Capítulo 4. Cabos
A la mañana siguiente
En el departamento de Harry
Era muy temprano cuando comenzaron a tocar la puerta con fuerza. El comandante, que se estaba preparando para ir trabajar el turno del fin de semana, vio por la mirilla. Era Andrea. Tenía un semblante terrible. La dejó pasar. Se asomó al descanso de la escalera un instante.
-¿Y Juanjo? -preguntó Harry. Ella cerró la puerta de un manotazo.
-¿Por qué no me lo dijiste? ¿Cuándo lo supiste? -inquirió Andrea, acercándose a él para jalarlo de la manga del ajustado uniforme gris del CDA.
Harry comprendió. Se quedó muy quieto un instante, observándola. Luego fue hacia su habitación y volvió con la tarjeta en la mano. Andrea la tomó. Vio lo que decía en la parte posterior: "Lo que se hizo una vez, puede hacerse dos veces". Era la misma letra. Sacó su propia tarjeta del bolso y se la mostró al hombre.
-Respondió una grabadora. Dejé un mensaje. Ahora está desconectado -afirmó la doctora.
-Está teniendo cuidado. Imagina lo que pasaría si alguien lo supiera.
-¿Entonces no la has visto? -le preguntó a Harry.
-No. Supongo que tú tampoco.
Ella negó con la cabeza y fue hacia la ventana. Pensó que vería a su amiga en cualquier momento ahí parada sobre la cornisa, con su sonrisa boba en la cara.
-Está viva -aseveró Harry detrás de ella.
-No comprendo cómo estás tan tranquilo.
-Está viva -volvió a decir con paciencia.
Andrea se puso las manos sobre el rostro. Él pensó que lloraba. Se acercó y le tocó el hombro para consolarla. Ella se descubrió la cara. Se estaba riendo. No podía parar de hacerlo.
-¡Nos hizo quedar como una bola de idiotas! ¡Se salió con la suya! -exclamó mientras reía de nervios.
"Como lo hiciste tú también", pensó Harry.
-¡Y... y encima... insinúa en su recado que lo pudo hacer porque yo lo había hecho antes! -afirmó ella esforzándose por recuperar el aliento antes de seguir carcajeándose.
Harry sonrió, pero también pensaba en los Alfa. No hubiera existido ninguna otra manera en la que Contacto hubiera podido irse. Él mismo no habría permitido en aquel entonces que las cosas fueran distintas a lo que la directiva del grupo Alfa decidió.
Cuando logró calmarse, Andrea sintió el impulso de contarle al hombre sobre la desaparición del anillo, pero se contuvo. Él se pasaba la mano hacia atrás de la cabeza, alborotando el lacio cabello que ya tenía peinado con gel.
-¿Por qué hace esto? -se preguntó Andrea en voz alta. Pensó que le había dejado la tarjeta a Harry primero. Fue por el anillo a casa de Di Maggio. Algo tramaba y era muy personal. Era su estilo.
Harry se encogió de hombros.
-No lo sé. Debemos esperar. Quizá esto es todo lo que sepamos de ella -repuso él con su cara de póker.
Andrea asintió convencida.
El comandante sonrió para sus adentros. No había perdido el toque.
Cinco semanas atrás
Eris se marchaba al fin de Groenlandia. Había pagado un espacio en un helicóptero que la llevaría desde Ittoqqortoormiit hasta el aeropuerto internacional más cercano. Sintió que la gente la observaba aún con más extrañeza de la habitual. Cuando estaba por abordar la aeronave que ya tenía los motores encendidos, con la enorme mochila sobre los hombros y la capucha del negro anorak cubriéndole la mayor parte de la cabeza, se volvió un poco y vio a un pequeño grupo de chicos tras la cerca de malla de acero del helipuerto haciendo señas con la mano. Todos hacían el mismo gesto. Creyó que sería una obscenidad.
La Alfa lanzó su equipaje al interior mientras pensaba en lo harta que estaba y lo mucho que quería largarse de ese lugar. La reciente cercanía con la muerte no la había hecho cambiar de perspectiva. Había estado cerca de eso tantas veces que ya ni siquiera lo podía recordar. El helicóptero despegó. Además de los dos pilotos a los que no alcanzaba a escuchar, ella sería la única pasajera. Mientras se elevaban y volaban sobre el confín del mundo, Eris se preguntaba si todo aquello habría sido en vano. No tenía pruebas de nada.
De cualquier forma, la OINDAH tenía una ONG pugnando por la conservación del polo que se atravesaba en los intereses de la compañía minera contra la que empleados y pobladores se habían unido. De todos modos la organización ganaba. Era la ventaja de atacar por varios flancos al mismo tiempo.
Más tarde, la aeronave aterrizó en una ciudad. Al fin, comunicaciones y caminos decentes estaban a su alcance. Niezgoda bajó con la mochila y se alejó de la pista. Ella no había notado que uno de los pilotos vestido de blanco y que llevaba su propia mochila en la espalda descendió detrás de ella y se dirigió hacia la salida por un camino distinto. Eris se volvió un instante y lo vio alejarse, de espaldas a ella. Tuvo una corazonada. Regresó sobre sus pasos.
A pesar del gran abrigo que llevaba el piloto, su forma podía ser la de una mujer. La Pesadilla corrió hacia la persona, pero no lograba darle alcance. Dejó tirada la enorme mochila, pero aquella se alejaba más y más a paso veloz, ligera como el viento sobre la tundra. Se internó en una atestada sala. Cuando Eris logró llegar ahí, se encontró rodeada de gente que iba y venía, pero del objeto de su persecución no había ni rastro.
"Estúpida", se recriminó a sí misma. La señal que hacían los chicos con las manos era una C.
Y no era para ella.
Dos semanas después de la entrega del premio
En casa de Andrea y Juan José
Andrea pensó que podría intentar comunicarse con su amiga. Dejó algunos recados. Escribió "Quiero hablar contigo" con lápiz labial al revés en la ventana del departamento ubicado en el piso diez. Imaginaba que Contacto aún rondaría por los edificios a grandes alturas. Al no obtener respuesta, imaginó que el lugar idóneo para tratar de hablar con ella era el techo de su propio edificio. Subió ahí varias noches y sostuvo largos soliloquios sentada en la esquina de una banqueta de cemento sobre la que había un tanque.
Había estado tan consternada por la noticia reciente, que su mente no había seguido insistiendo en arrastrarla al evento que pudo acabar muy mal, pero aquella tarde que terminaba, sentada en la azotea, no pudo evitar recordarlo.
Seis semanas antes de la entrega del galardón, Andrea salió tarde de la compañía. Estaba ubicada en el centro, en un edificio de hormigón de seis pisos rodeado de prados y setos muy verdes y perfectamente recortados. Los laboratorios ocupaban los pisos inferiores y el área administrativa los restantes superiores. La doctora no solía trabajar hasta la noche, pero había estado preparando los datos para su difusión, con motivo del importante premio del que se había enterado el mundo entero. En la empresa en la que se producía el suero trabajaban al rededor de doscientas cincuenta personas. Esa noche, entre el personal del almacén, el de seguridad y ella, estaban menos de veinte trabajadores en el enorme predio.
Cuando se dirigía hacia su vehículo, justo a la mitad del vacío estacionamiento, se dio cuenta de que había olvidado algo en la oficina. Podía esperar al día siguiente, pero Andrea no solía dejar nada para después. Hubiera vuelto de no ser por que vio algo sujeto al limpiaparabrisas de su auto. Se le ocurrió que tal vez Juanjo le había dejado algo. Era un sobre grande, que tenía su nombre impreso al frente. Adentro había una carta.
El documento decía: "No tienen mucho tiempo antes de ser sentenciados. Dejen de interferir con la naturaleza. Si siguen haciéndolo, serán castigados. No habrá nada que los salve de la hoguera. No deben jugar con la vida y la muerte. Están advertidos".
La bioquímica trataba de entender qué rayos era eso. En ese instante se escuchó una explosión en el interior del edificio que reventó las ventanas del lado por el que ella había pretendido volver a su oficina. Nadie resultó herido, pero desde ese día, la mujer de los ojos color avellana estaba muy afectada.
Andrea estaba tan concentrada recordando el atentado, que no se dio cuenta de que había alguien parado detrás de ella. Escuchó un ruido. Volteó esperando verla y en vez de eso, el intendente del edificio que revisaba una instalación con una lámpara en la mano, la observaba como si fuera una demente. Había estado hablando en voz alta.
Se ruborizó y huyó a su departamento.
Más tarde, tocaron a la puerta. Estaba sola, Juanjo tardaría como una hora en volver del trabajo, pasaría a comprar algo para cenar. Se suponía que la seguridad del edificio departamental era muy buena, nadie podía entrar sin pasar por un filtro en la entrada. Si alguien externo iba de visita, debían autorizarlo con una llamada telefónica. Por ello, no se molestó en ver la pequeña pantalla de la cámara de la puerta, tenía que ser algún vecino o el intendente que había ido a preguntarle si se había vuelto loca.
Abrió la puerta y se encontró con una mujer de largo cabello rosa que le cubría medio rostro. Usaba botas militares, una holgada chamarra deportiva con un cierre y bombachos pantalones deportivos, todo de color negro. La observaba con un gesto serio, parecía molesta. Entró sin que la invitara y extendió la mano en la que traía un sobre.
Andrea observaba el objeto y a su portadora alternativamente con terror.
-Vengo de parte de una amiga mutua. Parece que has estado insistiendo en hablar con ella, me pidió que viniera a darte esto -dijo con un tono que le sonó a fastidio a la bioquímica. La desconocida bajó la cremallera de su enorme chamarra con capucha. Sobre su pecho colgaba una larga y gruesa cadena dorada de metal de la cual pendía una enorme letra C del mismo material. La doctora tomó una bocanada de aire, respirando con alivio.
-Toma asiento, por favor - le dijo a la extraña. Se sentaron en el comedor. Tomó el sobre y lo abrió. Era un mensaje.
La carta decía: "Lamento que hayas tenido que pasar por esto. Hice lo que debía para que la entrega pudiera realizarse, para ganar tiempo creando una distracción y después me quité de enmedio. Debí morir, pero encontré otra salida. Esa era la única manera en que el proyecto podía avanzar y que yo lograra ser libre al mismo tiempo. Perdóname, no quise herirte. Volví porque me preocupan varias cosas. Además, mi ausencia ya no es un secreto. Si necesitas saber algo más, puedes preguntarle a quien te entregó este mensaje. Te quiere, C.
-Increíble -dijo Andrea volviendo a ese momento. A pesar de que sus ojos estaban saturados de lágrimas, necesitaba enfocarse.
-Necesito que me devuelvas la carta -repuso la mujer del cabello rosa.
Andrea le entregó el papel. Ella fue hacia la cocina, encendió la hornilla, prendió fuego a la carta y la lanzó al fregadero, donde terminó de consumirse. Después abrió la llave del agua para que las cenizas se fueran por el drenaje. Aquello iba en serio, Andrea se preguntó qué significaba todo eso.
-Ella me ha pedido que sea muy franca contigo -repuso la mujer de mediana estatura.
-¿Se encuentra bien?
-Mejor que nunca -masculló ella.
-¿Dónde está?
-Cerca.
-Necesito verla.
-Yo estoy aquí hablando en su nombre. ¿Quieres verla después de todo lo que tuvo que hacer para desaparecer? -preguntó la mujer de cabello rosa. Andrea se quedó callada. En ese momento, un zumbido surgió del bolsillo de la sudadera de la extraña, que metió la mano y sacó el móvil para revisarlo-. ¡No, ella no debería exponerse por nadie, no vale la pena! -dijo en de forma determinante, como dirigiéndose al aire.
-Nos está oyendo -susurró Andrea, que sintió que el corazón le daba un vuelco. Se levantó de golpe, sorprendida.
-Siéntate. Nunca lograrás verla si ella no lo quiere así. ¡Por algo me mandó a mí! -exclamó la mujer del cabello rosado, señalándose, aún reclamándole a la nada.
-¿Está molesta? - preguntó Andrea, sentándose de nuevo.
-No -dijo su interlocutora casi susurrando, con una actitud distinta-. No debe venir en persona. Si los están vigilando sería un gran peligro para ella. Deben llamarla C.
-¿C? -inquirió Andrea.
La mujer asintió con seriedad.
-Contacto está muerta, no lo olvides.
-En la carta dice que cree que su ausencia ya no es un secreto, ¿qué significa eso?
-Significa que hay gente que nunca se tragó lo de su muerte y que sigue interesada en encontrarla.
-¿Qué es lo que le preocupa en particular como para haber vuelto?
-Tú. Y el hombre que tienes por jefe -respondió, omitiendo la palabra maniático que tenía en la punta de la lengua-. Ella sabe lo del atentado. Teme que pueda escalar.
-¿Cómo lo sabe?
-Fue noticia internacional
-Cierto. ¿Debo hablar con alguien, decírselo a Giorgio...?
-No. No debes revelar nada de lo que hablamos. Ni a tu esposo, ni al comandante, mucho menos a Di Maggio. Debo destruir la tarjeta también. Ahora.
Andrea asintió en silencio. Fue por ella y se repitió lo que ocurrió con la carta. Desconocía la relación que tenía su amiga con esa mujer, pero acataría sus indicaciones.
-Si no tienes más preguntas, me voy.
Ambas se levantaron.
-¿Cuál es tu nombre? -preguntó la de los ojos color avellana.
-Soy Adnil -respondió altanera la mujer del cabello rosa.
Andrea fue hacia ella y le dio un fuerte abrazo que la sorprendió, además de susurrarle un sentido "gracias". Adnil, que tenía los brazos pegados al cuerpo, dio un paso atrás cuando la científica la liberó y se fue deprisa.
-Espero poder verte, amiga. También te quiero -dijo la bioquímica acercándose a la ventana del departamento, observando el paisaje salpicado por las luces de la ciudad.
Estaba tan concentrada en lo que había visto, que no se le ocurrió preguntarse por lo que no vio.
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