Capítulo 9. El austro
Dos días después del percance de Contacto
En Sudamérica
En cuanto Calia estuvo más o menos estable, Gabriel había ido al sur. Cambió los trajes negros por vestimenta fresca y cómoda, pero empacó un traje especial que no había usado en un tiempo. Durante los primeros días de su estancia se enteró de la difícil situación que prevalecía en torno al predio quemado. Con ayuda de los Tanakas y tras haber hablado con los líderes de las ONG que fueron retiradas, supo que detrás de quienes lanzaron las amenazas había algo más.
La pequeña comunidad de migrantes estuvo en una ubicación estratégica de paso entre la favela y la selvática montaña. El crimen organizado estaba detrás del incendio. Muchos de los ex residentes lo sabían, pero nadie hablaba por miedo.
El Lector no era tan ingenuo como para no sospechar que había gente en el gobierno que protegía a los criminales. Era algo que ocurría en el mundo entero. Los intereses de las facciones siempre están en función del dinero involucrado.
Le tomó a Gabriel varios días usar sus encantos para vincularse con los sobrevivientes que aún permanecían en la cancha y que quizá lo harían por meses, hasta ser reubicados en algún sitio menos inconveniente para los causantes de la tragedia. Ahí la OINDAH tendría alguna potestad.
Los líderes de la comunidad iban a negociar la "donación" de otro predio con servicios con el alcalde, gracias a la información que el Alfa con su equipo pusieron en sus manos, y con el apoyo de las ONG asociadas conseguirían recursos internacionales para construir viviendas para las cien y pico familias.
Les tomaría meses de negociaciones, pero se haría eventualmente. La clave de todo, era la evidencia incriminatoria que los Tanakas habían obtenido sobre el alcalde; no estaba relacionada con el caso, pero que sería fundamental para ponerlo todo en marcha. Los chicos encontraron la información, pero Gabriel les dijo dónde y cómo buscar tras hacer un análisis de todo lo que pudo conocer sobre lo ocurrido y sobre las autoridades de la ciudad.
Habiendo ganado la confianza de los líderes del grupo refugiado, fue por su intervención que mucha gente se volcó a buscar a Yustise. La propia comunidad le haría llegar el mensaje que Gabriel le quería transmitir. Ella permanecía alejada de todos, pero sabían dónde encontrarla.
El Alfa usaba el traje negro al caer el sol, permanecía en una de esas grises y modestas construcciones cercana a la cancha donde se alojaba la comunidad. Ese sitio no era muy distinto del que usaba habitualmente para pensar en la ciudad sede.
Una noche su estrategia dio frutos. Descubrió a la joven mujer de oscura piel observándolo a través de la ventana. Sintió como si una pantera lo acechara. Eventualmente, ella dio el primer paso. Todo lo que necesitó Gabriel fue que su propia gente le dijera a la joven lo que no quiso escuchar de Contacto. Las cosas no habían salido como Elec lo hubiera deseado, pero todo serviría.
Siguió con la labor donde Contacto se quedó y justo así fue que convenció a Yustise de volver a la OINDAH con él.
Tres meses después
En la OINDAH
-Comadre, ¿cómo vas con la chica nueva? -preguntó Kleis al encontrarse con el Lector en el pasillo. Solían llamarse de esa forma de manera afectuosa.
Gabriel negó con la cabeza.
-Fue capaz de vencer a nuestra Contacto a mano limpia en el sur, pero ahora no muestra lo que puede hacer. Ya intentamos de todo.
-¿Qué harás con ella?
-Necesito motivarla de alguna manera, pero no es fácil. Es dura.
-¿Y Contacto?
-Ya le expliqué a Yustise que se retiró y se fue lejos después de lo ocurrido, pero insiste en hablar de ella.
-¿Por qué no la mandas a buscarla? Quizá puedas matar dos pájaros de un tiro -afirmó Kleis.
-Lo he pensado, pero dudo que Calia lo vea con buenos ojos. La enviará de regreso y nos quedaremos con las manos vacías.
-¿Y si no fueras tú quien la mande? -preguntó la mujer de los collares de colores.
-También lo pensé, pero podría ser peor el remedio que el mal -aseveró el Lector.
-Hay una sola forma de saberlo, ¿no crees?
-Bien. Le sugeriré a Yustise que él puede saber dónde está Contacto.
-¿Crees que vaya a buscarlo?
-Yo mismo la llevaré ante su puerta, comadre -respondió el Lector.
Tres meses después del percance
En la empresa
Una joven entró en el moderno despacho de la dirección general de la empresa de Di Maggio con paso lento y fuerte, como una gacela que se adentra en la maleza esperando ser atacada. En las últimas semanas había conocido sitios como ese por primera vez en su vida. Antes los había visto en las revistas que la gente tiraba a la basura y que ella había solido recolectar.
Se detuvo frente al escritorio mientras el director de la empresa la veía en silencio. La piel de la mujer era del color del chocolate amargo, y a pesar de estar vestida con el uniforme que los Alfa finalmente adoptaron para su personal operativo, algo en ella no encajaba. La observó con frialdad y recelo.
-Míster Di Maggio -dijo ella. Su voz era profunda como sus negros ojos. Su tono era el de una súplica.
-Mucho gusto, señorita Yustise -replicó él muy serio.
-¿Onde está Contacto? -preguntó con un marcado acento extranjero.
-No lo sé. Dígale al Lector que esperaba que él lo supiera -replicó con su tono cavernoso.
-Por favor -clamó ella.
-A mi no me dirá dónde está. Si ella no quiere que yo la encuentre, no hay nada que pueda hacer.
-Eu cometí um error.
Él observó su rizada cabellera en silencio, con sus ojos fríos.
-Sí. La fastidió, señorita Yustise-. afirmó él. "Aunque yo también cometí un error bastante estúpido", pensó.
A la dura mujer se le llenaron los ojos de lágrimas. Di Maggio no estaba de humor para soportar dramas, sobre todo porque ella le recordaba cosas con las que tenía que seguir lidiando.
-Debo atender otros asuntos. Si me disculpa...
Ella dio media vuelta para irse.
-Bienvenida al club -dijo él con sorna a sus espaldas.
La alta y fuerte mujer se dio vuelta y lo observó.
-Quão?
-Usted no ha sido la única que le ha hecho daño. Parece que no podremos olvidarlo -replicó Di Maggio.
La mujer no pudo evitar que una lágrima cayera por su mejilla antes de irse. Ahora que su vida había cambiado, podía ver lo que Contacto quería para ella y estaba muy apenada por lo ocurrido.
Giorgio comprendió por qué Contacto había estado tan interesada en Yustise. Su físico la hacía parecer peligrosa, pero al mismo tiempo podía notar la vulnerabilidad en su mirada. Sin duda se sintió identificada con ella. Sin embargo, seguro esa joven le recordó a Calia que no importa cuánto trates de procurar a un necesitado, éste siempre podría darte una mordida.
"Bienvenida al club", pensó él a sabiendas de que él era el idiota fundador y presidente vitalicio.
Minutos después, sin haberse resignado, Giorgio marcó un número.
-Lector, acaba de venir esa mujer que me enviaste. No entiendo a qué estás jugando -dijo con su profunda voz.
-Giorgio. ¿Qué te dijo?
-Me preguntó que si sabía dónde está Contacto. ¿Por qué no se lo dijiste tú?
-¿Crees que si nosotros la enviáramos a buscarla volvería? -preguntó Elec, refiriéndose a los Alfa.
Di Maggio comprendió. Recordó lo que le dijo Versus cuando pactó con ella la entrega del suero.
-La necesito de vuelta. Es importante. Manda a la chica por ella. Que le llore como me lloró a mi. ¿Dónde debe buscarla?
-¿De verdad no tienes idea dónde está?
-Para eso estás tú, Lector.
-Está donde la encontramos.
Di Maggio negó con el teléfono en la oreja sintiéndose aún más estúpido. No pensó que ella regresara al mismo lugar si no quería que la encontraran. Huía de él, pero había vuelto donde sabía que podían localizarla. Su corazón albergó un poco de esperanza.
-Manda a la chica al Polo, entonces -gruñó.
Elec se quedó en silencio un momento.
-¿Estás seguro?
-No leas mi mente, Gabriel. Hazlo.
-Sabes que no lo haría si hubiera ido a otro lado, ¿cierto?
-Lo harías de todas maneras. Tienes la consciencia sucia, igual que yo -dijo Di Maggio refiriéndose al pasado, ya que estaba seguro de que Versus no le había dicho nada sobre el virus.
-Al menos yo trato de estar de su lado -afirmó el Lector.
-Seguro -repuso Giorgio y colgó.
"Brillante", se decía Di Maggio. Lo había hecho otra vez. Trataba de poner en orden sus ideas, pero eran sus emociones las que no lo dejaban en paz. Recordó.
Un par de días después de la osteotomía, Calia se sujetaba de él, bajando la pierna derecha de la cama, mientras deslizaba despacio hacia la orilla la izquierda inmovilizada. Le pasó a Di Maggio un brazo por atrás del cuello y él le rodeó la cintura. Se quedaron muy quietos viéndose a los ojos cuando se dieron cuenta de que estaban demasiado cerca. Ambos desviaron la mirada.
-¿Hacia dónde vamos? -le preguntó él. Era la segunda vez en más de dos semanas que Calia se levantaba de la cama. La primera había sido esa mañana, pero la técnica de la asistente para hacerla sentarse en la silla de ruedas había sido mejor.
-A donde usted ose llevarme, señor -respondió ella.
Más tarde, tras una visita con la enfermera a los servicios, el cambio de la blanca bata de hospital por negra vestimenta deportiva y después de una abundante comida en la cafetería ubicada en la planta baja, recorrieron los pasillos más vacíos del edificio.
A pesar de estar acondicionado para ello, aquel no era un sitio en el que soliera haber pacientes, se dedicaban casi por completo a la investigación. Calia dijo que le incomodaban las inevitables miradas de curiosidad de los extraños, así que terminaron en el lugar más desierto de todo el edificio: el techo. El sol comenzaría a caer pronto tras el horizonte dorado.
Giorgio se recargó en el medio muro, de espaldas a la vista. Desde aquel incidente en la cima de su casa, odiaba ver hacia abajo desde altos lugares. Notó que ella trataba de mirar el mar sobre el borde, sin conseguirlo. Desistió y lanzó un suspiro, viéndose la pierna sobre el soporte de la silla. Él imaginó la clase de ideas que ensombrecían su corazón.
-Cuando tuve el accidente, no podía mover la mano derecha. Tuve que aprender a usar la izquierda, aunque Mary... mi madre me ayudaba a hacerlo casi todo -rememoró Giorgio.
-Debió ser horrible -susurró Calia.
-Lo fue. No podía moverme, prácticamente mi rótula había explotado. Los médicos retiraron algunos pedazos y armaron lo que se pudo como si fuera un rompecabezas. Arreglaron los ligamentos rotos y el pulmón perforado por la costilla. Sé que las cosas no se ven bien ahora. Sé que no se sienten bien. El dolor es como una nube oscura. Pero va a pasar, Calia.
Permanecieron un instante en silencio. Él iba a decirle lo que le quemaba por dentro, pero ella tomó la palabra.
-Di Maggio, quiero... -comenzó a decir y él se puso de cuclillas junto a la silla para verla a los ojos. Su rodilla derecha tronó al hacerlo. Ella hizo un gesto dolido-. Quiero decirte que aún me siento muy mal por lo que pasó con tu papá. Lamento que él no haya estado contigo cuando lo necesitabas. No sé si alguna vez lograrás perdonarme.
-¿Perdonarte? -preguntó él frunciendo el ceño.
Ella asintió, triste.
-No tengo nada qué perdonarte. Tú me sostuviste por años, me trajiste de vuelta a la vida. Te lo dije, te lo debo todo. Nunca hubiera podido ver más allá de mi nariz de no ser por ti.
Le sonrió apenada.
-Hice las paces con el pasado, deberías hacerlas tú también -gruñó él.
-Tu padre estaría muy orgulloso de ti.
-Estoy seguro de que donde se encuentre, papá está muy orgulloso de los dos. Oh, lo olvidaba -dijo él, sacando algo del bolsillo del abrigo. Se paró detrás de ella y le puso en el cuello la cadena con la pequeña cruz que permaneció tanto tiempo en el cajón del escritorio de su vieja casa.
Ella se cubrió los ojos y lloró en silencio. Él le puso las dos manos sobre los hombros.
-Tú me enseñaste que no hay que perder la fe. No la pierdas -le dijo tan conmovido como ella, pero conteniéndose.
Y él no iba a perderla.
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