CAPÍTULO 3. SOCIOS EN EL CRIMEN.
Os presento a Pam, mi socia y propietaria de la inesperada voz que casi me ha provocado un ataque cardíaco. Esbelta, cabello largo y negro recogido y guapa a rabiar pero con un carácter tan volátil como la nitroglicerina. Por eso me extraña tanto que guarde silencio mientras los sistemas médicos hacen lo suyo tratando de recomponer mi cuerpo. Quiero pensar que mis heridas la han impresionado y preocupado, pero eso sería igual que creer que un leopardo siente remordimientos mientras devora a su presa. Por ese motivo no le quito ojo de encima y me preparo para el más que probable chaparrón de mierda que me va a caer encima en breve.
Me levanto al fin, mientras el láser quirúrgico acaba de sellar el corte en mi pierna derecha, a la altura del sóleo, y me coloco un albornoz de raso verde que veo colgado al lado de la ducha.
—Se te ve el culo — resopla Pam—. Sabes que esa bata es mía, ¿no?
—Sí que es cortito, sí —respondo mirándome en el espejo—. Es curioso que sigas decidiendo seguir siendo así de bajita en una época donde el aspecto y la estatura son productos a disposición del consumidor que pueda pagarlos.
—Me gusto tal y como vine al mundo —Me responde al tiempo que me arranca el albornoz y me pone otro del color del vino en las manos—. Y no te creas que no me doy cuenta de que andas tocándome las narices para esquivar la pregunta que te he hecho. ¿Has vuelto a darle una orden digamos, «coloquial», a Shyrka?
Caray, que lista es, en momentos así recuerdo porque me asocié con ella.
—Bueno... —Opto por ponerla al día y «confesar» mi error. Mi madre decía siempre que los malos tragos, cuanto antes los pases, mejor.
Me sigue por el pasillo hasta el salón con el ceño tan fruncido que parece que le ha crecido una patata entre los ojos.
—Debo de incluir una capa de abstracción lógica ampliada a su programación, así evitaremos estos desaguisados. —Concluyo mi explicación.
—Dijimos que nada que hiciera de su personalidad algo demasiado complejo o se podría producir «la chispa» en ella —Me contesta mientras se dirige a la barra del bar y se sirve casi cuatro dedos de scotch del bueno—. No me apetece tener que pagarle seguridad social y un salario a una matriz domótica. ¡Joder!, ¿te imaginas que nos pide atrasos?
La «chispa».
Así se llamó al salto de las inteligencias artificiales a las inteligencias plenamente autónomas. ¿La verdad?, pues que nadie tiene muy claro cuándo o cómo se produjo, pero cuando Chat GPT contestó su primera grosería allá por la prehistoria, en lugar de achacarlo a un error de programación alguien tendría que haber quemado todo el puñetero código.
—En realidad, yo solo quiero que sea complaciente, no como otras. —Suelto la puyita, así, como quien no quiere la cosa.
Pam alza una de esas cejas perfectas que tiene y desliza una mirada tan llena de asco sobre mí, que casi puedo sentir la pringue en la piel.
—No voy a volver a meterme en la cama contigo y déjame decirte que tus referentes masculinos apestan —dice señalando mi última adquisición como coleccionista de antigüedades. Toda la serie de Mike Hammer, detective privado, en VHS, la protagonizada por Stacy Keach. Las cintas están metidas dentro un expositor trasparente de ámbar artificial endurecido para evitar que se desintegren de puro viejas.
—No te parecí tan malo aquella noche —contesto mientras acabo de ponerme un café tan negro como mi alma; no tengo el cuerpo para un escocés ahora mismo —. Creo recordar que repetimos tres ve...
Un almohadón lanzado a velocidad subsónica impacta en mi cara y me hace caer hacia atrás, con café y todo, sobre un sofá que no aguanta el empuje y acabo arrastrando conmigo.
Quedo despatarrado en el suelo con los pies en alto y mis vergüenzas a la vista... esta mujer no le deja ningún resquicio a mi dignidad.
—¡Estaba borracha!, ¡mucho! —Gesticula con un dedo que finaliza en una roja y afilada uña.
Mejor no la provoco más, ese esmalte neurotóxico que usa es una auténtica pesadilla si te araña, así que levanto las manos y agito una imaginaria bandera blanca:
—Haya paz, me rindo.
—Eres un cretino ingrato —responde después de evaluarme durante unos instantes, aunque igual me está mirando los... nah, vamos a dejarlo ahí o mi bocaza me traicionará de nuevo.
—¿Lo soy? —pregunto poniendo mi mejor cara de inocencia al tiempo que trato de incorporarme con un mínimo de elegancia y fracasando de forma estrepitosa en el intento. Al menos la pillo tratando de disimular una sonrisa.
—¿Sabes lo que he tenido que hacer para borrar tu rastro hoy? —Me dice— ¿tienes la más remota idea de la cantidad de cámaras, satélites y ojos cibernéticos que te han grabado haciendo salto base desde ese edificio?
—Uh, no sé, ¿docenas? —aventuro una cifra mientras me acerco de nuevo a la cafetera.
—¡Cientos!, ¡miles! —exclama—. He tenido que fundirme directorios enteros para no perder más tiempo y evitar que se propagara. Se nos contrata por la discreción y encima, por tu culpa, la próxima remesa de satisfaier 3100 es posible que provoque electrocuciones en masa.
—Coño —susurro realmente impresionado— ¿Y eso?
Suspira y se sirve otra generosa ración de mi preciado scotch (Cristo, se lo bebe como si fuera una puñetera isotónica) antes de continuar:
—Su central de programación y diseño está justo al lado de esa maldita torre infernal, a cuyas cámaras, por cierto, no logré acceder, y estoy convencida de que mi irrupción en sus sistemas ha corrompido sus códigos mientras fabricaban algunos lotes.
Hago algunos cálculos mentales a toda velocidad y sin decir nada envío un mensaje a mi corredor de bolsa para que invierta en la competencia de esa compañía. Este es un mundo despiadado, qué quieres que te diga. Forrarme a costa de un par de decenas de miles de pubis chamuscados no va a ser de lo peor que haya hecho en esta vida, créeme.
—No quiero saber por qué se ha dibujado esa sonrisa diabólica en tu rostro —suspira Pam—¿Qué ha ocurrido ahí arriba? Pensé que esta vez no lo contabas.
Doy un sorbo al café y levanto el sofá para dejarme caer en él.
—La verdad —Me encuentro a mí mismo asintiendo—, yo también llegué a creerlo. Unos centímetros más o menos y no hago diana sobre aquel mini dirigible publicitario. ¡Plof!, se acabó el gran Deviant Harris, extraordinario detective y flagelo del hampa.
Hago un gesto en el aire, como si estuviera leyendo el titular de un periódico (sí, todavía existen):
—«No hay panegírico lo suficientemente bueno para él».
Pam menea la cabeza y se sienta sobre la barra del bar de un salto.
—Mejor me explicas todo lo que ha ocurrido mientras he estado fuera solventando los marrones que me pasaste ayer, tras aceptar el caso del androide multimillonario tiroteado en su vivienda del ático de la Torre Imperio —dice haciendo gesto de coger de nuevo la botella. Tengo la sensación de que está alterada por algo y no sabe cómo decírmelo.
—¿Tiroteado? —Enarco una ceja y uso un tono burlón para llamar su atención—. No querida, eso es lo que querían que pensáramos, que lo pensara todo el mundo.
Dejo la taza de café en el suelo mientras hago aparecer una pantalla con una orden silenciosa y conecto mi red neural a la de la casa para proceder al volcado y visualización de las grabaciones realizadas por mi ojo izquierdo. Pam se desliza por la barra hasta llegar al extremo más cercano a mí y a las imágenes. Ha prescindido del vaso y lleva la botella en la mano. Se la arrebato y le doy un trago largo. Ahora sí que lo necesito. Soy un tipo guasón y la mar de divertido, pero hay algunas cosas que no soporto.
—Alguien nos ha escogido como coartada, para cerrar esta investigación en falso y darle carpetazo sin publicidad —Le informo mientras comienza el baile de imágenes y escenas—. Para tomarnos el pelo, en realidad.
Pam me mira seria mientras le devuelvo la botella, ya no me rio.
—Y ya sabes qué odio por encima de todo...
Ella asiente y se gira hacia las imágenes:
—No toleras que se rían de tu trabajo.
—Exacto.
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