CAPITULO 13. EL DESTELLO FINAL.

Ahora.


La grabación de mis memorias se interrumpe en este punto y la pantalla muestra un fundido en negro bastante anticlimático.

—¿Eso es todo? —pregunta Pam mientras salta de la barra del bar y se despereza como una gata —¿Qué ocurrió en esa maldita planta?

—Pues que las protecciones de Crasus y sus medidas contra electrónicas hicieron imposible el volcado de datos en la interfaz y se quedó en esa mierda negra, pero ahora te cuento.

—Usé el dispositivo del chico para acceder a la vivienda y, sorpresa, aquello no parecía encajar en absoluto con la idea de decoración que uno asocia a una mente artificial. Era una pesadilla de colores y tramas chillonas de un pésimo gusto. Lanzas y escudos africanos convivían con las cabezas disecadas de animales ya extintos —Frunzo el ceño recordándolo—. Quizás salvaría un cuadro de Marilyn Monroe y el Banski pintado en el fragmento de un muro que guardaba en el interior de una monstruosa vitrina.

Pam hace un gesto de extrañeza que entiendo muy bien.

—Qué raro. Es cierto que tienen tendencia a imitar algunas costumbres humanas, pero no habían mostrado nunca gusto por lo decadente.

Cabeceo mostrando mi acuerdo y prosigo con la narración:

—Tras caminar un rato, llegué a la escena del crimen. Toda la sala se encontraba arrasada, pero esa destrucción no era tan al azar como pudiera parecer en un primer momento. Tampoco daba la impresión de fuera el resultado de una lucha. Quien la hubiera causado había destrozado de forma sistemática cualquier rastro de arte humano. Cuadros, sillones, lámparas... era un caos, pero en cambio no advertí marcas de blaster o de cualquier otro tipo de arma energética.

Entonces lo localicé, sobre la alfombra cerca de un enorme ventanal panorámico. Panza arriba y con el pecho abierto como si hubieran utilizado un enorme abrelatas en él.

—¿Y? —Me pregunta impaciente Pam— ¿Le habían disparado como te dijo el chico?

Asiento, pero no puedo evitar que una sonrisita aflore mi rostro. La verdad es que la realidad resultó ser impactante.

—¿Deviant? —insiste.

—Lo cierto es que presentaba cinco perforaciones en su pecho abierto de par en par, y creo que eso fue lo que indujo a Orphan a pensar en un asesinato y lanzar una advertencia al resto del consejo iniciando el procedimiento previsto por Crasus para estos casos, incluyendo mi contratación. Pero...

—Pero ¿qué? —ruge impaciente—. Eres insoportablemente teatral.

—No había rastros de balas o proyectiles sobre ellos, solo cinco falanges de la mano izquierda de Crasus machacadas y deformadas.

—¿Se abrió el pecho él?, ¿por qué? —Pam se inclina frente a mí apoyándose en los brazos del sofá y acercando su rostro al mío—¿Y desde cuando eso es suficiente para acabar con uno de la Supremacía? Tienen sistemas redundantes y mil salvaguardas.

Ahora es cuando suelto mi notición en exclusiva:

—Desde que llevan en el pecho una bomba con un compuesto nano químico imprescindible para mantener con vida su cerebro.

Salta hacia atrás, confundida. Me ha escuchado bien, pero no me quiere entender. Demasiado irreal.

—¿Cerebro? No, espera... ¿Cómo? —Está pálida y exhala aire cuando dice las palabras mágicas—. Era humano.

Implicaciones. No me canso de repetirlo.

—Y algo más—Levanto un pequeño frasco naranja luminiscente entre mi dedo índice y pulgar—. Barbarian.

—Marila me habló de ella —dice mientras le paso el vial y lo sostiene frente a la luz con sus ojos verdes lanzando destellos—¿Qué tuvo que ver esto con su muerte?

—Localicé un punto de inyección en la base de su cráneo. El chasis estaba ligeramente aplastado ahí. Alguien se la inoculó. Un chute directo al cerebro.

—Joder. Una droga estimulante de las sensaciones recorriendo un cerebro humano encerrado en una lata. Eso tuvo que ser...

—Insoportable. Imagina la necesidad infinita y amplificada de contacto humano, de estimulación. He oído de gente que se ha corrido simplemente experimentando la brisa sobre la piel después de chutarse —Le explico.

—Se suicidó para huir de la agonía —responde Pam—. La agonía de querer sentir y no poder percibir nada.

—Exacto —Guardo la muestra en el bolsillo de mi bata—. Podemos suponer que el resto del consejo también son humanos. Cerebros humanos mantenidos vivos en el interior de máquinas. Algo que se supone que no es posible con nuestra tecnología actual. Aún estaba examinando el cerebro cuando algún hijo de puta me agarró y me lanzó a través del cristal como a un pelele.

Pam da vueltas por la habitación como una tigresa enjaulada. Está llegando a las mismas conclusiones que yo.

—Los atentados en la sede donde guardaban sus copias, la corrupción de las mismas...—dice Pam.

—Todo falso. Una cortina de humo para que no sospecháramos su humanidad—Me encojo de hombros—. Imagino que todo el procedimiento lo ideó temiendo ser destruido de otra forma. Con seguridad esperaba que diéramos con su ejecutor sin desvelar su secreto al resto de la Supremacía. Pese a todos sus vicios, no traicionó a los suyos.

—Esto es malo, muy, muy malo —Levanta la cabeza y resopla—. Shyrka, establece la alerta perimetral. Expande el área de detección al máximo alcance. Si hay unidades militares convergiendo sobre esta posición activa todos los protocolos de emergencia y evacuación.

—¿Debo incluir la directiva «tierra quemada»? —responde nuestra chica domótica.

—Si es necesario, sí. Previa confirmación— respondo yo, no sea que me la líe igual que con las moscas.

—Entendido. Llamada entrante, terminal desconocido pero ha usado el código identificativo de la Srta. Pamela—nos comunica Shyrka.

—Mierda, me había olvidado de ella con todo esto—exclama Pam— ¡Pásame la llamada!

—¿Pam? —Es la voz de Marila, entrecortada. Creo que está llorando.

Me acerco a mi socia con gesto de no entender nada, pero ella me indica que calle.

—Marila, ¿Qué ocurre? ¿estás bien? —Hay tensión en la voz de Pam y yo corro a vestirme mientras activo los altavoces en toda la vivienda.

—Están muertos, todos muertos...—susurra Marila—No han perdonado ni a los niños. Igual que allá abajo.

—¿De quién me hablas, Marila? —Pam abre el arsenal y comienza a equiparse con todo lo que puede cargar; tarda menos que yo en ponerme los pantalones.

—Ishtar. Regresé a ver si podía convencer a alguna de las otras chicas de la Sota de Corazones. Decirles que ya no había nada a lo que temer, pero...

—Voy para allá enseguida, espérame y no te precipites—La instruye Pam.

—Ha sido Tonks, Pam. Lo vi marchándose de allí. Le oí hablar. Es el dueño de la Sota, el de verdad. Siempre supo dónde estábamos —Su tono es más firme, destila ira soterrada a duras penas; se está rehaciendo. Esta chica es de las duras.

—Estoy de camino, cariño, esto no va a quedar así —asegura Pam.

—Nueva llamada entrante —comunica Shyrka.

—Joder, y ¿ahora qué? —exclamo mientras sustituyo mi machacado blaster por uno nuevo. Quiero preguntar a Pam qué ha querido decir Marila con «allá abajo», pero tengo un mal presentimiento y opto por responder a la llamada—. Adelante.

Hay un silencio en las comunicaciones y en mi mente cobran forma los refulgentes ojos de un tigre agazapado en la oscuridad.

—Saludos, Sr. Harris. Ha demostrado ser más insistente y ¿por qué no? resistente de lo esperado—. Surge la voz, fría, serena, letal.

—Mi iniciador en el salto base, supongo —Recuerdo mis intentos por enfocarle durante la caída y envío el archivo al monitor. Estaba fuera del piso de Crasus y del alcance de sus inhibidores así que debería tener alguna captura...

¿Sabes esa sensación, cuando crees que nada puede sorprenderte y de repente el mundo se hunde a tus pies? Pues eso siento cuando veo la imagen. Y por la cara de Pam, no soy el único.

—¿O quizá debería decir senador Publius?

Pam se une a mí mientras la foto mostrando el rostro del líder del senado asomado a la ventana del ático 6 de la Torre Imperio sigue fija en pantalla.

—Tenemos que hablar, Sr. Harris —continúa con voz átona, impersonal—. Le aguardo en su barrio favorito, ese que casi incendia en su afán por sobrevivir.

• ✦

Hay disturbios incomprensibles por toda la ciudad. Incomprensibles hasta que averiguas que alguien ha estado durante meses casi regalando la nueva droga Barbarian a los habitantes de la superficie y después ha cerrado el grifo de repente.

La adicción golpea duro y de formas que uno no es capaz de controlar. Además, han estado haciendo correr el rumor de que la Supremacía ha incautado y destruido todas las dosis de la ciudad y encerrado a sus distribuidores. La gente, desesperada por recuperar su única válvula de escape, se ha lanzado a las calles.

Los Morlocks, el submundo, no contestan. Dicen que han sellado todos sus accesos a la superficie y que aquellos que no se han enganchado a la droga han buscado refugio allí. No tengo forma de comprobarlo y ahora tampoco es relevante, aunque sigo teniendo una muy mala sensación desde que escuché a Marila hablar. Pam sabe algo, seguro, pero no hemos tenido tiempo de charlar demasiado.

Lo único que observo es que en un radio de seis manzanas alrededor del punto de reunión con Publius no hay ni un alma a la vista. Barreras electromagnéticas rodean el área y unidades militares robóticas como nunca había visto vigilan los accesos. La ciudad arde ahí fuera, pero ni los yonquis más suicidas se atreven a desafiar a semejantes guardias con aspecto de mantis religiosas.

Me encuentro en una azotea revisando las calles, buscando la trampa, pero la realidad es que aparte del aislamiento no hallo nada fuera de lo común. Tampoco drones ni francotiradores. Quizá me estén apuntando desde algún satélite, pero lo dudo. Tan solo ese hijo de puta vestido de blanco nuclear que aguarda sentado en un taburete de un puesto de comidas callejero. Tiene un plato delante, pero lo único que hace es observarlo.

Aún estoy dudando sobre la forma de abordar aquello cuando una figura renqueante sale de un edificio no muy lejos de donde me encuentro. Se sujeta el vientre y va dejando un reguero de sangre por donde va hasta que cae sentado en el callejón de los «tragones». Amplio la imagen y me estremezco al reconocerle. Desciendo a las calles y me dirijo hacia allí a toda velocidad.

—Cristo... chico, ¿qué te ha pasado? —susurro mientras me inclino sobre Orphan. Está fatal, como si hubiera escapado del infierno a ostias. Le falta un ojo y en el estómago presenta un boquete enorme que no para de sangrar. Su cuerpo intenta curarse a sí mismo, pero tiene demasiados daños y no creo que lo logre a tiempo.

—Lo siento, Sr Harris. Deviant—Habla escupiendo sangre—. Por lo que parece no lo recordaba todo.

—¿Las quimeras? —pregunto—¿Han sido ellas?

—Publius —Me contesta con voz ronca y dientes apretados—. Me sorprendió cuando recogía el último fragmento del Argos y me mostró algo que yo ignoraba. Que el Argos se dividió en 4 secciones.

—Mierda, ¿tú? —Adivino. Hace mucho tiempo que toda esta historia ya no es divertida ni graciosa...

—Yo era la última quimera, sí.

Le obligo a recostarse contra la pared mientras presiono la herida.

—Le he mentido, Sr. Harris. Y lo siento—susurra el chico.

Extraigo un cargador de reserva del blaster y destrozo a culatazos su recubrimiento térmico. Lo justo para lograr una grieta. El plasma concentrado comienza a escapar del mismo a una temperatura infernal, pero por algunos segundos dispondré de algo similar a un láser quirúrgico de alta intensidad.

—Esto me va a doler a mí más que a ti —Le digo mientras subo lo que resta de su camiseta y aplico el letal haz de luz sobre su herida, Si lo hiciera de forma directa incineraría los órganos internos del chico, así que disminuyo su potencia colocando una de mis manos de por medio.

El chico aúlla. No sé si por el dolor u horrorizado ante lo que estoy haciendo porque lucha por apartar mi mano del haz, sin éxito.

—Tranquilo —digo con los dientes apretados—, ya casi está.

Lanzo el cargador hacia el otro extremo del callejón donde acaba explotando en una nube de cenizas doradas.

—Su mano, Deviant —Señala.

—No te preocupes, cuando la situación lo requiere yo también me curo rápido —Le digo mirándole guasón a través del agujero de mi palma izquierda, hasta que este se cierra y la herida desaparece sin dejar rastro.

Le doy un par de palmadas en el hombro y le digo la verdad:

—Sé que no has sido del todo sincero conmigo, lo que ignoro son las razones.

No puedo evitar mirar la hora, pero aún es pronto. Que espere un poco más ese cabrón.

—Sé que fuiste tú quien me drogó, también que disparaste al conductor del aero taxi con mi arma. No te extrañes tanto, pude percibir el peculiar olor a ozono que deja mi pequeña tras una descarga en el interior del habitáculo del vehículo y, desde luego, no había nada extraño en aquella croqueta salvo un ligero regusto a pan rancio.

El chico asiente. Tiene algo de color en las mejillas ahora que sus tripas no están a punto de desparramarse y creo que la zona que he cauterizado ha dejado de sangrar. Su factor de curación acelerado está haciendo al fin su trabajo.

—He sido la marioneta de Crasus de formas que no hubiera creído posible —Comienza a contar—. Era un enfermo, un ser despreciable y pagado de sí mismo que no logró «borrarme» por completo en nuestra última sesión antes de morir. Y recordé cosas, Sr. Harris. Ese hijo de perra fue una vez humano.

—Lo sé, lo descubrí al examinar su cuerpo, justo antes de que Publius me lanzara edificio abajo —Le contesto, pero no parece demasiado sorprendido de que yo ya estuviera al tanto— ¿Qué otras cosas recordaste?

—Del tipo que le hacen vomitar a uno. Le gustaba hablar, ¿sabe?, jactarse de sus logros. De cómo en pleno apogeo de las guerras-purga descubrieron un artefacto extraterrestre en Ío. De cómo encontraron la forma de prolongar su existencia trasplantando cerebros a receptáculos artificiales gracias a los fluidos de soporte vital usados por los extraterrestres. También me explicó que pronosticaron la victoria de los androides y decidieron ocultarse entre ellos, acumulando poder en medio de la naciente nueva jerarquía y logrando mediatizar e influir en sus decisiones.

—Vida eterna, corrupción eterna —suspiro—. Intenté explicártelo en el coche, pero tu droga ya estaba haciendo efecto.

—Esa otra droga, Barbarian, también procede del vehículo extraterrestre siniestrado. Un estimulante de interfaz biomecánico que nunca supieron implantar—dice el chico tratando de levantarse. Yo le ayudo y se pone en pie con dificultad.

—¿Pertenecían a una civilización de máquinas vivientes? —pregunto. Algo en la descripción de esa tecnología despierta memorias muy antiguas en mí, un enemigo ancestral al que logramos expulsar a un altísimo coste. Pero no encaja, no del todo. O quizá, no aún.

El chico se encoge de hombros:

—Una forma de vida diferente a la nuestra, algo a caballo entre hombre y máquina.

—Aún no entiendo por qué me drogaste. Ni lo del conductor —pregunto cambiando de tema. No creo que pueda darme los detalles que necesito. Crasus los conocería, pero está liquidado. Eso me deja al jefe del senado como posible informador.

Un gesto de dolor recorre su rostro.

—Necesitaba tiempo. Dilatar la investigación hasta localizar a los otros. En cuanto al conductor, él atacó primero. Ignoro para quien trabajaba. Quizá Publius.

—¿Otros?

—Otros como yo, diseñados como reemplazos biológicos avanzados para sus mentes —Los ojos del chaval brillan cuando me sujeta por la solapa del abrigo—. Se mueren, Deviant. Sus cerebros ya no responden al fluido como antes y están decayendo. Varios miembros del Consejo en la Sombra han quedado reducidos a entidades balbuceantes. Sufren de demencia senil.

Se humedece los labios antes de seguir hablando. Tiene la mirada de su único ojo febril y el rostro cubierto de sudor. El que puedas regenerarte de casi cualquier herida no significa que no puedas sentir el dolor y el que estará experimentando debe de ser atroz.

—¿Y el Argos que pinta en todo esto?

—Ya le dije que Crasus desconfiaba del resto del consejo. Estos pensaban que su proceder y aficiones demasiado humanas acabarían por llamar la atención del resto del senado. Si se iniciaba una investigación cabría la posibilidad de que dieran con todos ellos. Crasus estaba al tanto de sus temores, así que creó el Argos como medida de disuasión. Todos sus conocimientos, todas sus memorias en forma de datos puros encriptados. Localización desconocida.

—Su seguro de vida. Y el tuyo —Señalo.

—Pero ya lo tienen, Sr. Harris. Y al resto de mis compañeros. Publius llegó antes que yo, me lo dejó bien claro. Yo iba a ser la «funda» de Crasus y no pueden reutilizarme, así que prefirió arrastrarme hacia aquí no sé con qué objetivo.

—Para distraerme, quizá —contesto pensativo—. O porque está convencido de que no saldremos vivos de este lugar.

Un ensordecedor estallido y una onda expansiva apenas aminorada por el laberinto de calles nos interrumpe cuando casi nos lanza por los aires. Abrazo al chico y lo sujeto contra la pared para protegerlo con mi cuerpo y a duras penas mis zapatos consiguen mantenerse firmes en tierra.

La voz de Pam prorrumpe en mis tímpanos mientras aún estamos tambaleándonos.

—¡Deviant! —Suena nerviosa y solo por ese inusual detalle ya me preocupo— ¿Has sentido eso? Acaban de derribar un trasbordador solar en el distrito norte. Alguien está armando a la muchedumbre. Armas pesadas procedentes del ejército. Las calles son un desastre. Están masacrando a los androides civiles, a los más fáciles de identificar. Es como cuando las purgas.

—¿Y Marila?

—Estamos bien. Ahora sí —Oigo de fondo escaparates rotos y gritos—. He conseguido hacer papilla a ese hijo de perra de Tonks hace unos minutos; bueno, Marila me ha ayudado. Ha sido un hueso duro de roer que casi acaba con nosotras en el distrito comercial apoyado por su maldito equipo de mercenarios. Su tecnología e implantes no eran nada convencionales, Deviant. El Consejo en la Sombra está recibiendo ayuda de alguien más.

Hace una pausa y percibo su duda incluso sin tenerla delante.

—No pude explicártelo antes por falta de tiempo, pero algo llegó buscando el Pozo. El Dominio. Seres biomecánicos por describirlos de alguna forma. Y el consejo los ha invitado a venir —dice.

El Dominio.

De todos las épocas han tenido que escoger esta para volver a dar señales de vida, joder.

Murphy tenía razón cuando dijo que la tostada siempre cae del lado de la mantequilla. Si algo puede salir mal, lo hará.

El conflicto escala como temía y ya no puedo permitirme el lujo de pensar en alternativas menos radicales. Es un buen momento para las despedidas porque no tengo claro si saldremos todos de esta, no ahora que tenemos una vez más en las puertas al mayor enemigo de nuestra especie.

—Escúchame con atención por si no hubiera más comunicaciones entre nosotros —Estoy usando mi tono de voz más solemne, ese que hace que todo el mundo quede pendiente de mí. Yo lo llamo la voz de «Constantino»—. Protocolo de evacuación total. Sube al Arca a las chicas, al condenado gato y a todo aquel que creas que valga la pena salvar, humano o androide, y sal de aquí cagando leches.

Pulso en una de las bandas metálicas de mi antebrazo derecho y esta se abre separándose de mi cuerpo. Se la coloco a Orphan que me mira sin comprender nada.

—Acabo de activar mi baliza. Recoge al chico y alejaos de la ciudad, del planeta incluso. Si están derribando cruceros estelares la órbita baja puede no ser segura.

—¿El Arca? Por el amor de Dios, Deviant, qué cojones... —Percibo la angustia verdadera en su voz por primera ocasión en mucho tiempo.

—¡Obedece por una vez en tu puta existencia y mueve tu perfecto trasero vampírico hacia la nave! —Exploto impaciente. Después de eso se hace un silencio que me resulta demasiado pesado y me veo obligado a dar un cierre a todo esto—. Ha sido un honor y un privilegio contar con tu compañía y amistad a lo largo de tantos siglos. Y dile a Marila... mejor no le digas nada.

«¿Marila? » rio en mi interior. Joder, Deviant, un crush a tu edad.

—Ya se lo dirás tú —Responde Pam. Y cierra la comunicación.

—Sr. Harris —Orphan oprime mi brazo

El chico tiene los ojos como platos (uno solo, en realidad) y mil preguntas que lanzarme, pero ya no hay tiempo.

—Pronto vendrán a recogerte, no te muevas de aquí —Es todo lo que sé decir antes de marcharme.

Hace rato que veo volar partículas de arena en la periferia de mi visión, pero es ahora cuando siento el viento ardiente del desierto en mi rostro. Para cuando salgo del callejón las dunas ya se alzan más altas que los edificios que han dejado de ser de cristal y hormigón para transformarse en piedra tallada.

Cruzo un par de calles y acabo saliendo a la calle principal del área acordonada.

Un sol inmisericorde me hiere en los ojos y alzo una mano para protegerlos, pero no está ahí en realidad. Reside todo en mi memoria, aflorando en los momentos en que por semejanza de situaciones tiende puentes entre el ayer y el hoy. ¿Quién quiere vivir por siempre, eh, Freddie?

Parpadeo y desaparece todo, salvo él.

Publius aguarda sentado, paciente. El plato frente a él ya no humea y está frío.

Me siento a su lado sin decir nada y agarro una botella de licor de marca indescifrable y le arranco el tapón con los dientes. Le doy un largo trago y después se la ofrezco a él que me observa con su rostro atemporal, tan semejante a Sean Connery en la madurez que me dan ganas de pedirle un autógrafo.

—Ah, no, que no tenéis sistema digestivo —Me rio dando otro trago—. Te jodes, hijo de puta senil.

Quizá ha sido un reflejo fortuito de alguna de las explosiones que se ven en el cielo, pero juraría que esos ojos de máquina han destellado con ira.

—Tengo el Argos, tengo a los receptáculos y le tengo a usted marcado frente a la Supremacía y la opinión pública como la mente criminal detrás de los alborotos y de los viles asesinatos de varios miembros del senado —Me explica con una voz pausada, serena y (debo de reconocerlo) hipnotizante— ¿Qué tiene usted, Sr. Harris?

—Desde luego, no tengo detrás de mí al resto de la Supremacía acorralándome a cada segundo que pasa —Rio con aparente despreocupación mientas lo evalúo. No se me olvida la facilidad con la que me lanzó a través de una ventana casi indestructible.

—Ahora sí —Juraría que ha usado un tono de triunfo—. El Senado tiene en su poder imágenes suyas con la sustancia ilegal en las manos, maltratando a inofensivos activistas religiosos y manipulando el cuerpo destrozado de Crasus... pronto será el objetivo principal de la autoridad planetaria mientras que nosotros pondremos rumbo a las colonias humanas independientes instalados en nuestros nuevos y resistentes jóvenes cuerpos biológicos.

—Donde usando sus conocimientos y fortunas amasadas durante siglos comenzarán un nuevo ciclo. Emponzoñarán su sistema político y acabarán dirigiendo sus vidas una vez más —contesto sin dejar de dar algún trago ocasional. Tengo la garganta seca y me escuece. Y sí, ya sé que este brebaje no me ayudará con eso.

—Oh, no sea ingenuo. No necesitan ayuda para destruirse a sí mismos. Al menos nosotros les damos un sentido de la utilidad, un objetivo... —Se ufana.

—¿Y cuál es, Publius? ¿Qué puede desear alguien que lo tiene todo?

—Inmortalidad Sr. Harris. A usted quizá le venga grande. Estoy al tanto de los rumores acerca de su extraña longevidad. Nosotros no desperdiciaremos un regalo semejante.

—¿Por eso está aquí? —Comienzo a reírme sin poder detenerme ¿Quiere añadirme a su colección de especímenes, a su zoo particular? ¿Espera encontrar en mis células la respuesta a sus plegarias? ¿O es un favor para sus nuevos aliados? No les va a hacer gracia que «retornen» a cuerpos de carne y hueso, créame.

Ni siquiera me levanto, nada me delata cuando lanzo una patada al taburete atornillado al suelo donde se asientan sus patricias posaderas y lo mando a volar 30 metros calle abajo.

—Se acabaron los subterfugios, Publius. ¿Me busca?, pues me encuentra.

Se alza indemne sacudiéndose el polvo y despojándose de la blancas vestimentas de senador. Ya no parece un ser humano que haya traspasado la cincuentena, ahora es algo nuevo, una perfecta escultura humana de rasgos ideales realizada en un metal blanco y sin brillo.

—¿Piensa matarme transformándose en un Michelangelo?

No contesta, prefiere lanzarse hacia mí a velocidad considerable pero después de ver desplazarse a las quimeras, no me impresiona en lo más mínimo.

Con seguridad cree que trataré de esquivarlo, por eso quiero pensar que ese puto cerebro suyo experimenta la sorpresa cuando no lo hago y hundo mi puño a través de su pectoral. No es égida, pero se le aproxima en dureza y siento que mis nudillos se quejan.

—¿Qué? —Expulsa su modulador de voz—. Es imposible.

Ahora soy yo el que no contesta. Lanzo otro golpe al mismo punto. Y otro. Y otro. El metal se arruga, pero no cede del todo.

Consigue sujetarme con una fuerza increíble y acabo por confirmar que los tipo 7 existen cuando de la zona donde tú y yo tenemos el ombligo me dispara con un proyectil de luz coherente que me atraviesa el hombro derecho. ¡Escuece como el diablo!

Me eleva por encima de su cabeza y decido patearle el cráneo como si no hubiera un mañana obligándole a lanzarme al suelo desde donde comienzo a reírme de él.

—¿Le duele la sesera, Publius? Son las desventajas de llevar el cerebro en una pecera, que se va de un lado a otro.

Mis enloquecidas carcajadas le enfurecen aún más y vuelve a hacer uso de esa especie de láser. Ahora sí que ruedo y salto a su alrededor mientras el suelo y el mobiliario urbano se llenan de surcos de quemaduras.

Entonces el fuego cesa de forma repentina y el tipo pone una rodilla en tierra. En mi cabeza me lo imagino jadeando por el esfuerzo.

En un instante estoy a su lado y vuelvo a la táctica de castigar una y otra vez en el mismo punto hasta que este cede y se deforma. Los puños me duelen como el infierno y el hueso está al descubierto en algunos sitios, pero no ceso ni en mis golpes ni en mis provocaciones. Tengo que mantenerlo desestabilizado, hacerle dudar de la capacidad de la máquina que viste.

—¿Cuánta energía consume ese haz de rayos, Publius? Parece que mucho más de la que pueden producir sus acumuladores. Prototipos —Sonrío directamente a su porcelánico rostro—. Deslumbrantes pero llenos de incógnitas. Y fallas.

Mi último golpe ha sonado como un ¡crac! y un líquido viscoso se desliza despacio entre las grietas de su pecho metálico.

—Aquí está, maldito hijo de perra. Sangra como cualquier otro —exclamo triunfante, pero antes de poder agrandar la abertura un estallido de fuerza repulsiva me envía volando hacia atrás. Aterrizo de muy mala manera y el hombro a medio curar vuelve a sangrar.

He subestimado su capacidad para sobreponerse de la misma forma que él me había despreciado a mí, pero mientras nos levantamos del suelo sin perdernos de vista, ambos sabemos que el combate ha pasado a un nuevo nivel.

Me pongo en guardia y espero dispuesto a dejar que tome la iniciativa. Tengo la intuición de que esto se va a resolver a la manera clásica después de todo. A ostias.

—¡O quizá no! —exclamo cuando de sus hombros surgen dos proyectiles del tamaño de un puro habano.

Decido correr en dirección a ellos con el blaster en la mano, disparando a discreción frente a mí, buscando crear mi propia cortina de fuego. Tengo un éxito parcial y uno de ellos estalla en el aire causando que pierda de vista a su compañero por una fracción de segundo. Me arriesgo a usar la visión cinética de mi ojo izquierdo y lo veo emerger entre la metralla de la explosión, directo a mi cabeza.

—¡Hijo de...! —exclamo cuando me lo veo encima. Ladeo la cabeza y giro sobre mí mismo para seguir su trayectoria. Me pasa rozando la nariz y atino a golpearle con el blaster, alejándolo unos metros al tiempo que pierdo el equilibrio por el brusco escorzo. Estoy sintiendo cómo me golpea la metralla del primer proyectil cuando estalla el segundo y Publius aparece a mi espalda salido de la nada. Me patea como a un balón de fútbol cuando aún estoy en el aire.

Salgo disparado dando vueltas sin control hasta que golpeo una pared cuarenta metros más allá.

Escupo sangre cuando toco suelo y trato de incorporarme. He alzado la vista enseguida, pero no lo veo.

—¿Dónde está ese latas de mierda? —Me pregunto cuando caigo en lo obvio y salto a un lado. ¡Si no lo veo, es porque está encima de mí!

Publius aterriza con un fuerte golpe justo donde yo me encontraba y aprovecho su desconcierto para vaciar el cargador del blaster en un único disparo a plena potencia sobre su cabeza. El impacto a bocajarro lo envía a rodar un par de metros, con el cráneo humeante y ennegrecido en un costado.

Arrojo el arma, ahora inutilizada por semejante sobrecarga y me acerco a él.

Lanzo un par de golpes que no conectan y ahora es él quien se burla de mí:

—¿Qué está esperando, detective? ¿Acaso se ha quedado sin trucos en la manga?

No hago más que pensar en cómo es tan rápido de repente y, mientras retrocedo ante la lluvia de golpes que me lanza y que a duras penas puedo bloquear, se me ocurre que quizá no estaba acostumbrado a usar su cuerpo androide a este nivel. Que no había necesitado ponerlo a prueba nunca hasta hoy.

«Conforme coja confianza irá mejorando su desempeño y me desbordará». Esa es la conclusión a la que llego.

—Parece que le está cogiendo el truco a ese juguete suyo —Le respondo logrando conectar al fin un directo a su mandíbula metálica. Su sintetizador de voz zumba y quiero pensar que es su equivalente a rechinar los dientes.

Muy a mi pesar dejo que la marea ascienda, pero solo un poco. Este no es un enemigo con el cual me pueda permitir perder el control. Tan solo necesito más fuerza y velocidad. El problema es que también tiene un precio y el desgaste es absurdo cuando la marea baja.

Mis ojos se vuelven negros y el combate se encarniza una vez se igualan las fuerzas. Ambos nos movemos a velocidades increíbles, intercambiando golpes y esquivando ataques a lo largo y ancho de todo el perímetro. Yo insisto en su pecho agrietado siempre que tengo ocasión y el líquido que lo mantiene con vida cada vez fluye más rápido por las grietas en su armadura.

El tiempo corre en mi contra también, estoy perdiendo fuerza y la regeneración cada vez tarda más en solventar los daños. Mi cuerpo entero se queja cuando me muevo por la falta de sangre, así que intento acabar esto por la vía rápida y es ahí cuando cometo un error. Me arriesgo a bajar mi guardia para lograr un golpe definitivo en su placa pectoral y una patada giratoria me sorprende cuando me replegaba.

Ahora he sido yo el que lo ha subestimado y no he visto venir esa reacción. Nunca había visto a un cuerpo androide efectuar semejante movimiento. Nuestro Princeps senatus sabe luchar.

Acabo empotrado en el mostrador del restaurante callejero con un molesto dolor en la columna.

—Maldito sea, Harris —Se sujeta el pecho con una mano, intentando contener el escape del líquido que lo mantiene con vida. Yo también le he atizado con ganas—. De todas formas estáis todos muertos, aberración. Orphan, su socia, usted. Todos condenados.

Comienza a reírse y es un sonido espeluznante el que surge de su modulador de voz. Como si no lo hubiera hecho nunca.

—Sobreviviremos a la persecución. Siempre lo hemos hecho —Le contesto desafiante.

Sigue riéndose y señala al cielo.

No lo había advertido, pero algo enorme comienza a vislumbrarse entre las nubes arrojando fuego, escombros y cenizas que llueven sobre la ciudad.

Una aeronave de las tropas especiales desciende junto a Publius, pero yo aún no estoy en condiciones de moverme, la columna vertebral siempre es algo delicado de recuperar. Lo tienen fácil para incinerarme ahora, pero el tipo se cuelga de uno de sus laterales como un mono y me señala al cielo una vez más.

—Esa es la estación orbital Destinus, repleta de personal científico humano y androide. Derribada sobre esta población debido al sabotaje de un grupo de radicales comandado por usted, Deviant. Lo interesante del tema es que el personal de esa estación procede de Tierra y colonias por igual. Un experimento, un tratado estúpido y torpe entre ambas facciones en busca de la convivencia.

Ríe, ríe como un demente y no tengo claro si es por culpa de la degeneración de su cerebro o fruto de su propia corrupción personal. Quizá el Dominio ya se infiltró en su mente. Lucho por liberarme del hierro retorcido que me rodea.

—Será un holocausto firmado con su nombre y el inicio de una nueva guerra con las colonias. Todo lo que ama será consumido mientras nosotros continuamos prosperando.

Esa es su despedida y desaparece en el cielo, pero su risa permanece a mi lado. Me deja vivir porque soy su coartada viviente, el cabeza de turco de toda esta operación improvisada para enterrar su rastro y el de sus compañeros.

Al final consigo destrabarme y busco a Orphan en el callejón. Ya no está. Pam ha debido recogerlo, pero no contesta a mis llamadas. Quiero pensar que están bien. Comenzaba a tener esperanzas en el chaval, un nuevo fichaje para nuestra alegra banda de forajidos de la que ya solo quedábamos Pam y yo. Me aferro a la fe que tengo en mi socia y los imagino escapando al espacio profundo.

Regreso a lo que queda del bareto y rebusco entre los escombros hasta encontrar una botella a medias.

Levanto la vista al cielo y admiro el lento descender de la estación con sus motores orbitales a punto de fundirse en un desesperado intento de frenar la caída.

—No servirá, pero me alegro de que lo intentarais hasta el final —susurro.

«Ahí arriba hay gente que todavía no se rinde, Deviant. ¿Qué vas a hacer tú, viejo estúpido y cansado? ¿Tumbarte y morir? Dios sabe que no mereces otra cosa que el olvido y una fosa común te parece muy tentadora ahora pero...»

—Yo tampoco lo haré, qué diablos.

Abro un canal de comunicación al éter y muestro mi verdadero rostro cuando hablo, la marea inundando mi ser, mis ojos del negro de los abismos:

—Este es un mensaje para el Consejo en la Sombra, humanos degenerados infiltrados en el senado —digo y doy un trago a la botella. Horrible, joder, pero continúo hablando—. Esto (y señalo al cielo) no acabará conmigo. Las falsas acusaciones y la persecución tampoco lo harán. Creedme, soy mucho más viejo que todos vosotros juntos y bastante más cabrón. Y voy a ir por vosotros. Os encontraré, no importa en qué mundos os escondáis ni las estrellas que tratéis de poner por medio. Os aseguro que no serán suficientes.

Desconecto y arrojo la aborrecible botella al fondo de la derruida barra y comienzo a caminar en busca de un buen punto desde el que observar el espectáculo. Debo grabarlo bien en mis retinas, ser el testigo de este crimen para después exigir retribución a sus autores.

Encontraré un lugar tranquilo donde observar cómo los seres humanos ponemos el penúltimo clavo de nuestro ataúd forjado de arrogancia y desde allí contemplaré el estertor de esta ciudad y puede que del mundo.

Hasta el cegador destello final.


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