CAPÍTULO 11. QUEMA TU SUERTE.

Deviant.


Una cosa que aún no he explicado es que esta ciudad tiene un aroma particular al igual que su gente. Demonios, hasta los barrios tienen su propia gama de olores divertidos y personalizados que pueden hacerte desear arrancarte las narices aunque sea frotándolas con papel de lija. Cosas de vivir en una sociedad diseñada para máquinas sin receptores olfativos.

Y ahora nos dirigimos a uno de sus rincones más interesantes, donde el olor a humedad, sudor y orina está tan enquistado en paredes y suelos que no hay campaña de limpieza o reforma que haya logrado erradicarlo por mucho tiempo. Total, los androides no lo usan, ni siquiera los de clase social más baja. Este lugar es una reliquia de otras épocas, un recuerdo (dicen que decadente) de lo que fue la sociedad humana antes de los androides. Que sabré yo, siempre lo recuerdo así, lleno de pintadas y mierda.

—¿El metro, Sr. Harris? —susurra el chico lanzando miradas suspicaces a diestro y siniestro—. Los índices de criminalidad en las zonas tan próximas al submundo controlado por los Morlocks son elevados en extremo.

Asiento mientras uso una tarjeta de crédito con identidad falsa para acceder al andén.

—Eso, por decir algo —Le doy la razón, pero más vale que no se acostumbre—. Pero también es la ruta con la vigilancia más laxa y tecnológicamente desfasada por parte de las autoridades de la ciudad, de las cuales en estos momentos desconfío un pelín a raíz del incidente con esas naves recuperadoras municipales.

—Además —continúo explicándole—, aquí en los niveles bajos previos al submundo Morlock residen tantas bandas, clanes y organizaciones criminales y todas en guerra contra todas las demás, que pasaremos desapercibidos. Pese a su mala prensa, aquí abajo no suelen molestarte mientras te dediques a lo tuyo. Y vayas conmigo, claro.

—No como arriba, dónde cualquier imbécil elegante soplagaitas puede venir y tocarte los cojones mientras almuerzas.

Hago un gesto para cortar su réplica y trato de orientarme para estar seguro de encontrarme en el andén correcto. Reviso la información que ofrecen las pocas holo pantallas funcionales sobre los itinerarios. Me he desconectado de la red global de información y al chico le he proporcionado un inhibidor de rango corto (adivina de dónde lo saqué) para enmascarar la señal de su localizador personal.

Todos los seres humanos y los androides llevamos uno incorporado desde nuestro nacimiento/creación y su desconexión o extracción está prohibida bajo pena de cárcel. Mi trabajo hace poco deseable el ir enviando señales periódicas de check point a cada paso que doy, así que hace tiempo que lo «personalicé» para poder apagarlo a conciencia.

—Subiremos al próximo tren y 16 paradas después cruzaremos el andén hasta el lado contrario para hacer un trasbordo al que nos ha de llevar a la estación subterránea de la Torre Imperio.

El chaval alza las cejas, confundido.

—La Torre Imperio no tiene parada de metro, se lo aseguro. Yo lo sabría.

—¿Vivías en la Torre?, ¿con Crasus? —Aventuro, curioso por ver por dónde me sale— ¿Tienes algo que contarme?, ¿eras el juguete sádico sexual de un androide?

Esas cosas no ocurren, solo en las pelis de serie B más cutres, pero me divierte provocarlo. Sobre todo cuando se siente más seguro.

—Pasaba largos períodos en ella, sí.

Esa es toda su respuesta, pero si se muerde más fuerte los labios se los arrancará de cuajo. ¿Por qué tengo la sensación de haber pinchado hueso con una broma absurda? De todas formas no tengo tiempo para esto ahora, pero me reservo el dato para después. El chico decide guardar silencio el resto del trayecto y no le molesto hasta que llega el momento del trasbordo.

Una vez en el interior del nuevo tren, prosigo la conversación como si esta no se hubiera interrumpido.

—Pues que sepas que sí tiene terminal —Alza la cabeza para escucharme, pero no le veo mucho interés—. Un pequeño apeadero que no sale en los planos pero sí que enlaza con uno de los túneles. Este en el que nos encontramos.

—Dentro de tres paradas bajaremos y continuaremos a pie por la vía.

—¿Caminando? — Se pone rígido y creo que he captado su atención.

—En realidad, habrá que correr un poco —Le respondo y me mira sin entender—. Tenemos unos 7 minutos entre una máquina y otra para llegar al túnel lateral. Algo justo pero como estamos en forma no creo que sea problema.

Comienza a mover la cabeza de forma negativa y retrocede un paso antes de contestar.

—Es una locura. Todo esto es irracional e innecesario. Si me dejara llamar a un vehículo nos llevaría allí en cuestión de minutos.

—Claro, como el último, ¿no? —Le interrumpo—. Escucha, Orphan, en las breves horas que han trascurrido desde que te conocí me han amenazado, drogado o envenenado (aún no lo tengo claro), disparado y golpeado. Y el epicentro, eres tú. Así que sígueme el rollo y trataré de mantenerte con vida. Al menos el tiempo suficiente para saber qué coño está ocurriendo aquí en realidad y poder cobrar por ello al capullo de tu jefe muerto.

En ese momento, la música de ambiente se detiene y los escasos viajeros que nos encontramos en el interior del vagón nos vemos rodeados con la holografía de un edificio en llamas y a una dotación de bomberos formada por hombres y androides tratando de sofocarlo. La guardia de la ciudad tiene acordonado el perímetro y mientras la cámara efectúa una toma panorámica de los curiosos y vecinos agolpados al otro lado de la barrera electromagnética de las autoridades, sus luces rojas y azules iluminan un par de rostros conocidos.

El chico se ha erguido en toda su estatura y se me aproxima para decirme al oído:

—Esa mujer de ahí, ¿no es la que me sacó de aquel sitio?

—Marila. Y la de al lado es Pam, mi socia —rio entre dientes—. Diría que la negociación no ha funcionado.

—¿Usted cree? —contesta con ironía—. Yo estoy seguro.

—Pam y yo habíamos acordado hacernos cargo de las deudas de las chicas, solucionar el problema de la forma más civilizada posible. Ya sabes.

—No, no lo sé y están en todos los canales —resopla, hiperventilando—. Investigarán el incidente...

—Y no encontraran nada, como siempre. Olvida el tema —Le doy un golpecito en el pecho y le indico la puerta de salida del vagón—. Ya hemos llegado a nuestra parada.

—No lo entiende —Me insiste el chaval—. Las casas están protegidas.

—¿Por la Supremacía? —Arqueo una ceja escéptico—, ¿o por el Consejo en la Sombra? Vale, tu cara lo dice todo. De todas formas siempre he imaginado algo semejante. Ningún negocio prospera tanto si no tiene los apoyos necesarios en las alturas así que si me dices que las maneja el consejo, me lo creo.

—Algunas de las actividades de sus miembros deben mantenerse y sufragarse de forma discreta, al margen del sistema y de las auditorías —Está nervioso y algo paranoico porque no deja de mirar a su alrededor—. Esto va a levantar ampollas a niveles que ni se imagina. Van a rastrear y cazar a sus amigas como a animales.

—Buena suerte —Fanfarroneo delante de él, pero en mi interior no lo tengo tan claro. Envío una copia a Pam del audio de esta conversación con Orphan etiquetada como «urgente » junto con algunas notas de voz que hice mientras el chaval dormía. Le pido que esté alerta y que realice un par de pesquisas por mí y me olvido de momento del asunto. No puedo hacer nada por solucionarlo ahora.

El nuevo andén está bastante concurrido lo que no es extraño tan cerca del centro neurálgico de la ciudad y, aunque por aquí cada uno va a lo suyo, preferiría no llamar la atención cuando saltemos a las vías. Por eso, conforme avanzamos por el andén de camino al túnel de salida adhiero con disimulo uno pequeños parches de color gris metálico en paredes y columnas.

Orphan me ve, pero no me pregunta. Creo que se ha agobiado con las imágenes del incendio y sus implicaciones en las altas esferas. Buen momento para preguntar.

—¿Qué ocurrirá ahora con Crasus fuera de la circulación? —disparo a bocajarro—. Imagino que el nombramiento como albacea te otorga cierta autoridad temporal a la hora de representarle pero ¿por cuánto tiempo y hasta qué punto?

Su gesto se hace aún más grave y su mirada se nubla como si estuviera profundizando en sí mismo para encontrar respuestas. Curioso.

—Mientras pueda mantener abierta la investigación en curso mi poder efectivo se asemeja al que desempeñaba el propio Crasus, aunque siempre circunscrito a las necesidades del procedimiento —Acaba por responder mirándome de soslayo—. El problema es que harán cuanto puedan por cerrarla.

—Como venderte a un culto religioso para ser usado como consolador humano —rio entre dientes—. Para ser androides demuestran un enfermizo sentido del humor. En fin, prepárate, estamos llegando al final del andén y el tren está saliendo.

Presiono un espacio en una de las cintas metálicas que envuelven mis antebrazos debajo de la ropa y los parches en las paredes comienzan a expulsar un compuesto químico altamente concentrado en forma de rociada.

—¿Qué es eso? —Se sobresalta Orphan.

—Tú observa.

En cuanto el compuesto entra en contacto con el oxígeno se forma una niebla instantánea de categoría «puré de guisantes». De repente nadie ve a un palmo de sus narices y de poco van a servir los aumentos ópticos artificiales, las partículas en suspensión que forman la niebla reflejan y doblan la luz haciendo que vean chiribitas. Yo mismo he tenido que cerrar mi ojo izquierdo para no quedarme gilipollas.

—¡A las vías! —grito al tiempo que lo empujo hacia abajo. Se las apaña para aterrizar bastante bien.

Lo guío a través del túnel mal iluminado corriendo a todo lo que dan las piernas.

Como esperaba Orphan no se queda atrás (mejoras genéticas, ¿eh?) y avanzamos a buen ritmo hasta que percibo el cambio de presión en los oídos y deduzco que el siguiente tren ha dejado la estación y penetrado en el túnel detrás de nosotros.

—¡Maldición, está más lejos de lo que creía! —Le grito porque me he quedado medio sordo.

Orphan se pone a mi altura.

—¡Ahí! —Señala una pared a nuestra izquierda, algo más adelante. Las luces del tren se acercan veloces y el aire que empuja delante ya agita nuestras ropas.

En el suelo, pintadas con algún tipo de material antirreflejante, unas vías se apartan de la principal y enfilan hacia un muro en apariencia sólido y mugriento.

—Más vale que sea un puto holograma.

Y saltamos de cabeza hacia el muro justo cuando el tren está a punto de embestirnos.

✦ • ✦

—Ha sido estimulante, ¿no? —digo al tiempo que me levanto sacudiéndome el polvo de la ropa en vano.

La falsa pared ocultaba en efecto un túnel lateral con una iluminación tan pobre como el anterior. Deslizo una mano por la superficie llena de hollín y de idéntica construcción al tramo principal y confirmo lo que dijo mi fuente al suministrarme la ubicación del acceso: que la Torre se irguió sobre el tendido del metro seccionando en dos una vía secundaria fuera de servicio y que con probabilidad fuera funcional desde ambos extremos.

—Es curioso como nadie se esfuerza por cambiar algunos clichés. Lo que daría por encontrarme con un túnel luminoso y decorado con florecillas.

—A veces farfulla cosas extrañas, Sr Harris —Me responde el chico aún sentado en el suelo. Extiendo mi mano para ayudarle a levantarse, pero la rechaza de un manotazo.

—Pareces molesto —digo socarrón— ¿Pretendes vivir por muchos años?, ¿quizá tener familia?

Me dedica una breve mirada furibunda y comienza a caminar por el túnel sin despegar palabra.

«Cada vez me cae mejor este chaval», pienso echando a andar detrás de él.

No tenemos que avanzar demasiado antes de divisar la terminal de la torre. Creo que tiene como un millón de focos alumbrando la entrada que me recuerda a la de un hotel de lujo de los años 20. De 1920, por si las dudas.

—El concepto de «discreción» se lo tendrían que hacer mirar —suspiro.

—Todo el mundo no puede o no tiene la necesidad de caminar a oscuras entre la mugre —Escupe de repente Orphan.

—¡Vaya! —Intento ponerme a su lado. El chaval camina ligero y con grandes zancadas—. Una opinión interesante. ¿Eso es lo que piensas de tus congéneres humanos?, ¿crees que porque vives con los androides y ponen un plato en tu mesa eres uno de ellos? No te hacía tan ingenuo.

—Yo no he dicho eso, no... —Se interrumpe frustrado. Leo la confusión en su ánimo y vuelvo al ataque:

—¿Te crees mejor que el resto de la humanidad, que Marila, Pam o cualquiera?, ¿o solo mejor que yo? —Estoy usando ahora mi mejor voz de fiscal porculero—. ¡Vamos, chaval, suelta lo que te reconcome! Puedo ver cómo deseas compartir tus pensamientos.

He acabado susurrándole al oído como la jodida serpiente en el Edén. Sospecho muchas cosas, pero no tengo nada aún por cierto y necesito saber hasta qué punto puedo confiar en él. Siempre he pensado que hay algo mucho peor y abundante que el mal absoluto y es la estupidez absoluta. No importa lo buenas que sean tus intenciones si las elecciones que hagas van a causar perjuicios mayores.

—Hemos llegado —contesta. Su rostro es ahora una máscara sin emociones y pese a mi frustración por no haber sabido llegar a él, no puedo menos que admirar su fuerza de voluntad. Sé que me ha omitido mucha información e incluso mentido en algunos casos, pero tengo un presentimiento con él como no había tenido en mucho, mucho tiempo.

El viejo estratega que vive en mí me pide que lo mate a lo que el instinto le contesta: «hazlo, pero puede que Orphan sea aquello que llevas tanto tiempo esperando. ¿Cuántas oportunidades perdidas más serás capaz de soportar?».

—¿No hay un botones?, ¿un portero con galones y uniforme hortera? —Le respondo plantado delante de unas escaleras que acaban en unas enormes puertas giratorias. La moqueta a mis pies es un primor de color rojo grana. Como la sangre.

Miro de reojo al chico y lo veo pensativo, pero enseguida se decide y pone un pie en el primer escalón. Me adelanto desenfundando el arma y le freno poniendo mi mano libre en su pecho:

—Yo primero.

Asomo con precaución a lo que es un enorme recibidor rococó en el que predomina el color dorado. La moqueta roja se extiende por todas partes, infinita.

—Lo dicho —mascullo guardando mi arma y haciendo un gesto para que entre—. Ni puta idea de lo que significa «discreción».

El chico está boquiabierto y camina girando sobre sí mismo, absorbiendo cada detalle. Le entiendo a la perfección. El lujo exhibido es apabullante en una época como la nuestra donde todo parece caerse a pedazos de puro viejo o por el desgaste.

Orphan señala al fondo a la izquierda:

—Ascensores.

Asiento y nos acercamos con precaución. Reconozco que me siento como si fuera a pisar una mina en cualquier momento. Este decorado vintage me ha descolocado y traído un poco de melancolía. Algunas cosas no sabes que las echas de menos hasta que alguien viene y te las restriega por la cara. No es el lujo, no es la suntuosa decoración; la verdad es que no sabría explicártelo con palabras. O quizá sí. La humanidad ya no sueña, se ha rendido a la máquina y a sí misma. Orphan tiene razón en ese punto, vivimos en corrales invisibles y permisivos rodeados de un techo de cristal que nos negamos a ver. La desesperanza y la ley del todo vale han tomado las calles de nuestra mugrienta especie y, en la cima, una clase política artificial que ignora a los suyos y a los nuestros por igual mientras sigue a lo suyo, sea lo que sea a lo que se dedique.

Aprieto todos los pulsadores de llamada, pero no parecen estar activos.

—No me digas que habrá que subir por las escaleras—susurro angustiado recordando sus 3 km de altura.

—Aquí no hay escaleras, solo ascensores electromagnéticos y cinco zonas de atraque repartidas entre los pisos superiores —Decide explicarme el chico mientras se aproxima a examinar el panel del ascensor —. Están habilitadas para el aterrizaje de aeros particulares y trasportes de mercancías de tipo medio, como su «Libélula». En ellas residen los equipos técnicos y de emergencias, todos ellos formados por androides de última generación.

Cierra su puño derecho y acerca el dorso a la placa del ascensor. Este se abre sin un solo quejido.

—¿Llevas incorporado un pase bajo la dermis? —Pregunto al ver la tenue iluminación azul traspasando la piel de su mano—. Es un método desfasado pero efectivo, menos propenso a ser interferido.

—Crasus no quería curiosos indeseados en sus idas y venidas de la Torre Imperio, aunque jamás supe de este acceso.

—El viejo cabrón se guardaba algunos ases en la manga, no te tortures por ello.

El interior del ascensor es un cubo perfecto, reflectante y carente de marcas. Me da la sensación de estar rodeado por mercurio y no por una pared de sólido metal.

A un gesto del chico se pone en marcha. Debemos estar ascendiendo a una velocidad de vértigo pero no percibo sacudidas ni vibraciones, solo un leve cosquilleo en la vejiga.

Debo de tener la perplejidad reflejada en la cara porque el chaval decide explicármelo:

—La Torre está construida usando todo lo aprendido en las colonias del sistema solar y en los vuelos interplanetarios.

—¿Tecnología espacial?, lo mejor para los amos —mascullo.

Un código se muestra flotando sobre la puerta del ascensor y Orphan pone cara de extrañeza y vuelve a acercar el dorso de su mano al panel. Nada ocurre, hasta que la puerta se abre sin aviso y me doy de bruces con una selva primigenia.

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