CAPITULO 12. ARGOS.
Hacía siglos que no escuchaba algo semejante. Pájaros cruzando el cielo como saetas multicolores, llamándose unos a otros, saltando entre las ramas de unos árboles cuyas copas rozan el altísimo techo. El aire está cargado de humedad y huele a tierra y vida.
Me vuelvo sorprendido hacia Orphan y lo encuentro pálido.
—¿Qué ocurre, dónde estamos?
—Dos pisos por debajo de la planta de Crasus —dice con la respiración alterada—. Esto es el Domo.
—¿Domo? —Ya estoy otra vez repitiendo como un loro. El chico asiente con lentitud mientras se asoma fuera del ascensor con tal precaución que no puedo menos que escamarme.
—Un experimento, un capricho, una locura total —dice en un murmullo casi ininteligible—. Aquí crían y guardan a las quimeras que consiguen llegar a la madurez.
—¿Quimeras?
Sacudo la cabeza. Voy a convertir lo de las repeticiones en un vicio. Sé lo que es una quimera, o al menos lo que fue en la antigüedad, así que reviso la carga que resta en mi blaster y que la munición de reserva sigue colgada en la parte trasera de mi cinturón.
—¿Cabeza de león, patas de cabra y cola de serpiente? ¿ese tipo de quimeras? —pregunto.
—Ojalá... —Se inclina junto a la puerta y mira el dorso de su mano—. Alguien ha conseguido identificar los códigos de acceso de Crasus y nos ha dejado aquí, en una peligrosa área restringida y que no debería conocer nadie.
—Sorpresa...—Me agacho a su lado. El chico está de repente muy centrado. Asustado, pero al control de sí mismo— ¿Has estado antes aquí?
—No... Sí —responde dejándome confundido por primera vez desde lo conozco—. En mi cabeza no tengo recuerdo de este lugar fuera de lo que me contaba Crasus. Un domo entre las nubes casi perpetuas que rodean a este edificio más alto que muchas montañas. 250.000 m2 de tierra salvaje y primitiva en la cual poner a prueba sus locos diseños genéticos. Ocupa las dos plantas inferiores a su vivienda.
Escucho su forma de hablar, la reposada cadencia de sus palabras y leo sus gestos, analizo su postura. Casi parece otra persona, una nueva y puede que peligrosa.
—Pero entonces oigo los susurros entre la maleza, escucho la lluvia golpeando en el exterior y mis músculos me dicen otra cosa.
—Te advierten, te preparan —Asiento mientras le hago un gesto—. Mírate las manos, muchacho.
Mientras hablábamos ha rasgado parte de su camisa y la ha dividido en tiras de tela que luego se ha enrollado de forma meticulosa en las manos. Como un boxeador preparándose para un combate especialmente chungo. Se las contempla sorprendido solo a medias antes de bajarlas y continuar hablando.
—Crasus disponía de un dispositivo que repelía las criaturas y las hacía no mostrarse cuando deseaba cruzar este lugar. Dijo que yo poseía algo semejante, pero dudo que funcione ahora.
—Eso es bastante probable, sí. —Mi cabeza funciona a toda velocidad. Por fin comienzo a juntar algunas piezas del rompecabezas aunque sean datos circunstanciales. Como se suele decir, el demonio está en los detalles—. Has estado antes aquí y tu cuerpo sí que lo recuerda aunque tu mente siga bloqueada.
—¿Quién soy Sr. Harris? —pregunta en voz baja—¿Qué me han hecho?
No sé contestarle y reconozco que hasta un viejo cabrón como yo siente un pelo de congoja al ver la solitaria y silenciosa lágrima que se desliza por su cara. No podemos permitirnos este lujo, el de la autocompasión.
—¡Espabila! —Le vocifero al tiempo que le sacudo una brutal patada en el rostro que lo saca de su abstracción. Lo dicho, un pelo de congoja nada más.
Gira en el suelo con el impacto y se levanta como un resorte. El primer golpe ni lo veo venir y me envía dando vueltas sobre mí mismo de regreso al interior del ascensor. El chaval es veloz y enseguida lo tengo encima.
Ahora soy yo el que está a punto de recibir una patada en el rostro y me aparto evitándola por muy poco. El lateral metálico del ascensor se deforma como si lo hubiera embestido un rinoceronte y yo aprovecho que se le ha trabado el pie en el metal para ejecutar un barrido de pies y hacerle caer de espaldas.
Lo sujeto del cuello y le obligo a levantar la cabeza, a mirar de nuevo a la selva en miniatura que aguarda fuera conteniendo la respiración.
—Mira ahí y dime qué no ves —Se resiste como un condenado con una fuerza sorprendente y nada desdeñable—. Cierra los ojos y siente qué dice tu cuerpo. ¡Piensa!, ¿qué demonios se le ha perdido a una inteligencia sintética en medio de una selva transgénica? ¿qué ostias esconde aquí donde según tú un humano no sobreviviría y un androide ni se molestaría en visitar?
No se mueve, pero no abandona la tensión. Siento como si estuviera sujetando a un jaguar encabronado y empiezo a temer que quizás me he pasado y he presionado demasiado a su pobre psique. Que quizá le he hecho explotar el melón de una por todas, pero...
—Lo veo —susurra.
— ¡Lo veo! —ruge con una mezcla de alegría y desesperación.
Aflojo la presa y el chico salta hacia la selva desapareciendo en ella en cuestión de un latido.
—¡No!
Maldición, quería un guía para salir de aquí y ahora me va a tocar destrozar mis zapatos en el barro tratando de encontrarlo a él.
✦ • ✦
Si lo racionalizas, es fácil caer en la trampa y pensar que lo único que hay entre tú y la salida es algo menos de un kilómetro corriendo en línea recta. El tema es que en el interior de una selva (y esta se lleva la palma) no hay líneas rectas que valgan y si mantener la orientación ya es complicado en una de verdad, al aire libre y con el sol al que recurrir como brújula, o al musgo, o a cualquier otra mierda de los boy scouts, imagina en una prefabricada.
Esto es un domo artificial con iluminación artificial que imita la longitud de onda de la luz solar pero no sus propiedades. Y tampoco hay corrientes de aire.
Lo que se traduce en una vegetación exuberante que crece de forma desmesurada sin seguir ninguna otra pauta que la necesidad de rellenar cada puto hueco disponible. Es un caos.
—Me cago en la puta madre —Acabo de meter el pie hasta el tobillo en una plasta del tamaño de una tarta de cumpleaños— ¡Y cómo huele la condenada!
Al intentar liberar mi zapato encuentro restos de astillas de hueso en el potaje y me doy a mí mismo un premio por haber topado con el rastro de una de esas quimeras.
Una distancia de seis campos de fútbol es un territorio demasiado pequeño para un depredador, sobre todo si hay varios. Un encuentro va a ser inevitable y el efecto llamada también.
Entonces una brusca agitación entre los matorrales frente a mí me indica que ya no estoy solo.
Disparo el blaster a máxima potencia apuntando al enorme pecho musculoso de la cosa similar a un búfalo que acaba de surgir de la maleza y veo con pasmo cómo la energía del proyectil es deflactada por su piel en todas las direcciones.
—Pero ¿qué coño? —exclamo lanzándome a un lado fuera del camino de su embestida. Ruedo sobre mí mismo y realizo dos disparos más sobre sus cuartos traseros con idéntico resultado.
«Hemos usado todo lo aprendido en las colonias y en los viajes interplanetarios», regresa a mí la voz del chico.
—No me fastidies, ¿su piel contiene égida?, ¿Cómo el blindaje de las naves?
No me extraña que esté tan cabreado. La égida dispersa la energía y es el material más duro que hayamos logrado fabricar, pero emite radiación suficiente como para envenenarte si pasas mucho tiempo expuesto a ella. Ese bicho debe de sufrir un dolor indescriptible al tenerla implantada.
Al menos es lento y predecible y puedo esquivarlo con facilidad, pero el escándalo que estamos montando atraerá al resto e ignoro si serán iguales a este pequeño.
Como si respondiera a mis pensamientos, el animal se detiene y su cuerpo convulsiona y cambia. Para cuando se da la vuelta, su semejanza con un tigre enorme realizado en cromo es más que evidente.
—No está mal amiguito, te adaptas a las contingencias, nada mal, pero... —Desenfundo de nuevo el blaster y alargo mi brazo hacia él, ofreciéndoselo. Como esperaba, salta y trata de engullir mi mano con arma y todo. Duele de cojones, pero no va a tener narices de arrancármelo, no a la primera.
—... por dentro no creo que seas tan duro.
El disparo destroza la mitad de su cabeza liberándome. Voy a tener unos morados bestiales mañana, pero nada roto gracias a mi querido abrigo con interior de pura fibra de égida, claro.
¡Vamos, no pongas esa cara! Ya te había dicho que vivía en un sitio plagado de radiación. No es algo que me afecte demasiado, hasta mejora el moreno en verano. Además, el falso cuero que la enfunda actúa como pantalla de protección manteniéndola en unos niveles manejables. Sacudo la viscosidad que recubre mi arma y examino a mi inesperado trofeo.
El animal ha caído a mis pies y aún respira. El cerebro está a la vista en algunos sitios donde la égida ya no lo protege y apunto ahí.
—Tranquilo, pequeño, esto se acaba.
—¡Deviant! —Oigo gritar a Orphan desde algún lugar cercano cuando el suelo debajo de mí se agita y de repente me veo rodeado por los anillos de la pitón más rara que haya podido ver en mi vida.
Ha conseguido inmovilizarme el brazo armado, lo que demuestra que es inteligente y reconoce lo que ha acabado con su congénere.
Esta criatura hace gala de unas preferencias y enfoque a la hora de cazar completamente distintas a la anterior. Su piel se eleva y pliega por secciones y entiendo cómo ha excavado bajo mis pies para sorprenderme. ¿Pitón, lombriz de tierra, topo? El cóctel puede ser sorprendente, pero no es momento de pararme a admirar a la mente enferma que ha parido todo esto. Los anillos se cierran y su presión es formidable. El abrigo no me protegerá en este caso y acabará por triturar mis huesos.
No quiero volver a hacerlo, no después de haber recurrido a ella hace tan poco tiempo, pero estoy comenzando a llamar a mi negra marea interior cuando un sudoroso Orphan aparece en mi área visual.
La constrictor aúlla de dolor cuando el chico se las apaña para introducir sus manos por unos espacios por detrás de su cráneo. Acabo de darme cuenta de que la égida no cubre a estas cosas de forma completa, más bien parece desplazarse sobre su piel como una protección adicional.
Caigo al suelo cuando la supervivencia se convierte en prioritaria para el bicho y me suelta para enfrentarse al chaval.
Orphan está arrancando y golpeando secciones enteras del reptil en las zonas donde la égida no lo protege. La serpiente se retuerce con un último esfuerzo y logra evadirse y perderse en la selva.
—Tiene que salir de este lugar—Me dice el chaval sacudiéndose de las manos los restos de carne y pringue verdosa—. Examine la escena del crimen y el cuerpo de Crasus si es que todavía está allí.
—¿Y tú que vas a hacer? —Se ha despojado del abrigo y de toda decoración superflua y arrancado las mangas de su camiseta, no ha dejado nada que estorbe a los movimientos.
—El Argos, Crasus lo escondía aquí—Comienza a contarme cuando se interrumpe señalando al suelo detrás de mí—. La otra no está.
—¿Qué? —Maldición, la quimera que derribé ha desaparecido dejando tan solo un rastro de sangre verde que se pierde en la maraña de vegetación.
—Están aquí las tres—murmura Orphan, no sé bien si contrariado o satisfecho. Puede que ambas cosas a la vez—. Le voló parte de los sesos. Eso frenará su regeneración, pero no está finiquitada aún.
—¿Y una tercera quimera se la ha llevado a rastras?, ¿para devorarla o para auxiliarla?, ¿y qué puñetas es un Argos? —Gesticulo aún con el arma en la mano. Tantas cosas nuevas en tan poco espacio de tiempo me desquician. Tengo ya cierta edad y necesito tiempo para asimilar los acontecimientos. Esta montaña rusa emocional va a lograr que envejezca antes de tiempo.
—Argos es un sistema de almacenamiento de datos de emergencia. Crasus no acababa de confiar en los sistemas de backup puestos a su disposición dado que dependían de gestores del Consejo en la Sombra, así que desarrollo el suyo propio y lo lanzó a las redes.
—Argos—murmuro—. Un buen nombre para un archivo itinerante.
—El problema es que pronto comenzó a advertir señales de que algo o alguien andaba rastreando esos datos, así que los recuperó y colocó en un receptáculo encriptado que dividió en tres fragmentos.
—No fastidies—Comienzo a reírme sin poder evitarlo—¿Uno en el interior de cada quimera, los escondió ahí, es eso?
Orphan asiente y vuelve el rostro ligeramente, escuchando.
—Están regresando. Las tres. No tenemos demasiado tiempo. Sígame.
Corremos por la selva atravesando macizos de plantas, maleza y enredadas lianas, hasta que la zona comienza a mostrar un camino abierto entre la vegetación. El chico se detiene y me señala para que siga recto.
—Al final de la senda encontrará un ascensor que lleva directamente a la planta principal de los alojamientos de Crasus. Una vez allí, el pasillo de la derecha le conducirá al cuerpo del mismo —dice el chico.
—¿Y tú? —El cambio de personalidad del chaval me tiene perplejo. Es él y no lo es—. No puedes quedarte aquí.
—Puedo. Y debo. Estoy recordando todo poco a poco, a ráfagas, pero tengo clara cuál fue la función principal para la que me creó Crasus —Se muerde el dorso de la mano derecha hasta que consigue rasgar la carne y extrae un diminuto dispositivo pulsante de color azul que me ofrece—. Yo soy el recuperador, diseñado para localizar y extraer el Argos de esas criaturas en caso de problemas.
—Y esto le hará falta para poder acceder a la planta superior.
Suspiro y recojo el aparatito ensangrentado de entre sus dedos. Mejor no le digo que tengo un cuchillo oculto en la pierna y que con una sencilla incisión hubiera bastado.
Total, le ha quedado un momento bastante cool.
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