted comenzó a balbucir incoherencias al poco de subir al aero taxi. Yo no cesaba de decirle que no le entendía, pero usted continuaba diciendo algo así como: «Yadayada yadayee» con una cara de idiota de esas que tiran para atrás. Luego comenzó a agitarse un poco (bueno, bastante) y se desmayó.

—Y yo pensando que te estaba dando una clase magistral de filosofía...—Me lamento— ¿Qué ocurrió a partir de ese momento?

Reconozco que tengo mucha curiosidad por saber de qué forma lograron obligar a un vehículo aéreo a cambiar de ruta y derribarlo en plena ciudad, pero no se lo digo.

—Fue todo muy rápido y como estaba inclinado sobre usted intentando que no se tragara la lengua, no pude verlo bien —rememora entrecerrando los ojos—. Algo nos salpicó de rojo a los dos y de repente el aero comenzó a caer. Me abalancé sobre los mandos cuando descubrí que al chófer le habían volado la cara y traté de estabilizarlo, pero en ese momento un dron de recuperación nos embistió de costado y me hirió con sus palas. Recuerdo caer al fondo, junto a usted. Y poco más.

Ahora soy yo el que frunce el ceño mientras tomo noto mental de cuanto dice. Los drones de recuperación suelen ceñirse a la recogida de vehículos inmovilizados por la autoridad para su posterior almacenamiento en los retenes de la ciudad.

—Saliste por tu propio pie del vehículo —digo—. O eso creía.

—Sí, sí. —asiente con fuerza—. Debí despertarme con el impacto, cuando dejaron caer el taxi en el vertedero. Salí aturdido del vehículo y tropecé, rodando colina abajo donde ya estaban unos hombres esperándome.

Mueve la cabeza y se aprieta las sienes.

—Luego está todo borroso... en algún momento me preguntaron si iba solo en el vehículo y creo que lo mencioné a usted.

—Entiendo —Su relato encaja hasta cierto punto con el de Leona y Marila, pero...— ¿Viste el tipo de recuperador que era, los colores en su fuselaje?

Me mira sorprendido durante unos segundos y acaba por contestar despacio:

—Negro. Negro y blanco —dice—. Creo que pertenecían a la guardia de tráfico.

—Vaya, vaya —Repito mientras me levanto y le señalo una silla con su ropa pija recién lavada y adecentada hasta donde es posible.

Estos tugurios, al contrario de lo que se piensa, tienen unos servicios de lavandería formidables. Expertos en eliminar manchas y restos de todo tipo: aceite, semen, sangre...

Ignoro si tienen algún lema en común como empresa, pero de tenerlo sería algo así como:

«No dejamos nada que le incrimine. Ni a nosotros».

Enciendo un pitillo de tabaco real y auténtico. Los cultiva, seca y prepara un chino centenario con el que tengo amistad. Exhalo el humo con lentitud mientras le doy tiempo a Orphan para vestirse.

—¿Y las mujeres? —pregunta de repente—. Las chicas que venían con nosotros en el carguero desvencijado de su amiga.

—Socia —respondo mirándole de hito en hito— ¿Qué pasa, no tuviste suficiente? ¿Aún le queda munición a tus chamuscadas pelotas?

—No, no —Se azora, incómodo —. Solo preguntaba.

—A salvo —Acabo contestando. Tengo de nuevo esa irritante sensación en la base del cráneo, pero nunca he sido de los que se levantan a mitad de una película—. Pam se está encargando de ello mientras nosotros holgazaneamos aquí. Una vez tenga a las chicas en lugar seguro, irá a hacer una visita a cierta casa de juego. «Sota de Corazones» creo que se llama. Intentará llegar a un acuerdo económico para liberar a las chicas.

—¿Y si se niegan? —Se asombra.

Eso es que sabe cómo las gastan en las casas aunque no esperaba ni que las conociera estando tan lejos de su ámbito. Opto por encogerme de hombros:

—Peor para ellos.

Apago el cigarrillo en el hielo fundido del vaso en el que he estado bebiendo un bourbon infame durante las últimas horas mientras aguardaba al despertar del bello roncante.

—Vamos a echar un vistazo al dichoso apartamento de tu amo, pero esta vez elijo yo el trasporte.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top