⠀⠀Capitulo 1
Cinco años después.
Qué raro y sublime es cuando hace sol y llueve al mismo tiempo. Me gusta esa estrambótica combinación y por eso el otoño es mi segunda estación preferida después del invierno, cuando el frío te congela hasta los huesos. Por supuesto, si la pasas en cama con una deliciosa y humeante taza de chocolate caliente acompañado de galletas dulces. O un helado, las cosas frías siempre...
—Jungkook —llama la señora Fei atrás de mí, captando mi atención—. ¿Podrías venir un momento?
Inspiro hondo, despidiéndome de mi momento de paz. Agarró la escoba y giro en punto, acercándome a mi jefa.
—¿Sí?
—Hay algo que quiero comentarte —dice con cierta incomodidad—. Se lo mencioné a Jia ayer cuando me llamó para avisarme que llegaría tarde, así que quiero decírtelo también.
—Jia no me dijo nada.
—Llevará a su madre a una cita médica, no debe tardar en llegar —agrega y asiento, intentando no preocuparme demasiado—. Pero lo que quiero decirte es que... Bueno, no sé como decirlo...
—¿Va a vender la cafetería?
—¿Jia te lo dijo?
—Sí, eso sí me lo dijo.
Fei asiente, su rostro volviéndose tan rojo como su lápiz labial.
—En serio lo siento mucho, sé cuanto necesitas este trabajo, pero apareció un vendedor con una buena oferta y no pude negarme.
Le sonrío, como siempre lo hago para evitar hacerla sentir mal. Por supuesto que perder este empleo me supone un gran problema. Anoche ni siquiera pude dormir de tanto pensar. Llevo cuatro años en este lugar, tan acostumbrado a las personas, a mi jefa, a Jia, que se me es imposible imaginarme en otro espacio que no sea este, donde me siento como en casa.
—No se preocupe, señora Fei, conseguiré algo. Usted me dio la oportunidad de trabajar aquí aun cuando no tenía experiencia. Creo que con lo poco que sé, podría conseguir un nuevo empleo.
—¿Bromeas? Debo agradecerte yo a ti. Cuando tú y Jia comenzaron, este lugar era muy pequeño y ni siquiera podía pagarles bien. Gracias a ustedes esto sigue funcionando.
Rio poquito y hago una reverencia como agradecimiento, ella me responde con una sonrisa y una mirada amable. Después, mira el reloj de su muñeca y ancha los ojos.
—Dios mío, es muy tarde. Le dije a mi hija que la llevaría a su clase de ballet —exclama, tomando su bolsa de mano y un paraguas, corriendo a la salida—. Ah, y... trabajarán hasta el viernes. Lamento haberles avisado tan tarde, pero no tomé la decisión definitiva sino hasta ayer. ¡Ten un buen día, Jeon!
No le respondo, quedándome pasmado. Tres días. Solamente tres días. Exhalo y me dejo caer en una silla, aun aferrándome al palo de la escoba como si fuera mi soporte de vida. El primer año, poco después de salirme de la escuela, trabajé descargando bultos de papas en el mercado tongin, fue lo único que pude conseguir, puesto que era menor de edad y no tenía experiencia en nada particular. Fue jodidamente difícil conseguir un trabajo menos pesado. Y no digo que ahora sea difícil, pero no tengo mi diploma de secundaria y no en cualquier lugar contratan a un chico así. También tengo otro trabajo igual de informar que este, pero es de medio tiempo y el dinero no alcanza siquiera para los servicios...
Cierro los ojos y meneo la cabeza.
Afuera pensamientos negativos. Conseguiré algo. Tengo que conseguir algo.
—Buenaaas.
¿Taeha?
Abro los ojos y no puedo evitar soltar una risotada en cuanto veo a mi hermana menor en la entrada de la cafetería, luciendo como un transforme de bajo presupuesto: con una bolsa de basura que la cubre de la cabeza a los pies. Seguramente mamá le hizo los hoyos en los ojos y unió varias bolsas para crear un traje perfecto.
—No, no pases. Estás toda mojada —le digo, dejando la escoba en el suelo y levantándome—. ¿Cómo se te ocurre salir así?
—Ahin se llevó un paraguas y el otro te lo trajiste tú, así que no me culpes a mí o a mamá —gruñe, extendiéndome una bolsa—. Te traje el almuerzo. Y por cierto, ¿si un cliente viene, también lo atiendes aquí en la entrada?
—Claro que no, pero tú no eres un cliente —respondo, recibiendo la bolsa.
—Qué malo, oppa —suelta y ladea la cabeza, mirando más allá de mí—. Pero si me das un cafecito ya no cuento como forastera, ¿cierto?
—No te daré nada.
—Bueno.
—¿No deberías de estar en clase?
La forma en como suspira me hace pensar que no está contenta con mi pregunta y cierro los ojos un microsegundo, preparándome para lo que viene, más porque se cruza de brazos y arruga el entrecejo.
—Te dije ayer que no tenía clases, pero es obvio que no recuerdas nada porque siempre estás en otro mundo.
—Siempre estoy cansado —la corrijo—. Lo siento.
—Exacto. Siempre —agrega con tal frialdad que me pone los vellos de punta—. Adiós.
—No seas malagradecida, Taeha —suspiro cansino.
—¡No empieces con eso! —chilla, dándose media vuelta para encararme—. Entiendo que tengas que trabajar, pero no te veo en todo el día. Y cuando es domingo, que se supone que descansas, te quedas en cama. Ni siquiera me prestas atención. ¡Nunca tienes tiempo para mí!
Me muerdo la lengua, sintiendo millones de palabras queriendo explotar de mi boca. En cambio, respiro hondo e intento no echarle más leña al fuego.
—Entiendo lo que quieres decir, pero hablaremos en casa. Ahora estoy trabajando —le recuerdo, intentando que mi voz salga lo más suave posible—. Gracias por traerme el almuerzo. También agradécele a mamá de mi parte y ten cuidado al volver.
Doy media vuelta y camino hacia la parte de atrás de la cafetería, no sin antes volver la mirada para asegurarme de que Taeha se haya ido. Dejo la bolsa sobre la encimera y suelto un grito de frustración. Eso me ayuda a estabilizarme un poco, no totalmente.
Taeha lo entiende a medias, a su manera. Con doce años ha visto cosas que no debería, ha pasado por cosas que no debería, y eso me llena de ira hacia mí, hacia mi padre y hacia el universo por ponerme aquí. Antes podía pasar un día entero cuidándola, mimándola, hace años que apenas y la veo. Tampoco puedo pedirle que lo entienda porque es una niña, pero sé que lo intenta y eso es suficiente para no hacerme enloquecer, no del todo.
Alguien llama en el mostrador e intento poner buena cara antes de salir a atender los clientes. La mayoría de ellos creen que tengo una vida feliz, que me preocupo por comprarme ropa y darme gustos, pero no es así, nada es para mí realmente. Lo que ven en mí no es más que una vaga ilusión.
Al llegar a casa me enfrento con lo que más temo: la mirada furiosa de mi madre. Está recostada contra la encimera de la cocina, con los brazos cruzados y los labios presionados en una fatal línea recta. No tengo que preguntar, sé la respuesta.
—Cuando dije que era una malagradecida, no me salió del alma, lo juro, solo me enojé un poco, pero no le grité.
—En serio le dolió. Sabes que lo intenta.
—Sí, lo sé. Es una niña que no comprende por qué su hermano mayor ha tenido que adoptar el papel de un padre y ahora no la ve casi nunca. Yo tampoco lo entiendo —suelto escuetamente.
—Jungkook... —advierte ella, esta vez su mirada derritiéndose en tristeza, y suspira—. Lamento no haber elegido un mejor papá para ustedes.
—Si hubieras elegido a otra persona, Ahin ni Taeha habrían nacido, ni siquiera yo.
—Y lo hubieras deseado —dice en voz baja, sus manos cayendo lentamente—. ¿Vas a irte a trabajar otra vez?
Tomo aire, agarrándome de las tiras de mi pequeña mochila. Es bueno cambiar de tema.
—¿Sabes que me gusta de ir a trabajar con el señor Henry? Que es muy generoso. Tal vez me regale un pollo esta vez.
—No seas codicioso —suelta mi madre, asomando una sonrisa en su rostro que esfuerza por ocultar. Me acaricia la mejilla con suavidad y me mira con tanto amor que me asusta—. Ve y habla con Taeha. Ella sabe que esto que haces es un sacrificio por la familia, pero no puede evitar sentirse molesta por tu ausencia.
Asiento y voy a mi cuarto primero para dejar la mochila. Paso el pasillo y abro la habitación de mis hermanas. Taeha está sentada tras su pequeño escritorio de madera, con los audífonos puestos mientras revisa su celular. Me empeño en no sentirme mal por el perol que tiene en la mano, porque siempre desearé ganar suficiente dinero para comprarle uno nuevo.
Cierro la puerta atrás de mí y reviso el reloj en mi muñeca, tengo dos horas antes de ir al siguiente trabajo. O más bien, una hora y media porque debo hacer una parada antes.
—¿Ya te vas?
Dejo caer las manos a los costados de mi cuerpo y me siento en la cama de Ahin, que está más cerca de la puerta y del escritorio.
—Aún tengo más de una hora. Yo... Taeha, perdón por lo de esta mañana. No quería ser grosero contigo. —Me mira por unos segundos, volviendo la vista al celular, a la vez que carraspea su garganta—. Taeha, en serio desearía pasar más tiempo contigo.
—...
—¿Podrías dejar el teléfono un momento y prestarme atención? —Lo piensa por un tiempo antes de quitarse los audífonos y enrollarlos en el aparato, con una lentitud que me provoca tirarle uno de los zapatos que cuelga atrás de la puerta. Finalmente, se gira de mala gana y se esfuerza por escucharme—. Sé que es difícil, también lo es para mí. No tengo que recordarte la razón por la que no dispongo de mucho tiempo. Créeme cuando te digo que lo que más deseo es terminar de pagar la deuda y dedicarme a ti, a mamá y a Ahin. Ella también está esforzándose mucho.
Taeha hace muecas extrañas, tal vez luchando con la lengua para no soltar alguna barbaridad. Seguidamente, intuyo que está avergonzada cuando relaja los hombros y desvía la mirada al suelo, con un sutil color rojizo en sus carnosas mejillas.
—Es que te extraño. Antes solías jugar conmigo, entiendo que cuando era más niña, pero he crecido y... —La voz se le pierde poquito y no dudo en abrazarla, poniendo mi barbilla sobre su cabello—. Esto es tan vergonzoso.
Me rio un poco por su comentario y la estrujo más hacia mi pecho, queriendo que me sienta y recuerde que sigo aquí.
—No te avergüences. Soy tu hermano, que eso nunca se te olvide. Además, ¿cuántas veces te he dicho que te amo más que a mi propia vida?
—Muchas, incontables veces.
—Aún faltan dos años para terminar de pagar esa deuda, parece mucho tiempo, pero confío en que el tiempo se irá rápido. —Me pongo en cuclillas, acunando su rostro en mis manos. Sus ojos color chocolate brillan y una sonrisa compensa su tristeza—. Cuando eso pase, te prometo que pasaré más tiempo contigo. Es más, terminarás rogándome para que te deje en paz porque no me despegaré de ti.
—Tampoco quiero eso —dice, burlándose. Empujo más mis manos, haciendo que sus mejillas sobresalgan y su boca quede como la de un pez—. ¡Ya, suéltame!
—Te amo —le recuerdo una vez más, dejándole un beso en la frente antes de alejarme—. Ahora, ¿quieres pollo o pizza?
—Pero llegas muy tarde.
—Llego a las diez y media —replico—. Es el tiempo perfecto para comer chucherías.
Taeha rueda los ojos y vuelve a tomar el celular, desenrollando el cable de los audífonos.
—Bueno, que sea pollo entonces.
—No cambias —expreso, cerrando la puerta.
Camino de vuelta a mi habitación y tomo una toalla y ropa interior para darme una ducha. Es mi rutina diaria, excepto por los domingos, cuando puedo descansar. Antes de cruzar la puerta del baño, escucho la voz de mi hermana Ahin, quien también mantiene su rutina: tres horas en la mañana programadas en la universidad, trabajo de medio tiempo hasta las cuatro de la tarde, y luego dos horas más de estudio desde las seis hasta las ocho de la noche.
Al salir de la ducha y vestirme, tomo una siesta, levantándome una hora después. Todo es tan meticulosamente planeado que me altera a veces.
Afuera, mi madre está esperándome con la comida sobre la barra y Ahin está sentada en un sillón. Nos saludamos con una mirada, sin decir ni demostrar nada más.
—¿Dormiste bien? —Asiento, llevándome un poco de arroz a la boca, seguido de un pedazo de carne—. ¿Vas a ir a pagar hoy?
Frunzo el ceño y mastico con rapidez. Antes de tragar miro a mi hermana, quien también está observándome.
—¿Pasó algo? —le pregunto a mi madre, pero ella solo mira sobre mi cabeza, tal vez volviéndose cómplice de mi hermana. Me llevo el vaso de jugo de mora a la boca y me embullo todo el líquido de un solo sorbo. Mi madre me dice que me servirá más y se apresura a llenar el vaso. Está nerviosa. Me giro hacia Ahin, quien se da la vuelta de un salto. —De acuerdo, ¿qué pasa? —pregunto, mirando a mi madre de nuevo, esta vez quitándole diversión al asunto.
—Nada —responde mamá, llevándose la jarra de jugo a la nevera. Mi vaso está lleno de nuevo.
No convencido de eso, me levanto y me encaro con Ahin.
—Dímelo —exijo.
—Nada, no pasa nada.
Se esfuerza por ver el televisor y no apartar la vista, aun cuando me mira de reojo. No retrocedo, me quedo como una piedra a su lado. Ahin se mordisquea el labio inferior y pone los ojos en blanco mientras voltea a mirarme.
—Tuve que pedir más dinero, ¿de acuerdo?
Una ola de calor me estremece la espina dorsal y siento que se me nubla el juicio.
—¿Qué hiciste qué?
—Qué...
—¿Por qué hiciste eso? —le reclamo—. Te he dicho millones de veces que no vayas a pedir dinero.
—¡¿Y qué querías que hiciera?! ¡Lo necesitaba! —ruge, levantándose del sillón—. Porque tú no tienes dinero, ¿o me equivoco?
Siento la tensión de mi vena en el cuello, ahora porque me ha dejado sin palabras.
—¿No dijiste que tenías todo en orden? ¿Cómo es que ahora estás tan necesitada de dinero?
Ahin no dice nada y mira a nuestra madre, esperando que la ayude, pero ella se cruza de brazos y baja la cabeza. Entonces, exhala con fuerza y se dirige a mí.
—Perdí dos materias y debo pagarlas. —Me apeñusco los brazos, intentando contener mi ira—. También porque mis compañeros harán un viaje y... no quería perdérmelo.
Tenso la mandíbula y la miro sin siquiera parpadear, haciendo que se avergüence. ¡Qué día! Camino hacia el baño y me lavo los dientes mientras escucho murmullos en la sala, luego entro a mi habitación, tomo un sobre con el dinero que debo entregar y vuelvo a salir, esta vez hacia afuera del apartamento. Mi madre se adelanta, preocupada.
—Espera, ¿no vas a terminar de comer?
Me giro sobre mi propio eje y sostengo la manija de la puerta.
—Ya no tengo hambre, nos vemos más tarde —anuncio, cerrando con fuerza.
La molestia, el estrés más que todo es lo que me quita el apetito. Diría que, si no fuera por mi madre que siempre intenta embutirme la comida como sea, terminaría siendo más hueso que carne.
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