⠀⠀Capitulo 2


—Quiero ver a Seokjin —exijo, como siempre menos nervioso que la primera vez. El hombre que ocupa casi toda la puerta de metal me mira con desdén y cruza las manos sobre su ancha barriga—. Entonces, ¿vas a pagar la deuda por mí?

—No seas impaciente —replica con voz tosca—, ya te he dicho que no puede atenderte en este momento. Vete y regresa después.

—Tengo que ir a mi trabajo —gruño.

—¿Y qué?

Esto no puede estar pasándome. Empuño las manos y exhalo con fuerza. Juro que estoy a punto de soltarle un puñetazo.

—Jungkook —llama alguien atrás de mí, reconociendo su desagradable voz al instante—. Hace mucho que no te veía. —Pasa su largo brazo por mis hombros y me estrecha contra su pecho. Kibum huele a marihuana y el olor apesta—. Al parecer tu padre sigue perdido, ¿no? —Arrastra las palabras con una diversión que me irrita y lo alejo de un empujón. No se enfada, en cambio, sonríe porque ha logrado lo que quería: molestarme­.

—Ese grandulón no me deja pasar y en serio necesito irme.

—¿Me estás pidiendo un favor? —No le respondo, sosteniéndole la mirada—. Ya, perdónalo que es nuevo. —Me toma del brazo y me jala—. Entremos antes de que tu genio te meta en problemas. Es realmente un milagro que sigas vivo con esa boquita que te mandas.

—Casi le suelto un golpe —chilla el hombre de la puerta y Kibum sonríe de lado.

—Seokjin te habría dejado sin pelotas, amigo. —De repente, me hace girar, tomándome el mentón—. Recuerda bien esta carita para que tu descendencia no muera.

El hombre tuerce el gesto y casi me rio. Me aparto de Kibum y lo sigo en silencio. Perderme a mí es perder dinero, y a medias me siento tranquilo e impotente. No he visto a Kibum desde hace meses y ha cambiado. Antes usaba ropas holgadas y rotas, ahora usa trajes y joyería. Me pregunto si fue ascendido y ahora es la mano derecha de Seokjin. Aún recuerdo cuando entró a mi casa aquella vez, también cuando lo mordí. Si no estoy mal, aún tiene la cicatriz.

—Entonces, ¿cuánto te falta para terminar tu deuda? O más bien, la deuda de tu padre.

—Dos años. —Recuerdo la deuda de Ahin y cierro los ojos un segundo—. O tres, ya no sé.

Doy un vistazo alrededor, las luces de las lámparas son tenues, el lugar está prácticamente vacío y solo lo ocupa un Audi Q8 color negro, el transporte de Seokjin. Su chofer está recostado en la pared, fumándose un cigarrillo mientras habla con otro hombre. Hace frío y me estremezco a medida que subimos a la segunda planta. Es un taller donde arreglan autos y motos en el día, pero en cuanto comienza a esconderse el sol, se transforma en algo más peligroso. Me sorprende que esté vacío cuando intentan mantener una fachada de un trabajo normal, y legal.

—Van a hacer unas remodelaciones. —Por un segundo me atraviesa el pánico cuando Kibum responde a mi incertidumbre, como si hubiera entrado a hurgar en mis pensamientos. Al llegar arriba se detiene frente a una puerta azul—. Tal vez tengas que ir a otro lugar o aceptar que enviemos a alguien por el dinero.

—No, gracias.

—Ya sabía.

Mete una tarjeta en la ranura de la puerta, la empuja y me permite entrar primero.

—Adelante.

Pongo los ojos en blanco y entro de inmediato. Hace más calor aquí que en el primer nivel, eso me permite bajar la tensión de mis músculos. Es un largo pasillo, a la izquierda hay oficinas que se ocupan en el día, y a la derecha hay dos cuartos que solo se abren en las noches para hacer interrogaciones. Kibum se adelanta y yo lo sigo. Debí de traerme una chaqueta, caigo en cuanto mucho después.

—El jefe está en una reunión —avisa un hombre, sacando su calva cabeza por la puerta entreabierta de la oficina de Seokjin. Mira por sobre el hombro de Kibum y alza las cejas, mirándome—. ¿Y ese quién es?

Kibum suspira y se pasa la mano por la frente.

—Todos están nuevos —dice, dirigiéndose a mí. Vuelve la mirada al hombre y se acomoda el traje—. Dile que Jungkook está aquí. Él sabe quién es.

—Pero no puedo interrumpirlo, está atrás.

Kibum lo mira con enojo y lo empuja, haciendo que la puerta se abra. El hombre apenas y reacciona. Mientras entro, recuerdo que hay una puerta secreta atrás de un armario. No estoy seguro de lo que hay más allá y tampoco me interesa saberlo.

—Jungkook, ¿por qué no lo esperas aquí?

—No puedo hacer eso —espeto, irritado.

—Cierto, debes ir a trabajar. —Kibum se saca el abrigo y lo lanza sobre el escritorio de su jefe. Me pregunto qué tanto poder o confianza le tiene Seokjin como para dejarlo andar por ahí como si fuera un igual—. Bueno, ¿qué tal si me das el dinero y le diré a Seokjin que viniste a pagarle? —Me extiende la mano, pero no me muevo—. Joder, ¿por qué eres tan desconfiado?

—Vendré después del trabajo —digo, aunque no esté seguro de eso.

—¿Merodearás por ahí con el dinero?, ¿no es peligroso? —cuestiona, echándose sobre el sillón detrás del escritorio. Rebusca un paquete de cigarrillos en su abrigo y también una candela. Me mira molesto y luego agita una mano en el aire—. De acuerdo, como quieras. Vete entonces.

Suspiro fastidiado y saco el sobre de mi bolsillo, soltándolo estrepitosamente sobre el escritorio.

—Tú ganas. Y dile a tu jefe que deje de prestarle dinero a mi hermana —recrimino, cerrando mis manos en puños. Kibum se mete un cigarrillo a la boca y lo enciende, mirándome con los ojos entornados y una pequeña sonrisa—. Kibum, si vuelve a...

—Jungkook —llama él entre los dientes, usando un tono de voz frío, a la vez jovial. Se saca el cigarrillo de la boca y expulsa el humo. Yo contengo el aire—. ¿No es más sencillo pedirle a tu hermana que deje de venir a pedir préstamos, más considerando la situación en la que se encuentran? Aunque te enojes con Seokjin, no hay nada que él pueda hacer frente a eso.

Cierro la boca con fuerza, apretando los dientes. Por supuesto que tiene razón, y aunque he hablado con Ahin sobre lo que no debe hacer, ella decide voltear la cara y hacer de cuenta que nunca escuchó nada.

—¿Lo ves? Ahora, me encanta tu compañía, pero me parece que se te hace tarde —comenta, mirando el reloj color plata que tiene en su muñeca. Resoplo y me doy media vuelta—. Que te vaya bien.

Escucho al de la puerta quejarse por mi mala educación, pero más que eso, es el enojo que me provoca el que tenga razón. Las cosas en lugar de mejorar parecen empeorar. Tengo la corbata tan ajustada al cuello, que siento que, si hay un desliz más, terminaré muriendo por asfixia.

—Hubieras dicho que eras amigo de Kibum —dice el hombre barrigón que está en la entrada—. Te hubiera dejado entrar antes.

Salgo a la acera y me detengo, girándome para encararlo.

—No somos amigos.

El hombre abre la boca para quejarse, pero me marcho rápidamente. Miro al cielo, está comenzando a oscurecer y las lámparas ya comienzan a titilar para encenderse. Apresuro el paso y cruzo las calles a gran velocidad.

Llegando a la calle itaewon comienzo a ir más lento, inhalando profundo por la nariz, soltando lento por la boca. El señor Henry está en la entrada del local de comidas rápidas, mirando de un lado a otro. En cuanto me ve, una sonrisa le ilumina el rostro y sospecho que es por mi llegada.

—Siempre llegas mucho antes de la hora acordada, comenzaba a preocuparme —dice, dándome palmadas en el hombro mientras entro al local.

—Lo siento, señor Henry. Tuve que hacer una parada antes, ya sabe dónde.

—Ah, eso nunca termina, ¿verdad?

—Creo que no —susurro, metiéndome a la cocina. Henry me aprieta la parte de atrás del cuello como si intentara reconfortarme y suelto una carcajada, pues hace cosquillas sin siquiera esforzarse.

—Qué sensible, muchacho —agrega con tono jocoso—. Lavemos la lechuga primero.

Asiento, echándome a un lado para lavarme las manos y comenzar mi jornada nocturna.


─────



—Si consigo trabajo, te recomendaré, Jungkook —dice Jia, poniéndose un abrigo—. Vamos a estar bien.

—Haré lo mismo.

—Sé que lo harás —menciona ella, arreglándose el cabello—. Pero no se te olvide mencionar que soy china, por si son xenofóbicos.

—Conseguirás trabajo —intento calmarla—. Todo irá bien.

Ella asiente, abrazándome antes de despedirse y marcharse. Ha recibido muchos comentarios xenofóbicos a lo largo de su estadía aquí en Corea. Especialmente cuando su coreano era del todo bueno.

Suspiro y me quito el delantal, dejándolo sobre el mostrador. Debo limpiar las máquinas y organizar las mesas antes de irme a casa. Me estiro un poco para quitarme el cansancio y me decido por organizar las mesas primero, volteando las sillas sobre estas. Faltándome unas pocas, alguien entra y me detengo. Solo lo reconozco cuando se acerca lo suficiente a mí.

—Eh, ¿cómo has estado? —pregunta, con su característica sonrisa. Está deshaciéndose de su abrigo cuando me recuerdo que falta poco para irme a casa.

—Ah... Yugyeom, lo siento, no es que quiera ser grosero, pero ya tengo que cerrar.

Él parece medio sorprendido y decepcionado.

—No creí que recordaras mi nombre —menciona y agita la cabeza, sonriendo poquito mientras se reorganiza el abrigo—. Supongo que hoy no será.

Inspiro hondo, sintiéndome mal. Aún no limpio las máquinas, así que puedo preparar algo ligero.

—Podría hacerte un café.

—¿Seguro?

—Seguro.

—Eso estaría perfecto, gracias.

Vuelvo atrás del mostrado y él me sigue, quedándose al otro lado.

—Y... ¿Cómo has estado?

Me lo pienso un ratico, decidiendo decir las cosas como son.

—Bueno, cerrarán la cafetería, así que no puedo decir que todo va bien —expreso, acercando la taza a la máquina mientras el líquido cae en esta.

—¿De verdad? Este lugar es muy lindo y parece que le va bien. ¿Cuándo te lo dijeron?

—Ayer. —Meneo la cabeza, dubitativo—. Me lo confirmaron ayer.

—¿Y aún tienes ese otro empleo?

Me sorprende que lo recuerde, sin embargo, no se lo hago notar.

—Sí, pero no es suficiente.

El hombre se queda en silencio un breve instante, hasta que le sirvo el café. Me sonríe mientras sopla y lo lleva a su boca, cerrando los ojos. No entiendo cómo puede tomarlo sin echarle, al menos, un sobre de azúcar.

—Bueno... —exhala, dejando la taza sobre un pequeño plato—. Tal vez pueda ayudarte con eso.

—¿A qué se refiere?

—Se inaugurará un club nocturno la próxima semana y necesitamos un mesero. Por supuesto, tendrías que dejar ese otro empleo tuyo. Estoy seguro de que con este ganarás para vivir bien. —Frunzo el ceño y él sigue hablando—: Ganarías el salario mínimo, pero las propinas se manejan en dólares, así que imagínate cuanto ganarías. Más de dos mil dólares al mes, incluso.

—¿Solo con las propinas?

—Solo con las propinas ­­—afirma—. Por supuesto, estas propinas no vienen por si solas, implican sentarse con los clientes, hablar con ellos... aceptar unos tragos... De esa forma ellos dejarán su propina.

—En ese caso dudo que pueda recibir buena propina —suelto, rascándome la parte de atrás del cuello con nerviosismo.

Yugyeom alza una ceja y casi suelta una risotada.

—¿Estás bromeando? Estoy seguro de que pagarían una fortuna solamente por tenerte en su mesa. Eres muy atractivo, Jungkook. Y también interesante.

Siento el calor concentrarse en mis mejillas, expandiéndose a cada parte de mi cuerpo. La primera vez que lo conocí fue aquí, por supuesto. Incluso él se atrevió a pedirme el número y como no se lo di, me dejó el suyo. Nunca le escribí, pero él siguió viniendo. Dejó de hacerlo hace unos meses y me pregunto si alguien cautivó su corazón...

—Entonces, ¿aceptas la oferta?

Siento que me atraganto con mi propia saliva. Nunca se me ha dado bien los cambios, pero este es obligatorio. Muy pronto dejaré de trabajar aquí y es claro que necesitaré otro empleo con el cual pueda disolver los gastos diarios. Si bien hay muchas cosas que me aterran, debo de ser fuerte. Mi mente es mi gran enemigo y lo odio.

—Creo que podria aceptarlo.

—Pero deberás dejar ese otro empleo, ¿está bien?

¿Cómo podria cambiar un enorme salario por un cuarto de ello? Estoy seguro de que el señor Henry se alegrara por mi en cuanto le de la noticia.

—No hay problema. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top