Capítulo 8. Lo que se hizo una vez...

En el lugar de la cita

Andrea se dio la vuelta muy despacio. Frente a sus ojos estaban los de su amiga, observándola. Parecía que estaba conteniendo sus emociones, apenas esbozaba una ligera sonrisa. Su cara no había cambiado un ápice.

La bioquímica temblaba, se cubrió la boca con la mano. La antes llamada Contacto estaba vestida con holgada ropa deportiva de color negro, muy similar a la que traía Adnil. Tenía el cabello atado en la nuca, como siempre. Se tomaron de los antebrazos.

-¿Estás bien? -preguntó la mujer de negro.

—Tonta, ¿dónde rayos estuviste? —pudo responder apenas la vocera, que contenía sus emociones.

-Tú eres más tonta, te necesitaba tanto -susurró ella, mientras un par de lágrimas caían sobre sus pómulos. Ambas se abrazaron.

-Debemos dejar de hacer esto alguna vez -dijo Andrea, llorando como su amiga.

-No sé de qué te quejas, siempre lloramos hasta de que pasa la mosca.

Comenzaron a reír. Se separaron un poco pero aún estaban tomadas de los brazos.

-¿No tienes idea de dónde estamos, verdad? -preguntó C. La vocera se encogió de hombros.

-Este es el edificio en el que nos encontramos cuando recuperaste la placa, hace trece años -aseveró.

-¡Vaya, no lo recordaba! -respondió Andrea. La observó muy de cerca.

-Es increíble, no has cambiado nada. ¡Jamás imaginé que harías lo mismo que yo! -exclamó dándole un amistoso manotazo sobre el bíceps izquierdo. Era muy macisa.

-¿Estás feliz ahora?  -le preguntó Hipólito a Adnil.

-Eso es lo que hacen los amigos de verdad, no como tú que... -dijo la mujer del cabello rosa.

-¡Adnil! -gritó él.

-¡Chicos basta, ya, por favor! -clamó C-. Disculpa a mis amigos, hace tiempo que no trabajan juntos. Les debo la vida. Sé que se preocupan y se los agradezco, pero deben comprender que tengo asuntos pendientes. Existen riesgos, pero haré lo que debo de todas formas. También se ponen en peligro al ayudarme, debemos tener cuidado. Y como estamos más calmados, ya debemos irnos de aquí -comentó, limpiándose el rostro con el dorso de la mano, dirigiéndole a los Tanakas una mirada afectuosa.

Adnil estaba muy seria, con los brazos cruzados, haciendo pucheros e Hipólito estaba cabizbajo, parecía apenado. Otra vez pesaba sobre su conciencia algo que no lo dejaría en paz, pero en esta ocasión no estaba seguro de qué era lo correcto.


TRES AÑOS ANTES

Gabriel Elec, mejor conocido como el Lector, repasó las grabaciones y los videos de seguridad cientos de veces. No había una comisión oficial de la institución que analizara el suicidio de Contacto. Nadie más que un cerrado círculo sabía lo que había ocurrido. Ninguno de los caballos, nadie de las fuerzas especiales fue informado de que ella murió, así que el Lector debía investigar por sí mismo. Trataría de confirmar la razón de las piezas que le faltaban. Era muy obvia la respuesta, pero quería tener todos los elementos antes de hacer acusaciones. Él mismo había reclutado a esos dos y les había dado espacio y tiempo para que desafiaran al grupo Alfa. Sin embargo, esperaba que pudieran serle leales. Y como eso no parecía estar ocurriendo, tendría que tomar cartas en el asunto, antes de que otros lo hicieran.

Atardecía. Desde la puerta del pequeño departamento se escuchaba música en japonés. El timbre sonó varias veces antes de que el hombre en el interior lograra darse cuenta. Se apagó la música y el residente fue a abrir la puerta. Hipólito dio varios pasos hacia atrás y el visitante entró al iluminado departamento.

-Lector. Qué raro que vengas a mi casa -comentó.

-Buenas noches -dijo con amabilidad. Entró y comenzó a pasearse por el pequeño lugar. Fue hacia la habitación y encontró un dibujo que Hipólito estaba entintando, sobre el restirador ubicado junto a la cama. Era una mujer que parecía estar desnuda, a punto de salir de una especie de alberca rodeada de altos muros.

Hipólito podía ver la sedosa cabellera en la parte de atrás de la cabeza de Gabriel, que apenas rozaba la tinta china con los dedos.

-Parece que esto todavía está fresco -dijo Elec sin levantar la vista del dibujo, iluminado con una lámpara de fuelle. Volteó a ver al chico que temblaba y asintió, no necesitaba saber mucho más, pero vería qué tanto sabía el operador de lo ocurrido aquella madrugada. Gabriel tomó asiento en uno de los pequeños sillones, cruzando las piernas con elegancia. Hipólito se sentó a su lado con los dedos entrelazados. Era un hato de nervios, parecía que no podría articular palabra alguna.

-Cuando ella estaba en el techo, se quitó los guantes y las botas para poder sacarse el traje lo más rápido posible -afirmó el Lector, sin quitarle los ojos color miel de encima a Hipólito, que ladeó un poco la cabeza-. Después de dejar tirado a Harry, corrió hacia el límite del edificio y volteó hacia abajo. Estaba viendo la puerta de la cisterna para cerciorarse de que seguía abierta, ¿verdad?

El operador del puente levantó un poco los hombros.

-Se lanzó hacia la cisterna, se quitó el traje al descender y lo dejó caer cerca del tanque, junto al cual había dejado un paquete con restos humanos.

Los gruesos labios del chico comenzaron a temblar.

-Cuando pasó por la entrada del depósito cerró la tapa e hizo que explotara la bomba.

Hipólito agachó la cabeza.

-El C4 lo tomó del depósito de la policía. Ella sabía que estaba ahí porque lo encontró en una de las rondas con los caballos.

El silencioso hombrecillo volteó a verlo, abriendo un poco más los ojos. Gabriel asintió un poco.

-Debió tomar los restos humanos del Hospital Central y del Hospital General antes de que fueran destruidos en los incineradores. Por eso no había ninguna parte del cráneo, esas no suelen ser dispuestas así.

Los ojos del chico se abrieron un poco más. El Lector expulsó el aire por la boca. 

-Minutos después de la explosión, decenas de autos de la gente que salía de la asamblea pasaron por los controles de la OINDAH. Los caballos no los revisaron de la forma habitual porque le dieron prioridad a la evacuación, no sabían a qué se debió el siniestro. Adnil salió en su vehículo a esa hora también. Contacto iba con ella, ¿verdad?

El pequeño hombre suspiró.

-Mientas tanto, cuando yo hablaba con Andrea e iba a recuperar las placas de las manos de Harry, tú te encargaste de eliminar todos los videos del escape.

Hipólito se volvió hacia él. Sus ojos estaban saturados de lágrimas, pero se veía furioso.

-Es alta traición -dijo Elec con calma.

-¡IBAN A ENCERRARLA, LECTOR! ¡Cualquiera con algo de decencia hubiera hecho lo mismo!¿Van a eliminarme? ¡No tengo miedo! ¡Ya no soy un hombre al que nadie voltea a ver! ¡Yo la salvé! ¡Lo haría otra vez! ¡No me arrepiento!

Gabriel bajó la pierna y recargó los codos sobre las rodillas, sin voltear a verlo.

-El problema es que si yo pude dilucidar esto otros lo harán. Se preguntarán por qué no lo supe yo antes o por qué me quedé callado, ¿comprendes? -dijo el Lector.

La expresión de Hipólito cambió. Ahora estaba preocupado. Había arrastrado al Lector a ser cómplice de su encubrimiento. No tendrían piedad con ninguno.

-¿Dónde está?

-No lo sé.

Elec estaba muy serio. Se frotó el rostro con las manos. No se trataba de salvarse a sí mismo. Estaba nuevamente en una disyuntiva.

-Yo permití que esto pasara, pero ahora tengo que saber dónde está. Debes ayudarme a encontrarla.

-No puedo hacerlo, Lector.

-Si no lo hacemos nosotros, alguien más lo hará.

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