Capítulo 8. Altas apuestas
Un mes y una semana después del incidente en el sur
En la OINDAH
Al fin los médicos dieron de alta a Calia. Habían sido las peores cinco semanas de toda su vida. Le recomendaron ir a varias sesiones de fisioterapia a las que no volvería. Salió caminando del área médica sin apoyos mientras se ponía los guantes del traje, mismo que vestía bajo la ropa deportiva; debajo de ésta usaba una pesada ortesis más corta que parecía una espinillera; traía lentes oscuros y llevaba el cabello atado detrás de la cabeza, como de costumbre.
A unos metros de la entrada estaba Andrea con su diminuto bolso colgando del hombro. Se veía seria. Calia se acercó a ella cojeando un poco. La gente circulaba a su alrededor, por la plaza, en todos sentidos.
-¿Tienes hambre? -le preguntó Andrea.
-Siempre, amiga -respondió al tiempo que se abrazaban.
Se sonrieron, se tomaron del brazo y fueron hacia la torre. Una vez ahí se dirigieron a una cafetería que tenía butacas empotradas en la pared. Todo el lugar tenía un aire cálido, las paredes y las mesas eran de maderas claras y una larga ventana dirigida hacia un pasillo interior junto a los cristales del exterior del edificio rodeaba el restaurante. Se sentaron lejos de la gente y comieron con calma.
-Quiero mandarle chocolates a los gemelos antes de irme. Me encantaron sus tarjetas, sobre todo la de los tres ositos -dijo Calia.
-Juan es el de las ideas, Andrés es el artista. Les gustará que les mandes dulces, a su papá no tanto. Hablando de otra cosa, ¿qué es eso de que te vas? -le preguntó Andrea en la sobremesa, que seguía estando un tanto seria.
Calia inclinó la cabeza.
-Necesito hacerlo. Son varias cosas.
-¿Cuáles cosas?
La mujer de negro bebió un sorbo de su tercer vaso de jugo con miel, tras ingerir un copioso almuerzo.
-Todavía estoy desconcertada por lo que sucedió en el sur.
-No me contaste qué fue lo que pasó.
Contacto le relató todo lo ocurrido. Andrea asentía en silencio al escucharla.
-No estoy lista para otro fracaso como ese, ¿sabes?
-Pero irte así... Ahora tienes el respaldo de la organización. Si te vas por tu cuenta, ¿cómo podemos estar seguros de que seguirán apoyándote?
-No necesito que lo hagan. Tengo mis ahorros.
-Sabes que no me refiero a eso. Desde que el doctor hizo eso con nosotras he tenido mucho miedo por ti. Nunca has podido entenderlo. ¿Qué pasaría si alguien supiera lo que...?
Calia estiró la mano y tomó la de Andrea.
-Voy a Groenlandia. Tengo buenos amigos ahí. Gabriel lo sabe, seguiré en contacto con los Tanakas, viven pegados a las pantallas de los aparatos, nos comunicamos todo el tiempo. Estaré bien.
Su amiga la observó recelosa.
-¿Hay algo más, no es cierto?
La mujer de negro se hizo hacia atrás, se recargó en el acolchado asiento de vinil de la banca pegada a la pared y exhaló con incomodidad.
Andrea la veía con seria paciencia.
-Es por Giorgio, ¿verdad?
Contacto suspiró. Volteó hacia la ventana, con desasosiego.
-En parte.
-Me lo imaginaba -dijo la mujer de los ojos color avellana, haciéndose también hacia atrás.
-¿Te dijo algo? -inquirió Contacto.
-No tuvo que hacerlo para que me diera cuenta de que algo estaba pasando. Ni tú.
Calia frunció un poco el ceño.
-Laura me contó que él se ausentó de la empresa y de su casa y que siempre que trataba de confrontarlo terminaban discutiendo.
-¿Crees que yo sería capaz de...? -inquirió Contacto.
-No me malinterpretes, digo que si quieres huir es por algo. Y presentía que no era sólo por lo que pasó.
Contacto bajó la mirada, descorazonada. Cruzó los brazos sobre la mesa y se encogió de hombros.
-¿Dime, pasa algo con él? -preguntó Andrea.
Las interrumpió un camarero que se llevó un par de trastos vacíos. La vocera pidió más café.
-Recogeré algunas cosas antes de irme -dijo Contacto.
-Cuéntame.
-¿Acaso eso importa? -replicó Calia observándola fijamente.
-Claro que importa.
La mujer de negro sonrió con tristeza.
-Tú misma lo acabas de decir. Tienes miedo por lo que soy, ¿y me preguntas si pasa algo con Di Maggio? Estoy muy vieja para esas cosas. Y él es un cabrón. Siempre lo ha sido y siempre lo será, tú lo sabes mejor que nadie. Aun así, somos amigos. Laura y él tienen su vida hecha ¿Qué más puedo decir?
-Calia, ¿nos conocemos hace cuánto, veinte años? ¿Y aún no eres capaz de decirme lo que sientes?
-Te explicaba que...
-Sólo dime. ¿Lo quieres?
-No sé. No quiero saber -dijo ella sintiendo un nudo en la garganta.
-Y por eso vas a huir. No de lo que te pasó, ni de él. Vas a huir de ti.
Calia se recargó aún más en la mesa.
-Es lo correcto, Andrea. Tengo que alejarme de todo esto. Además...
Andrea la escuchaba con atención.
-Ya no soy la misma.
-¿Qué quieres decir? -preguntó la vocera.
-Estaba segura de que estaba lista para dejar de correr cuando volví aquí. La verdad es que creo que ya no puedo hacerlo como antes -contestó Calia con las emociones atoradas en la garganta.
La madre de los gemelos la veía contrariada.
-Lo que pasó con el Nexo, lo de Yustise. Antes hubiera podido, pero ahora...
-Déjanos hacerte análisis, tal vez es solo cansancio o la edad, nadie puede tener un rendimiento óptimo siempre. Quizá solo debes bajar la intensidad -afirmó la vocera.
-No tengo ánimos para hacerme pruebas ahora. Tal vez sea solo eso -respondió para tranquilizar a su amiga, a sabiendas de que algo no estaba bien-. Por favor, no le digas a nadie a dónde voy.
-Te refieres a Giorgio.
Calia asintió.
Nueve días atrás
La noche de la gala, Di Maggio había visto a Contacto alejarse por la plaza desierta con parsimonia. Supo que no habría otro momento como ese. La dejó que se fuera sólo para volver al salón lleno de gente rica y ebria de la que no quería saber nada, incluyendo a su elegante esposa que conversaba de forma amena y que le dirigió una mirada inquisitiva en cuanto volvió a su asiento. Di Maggio no podía pensar en otra cosa. Cuando ya era bastante tarde, Laura deseaba que se fueran. Él la acompañó al auto, le abrió la puerta y la cerró cuando hubo subido.
-Vayan a casa, por favor -le dijo a Aurelio a través de la ventanilla del copiloto -. Vuelve por mí después. Debo tratar un par de asuntos aún por aquí -afirmó.
El gesto sorprendido de Laura Esther permaneció clavado en su mente hasta que el vehículo se perdió de vista en la salida del estacionamiento.
Él no volvió a la gala.
Minutos más tarde estaba en la habitación de Calia, viéndola dormir. Siempre le había gustado cuando parecía estar a su merced, aunque sabía que era sólo una apariencia.
Dormía profundo. Se percató de la presencia de Di Maggio hasta que tuvo su rostro muy cerca, clavando la mirada azul en ella, con los labios casi sobre los suyos. Lo empujó sin pensarlo, lanzándolo hacia atrás. Cayó sentado en el piso, golpeando con la cabeza y la espalda el muro bajo la ventana del lado derecho de la cabecera de la cama.
-¿¡Giorgio!? -exclamó la mujer que trató de levantarse deprisa apoyando la pierna sana en el piso, pero se enredó con la sábana y se vio obligada a dejarse caer sobre su costado derecho. Sin embargo, a pesar haber evitado que la extremidad fracturada tocara el suelo de forma abrupta, la caída le produjo un dolor en la lesión que le nubló la vista un momento.
Él seguía sentado en el suelo con la espalda en la pared y la cabeza colgando sobre el pecho. Un instante después, cuando ella logró sobreponerse a la ola dolorosa, siguió llamándolo con desesperación.
-¡Giorgio! -le gritó arrastrándose hacia él, desembarazándose de la sábana.
Se detuvo cerca cuando el hombre comenzó a hacer extraños sonidos que parecían quejidos. Estaba azorada. Él se estaba riendo. Levantó la cabeza hacia ella, se puso la mano en el occipital haciendo un rictus de dolor para observarse la palma después, cerciorándose de que no se había abierto el cráneo. Calia lo veía aterrada y dolorida, con el antebrazo derecho sobre el piso y la mano izquierda sobre el muslo de la pierna que tenía inmovilizada casi hasta la cadera.
Él enfocó la vista, respiró profundo para retomar el aliento que se le había escapado por el golpe y gruñó. Ella lo observaba con profunda preocupación.
-¿¡Estás bien!? ¡Enfermera! -gritó Calia.
-No va a venir -rugió Giorgio con su voz profunda-. Le di un billete para que fuera por un café -musitó.
La mujer se sentó de lado sobre los claros mosaicos del piso, frente a él.
-¿Estás bien? -insistió. No era la primera vez que lo veía tirado vistiendo un smoking.
-Mea culpa. Debí recordar que cuando te sorprendo acabo contra una pared. ¿Qué haces en el piso? -preguntó consternado, tratando de incorporarse para ayudarla a ponerse de pie.
Ella negó con la cabeza y estiró la mano para indicarle que no se levantara, deslizándose hacia la cama.
-Me tropecé, ya pasó, estoy bien. ¿Qué carajo fue eso?
-Quería hacerlo desde hace mucho tiempo.
-¿Asustarme para que te golpeara? Pude hacerte daño. ¿Qué rayos estabas haciendo, en primer lugar?
Ambos comenzaron a incorporarse a la vez, despacio. Ella se puso de pie con su pierna funcional y se sentó a medias en la orilla del lecho. Él permaneció junto a la ventana y volteó hacia fuera. Veía el reflejo de la mujer en el cristal que casi rompió con la cabeza.
-Siento algo, Calia -refunfuñó él.
-¿Qué te duele?
Él negó y la observó de soslayo, con gesto cansino.
-Tú me haces sentir algo.
-Lo lamento, pero no estoy en condiciones de intimar con nadie. Menos si me toman por sorpresa -se mofó.
-Te quiero, Calia -le dijo muy serio.
-Yo también te quiero -repuso con gracia.
Se volvió hacia ella, molesto.
-Sabes a qué me refiero -clamó Giorgio.
Se quedó callada.
-Ni siquiera sé desde cuándo -siguió.
Fue hacia la cama y se recargó en la orilla junto a ella.
-Sigues provocándome emociones difíciles de controlar. Antes estaba como loco, te odiaba. Sentía como si me estuvieran partiendo a la mitad. Deseaba tanto vengarme.
-Sí, lo noté -aseveró ella burlándose.
Él la observó con su intimidante y profunda mirada. Ella apenas pudo resistirla.
-¿Crees que tu sarcasmo evitará que prosiga?-gruñó.
Sentía como si la estuviera regañando.
-Adivina quién financió las expediciones de la gente del Lector para buscarte por medio mundo. No ha pasado un solo día en que no piense en ti.
-Eso no es adecuado dadas las circunstancias -aseveró Calia cruzándose de brazos y desviando la mirada, refiriéndose a la situación marital de Di Maggio.
-Debes afrontarlo como lo he hecho yo. Me ha tomado años de sobriedad y terapia aceptarlo. Quería decírtelo desde hace mucho.
-¿Y crees que estos son la forma y el lugar para eso? -replicó.
-¿En otras circunstancias me habrías escuchado sin echarte a correr? No es la primera vez que lo intento -respondió él con cavernoso tono.
La mujer se encorvó y se cruzó de brazos. Sin duda él tenía algo de razón. Si le hubiera dicho algo así en algún otro momento, ella ya estaría a varias yardas de distancia.
-¿Qué esperas que te diga?
-Nada. Sólo espero que puedas ser honesta contigo misma alguna vez como yo lo he sido conmigo. No debí dejar que te fueras -le dijo Di Maggio con el ceño fruncido.
-Es muy tarde -musitó ella.
Se quedaron callados preguntándose si ambos estaban pensando en lo mismo. El elegante y varonil rostro del hombre estaba cubierto con una sombra de tristeza. Sí, definitivamente así era.
Ella suspiró y puso la mano sobre el muslo de la pierna inmovilizada, haciendo un pequeño gesto de incomodidad.
-Acuéstate -le ordenó el alto hombre y levantó la sábana del piso para cubrirla con ella.
-¿Y qué se supone que pasaría si yo fuera honesta conmigo misma? -preguntó Calia.
-No lo sé. Me pregunto eso todo el tiempo. Desafortunadamente por ahora no tengo una respuesta.
-Si no sabes lo que pasaría, es mejor que lo dejemos así. Vete a casa -dijo ella.
-Discúlpame por haberte sorprendido, pero no me arrepiento -afirmó él con descaro. Se sobó el hombro derecho y se dispuso a retirarse. Se detuvo en la puerta y volteó a verla en la penumbra, recargándose en el marco de la puerta.
-Vendré mañana, a menos que ya no quieras que lo haga.
-Está bien. Hasta mañana -repuso Calia tratando de minimizar toda la situación.
En los días que siguieron a ese encuentro no volvieron a hablar sobre el asunto, pero difícilmente el adusto hombre se apartaba de ahí y ella no quería que lo hiciera.
Una tarde, Calia estaba medio sentada a la orilla de la cama, conversando con Di Maggio como si el resto del mundo no existiera, cuando Laura Esther entró a la habitación. Fue hacia Contacto, la abrazó de forma afable y se dirigió a su atractivo y pasmado esposo para darle un beso en los labios y preguntarle si podría acompañarla a casa, mientras hablaba de cosas que ninguno de los dos estaba escuchando. Él se levantó en silencio. Laura se despidió de la paciente con otro beso en la mejilla y salió de la habitación, seguida de Giorgio.
-Di Maggio - lo llamó Calia antes de que saliera.
Él le dirigió una extraña mirada desde la puerta.
-Gracias por todo. Por favor, ya no vuelvas -le dijo.
Él bajó la vista y se fue sin decir nada. Sin embargo, no quería dejar las cosas así.
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