Las aventuras de Jack el ratón
Para quien no lo conociese, aquel lugar podría resultar bastante tenebroso. Estaba oscuro, y el aire cargado de polvo hacía que mis bigotes se crispasen en señal de rechazo, pero con algo de tiempo viviendo allí, ya eso me parecía natural. Mientras caminaba la madera crujía con fuerza. ¿Qué tanto podría pesar un ratón para que el suelo hiciese tal ruido? Ese era una de las cosas que más me perturbaba de esta posada. Por otra parte, las camas eran incómodas, hacían que al levantarme me doliesen todos los huesos.
Y pensar que unos meses atrás había estado en el palacio, durmiendo en una confortable habitación. Aunque me decía que no debía extrañarlo, no podía evitar recordar de vez en cuando. A Gus también le ocurría lo mismo cuando se imaginaba toda la comida que habría en la cocina, tan fácil de robar por las noches. ¡Oh, Gus, había rebajado mucho desde nuestra salida del castillo! El pobrecillo casi cabía por el orificio de la puerta por el que debíamos pasar para llegar a nuestro hogar. Es que la comida del basurero era aborrecible. O quizá, como decían la mayoría de los inquilinos, éramos demasiado refinados. ¿Cómo no serlo al estar acostumbrados a vivir llenos de lujos y comodidades?
Seguramente debéis creer que es irónico ver a un ratón quejándose de su desgraciada existencia; pero es que no sabéis la historia. ¡Y claro que os la contaré, no tenéis que pedirlo! De igual manera, si no queríais escucharla, iba a contárosla. Me encantan las historias, en especial cuando se tratan de mí. El problema es que por todos estos años he estado condenado a un mísero papel secundario en un relato que gira en torno a una rubia falta de inteligencia con pies pequeños. Una atrocidad, ¿no os parece? ¡Yo, el ratón más valiente, grácil y guapo de todo el reino merezco algún reconocimiento! Pero en fin, no debemos desviarnos a mi interminable lista de cualidades sino concentrarnos en los hechos.
Erase una vez...
Un momento. ¿No pensáis que está algo trillada esta frase? Todos los relatos de príncipes y princesas comienzan de esta manera. Y yo, el gran Jack, debería haceros gala de mis excepcionales dotes de originalidad. Entonces está decidido: así no empezará mi cuento. Es más, daré inicio con el final de una historia: la Gran Boda Real. Ahí, después del "felices por siempre", es que tienen lugar los acontecimientos. ¿Sorprendente, verdad? Deberíais saberlo, aun después de un punto y final siempre habrá algo más allá.
¡Oh, de nuevo me estoy desviando de mi relato! Perdonad a su servidor, que se pone filosófico mientras da vueltas en su incómoda cama. Ahora sí, he de comenzar.
Cuando Cenicienta calzó aquella zapatilla, luego de los admirables esfuerzos por nuestra parte para que asistiese al baile, todos saltamos de alegría al pensar en las riquezas que nos esperaban. Por supuesto, nos mudamos al castillo después del "sí, acepto" e hicimos de él nuestro hogar. He de admitirlo, acostumbrarse a la residencia no fue un problema; aunque algunos ratones de la comunidad tardaron en aceptarnos.
Nuestro nuevo hogar tenía todo lo que un ratón pudiese desear. Por las mañanas explorábamos los grandes jardines del palacio, cuidándonos de no ir a los aposentos del gato; en la tarde entrábamos al castillo a divertirnos viendo a los humanos pasear con prisa; y al caer la noche, luego de que todos se fuesen a dormir, hacíamos una visita a la cocina. Ese era el momento del día preferido de Gus y he de admitir que también el mío.
Podría decirse que esos tiempos eran perfectos, disfrutábamos de todas las comodidades y manjares imaginables. Por ello, el día del desalojo fue de lo más inesperado. Aún recuerdo ese desagradable momento cuando los hombres entraron al castillo acompañados de sus deplorables mascotas: los gatos. ¡Gatos por todas partes! Gus y yo escapamos por poco de aquella masacre. Y, desde ese momento, entendimos que el castillo no era un lugar seguro para vivir.
La pregunta era, ¿por qué nos habían despojado así de nuestra residencia? La respuesta, por supuesto, no la sabíamos; sólo teníamos la certeza de que Cenicienta no estaba enterada de ello. Pensábamos en eso y nos sentíamos mejor, estando seguros de que haría algo para devolvernos nuestro hogar. ¡Oh, qué tiempos aquellos en los que confiábamos ciegamente en ella! Ahora lo recordamos y nos parece estúpido.
Decidimos regresar unas semanas después y fue un gran error hacerlo. Habíamos estado esperando que Cenicienta nos recibiese con los brazos abiertos, esbozando una sonrisa por habernos encontrado; pero no fue así. En el momento en que nos miró, supe que algo andaba mal. En sus ojos no había ningún brillo de emoción al vernos, sino más bien repulsión hacia nuestra presencia. Gus no lo notó y fue corriendo hacia ella con alegría mientras yo me quedaba inmóvil, esperando su reacción.
Y entonces, hizo aquello que nunca me imaginé que fuese capaz: gritó y salió corriendo para llamar a la servidumbre. La seguí y escuché lo que gritaba. «¿Nunca en este lugar podéis hacer algo bien? No habéis acabado con los ratones de la casa. ¡Hablaré con el príncipe para que se deshaga de todos vosotros!» Las criadas asintieron con aprehensión y afirmaron que saldrían corriendo a encargarse del asunto. Cenicienta suspiró con desdén y se alejó.
Corrí de prisa hacia dónde se encontraba Gus, aún congelado por la impresión, e hice que abandonásemos el palacio. Cuando le conté lo que había visto, el pobre tardó en salir del trance en el que se encontraba, sin comprender qué la había impulsado cometer tal atrocidad. Nosotros, que habíamos sido sus fieles compañeros, ahora éramos unos desconocidos para ella.
La princesa inocente y dulce que habíamos conocido por toda nuestra vida era en realidad una mujer dura, fría y manipuladora. Sus metas, un matrimonio con un noble y una gran riqueza de la cual poder jactarse, habían sido cumplidas y por ello ya no le éramos útiles, así que se había deshecho de nosotros. ¡Cuánta tristeza acarrearon esas lamentables verdades de las que ahora éramos conscientes! Pasaba todo el día sumido en mis pensamientos, sin hablar, tratando de encontrar otra explicación para lo que había oído esa tarde en el castillo; pero en el fondo, sabía que no había ninguna forma de que ella fuese inocente.
Era así y siempre había sido así. Justo en el instante en el que me admití a mí mismo aquello, comencé a odiarla y no hubo vuelta atrás para el irreparable daño que nos había hecho a Gus y a mí.
Continuamos con nuestra vida; pero luego de aquel trágico episodio, nada volvió a ser lo mismo. Gus se escabullía en la noche a las tabernas del pueblo y buscaba en el alcohol la solución para olvidar. Y yo, bueno, ya no era yo; aquella traición me convirtió en un ratón receloso que no estaba dispuesto a confiar en nadie.
Estoy seguro de que muchos otros habrán caído en la trampa de la amable doncella que un día fue Cenicienta y por eso he de advertirles a vosotros el peligro que tendréis al confiar en una persona sin límites:
Los humanos son crueles, he tardado mucho en entenderlo y por ello os aconsejo, para que no corráis con la misma suerte. En este momento, que me encuentro acostado en la incómoda cama de una posada de mala muerte, os digo que en la vida no siempre hay un" Felices por siempre". Ese privilegio sólo está destinado para unos pocos afortunados que muchas veces no se hacen merecedores de él. ¿Por qué creéis que las historias de las princesas nunca os relatan qué ocurrió luego? Es bastante obvio, después de ese final hay un nuevo comienzo, en el que el poder y la riqueza desenmascaran la verdadera naturaleza del alma.
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