Capítulo 6. Equilibrio inestable
La mañana siguiente del percance
En el pent house
Giorgio descansaba un momento en el despacho antes de irse cuando Laura entró. Él llegó a casa después del amanecer y se había arreglado para ir a trabajar, aunque se veía agotado. Ella se acercó y se saludaron con un beso.
-¿Qué pasó?
-Calia se quedará hospitalizada en la OINDAH -replicó él.
Su esposa se quedó callada esperando que continuara.
-Como te conté por teléfono, tiene una pierna fracturada. No puede moverse.
-Parece que fue muy grave, ya que tuviste que quedarte ahí toda la noche -comentó Laura.
Él odiaba tener que dar explicaciones; encima de todo, aborrecía esos comentarios que sonaban a velados reproches.
-Lo es para alguien a quien los analgésicos no le hacen efecto. Tuvieron que hacer una reducción manual muchas horas después del percance.
-Al menos no tuvieron que operarla.
-Imagina una operación de ese tipo sin anestesia. Piensan que fue lo menos inhumano. Además no pueden usar clavos y cosas como esas, los huesos suelen crecerle sobre ellos.
-Seguro estará muy bien pronto, si alguien no tiene que preocuparse mucho por los problemas médicos es ella -dijo Laura Esther refiriéndose a que él tampoco debería preocuparse.
-Ese es justo el caso de quien no la conoce bien. Creen que es indestructible. Es una persona con un metabolismo mejorado, lo que no significa que no padezca. Y esto es de lo peor que le ha ocurrido en toda su vida -informó Di Maggio.
-Y tú tienes que estar ahí.
Se quedó callado. Ahora comprendía a dónde quería llegar Laura. Él decidió quedarse ahí esa noche porque Andrea debía ir a casa con su familia y el comandante tendría ronda con los caballos. Nadie había hecho arreglos debido a que se enteraron de lo ocurrido por Gabriel apenas un par de horas antes del arribo de Calia. Aún cuando Giorgio tenía que ir a trabajar al día siguiente, no iba a dejarla sola bajo el cuidado del personal médico en esos momentos, mucho menos la primera noche tras lo ocurrido. No era la primera vez, pero no iba a explicárselo a Laura. No tenía sentido discutir.
-Siempre le voy a estar agradecida por lo que hizo por nosotros, Gío. Pero no me siento cómoda con esto. No quisiera que ella pensara que tú... -reflexionó Laura, deteniéndose un momento porque él le lanzó una contundente mirada-. Después del accidente que tuvimos a mí ni siquiera me contestabas el teléfono -concluyó molesta.
Él agachó un poco la cabeza. Esperaba eso.
-Debí saber que siempre cargaría con esa culpa sobre mis hombros. Tendría que haber pensado en eso la segunda vez que te pedí matrimonio.
Pudo notar cómo aquello le había dolido a su esposa.
-¡Haz lo que se te dé la gana! -gritó ella y se fue dando un portazo.
Antes de irse él fue a buscarla, tragándose su orgullo y las ganas que tenía de decirle que en efecto iba a hacer lo que decidiera; su forma de ser había causado tragedias en el pasado y no deseaba tener más de esos dramas en la vida. Encontró a Laura más calmada, se acercó por detrás del banco de la cocina en el que estaba sentada y deslizó la mano suavemente por su espalda.
-Sueno como una bruja, ¿verdad? -preguntó con una taza de café entre las manos.
Él exhaló con fuerza.
-Ella nos necesita ahora. Nunca te dije que no podíamos ir juntos -musitó Di Maggio.
Laura Esther se relajó y se volvió para mirarlo al rostro.
-Mañana salgo para la capital, lo sabes.
-Envía a alguien en tu representación.
-Me tienen en el programa de la cátedra desde hace meses. Además recuerda que confirmé mi asistencia al homenaje que hará la Universidad Nacional para tu padre y compraré el vestido para la gala. No puedo usar el mismo que en nuestro aniversario. Tampoco puedo cancelar ahora, pero volveré en tres semanas. Entonces iré contigo. No quiero sonar como una bruja, pero no me hagas quedar como una -concluyó Laura.
Él no dijo nada.
La noche anterior
A pesar de que había personal profesional al pendiente todo el tiempo, Giorgio no iba a dejar a Calia sola en esas condiciones. En la madrugada, la mujer que a duras penas podía dormitar, comenzó a bufar por el dolor. Tenía pulsaciones dolorosas en el sitio lesionado que irradiaban a la mitad de su cuerpo. No lograba mover los dedos del pie izquierdo libres del vendaje rígido, lo que le también le causaba una gran angustia.
Di Maggio despertó en el sillón y fue hacia Calia en la penumbra. Trataba de mantenerse serena sin lograrlo.
-¿Qué puedo hacer? -preguntó.
-Agua -susurró ella.
Le acercó a los labios una botella con una pajilla. Tras beber unos sorbos, ella empezó a tener el reflejo del vómito y él alcanzó a pasarle una bandeja para tal fin. Llamó a la enfermera que acudió a llevarse el recipiente y a poner otra compresa fría sobre el yeso, encima de la zona de la lesión, como lo había estado haciendo de forma periódica durante todo el día. Calia comenzó a llorar de nuevo. Él la veía con preocupación.
-No lloro de dolor, sino de impotencia -aclaró ella entre sollozos.
-Llora por lo que lo necesites -repuso él, poniéndole en la mano el fino y pulcro pañuelo de algodón con sus iniciales que llevaba en el bolsillo y que olía a lavanda.
Días después
Calia apenas podía sobrellevar su situación. Sus amigos habían tratado de hacerle compañía, pero no los soportaba. A pesar de que el dolor había ido haciéndose relativamente tolerable, estaba de un humor terrible. Andrea la veía con una inocultable lástima. Encima de todo, siempre buscaba hacer cosas por ella, lo cual la hacía sentir inútil, incómoda, desvalida y frágil. Contacto tuvo que pedirle, de la mejor forma que pudo, que le diera espacio.
A diferencia de aquella ocasión, años atrás, en la que estuvo herida y en la que había tenido más confianza con Andrea que con cualquiera de los integrantes del proyecto para asistirla, en esos momentos prefería que gente a la que no conocía realizara tareas como ayudarle a comer y asearla; eso la hacía sentir un poco menos avergonzada. Al principio, Andrea estaba desconcertada, pero Di Maggio habló con ella, lo cual le permitió comprender.
Harry también iba a verla con frecuencia, pero actuaba como si no estuviera sucediendo nada. Contacto notaba que hacía un esfuerzo por ignorar su pierna sobre el soporte, hablándole de las actividades del comando como si estuvieran en otra parte, conversando casualmente. Su actitud era demasiado optimista. Pero para Calia, pretender que no ocurría nada, en esas condiciones, era imposible. Tenía que interrumpirlo y pedirle que la dejara dormir. Eso sí podía fingirlo aunque no lograra hacerlo; inusuales y enormes ojeras se habían formado bajo sus ojos.
La única presencia que toleraba era la de Di Maggio. Se sentaba lejos de la cama y trabajaba con la portátil y el móvil. De vez en cuando, con los lentes para la computadora puestos, le echaba un vistazo sin ninguna emoción aparente. No trataba de ayudarla a menos que ella se lo pidiera y salía de la habitación cuando era necesario, sin decir nada. El problema era que estaba siempre muy ocupado. Solía llegar por la tarde y tras horas de responder llamadas y mensajes se quedaba dormido en la silla acolchada, agotado. Contacto, conociendo las viejas secuelas de su accidente automovilístico, le pedía que se fuera a casa a descansar.
Después de aclarar las cosas con sus amigos, transcurrieron varios días sin que nadie fuera a verla y eso la hizo sentir aún peor. Primero abandonada y después furiosa. Una vez estaba tan enojada de encontrarse en esa situación, que tomó una botella de vidrio con suero fisiológico de una charola que estaba junto a la cama. Mientras la enfermera que la atendía se encontraba charlando de forma amena en el pasillo con otra de sus colegas, Calia lanzó el frasco contra una de las paredes del cuarto. Los fragmentos de cristal saltaron por todas partes, como si el envase hubiera hecho explosión. A petición del doctor Rojas, el personal ignoró el incidente. Los médicos pasaban, le hacían las mismas preguntas, tomaban radiografías, le inyectaban cosas y se iban sin decirle nada, pero su actitud lo decía todo.
Ella lo sabía. No estaba sanando.
Dos semanas después del percance
Tras el incidente de la botella
El Lector entró a la habitación de Calia, vestido con su negro traje sastre. Llevaba el cabello castaño claro atado en una pequeña cola de caballo atrás de la cabeza. Acababa de regresar de Sudamérica. Se acercó despacio al lecho y le dirigió desde arriba a la paciente su amable mirada ambarina al rostro, sin decir nada.
-Vienes a regañarme, Lector. Perdón, pero no lo soporto -afirmó ella que no podía obviar el incómodo silencio. Suspiró.
El hombre inclinó un poco la cabeza sin desviar la mirada, aún silente.
-Ya no han venido a verme mis "amigos" -dijo ella trazando las comillas en el aire con los dedos-. Parece que ya no me aguantan.
Gabriel frunció un poco la ceja izquierda.
-¡Está bien, yo no los tolero, los mandé al carajo! ¡Andrea se cree enfermera, Harry piensa que estoy en la playa y Giorgio apenas puede con sus cosas y encima esto! -afirmó desesperada.
El Lector apretó un poco los labios.
-Les dije que me dejaran en paz. Pero no sabes lo sola que me siento -comentó y se llevó la mano a la frente, con un nudo en la garganta. Contuvo las lágrimas, ya había llorado demasiado.
Elec asintió y le tendió la palma. Ella lo observó contrariada.
-Dame tu mano-le pidió. Contacto lo hizo. Él metió la otra en el bolsillo de su saco y le entregó una pelota de goma color verde, como de ocho centímetros de diámetro.
-Ésta es tu cordura -dijo refiriéndose a la pelota.
Ahora era ella quien lo observaba en silencio.
-Puedes tirarla y regresará hacia ti. Debes tener cuidado para poder tenerla de vuelta. Pero si se te escapa, lo cual podría pasar, puedes pedirle a alguien que te ayude a recuperarla.
Calia fruncía el ceño.
-Te preguntarás cómo, claro -dijo Gabriel asintiendo, y le señaló el teléfono que estaba sobre el buró, junto a la cama-. Nada más tienes que llamar -aseveró y le sonrió.
La mujer hizo un gesto de contrariedad y estaba a punto de contestarle, pero él siguió.
-Esos tres "amigos" tuyos -afirmó haciendo la misma señal de las comillas en el aire-preguntan todos los días por ti. A los tres les dije que por qué no vienen a verte y respondieron, en resumidas cuentas, que no querían incomodarte más, desean dejarte descansar. Cualquiera de nosotros estamos más que dispuestos a ayudarte a mantener la cordura en tu poder. Claro que es difícil para ti sobrellevar esta situación, pero tampoco es fácil para ellos. Y a pesar de que todos tengan estrategias distintas para lidiar con lo que pasa, no desean dejarte sola con esto.
Calia comprendió.
-Gracias, Lector -dijo ella sonriendo con honestidad.
Él asintió.
-Agradece también al perro que cedió "la cordura" para esta buena causa -bromeó.
Varios días después
El equipo médico que estaba conformado por gente que perteneció al proyecto, había convocado a Andrea y a Di Maggio a una reunión. Ella llamó a Harry. Los tres estaban sentados frente al escritorio de Dr. Rojas que comenzó a explicarles la situación.
-Hemos realizado una evaluación del caso. Además de las fracturas, el nervio peroneo está dañado. Por otro lado, la revascularización suele ocurrir en la paciente de forma natural. Sin embargo, no hemos visto ningún progreso. En ella, esta lesión ya debería al menos haber comenzado a sanar. El dolor que producen las lesiones es importante. El daño parece ser irreversible.
Sólo Harry comprendía lo que eso significaba. Andrea comenzó a dilucidarlo al ver su cara.
-Vamos a tener que recomendar otro procedimiento.
Harry apartó la mirada y se llevó la mano a los ojos. Ahora Di Maggio que observaba su reacción, preguntó "¿Está diciendo que van a tener que cortarle...?"
-Es la opción más viable, Giorgio.
-¿Se lo informaron? -inquirió.
-Sí. Hace unos minutos.
Andrea se puso la mano sobre la boca. Estaban consternados.
Poco después, los tres, ahora acompañados de Gabriel, se dirigían hacia la habitación de Contacto.
-Un momento -dijo Di Maggio-. Déjenme entrar primero.
Harry sujetó delicadamente a Andrea por los hombros. Gabriel observaba la escena con los brazos cruzados. El alto hombre entró despacio al cuarto en el que ella se encontraba viendo al techo, muy seria. Calia tenía los ojos saturados, pero no lloraba. Él se acercó a la cama y le dirigió una mirada neutral, con su rostro impasible.
-Hay gente que ha escalado el Everest con una prótesis ¿no es cierto? -dijo la paciente.
Él no respondió. Sólo se encaramó un poco sobre ella y le tomó la mano.
-¿Qué voy a hacer? -musitó desesperada.
-Vas a superar esto, no estás sola -susurró con su grave voz teñida de una emotividad que no reflejaba su semblante. Ella comenzó a jadear como sollozando, pero aún sin llanto. Andrea entró, se inclinó sobre su amiga y se abrazaron. Entonces sí pudo llorar. Lo hicieron juntas, como siempre.
Giorgio salió del cuarto y se alejó por el pasillo con inamovible faz, pero quitándose una lágrima que caía sobre su fuerte pómulo, lejos de la mirada de los otros.
La noche antes de la operación
Di Maggio volvió a quedarse con ella. Nadie pudo convencerlo de lo contrario.
-¿Podrías abrir la ventana, por favor? -preguntó Calia.
Él corrió el marco lateral de aluminio y cristal sujetándolo por la manija y ella se incorporó un poco al percibir el aroma de la brisa. Él la observó en silencio y salió de la habitación. Volvió con dos camilleros y una enfermera. El personal desconectó los aparatos, quitaron los seguros de las ruedas de la cama hospitalaria, abrieron la puerta y la sacaron por ahí.
Giorgio iba detrás de ellos. Nadie acertaba a decir nada. Subieron al elevador, que era lo bastante amplio como para que cupiera todo junto con la gente. Llegaron a la parte superior del edificio. El personal dejó la cama algunos metros frente a la salida del helipuerto en el techo y se retiraron.
La noche era fresca y el viento marino constante. Ella se apoyó sobre los codos para levantarse un poco, inspirando con fuerza.
-¿Orarías conmigo?
-Claro -replicó él.
Ella le tomó la mano, cerraron los ojos unos momentos y dirigieron sus pensamientos hacia la divinidad.
-Gracias -susurró ella, respirando aliviada unos minutos después.
-¿Por la cirugía? -inquirió él.
-No. Necesitaba dar las gracias.
-¿Las gracias...?
-Sí. Por haber tenido una vida que nunca imaginé. Por estar de nuevo con ustedes, son mi familia. Están conmigo, a pesar de todo. Estoy lista para dejar de correr. Lo estuve desde el momento en que volví.
Él respiró profundamente, para mantenerse sereno.
-Incluso, si esto no hubiera pasado, siento que no hubiera podido seguir haciendo ciertas cosas por mucho tiempo. Tenías razón, como siempre. Soy una tonta. Nunca te cansas de decírmelo y siempre te ignoro. Si te hubiera hecho caso no estaría así.
-No eres una tonta.
-Debí escucharte esta vez.
Di Maggio permaneció en silencio. Quería decirle algo importante, pero ese no era el mejor momento.
A la mañana siguiente
Desde muy temprano estaba todo listo para la operación. El plan era desarticularle a Calia la pierna debajo de la rodilla. Tendrían que trabajar velozmente, ya que harían el procedimiento sin anestesia, como en la antigüedad. Cuando el equipo médico se preparaba, Harry entró como un loco buscando a los cirujanos. Giorgio y Andrea esperaban en una sala contigua y observaron parte del exabrupto. Esa reunión se extendió por varios minutos. Cuando el comandante fue con ellos, lo observaron de forma inquisitiva.
-Tuve una idea, no sé cómo nadie lo pensó antes. Retrasarán un poco la intervención, analizarán la posibilidad de realizar una osteotomía y una neurotomía.
Giorgio y Andrea lo observaron con cara de que no comprendían a lo que se refería.
-Tratarían de desbridar el tejido. Es decir, quizá puedan "limar" las partes que estuvieron separadas. Se me ocurrió que quizá esas secciones no se "unen" debido a que ocurrió una cicatrización independiente, como si se hubieran sellado cuando estuvieron expuestas.
Sus interlocutores lo veían con la boca abierta.
-Bueno, no se pierde nada con que lo intenten -dijo Harry.
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