Capítulo 9. Consecuencias
Después de la entrega
C aún tenía pesadillas sobre lo que ocurrió el día que se lanzó desde el techo de la torre hexagonal de la OINDAH. Después de que se hizo la entrega al mundo tenía que desaparecer, junto con las ambiciones de los Alfa de ser como ella.
Por lo que vio en los monitores, Hipólito comprendió que Contacto se quitó el traje durante el salto antes de la explosión. Revisó los planos, vio la ubicación del depósito de agua y recordó cuando ella salió por ahí con un caballo apodado JC. El operador tuvo una corazonada: apagó las cámaras y fue hasta el depósito. La encontró en ese sitio desnuda, herida y conmocionada, tratando de vestirse con la ropa que sacó de la backpack que ocultó ahí tras la destrucción del laboratorio.
Cuando estaba metida en la cajuela de Adnil, con varias balas alojadas en su cuerpo, sentía que estaba a punto de desfallecer. Pero no fue así.
Contacto hubiera querido salir del auto de manera furtiva en el trayecto, pero no llegaría muy lejos en esas condiciones. La conductora se detuvo cuando estuvieron en la ciudad y abrió un poco la puerta del portaequipaje para preguntarle cuál era su plan. No tenía uno. Lo único que se le ocurrió decirle fue que la llevara a un lugar que sabía que estaba vacío: el departamento estudiantil de Di Maggio. Andrea vivió ahí hasta que contrajo nupcias con el doctor Juan José. El lugar permanecía intacto. Aún podía percibir rastros de ambos habitantes a pesar del correr de los años. Eso la reconfortó.
Algunas horas más tarde, C le pidió a Adnil que sacara de la mochila algunos materiales de curación, como un bisturí estéril desechable. Hizo que la joven la ayudara a sacarse las cuatro balas. Le dijo que era como si le quitara una astilla, pero la informática lo encontró mucho más complicado; estuvo a punto de vomitar varias veces. Los proyectiles se habían quedado clavados en las costillas de C, que tras el incidente en el desierto tenían casi el doble de densidad ósea, que de por sí era alta.
Durante varios días permaneció ahí. No se levantaba ni comía. Se arrastraba hacia el baño a veces y pasaba horas en posición fetal sobre la cama, en un estado de semiinconsciencia. Poco a poco sanaba, pero a veces sentía que podía flaquear. Como siempre, el problema no era su cuerpo, sino su alma.
Adnil no podía entrar y salir con frecuencia del edificio para que no la descubrieran. Tampoco debía faltar al trabajo, así que llegaba al departamento por las noches y le llevaba provisiones y materiales de curación. Si alguien encontraba a la ex Alfa, no tendría escapatoria. A veces, ella deseaba que lo hicieran; se sentía casi tan muerta como se suponía que estaba.
Una parte de ella se había perdido. Una muy importante. Pensaba cosas que nunca se atrevió a decirle a Adnil, que se sentaba junto a ella en total mutismo.
"Por favor dime cómo están, diles que estoy bien", deseaba exclamar Contacto, pero no podía hacerlo. La silenciosa presencia de Adnil fue una bendición para ella, como fue la suya para un cruel hombre al que pensó que no volvería a ver.
Al quinto día logró ponerse en pie. Estaba sola. Limpió todos los lugares en los que hubieran podido dejar huellas. Se cubrió la cabeza con la capucha de la sudadera y se fue sin despedirse, con la mochila en el hombro. Tomó un taxi hacia la central de autobuses. Abordó el viaje más largo que encontró a esa hora, pidió el último asiento. Se acurrucó y durmió las doce horas que duró el trayecto. Dejó atrás la ciudad y se dirigió hacia el sur.
Volvió a casa sin avisar. Era la primera vez en un lustro que sabían de ella. Permaneció ahí varios meses. Le contó a su familia lo que sucedió en su vida en los últimos años, pero no les dijo lo que el experimento del doctor Di Maggio había provocado en ella. Apenas un par de semanas antes de que Giorgio fuera a ver a sus padres, ella se había marchado otra vez.
Jamás podría tener una vida normal. No tenía documentos, ni identidad. Fue a la costa y se enroló en un barco pesquero en el que trabajó mano a mano con hombres que tenían el doble de su tamaño. La travesía la llevó hacia el norte. Tras cambiar durante meses de rutas y destinos, llegó al círculo polar. Laboró en varios pueblos pesqueros ubicados en medio de la nada. Se adentró en el territorio de Groenlandia y se estableció en una remota aldea con apenas un puñado de pobladores.
Aprendió el idioma e hizo buenos amigos. Las condiciones climáticas eran muy duras, pero para ella era como vivir en la campiña. La llamaban "C". Realizó algunas hazañas fuera de lo común por las que no esperaba ningún reconocimiento; la gente lo notó, aunque jamás le contó a nadie por qué podía hacer cosas como esas. Eris llegó tras ella algunos años después, siguiendo pistas que creyó borrar, pero todo el pueblo sabía que huyó de la OINDAH para salvaguardar su vida, por lo que la protegieron de la única forma en que podían: negando su existencia.
Había seguido en comunicación con los Tanakas por separado. Regresó a la ciudad sede cuando los Alfa la encontraron y cuando supo que algo andaba muy mal con la empresa que producía el suero.
C también supo por Hipólito que Harry la pasó muy mal, que dejó de colaborar con los Alfa y que había vuelto al CDA. Por ello, lo primero que hizo fue buscarlo. Cuando estaba parada afuera de su ventana, lo escuchó tocar, de forma terrible al principio. Algo en ella se partió. Tenía que decírselo, quería que él supiera que estaba ahí, que aún existía aunque no podía ser ni quien fue antes del suero, ni después.
No tenía lugar en el mundo. A pesar de los lazos que creó en el norte, algo le hacía falta. Siempre antepuso la necesidad del todos a la suya. Lo que tenía en su sistema era un riesgo inmenso, pero no podía más. No lograba aceptar que debió morir la noche de la entrega, aunque todo apuntaba a ello. Todo, excepto la gente a la que parecía que aún le importaba.
Sentada en la cornisa bajo la ventana, sacó la tarjeta que llevaba consigo y que tenía escrita la única cosa que podía decirle a Harry para solo él lograra comprender. No se quedó a escuchar su reacción después de lanzarla con precisión a sus pies. Más tarde fue a la vieja casa de Di Maggio a sabiendas de que ya no vivía ahí y recuperó el anillo. Debía hacer algo con él.
Ocurrió algo diferente cuando visitó el departamento de Andrea. Sabía por Adnil que ambos inquilinos estarían fuera por varias horas. Entró y le pidió a la mujer del cabello rosado que la buscara ahí. Comieron y se echaron un rato en el sillón a ver la televisión. Mientras tanto, C pensaba en cómo podría decírselo a su amiga sin provocarle un infarto. Había tenido meses para pensar en eso y ahora que iba a hacerlo, no sabía cómo.
Adnil se fue y C decidió esperar a Andrea, pero cambió de opinión. Escribió un mensaje en una de las tarjetas, la dejó donde sabía que la vería y se dirigió al exterior del edificio. Permaneció en la cornisa escuchando lo que ocurría en el interior del departamento. Anotó el número del celular que traía en el bolsillo y que Adnil consiguió para ella. Se arrepintió y lo apagó. Dejaría que respondiera la contestadora automática.
Escuchó a su amiga llegar. Imaginó que estaría extrañada por los empaques que estaban en el bote de basura, que eran pistas dejadas ex profeso. Se enteró de todo el exabrupto que le causó encontrar su mensaje. Escuchó cada una de sus palabras, parada a un par de metros de ella pero por fuera del edificio. Al final, cuando Andrea colgó, después de dejarle un tercer mensaje, la oyó llorar.
No se lo iba a decir a nadie, pero esa noche decidió que no correría más y presentía que de cualquier forma no podría hacerlo mucho más.
En casa de Di Maggio
18 días después de la entrega del premio
El hombre con ojos de lobo se había hecho muchas preguntas en el transcurso de los años. Siguió con su vida, pero aún buscaba espacios para su silenciosa contemplación; era su forma de recordar, de cuestionar, de mantener con él a la mujer sin nombre. El nombre "Contacto" lo hacía pensar en cómo una persona única contaba con un apelativo único, que nadie tuvo antes que ella y que quizá nadie más tendría después.
Rememoraba aquella ocasión tan lejana, en la que él trató de saltar del techo de la mansión y ella lo salvó. Lo hizo de nuevo cuando envió a Laura Esther caminando hacia él, dándole la posibilidad de hacer las paces consigo mismo, con el proyecto, con la memoria de su padre y con la vida, todo al mismo tiempo.
Y con Laura le dejó el mensaje de que todo estaba perdonado. Si era así, ¿por qué se había comunicado con Andrea, pero no se había dignado a darle la cara? Tal vez no lo perdonó de verdad. Si ella supiera todo lo que había ocurrido tras su partida...
Giorgio seguía sin poder conciliar el sueño desde que supo que sus sospechas eran ciertas. Su esposa seguía en el extranjero. Él se encontraba solo en su espacio personal, ya no tenía demasiado tiempo para estar ahí sentado, pero esa noche no deseaba estar en ninguna otra parte. Esperaba. Tocaron a la puerta del despacho. Era Andrea, que entró a su casa con las llaves que él le dio.
Los Di Maggio ya no tenían personal de planta para esas cuestiones. Mary vivía ahora en una comunidad privada para jubilados con las mayores comodidades. Giorgio deseaba que permaneciera en casa con él aunque ya no permitiría que actuara como una empleada. Mary se había negado, aduciendo a que la pareja necesitaba tener su espacio, aunque en realidad fue Laura Esther quien le sugirió que viviera en otro lado.
Giorgio visitaba a Mary y se cercioraba de que no le faltara nada, era la única madre que había tenido.
Andrea se sentó frente a Di Maggio. Su expresión feliz la delataba. Él la observó con seriedad, tratando de leer su mirada. La única iluminación del alto despacho esa noche procedía escasamente del resplandor de la ciudad.
-La viste.
Ella quería saltar de alegría, pero en vez de eso, asintió un poco, sonriendo.
Giorgio apretó los ojos un instante. Otro gran peso había caído de su conciencia.
-¿Está bien? -inquirió.
Andrea afirmó otra vez, en silencio.
El deseo de preguntar lo consumía; ella lo conocía demasiado bien.
-Está siendo precavida, eso es todo.
Él frunció el ceño y suspiró.
-Me voy -dijo la madre de los gemelos.
-¿Vendrá después? -la cuestionó Di Maggio cuando se alejaba de él.
-No -respondió ella desde la puerta.
Él giró la silla hacia la ventana, para que aquella no pudiera ver su enorme decepción.
-Ya está aquí -aseveró la vocera y se fue.
Di Maggio se volvió hacia el escritorio de forma brusca y se puso de pie, deteniéndose del mueble con ambas manos. A la mitad del salón distinguió la silueta de una mujer vestida de negro.
Cuatro semanas antes
-Lector.
-Al fin te comunicas, Eris.
-La encontré.
Gabriel se quedó un segundo en silencio.
-¿La viste?
-Sí.
-¿Hablaste con ella?
-No. Creo que va de vuelta.
-Sin duda se enteró del atentado.
-Sí.
-¿Cumpliste con la otra misión?
-No como esperaba.
-Lamento escucharlo.
-No importa. La OINDAH gana de todas formas.
-Te necesito aquí para lo que sigue -respondió el Lector.
-Estaré ahí en unas horas. ¿Cómo sabrás si ella...?
-Lo hará. Mi informante me avisará. Estamos listos.
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