🥀;; Una vida a tu lado.

Anhelaba profundamente ser amado por él. Quería que todos sus días fueran con él.

No pedía más al cielo, solo rogaba estar con él para toda la vida.

Caminaba por la lluvia que mojaba cada parte de su ser, sintiéndose vacío y solitario.

Hasta que recordaba a Norman.
A sus ojos azules, a su sonrisa, a sus roces, a su forma de ser, a su pelo sedoso…

Norman era un sol.

Miró al cielo; tapado de nubes grises. Siguió caminando porque, ¿qué había que hacer si uno no era capaz de entregar su amor?

Intentó de todo.

Quiso llamar su atención pero, ¿cómo lo haría si ni él podía amarse a sí mismo?

También quiso conquistarlo, pero se recordó que no tenía nada. Era como un lienzo en blanco; sin color y sin vida.

Por último intentó confesarse, porque sabía que era la única forma de terminar con todo.

Pero también recordó, que él expresando sus sentimientos no era tan bueno y las palabras se quedaron en su garganta. Que tenía miedo de ser rechazado, que tenía miedo de ser destruido.

Terminó de intentar porque no lo soportaba más.
Llorar en silencio era doloroso. No poder gritar, no poder ser… Era peor que un cuchillo atravesando su pecho.

Norman era algo que no se podía alcanzar.

Y Ray se arrodilló ante la vida, ante los dioses, ante el cielo…

Pero su deseo no se podía cumplir, él no merecía tener a Norman.

Lo amaba, lo deseaba, lo necesitaba…

—Ray, ya te he dicho que vas a agarrar un resfriado si sigues caminando abajo de la lluvia —Emma había aparecido por detrás con un paraguas, sacándolo de su mundo.

—Si…

—Creí que ibas a ver a Norman.

—Lo hice.

—¿Y qué le dijiste? —la de ojos verdes preguntaba con insistencia, caminando a la par de él con el paraguas cubriéndolos a ambos.

—... Nada.

—¡Pero Ray…!

—No pude, Emma.

El azabache estalló en lágrimas en el medio de la vereda, la de cabellos naranjas paró y sostuvo a su amigo a forma de consuelo.

—Mi casa está cerca, vayamos.

Cuando los dos jóvenes llegaron, Ray continuaba llorando. Sus ojos eran cataratas que no se quedaban sin agua nunca. Se tiró en el sillón y se acurrucó en el mismo, temblando mientras jadeaba y ahogaba leves gritos agudos y quebrados.

—Cálmate, Ray. Espera aquí, iré por una toalla y una manta. Quédate ahí.

El de ojos oscuros no se movió, seguía pensando en la oportunidad que echó a perder.

—¡Arruiné todo! ¡Lo arruiné! ¡No puedo hacer nada bien, no puedo! —se paró de golpe, tirando de los mechones de su cabello con desesperación. A los segundos empezó a morderse los dedos con brusquedad, queriendo calmar todo lo que estaba sintiendo.

—Esperá… ¡Ray! —Emma forzó al contrario a dejar de morderse—. Por favor Ray, tranquilizate, respirá y soltá… —la joven lo sentó y empezó a secarle un poco el pelo, dándole mientras tanto algunas caricias en la espalda.

—Yo lo amo… lo amo mucho, Emma…

—Lo sé. Sé que lo amas, pero debes atreverte y decirle.

—Norman no muestra ninguna señal de que esté interesado en mí.

—¿Y qué? Puede que lo esté disimulando —puntualizó la chica.

—Si me amara, ya te lo habría contado a ti para que lo ayudes.

—Ray, quizás no quiere pedirme ayuda y lo quiere hacer por su cuenta.

—Conozco a Norman, acudiría a ti sin dudas.

—Solo tienes que decírselo, no hay otra opción —Emma suspiró, calmada—. Entiendo que tengas miedo al rechazo, pero no puedes seguir así, Ray. Te estás desesperado, te estás haciendo daño a ti mismo por no decirle.

—Emma… —el azabache retuvo unas cuantas lágrimas en sus ojos, pero a los pocos segundos las dejó salir.

El timbre resonó por toda la casa, la joven fue hasta la puerta y abrió.

—Escucha, Norman. Yo te llamé, sí, pero Ray no puede saber eso. No sé, di que querías saludarme o que me olvidé algo. Cualquier cosa creible.

—Está bien, Emma. Pero aún no me has contado la razón por la que Ray no deja de llorar.

—Solo haz lo que te digo, ¿si? —susurró Emma—. Entra, ve a la sala.

Ray sentía que se estaba por desmayar.

Su anhelado amor estaba ahí. Estaba frente a él.

Pero él estaba destrozado, su imagen de persona estaba hecha pedazos. Sus ojos rojos y con ojeras, ojeras que siempre portaba.

Volvió a despreciarse a sí mismo.

—Vine porque Emma quería verme desde hace días, y yo la quería ver a ella. Pero menos mal que estás aquí, también quería  verte Ray —sonrió Norman.

—Si… —rápidamente se refregó los ojos y disimuló un semblante calmado.

Y si… ¿Y si Norman amaba a Emma?

Nunca lo había pensado hasta ese momento.

Recordaba como Norman le había dicho, cuando tenían 11 años, que Emma era especial para él. Tanto, que al día siguiente en la escuela le regaló flores.

Ray sabía que estaba pensando idioteces, pero no podía evitarlo.

Ahora estaba sentado al frente de Norman, y a la derecha Emma. Estaban juntos, cerca, muy cerca, hablando.

¿Y si él era un juego para Emma?

Si lo aconsejaba solo para hacer el ridículo, Emma podría quedarse con Norman.
Sacudió su cabeza, no podía pensar esas cosas de su mejor amiga.

—Tengo algo importante que decirles, a los dos —tomó aire el de ojos azules—. Estoy comprometido.

—¿¡QUÉ!? ¡No puede ser cierto! ¿Comprometido? ¿Cómo? ¿Cuándo? —estalló la de ojos verdes, sorprendida.

—Tranquila, Emma. Sé que es muy repentino pero…

—Felicidades —soltó Ray amargamente, tragándose las lágrimas y sintiendo como dejaba de respirar—. Me voy, Emma, Norman. Tengo cosas que hacer.

Y sin más salió de la casa.

Quizás debió quedarse.

Pero su alma ya estaba muerta.

¿Por qué seguir escuchando lo que lo mataba más de mil veces?

Alguna vez soñé con estar contigo. Una familia, nosotros dos, la vida que quizás merecíamos.
Pero son incontables las veces que traté de decirte las cosas.
Llegué a creer que Emma me estaba usando por culpa de mi egoísmo.

Porque es lo único que soy; egoísta.

Te quería para mí, te necesitaba…

Ya no quiero vivir más así, Norman. Me cansé de estar soportando, de ser un idiota egoísta y de depender del destino.

Realmente te amo, Norman. Te amo tanto que soy capaz de renunciar a ti para que seas feliz.

Yo estaré mejor en otro lado, así que no te preocupes.
Sé feliz.

Ray.

Emma llevaba más de 1 hora tocando la puerta de la casa de Ray.

—¿¡RAY ESTÁS AHÍ!? —rendida, llamó al teléfono de el azabache varias veces, pero tampoco respondía. Cómo última cosa, llamó a Norman.

—¿Emma?

—Necesito que traigas un cerrajero o no sé, rompamos la ventana. Ray no contesta, ni siquiera las llamadas.

—Voy en camino.

Luego de media hora, el albino se encontró con la pelinaranja.

—Norman, ya no sé qué más hacer. Estoy segura de que algo le pasó, lo sé.

—¿Por qué?

—... —guardó silencio unos segundos, y luego volvió a hablar—. Por lo de tu compromiso.

No hubo otra alternativa que romper el ventanal que daba al living.

La casa se encontraba en penumbras y muy fría. Revisaron cada habitación, cada rincón, pero no encontraron a su amiga.
Emma, desesperada, comenzó a plantearse dónde podría estar el azabache.

Norman miraba el suelo, pasando la mano por su nuca. Miró de reojo el baño que había en la habitación de Ray, la puerta estaba semiabierta.

Sin decir absolutamente nada, sin vacilar, tomó el picaporte y abrió completamente la puerta.

La bañera estaba llena de agua.

Con un color rojo brilloso.

Y Ray estaba dentro.

Estaba ahí, con las venas cortadas y con una incisión en su pecho.

Su piel era blanca, sus labios ya no tenían color.

Sus ojos cerrados, pero agotados, con lágrimas dispersas que todavía se notaban. Sus ojeras, que ahora se notaban mucho más que antes.

Norman quedó estupefacto, ¿realmente era él el causante de su muerte?

Nunca lo dijo, porque tenía miedo de que Ray se alejara.

Pero si le hubiera confesado su amor, ¿habría cambiado el destino que hoy estaba frente a él?

Que no estuviera comprometido con alguien que no ama, que no estuviera viendo como Ray se fue de su lado.

¿Podía siquiera la vida perdonarlo?

—Ray, amor, buenos días.

Abría sus ojos lentamente, y se encontró con el angelical rostro de Norman.

—¿Eh…?

—Esta vez preparé yo el desayuno, baja ya.

Salió el albino de la habitación.

Ray estaba confundido, sin embargo, creía que comenzaba a entender la situación.

Al bajar las escaleras, se sentó a la mesa enfrente de Norman.

—Hoy trataré de venir temprano de la empresa, así cenamos juntos, ¿te parece?

El azabache lo miró ilusionado y triste, algunas lágrimas se desprendían de sus ojos.

No era Norman, y esa no era su vida.

—Te amo.

Sin embargo, era la vida que siempre había querido.

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