Pam.
Agito el vaso de cristal tan solo para escuchar el tintineo de los cubitos en su interior. Tanta tecnología y seguimos prefiriendo lo clásico. O quizá debamos admitir la realidad, que el gobierno de los androides ha sido estéril, carente de auténtico progreso o inventiva y que llevamos cientos de años varados en una playa de acero. Brindo por ti, John Varley.
Las crisis siempre me ponen melancólica, digo yo que será porque al final resultan tan cíclicas como la menstruación e igual de estresantes e incómodas. Una vieja amiga que viene a verte, pero oye, que no hacía falta.
Llevo rato sentada a oscuras en el mullido sillón del despacho del Árbitro, con los pies sobre la mesa y de espaldas a la puerta. Acompañada solo por la mortecina y anacrónica luz de emergencia que luce sobre la entrada y que le da un aire fantasmagórico al ambiente de la sala. La botella de vodka ha sido un plus, desde luego, escondida en un lateral interior de la falsa chimenea. Me felicitaría a mí misma por ser más hábil que el Árbitro buscando alcohol si no fuera porque el dolor de cabeza no cesa y me temo que no hay medicamento que lo solucione. Deviant predijo esta crisis hace mucho, mucho tiempo. Tanto que hasta es posible que él mismo ya lo haya olvidado.
—Tenías razón, viejo demonio —susurro al reflejo de la luz en el hielo—. No estamos preparados.
Hay un levísimo cambio en la presión atmosférica que me advierte de que la puerta se ha abierto pese a que insistí en la necesidad de estar a solas. Una figura se acerca a mí por detrás en silencio.
—Hola, Marila —saludo al tiempo que sirvo otra bebida y la envío deslizándose al otro extremo de la mesa.
La atrapa sin esfuerzo, con suavidad, y le da un sorbo sin ni siquiera olfatear antes de qué se trata. Ni un pestañeo, esta chica es de las mías.
—Aunque igual prefieres que me dirija a ti como su majestad La Reina de Picas —bromeo alzando el vaso a modo de brindis.
—Mejor no. Es algo que intento dejar atrás —Se sienta sobre la mesa con las piernas cruzadas, toda elegancia, elasticidad y pezones erguidos—. Y tampoco es como si hubiera escogido el puñetero nombrecito.
—Te veo distinta —comento—. Más... ¿afilada?
Sonríe a medias mientras da otro trago al vodka.
—No soy ese producto de mercadotecnia que publicitaban las casas, pero tampoco voy a pretender ser la chica ingenua que trató de sacar a su marido de un agujero que el mismo había cavado.
—Es liberador no tener que andar fingiendo, ¿verdad? —digo con intención—. Soy consciente de los comentarios que corren acerca de mí en estos momentos. Aquí podría volver a ejercer de soberana oscura, dueña de las noches, ama de la vida y la muerte y del espacio que hay entre ellas.
Doy un trago más largo antes de continuar.
—Me sorprende que no anden sacrificando vírgenes en mi nombre.
—Eso es porque lo iban a tener fatal para encontrar una que lo fuera de verdad —Se ríe ella—. Hay muy pocas cosas auténticas ahora mismo con las que experimentar cuando eres joven y el sexo es la más accesible.
—Me han contado que cuando tu hombre te entregó a la Sota de Corazones para sufragar sus deudas, trataron de prostituirte.
—¿Trataron? —apenas puede sofocar la risa y casi escupe la bebida. Se rehace y se limpia un par de gotas de la comisura de los labios con la muñeca mientras me observa con una mirada cargada de ironía—. Primero, me entregué de forma voluntaria para salvarle la vida. O eso creía. Y segundo, te prostituyes. No es que te den un menú de opciones o algo así.
Se acaba la bebida de un trago y en el momento en que su vaso toca la mesa alargo mi brazo y vuelvo a llenarlo. Quiero oír su historia al completo con todos los sucios detalles.
—Gordas o delgadas, bajitas, cojas o exóticas. Hay público para todo y las casas no dejan pasar la oportunidad.
—No les saliste muy rentable.
—Al principio sí... al principio sí —murmura—. Quería creer que cada mamada, cada brutal polvo suponía una disminución de las deudas de mi marido. Cerraba los ojos y arañaba la espalda del cliente imaginando que había logrado regresar con él, cuerdo de nuevo, limpio de esa maldita droga Barbarian.
No digo nada aunque siento curiosidad por el estupefaciente. Lleva tiempo escuchándose en algunos círculos, pero parece estar más extendido de lo que pensaba. Aguardo hasta que pone en orden sus pensamientos y se decide a continuar. Hay algo extraño en su ritmo cardíaco que no identifico.
—Entonces, un día, un cliente se burló de mí. Un habitual que había bebido más de la cuenta.
— «Mi dulce puta», me dijo. «Tu marido es un hombre nuevo al servicio de las casas, un ejecutivo cuya estrella está en ascenso gracias a su talento para «prospectar» jóvenes complacientes como tú misma».
—¿Y le creíste? Con probabilidad solo quería hacerte daño.
—Tenía su semen chorreando todavía entre mis muslos, poca humillación más cabía. Hablaba con la verdad de los borrachos, pero me negué a aceptarla incluso cuando acercó sus labios a mi oído y me susurró algo que solo mi hombre podía conocer. Continué cerrándome en banda mientras él insistía y me daba detalles de nuestra pasada intimidad marital, hasta que algo en mi interior se quebró y ya no escuché nada que no fuera el ensordecedor torrente de mi sangre en las sienes.
Me encontraron sentada en la cama sobre un charco de sangre y gritándole a una de sus orejas. La cabeza estaba debajo del lecho.
—Vaya, vaya —Alzo una ceja impresionada con el relato y me incorporo para llenarme el vaso otra vez. Le ofrezco a ella, pero me muestra el suyo aún medio lleno.
—Maté o lisié a cada cliente que me enviaron a partir de ese momento —Continúa narrando—. No importaba de qué forma me inmovilizaran, siempre encontraba una manera de hacerles daño.
—Entonces a alguien se le ocurrió que podrías ser más rentable en las Arenas de la Redención —resoplo con hastío—. Menudo nombrecito hipócrita. Las deudas con las casas rara vez se saldan. Son para toda la vida.
—Así es. Ya tenía claro que mi libertad nunca llegaría al ser una deuda ficticia la que me reclamaban. Por no contar con los gastos médicos e indemnizaciones a los clientes que agredí, que se sumaron a mi ya abultada cuenta.
Deja el vaso y se estira levantando un brazo y colocándose el otro por detrás de la cabeza. No escucho ni el más leve quejido por parte de su columna vertebral.
—Y empezaste a ganar en las arenas para otros —Conozco esta parte por el Árbitro—. Salvaste a muchos de una muerte segura.
—No a tantos como me hubiera gustado —Sostiene el vaso frente a sus ojos y me pregunto qué estará viendo ahora con esos ojos del color de la miel—. Al principio se negaban a soltarlos así que me suicidaba en directo al final de cada batalla si no perdonaban a los supervivientes. En algún momento tuve que estar a las puertas de no ser recuperable, algo sucedió que hizo que tuvieran miedo a perder a su juguete más rentable así que acabaron por aceptar mis reglas a regañadientes.
—¿No recuerdas cómo fue? —Esa parte me interesa y tomo nota para revisar más adelante todos los combates librados por esta mujer.
—No —confiesa—. Igual me puse creativa y dañé mi cerebro. El caso es que a partir de ahí los juegos se hicieron más duros y macabros. Comenzaron a manipular a los mismos inocentes que yo protegía del resto de deshechos humanos habituales para que acabaran conmigo por la espalda. Ofrecieron casi cualquier cosa y de esa forma, el morbo estaba servido.
—Y alguno aceptó —Conozco esas historias por el Árbitro. La del niño tetrapléjico que trató de asesinarla a cambio de no perder los implantes que le permitían caminar. La chica a la que ofrecieron el corazón sano de Marila para salvar a su madre. Todo muy sucio— ¿Por eso escapaste?
—En parte.
Pero no añade nada más.
—Yo creo que huiste para vengarte —susurro deslizando las palabras poco a poco—. Dime, ¿aún le amas?
Levanta la cabeza sorprendida, como si no me hubiera escuchado bien. El pulso se acelera pero demasiado poco y demasiado tarde.
—¿Amarle?, ¿a ese miserable? —Se acaba la copa y la deja con fuerza sobre la mesa—. Lo destriparía como a un pez si lo tuviera delante.
—Entiendo —Comienzo a levantarme mientras los extremos de mis dedos se deforman y endurecen. Las falanges se abren y surgen uñas retráctiles, curvas y afiladas como cimitarras. Levanto la mirada y dejo que vea mis iris de color escarlata furioso—. He oído suficiente.
Se envara, poniéndose alerta. Demasiado tarde, la punta de una lanza de piedra azul se abre paso entre sus costillas y emerge en la zona donde debería estar el corazón. La fuerza del impacto la proyecta hacia delante. Aprovecho ese segundo de incredulidad y desequilibrio para abalanzarme sobre ella y sujetarla contra la mesa. Se debate con furia entre mis manos, pero ni siquiera grita cuando corto su carne durante el forcejeo.
—¡Rápido!, ¿dónde? —rujo alzando mis garras sobre ella.
Amanda surge de detrás de unas pesadas cortinas en el otro lado del despacho mirando una especie de escáner que lleva entre las manos.
—¡Estómago! Desde ahí irradia —grita.
Mi garra atraviesa la carne de Marila y se cierra sobre algo duro de un tamaño no mayor que una nuez.
Acerco el rostro al de mi presa y le hablo:
—Tengo el núcleo de tu conciencia en mis manos, mímico. Deja caer la máscara de una vez, sabemos quién eres.
—Eso, deja de usar mi cara, maldita zorra —exige la auténtica Marila apareciendo detrás de Amanda.
—¿Cómo, cómo lo habéis sabido? —dice vomitando algo parecido a un plasma denso de color verde oscuro. Tenían razón, esas piedras impregnadas por la luminiscencia azul son capaces de causar estragos.
—¿Amanda? —digo para llamar su atención. Noto como el núcleo intenta zafarse de mi contacto y no sé si la simple fuerza bruta podrá destruirlo.
La chica androide está generando algo desde la punta de los dedos. Tejiendo, sería la palabra más exacta. Cada gesto crea una sección y añade algo al diseño hasta que lo que construye se asemeja a una jaula para canarios forjada a partir de luz sólida.
—Casi, casi... ¡Ya! —Se apresura a acercar el recipiente recién creado a la falsa Marila y yo extraigo el núcleo del interior de sus entrañas de un seco tirón e introduzco el puño que lo sostiene en el interior de la jaula. Esta se cierra sobre mi muñeca, lacerándola por varios sitios. Estaba advertida, pero duele de la ostia.
—Puede retirar la mano, poco a poco —Me indica Amanda con rostro culpable—. Lo siento, con tan escaso margen no se me ha ocurrido otra forma de...
—No te preocupes —Mi carne se cura conforme extraigo la mano de la prisión portátil, pero es como si te cortaran a rodajas y luego te rehicieras. No se lo recomiendo a nadie.
La falsa Marila se retuerce en agonía sobre la mesa, chasqueando la mandíbula sin control aparente, igual que un pez fuera del agua.
Sus ojos son ahora dos puntos de luz amarilla que se mantienen fijos en Amanda.
—Por estos crímenes ni siquiera tú serás perdonada, perecerás junto con el resto de los seres basados en carbono que infectan este sistema solar —amenaza de una forma que encuentro bastante interesante por lo que deja entrever, cierto respeto por los seres artificiales.
Marila se acerca por detrás y retuerce el asta de la lanza haciendo que la imitadora aúlle.
—Fue un lanzamiento impecable —La felicito mientras acerco el sillón a la criatura y tomo asiento frente a ella. Amanda se coloca detrás de mí manteniendo el núcleo fuera de su alcance.
—Gracias, aunque te has tomado tu tiempo. Igual es por la edad... como has resultado ser más vieja que Matusalén... —protesta Marila—. Si querías chafardear sobre mí, haber preguntado.
—Lo siento, mi intención era ver hasta que profundidad había buceado en tu memoria cuando te contactó al llegar —respondo—. Y la verdad es que resulta asombrosa la cantidad de información que absorbió en tan poco tiempo. Solo ha diferido en un detalle de cuanto me contaste sobre ti misma, aunque esta cosa se ha explayado mucho más con los detalles.
—Imposible que me hayas reconocido al instante —protesta la criatura entre espasmos—, mi disfraz era perfecto. Nuestra adquisición de datos impecable.
Sus uñas levantan surcos en la superficie de la mesa aunque no es capaz de liberarse o cambiar de forma, aunque lucha por conseguirlo.
—Pecaste de un exceso de confianza al aproximarte tan pronto a nosotras. Llamaste mucho la atención al sujetar a Marila de aquel modo bajo la apariencia de una madre agradecida. Imitaste a la perfección las emociones, los gestos, pero tu falso ritmo cardíaco no iba siempre sincronizado con tus acciones y eso, para alguien con unos sentidos tan desarrollados como los míos, fue el equivalente a ponerte una enorme flecha roja sobre la cabeza. Sobre todo teniendo tan presente el pintoresco apelativo que me adjudicó el Ejecutor Mayor cuando nos encontramos.
—Mímico... eso gritó —dice Amanda detrás de mí—. Cuando lancé el primer pulso electromagnético durante el asedio, su compañero infiltrado cayó fulminado al lado del Árbitro. Entiende nuestra desconfianza al encontrarnos con el enemigo entre nuestras filas.
Qué mona, sintiéndose mal por haberme apuñalado por detrás. Ojalá tuviera más tiempo para adentrarme en los misterios de esta chica, pero ya tenemos demasiados entre manos.
—Además —continúo ganándome una mirada asesina por parte de Marila—, esta tonta sigue enamorada hasta las trancas de su marido. Hasta que metiste la pata en ese punto, me hiciste dudar de si no había depositado mi confianza en la versión falsa y no en la auténtica y humana.
—¿Qué hiciste con el cadáver de la mujer cuya identidad robaste? —exige impaciente Marila a su doble antes de que yo pueda seguir hablando. Sus manos están acariciando de nuevo el asta de la lanza y no sé si está pensando en arrancársela al mímico para usarla conmigo.
La cosa se ríe con una mueca desagradable, enseñando los dientes hasta las encías, sucias de esa pringue que brota de sus entrañas deshechas.
—Un infierno te diré —responde.
Sigue riendo hasta que Amanda comienza a retroceder, apartándose aún más de nosotras. Es entonces cuando los ojos del mímico se desorbitan con pavor genuino.
—No, espera —Se interrumpe a sí misma la criatura, alargando la mano de forma suplicante—. Si continúas alejando el núcleo yo...
—¿Colapsarás? —Pregunta Amanda atenta a algo que solo ella ve—. Estaba manejando esa posibilidad, sí. Hace horas que ando monitorizándote, desde que la señora Pam reveló al Árbitro quién eras. Creo que me he hecho una idea bastante aproximada de tus capacidades actuales. Puedo ver el flujo de información, el constante intercambio de datos que tu cuerpo realiza con este contenedor. Está casi al límite, pero creo que aún podría alejarme un poco más sin que se interrumpa.
Uno de sus pies retrocede y el ser aúlla como si lo estuvieran desollando.
—Basta, basta —Acierta a decir al final, encogiéndose—. Arrojé todos los cuerpos en la fosa común junto a la base de la pared oeste de la ciudad. Están allí, todos allí.
—Todos —resopla Marila incrédula— ¿A cuántos habrá asesinado esta bestia inmunda?
—Lo averiguaremos —respondo mirando a Amanda. Tiene la cabeza ladeada a un lado, escuchando algo por el intercomunicador. La sencilla naturalidad de sus movimientos me fascina cada vez más. Su rostro muestra alivio y cuando nuestras miradas se cruzan, asiente aunque con el rostro serio:
—Han capturado a su compañero en el Pozo, pero ha causado muchas bajas.
Y añade antes de que yo lo pregunte:
—Doc está bien, lo han encontrado desconectado pero intacto.
Me acerco al derrotado mímico y le obligo a levantar ese rostro robado hasta que sus ojos amarillos se encuentran con los míos.
—Mi viejo colega supo tomaros el pelo y se resistió a daros toda la información. Se descubrió el pastel enseguida cuando tu amigo aludió a Deviant usando el nombre de Jerome. Deviant solo ha usado otro nombre a lo largo de los años y Doc lo conocía de sobra. Jerome era un chiste entre ellos, bromeando con la posibilidad de que Deviant acabara sus días cobrando por sus fotos y posando como el antiguo jefe apache Jerónimo para los turistas androides del futuro. No escarbasteis lo suficiente en sus bancos de memoria.
—Tomar la forma del viejo androide para mantener vigilada su vía de escape era un paso lógico. —Indica Amanda.
—Pierdes el tiempo con esa cosa —resopla Marila—. Ni siquiera está escuchándote. Solo tiene ojos para esa pieza suya que le has arrancado. Escucha cómo jadea, por el amor de Dios.
Tiene razón, está completamente enfocada en ella pese a que la integridad estructural de su cuerpo está fallando. Y sonríe, la muy hija de puta. Está sonriendo. Me vuelvo de nuevo hacia Amanda:
—¿Qué está ocurriendo?
La chica mueve la cabeza a un lado y a otro con incredulidad.
—Las lecturas se han disparado, el núcleo está recibiendo un aporte de energía que no comprendo de dónde pro... —Se interrumpe y lanza de una patada al artefacto de contención hasta el otro lado de la sala.
—¡A cubierto! —grita lanzándose al suelo en dirección a nosotras.
No llega ni siquiera a tocar tierra, esa cosa detona y la sala se pone patas arriba cuando la gravedad desaparece y todo se vuelve blanco.
Después de un tiempo indeterminado me estrello contra el suelo y lucho por levantarme. Los oídos me silban y todo da vueltas todavía cuando veo a la falsa Marila reintroducir en su interior el núcleo. No hay tiempo de titubear, Amanda está convulsionando con los ojos en blanco y Marila inconsciente en un rincón.
Me acerco a esa cosa y la ataco sin piedad pretendiendo decapitarla de un golpe, para encontrarme con que mi zarpazo solo le deja cuatro surcos sanguinolentos en el rostro.
Su réplica no se hace esperar, girando sobre sí misma como una peonza y lanzándome una patada al rostro que desvío con el antebrazo derecho. Su pie resbala hasta golpear el suelo a mi lado haciendo estallar las baldosas. Después, parte el asta de la lanza que le sobresale por la espalda, aunque no pierde el tiempo extrayéndose el resto.
Yo abro y cierro entretanto la mano, dormida por la fuerza del impacto. Ha sido como bloquear un ariete y eso que no conectó de forma directa.
Esa cara que es idéntica a Marila salvo por esa luz amarillenta y enfermiza que se asoma tras sus pupilas ríe de forma abierta. De repente se muestra firme y confiada, no como hace apenas unos minutos, y tengo la sensación de que me ha estado tomando el pelo.
—Eres diferente al resto —dice mientras me evalúa de nuevo—. Tu desempeño es mucho mayor de lo esperable dentro de vuestro marco genético como especie.
—Tú tampoco lo haces mal —Sonrío irónica—, aunque no sé muy bien que puñeta eres ni que haces aquí.
—Hemos sido invitados a venir a vuestro sistema —Me contesta mientras ambas andamos en círculos, rodeando el escritorio—. Una de nuestras naves de exploración dio repentinas señales de vida después de muchos ciclos de darla por perdida, pero no eran de los nuestros los que contactaban. No en su totalidad. Nos sorprendió a medias ver que el origen de la señal eran seres hibridados con nuestra fisiología tecnológica, pero tampoco es algo inusual en la enormidad del tiempo y el espacio que abarca nuestro Dominio. Ha sucedido otras veces que razas impuras han logrado ascender gracias a adoptar nuestros avances y con el tiempo los hemos asimilado sin tener que librar ni una sola batalla. Es fácil renunciar a la carne cuando deseas conocimiento y una existencia prolongada.
—Todo ventajas, por supuesto —contesto—. Y sin pedir nada a cambio, claro.
Juraría que le he visto hacer un gesto involuntario, el equivalente a un «tic» en los humanos.
—Uniformidad, expansión... —Se encoge de hombros tal y cómo lo haría Marila. Y otra vez un gesto extraño. Bien, bien. Puede que al final sí tengamos algo.
—Os llamó el Consejo en la Sombra, imagino.
Trato de ganar tiempo y de establecer si son el tan temido «coco» de Deviant.
—Así se autodenominan ahora, sí —contesta mientras se rasca la nuca en un gesto tan humano que hasta a ella la deja confundida, mirándose la mano con extrañeza mientras continúa hablando.
—Se encontraban todavía en un estado tan prematuro en su transición hacia lo que vosotros llamaríais la auténtica máquina, que habríamos hecho oídos sordos debido a la enorme distancia que separa a vuestro insignificante sistema solar del borde más exterior de nuestro Dominio Estelar. Casi 200 de vuestros años son necesarios para llegar aquí.
«¿Cómo? Espera, ¿no llegaron a través del portal?»
—Pero los datos que recopilamos a través de ellos mostraban sorprendentes coincidencias con algunos de nuestros registros antiguos. En particular con una de las escasas ocasiones en las que fallamos a la hora de asimilar un mundo contaminado por primitivos seres basados en carbono. Mundo 669, accesible solo a través de un portal construido por una especie desconocida y ubicado en un planetoide muerto que orbita una estrella binaria.
«Mierda, mierda».
—No habéis venido a través del portal... Os han enviado a localizarlo.
—A confirmar nuestros temores —Sus dedos se convierten en largos cuchillos de un metal oscuro que parece absorber la luz—. 669, la directiva es destrucción total.
«Aquí vamos de nuevo», suspiro.
Con una simple patada pone el pesado escritorio en vertical y lo empuja hacia mi como un proyectil. Si cree que voy a esquivarlo, va lista. Me lanzo hacia adelante dispuesta a atravesarlo y caer sobre ella cuando el mueble se desmenuza en astillas y la falsa Marila aparece sonriente frente a mí.
Sus garras hacen presa en mi cuello y yo me las arreglo para girar en el aire y proyectarla hacia el techo con los pies, pero sigue aferrada a mí y aprovecha el impulso que le doy para arrojarme contra la pared donde, para su sorpresa, quedo adherida como una gigantesca araña. Salto con los pies por delante y su cuello se dobla de forma imposible cuando mis talones golpean su mandíbula, enviándola a rodar por el suelo. Vuelvo a lanzarme sobre ella dispuesta a reventarle el bazo o lo que sea que tenga con las rodillas y lo único que destrozo es el suelo. Se las ha arreglado para rodar a un lado y tomar distancia. Se sujeta el pecho, donde aún sigue instalada la punta de la lanza y advierto que de la misma irradian ahora vetas de azul luminiscente.
—¿Qué me habéis hecho? —Su voz ha surgido distorsionada esta vez— ¿Qué sustancia es esta?
Por primera vez parece ser consciente de la punta de lanza, lo que me deja claro que antes estaba fingiendo. Trata de extraerla, pero le fallan las fuerzas.
—El Pozo distorsiona el continuo espacio tiempo a su alrededor —Se deja oír la voz de Amanda que ha logrado ponerse en pie apoyándose en la pared—. La luminiscencia azul es la manifestación física de ese fenómeno y te está desgarrando por dentro porque sus partículas vienen y van y siempre arrastran materia.
—¿Estás bien, niña? —Me intereso sin perder de vista al mímico.
—He estado mejor, la verdad —contesta Amanda—. Ahora sé lo que siente el resto cuando los golpeo con el PEM.
La falsa Marila cae de rodillas, arañando la piedra que brilla en su pecho.
—¿Qué ha ocurrido? La explosión... —pregunto.
—Justo antes de que sucediera escuché gritar a los ejecutores a través del intercomunicador. La sobrecarga procedía de su compañero capturado, fundió su núcleo para amplificar el de ella —Mueve la cabeza a un lado y a otro—. No sé si habrá sobrevivido alguno allá abajo.
—¿Se sacrificó para salvarte? ¿Es eso? —Me dirijo a la criatura—. No, no me lo creo. Tiene que haber algo más.
La cosa biomecánica que imita a Marila prorrumpe en carcajadas. Por primera vez su forma se distorsiona y muestra rasgos más propios de un insecto que de un ser humano antes de introducir salvajemente sus afilados dedos en su pecho y arrancarse la punta de la lanza con un esfuerzo brutal.
—La anomalía que observasteis fue nuestro intento de lanzar una sonda a través del portal —dice arrojándola a mis pies—. El problema fue que no está todavía alineado con el nuestro y la sonda emergió demasiado lejos aún de nuestras fronteras, en espacio desconocido.
Lucha por ponerse en pie y extiendo de nuevo mis garras preparándome para reemprender el combate. Amanda tiene las manos extendidas y la electricidad comienza a saltar entre sus dedos aunque una mirada a sus ojos me indica que no confía en tener carga suficiente para lanzar otro pulso.
—Necesitaba un empujón extra de energía, pero agotar nuestras reservas sin tener la certeza de lograrlo, no era una opción a considerar. No habiendo tanto por hacer todavía. —Sigue riendo la condenada, incluso cuando uno de sus brazos se desprende, corroído por la luminiscencia—. Ahora ya la tiene, no nos habéis dejado opción.
—Carga para ti... —susurro comprendiendo lo ocurrido.
—Carga para la sonda —Acaba la falsa Marila con una odiosa sonrisita de suficiencia—. La señal se ha enviado y el tiempo se os agota. Tic, tac, tic, tac.
—Tú no lo verás de todas formas —Le aseguro avanzando hacia ella.
Entonces su cuerpo se deshace en una nube de fragmentos semi líquidos que lo salpica todo entorpeciendo la visión y una pequeña parte sale despedida a gran velocidad colándose bajo la puerta y escapando del despacho en lo que dura un parpadeo.
Tardo menos de una fracción de segundo en llegar a ella y abrirla, pero ya se ha perdido de vista.
—¡Maldición! —aúllo arrancando la puerta y lanzándola a un lado, rabiosa— ¡Joder!
Vuelvo al interior donde Amanda está auxiliando a Marila que comienza a recobrar la consciencia y la emprendo a patadas con lo que queda de mobiliario, que no es mucho.
—La he cagado, Deviant, la he cagado pero bien.
—¿Quién se ha cagado, por Dios? —murmura con voz pastosa Marila intentando incorporarse—. Aunque yo he estado a punto, la verdad. Creo que reboté una docena de veces contra el techo.
La miro mientras la ira se convierte en una bola ardiente dentro de mi estómago. Aquí ya no podemos hacer mucho más, salvo asegurar el portal en lo posible, pero yo necesito desahogarme, soltar presión. Y entonces se me ocurre.
—Marila —digo con suavidad—. ¿Te apetece ir de excursión a la Sota de Corazones?
Ambas me miran sorprendidas durante un segundo, pero la aludida inclina la cabeza casi enseguida con una sonrisa traviesa.
—Claro, ¿por qué no? —responde poniéndose en pie—.Tenemos una negociación pendiente
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