Capítulo 25. Déjà vu
Seis días antes
En el lugar de la tortura de Gabriel
Los caballos, encabezados por Jacobo, los integrantes de las fuerzas especiales al mando de Niezgoda y la policía rodearon el inmueble donde se encontraba el Lector, gracias a la información que le había dado C al comandante por el teléfono fijo. A una orden, entraron. Eran tres veces más elementos que hombres armados del Nexo, los cuales se rindieron sin disparar ni una sola bala. El Lector requirió algo de ayuda para salir del escondite, le informó a Harry el sitio en el que Néstor citó a C y al cual ella había ido minutos atrás.
Los agentes de la OINDAH dejaron que la policía se hiciera cargo de los agresores y salieron a toda prisa hacia el punto indicado. Los hombres del Nexo afuera del edificio en la camioneta con el motor encendido fueron detenidos sin complicaciones. Harry entró primero. Eris iba detrás con su personal. Realizaron una búsqueda táctica por todo el desierto inmueble, hasta llegar al tercer y último piso.
Encontraron la puerta cerrada y total silencio tras ella. Al ingresar y ver la escena, el corazón le dio un vuelco al comandante. No estaba seguro de qué saturaba el ambiente, pero lo imaginaba, así que sacó a C en brazos. La recostó en un sitio ventilado, revisó su pulso, casi nulo. Tenía el puntaje más bajo de la escala de Glasgow.
Harry sospechó que ella tenía un shock anafiláctico, la sustancia que emitían los aerosoles debía ser el carisoprodol al que Calia era alérgica. El mismo Nexo había sugerido que sabía sobre eso, ellos se enteraron al haber usado el celular de Helena como micrófono, como de costumbre, aunque Néstor sabía que lo oían y lo usó a modo de provocación.
Harry le practicó RCP a Contacto y le dio respiración artificial por varios minutos hasta que llegaron los paramédicos. Ahí mismo le hicieron una intubación endotraqueal a pesar de la inflamación y pudieron recuperar el pulso. La subieron a la camilla y la sacaron de la escena.
Pero lo que vendría quizá era la parte más difícil de todo el complejo plan.
Seis días después
Respirar ahora le causaba un cosquilleo en los pulmones a C, aún no estaba bien del todo. El olfato ya le funcionaba un poco. Poco antes alguien a quien no logró ver le había dejado alimentos en la mesa de la cama que consumió a pesar de todo. Antes, la estuvieron manteniendo por vía intravenosa. Sentía enojo e impotencia. Si apenas había logrado arrastrarse algunas veces hasta el baño, no tenía muchas esperanzas de escapar de donde se encontraba. Sin duda, estaba en la organización.
Un hombre entró. Se paró junto a la cama y la observó. Llevaba algunos documentos en las manos. C lo veía con recelo. Estaba precisamente en la situación que trató de evitar al simular su muerte. Él se quitó el cubrebocas. Era el doctor Rojas, uno de los antiguos integrantes del proyecto.
-¿Tu olfato funciona bien?
-Casi no puedo oler nada -dijo ella.
Dejó los papeles sobre una mesa y comenzó a revisar su reflejo pupilar.
-Mejorará poco a poco. ¿Recuerdas qué fue lo que pasó?
-Sí. ¿Hace cuánto estoy aquí?
-Seis días. ¿Dolor al respirar? -preguntó.
-Ya no -respondió ella.
-Deberíamos esperar un par de días más, pero les urge verte.
-¿A quién?
-Ten paciencia, pronto lo entenderás todo -respondió y se retiró.
C no tenía idea de lo que le esperaba. Había una cámara en la habitación, la monitoreaban. No parecía ser prisionera. Se preguntaba si tenía sentido huir ahora que seguramente se habían hecho los Alfa con el virus. Tendría que destruir toda la cede si fuera necesario. Estaba sentada en la cama, tratando de entender lo que sucedía. Alguien más entró.
La vio acercarse, traía una bolsa de plástico en la mano que lanzó sobre el lecho. Se sentó en la silla que estaba a un lado, se recargó y puso los pies sobre el colchón, cruzándose de brazos.
-Vístete -dijo Eris, ya que la paciente usaba solo una bata hospitalaria.
C realmente no sabía qué pensar. Se limitaba a observarla con contrariedad.
-Vamos, tienes que saber algo.
La primera reacción de C fue huir, pero cuando se levantó, se vino abajo. Eris fue hacia ella y alcanzó a sostenerla. Las dos se sentaron en el piso.
-Parece que no correrás la maratón hoy -dijo la Alfa.
-¿Qué es esto? ¿Me persigues hasta las antípodas y ahora eres amable? ¿Ya tienen lo que querían? -dijo C entrecortadamente, muy molesta mientras seguía tratando de ponerse de pie, expresando lo que no pudo el día que murió Néstor.
Eris intentó ayudarla y C no lo permitía, permanecía sentada sobre el piso.
-Te aseguro que pronto lo entenderás todo. Suena raro hasta para mí, pero debes tener confianza. Por favor -dijo Eris tendiéndole la mano.
C la observaba molesta. La sujetó para levantarse a regañadientes.
-Si me dejas mostrarte algo, lo comprenderás-aseveró Eris.
La mujer convaleciente se vistió con la ropa deportiva, lentamente, jadeando.
Avanzaron con calma. Se dirigieron a otra parte del mismo complejo. Estaban en un recinto subterráneo. En algunas partes había claraboyas. Hasta ese momento, no parecía ser una prisionera. Después de surcar diversos pasadizos y corredores, C se tuvo que sentar un momento. No hubiera querido mostrar debilidad, deseaba salir de ahí lo antes posible, pero su cuerpo aún no respondía como de costumbre.
-Deberías volver a la cama, pero te están esperando -afirmó Niezgoda.
Siguieron hasta un nivel ejecutivo de la torre, que tenía pulidos pisos de color negro, y verdes paredes de mosaicos que parecían de malaquita. C volteó a ver los delineados ojos de Eris cuando se acercaron a la entrada de la enorme sala de juntas. La Pesadilla se paró en el umbral y sujetó el picaporte de una de las hojas de la puerta doble, la cual C había atravesado trece años antes, el día que perdió todo lo que fue.
-Yo no estoy autorizada a pasar -comentó la Alfa, abriéndole la puerta.
C entró. Ya no tenía nada más que perder.
Ingresar en ese salón fue realmente kafkiano.
Todas las personas que estaban alrededor de la mesa se pusieron de pie y se volvieron hacia ella. La observaban en silencio. Los conocía casi a todos. Las expresiones en sus rostros la confundieron. Giorgio Di Maggio estaba sentado del otro lado de la mesa, a la izquierda de la cabecera, el cual siempre fue su sitio en las reuniones del proyecto. El asiento siguiente era ocupado por Harry vestido con el gris uniforme del CDA.
Andrea estaba de espaldas a la puerta. A su izquierda, del lado derecho de la cabecera, había un lugar vacío, que era para ella. En el puesto principal se encontraba Mateo Gil, actual director de la OINDAH. Todos los integrantes originales del proyecto estaban ahí, incluyendo a Juan José y los Tanakas. También se encontraban presentes Laura Esther y Mary, a quien Giorgio llamaba madre, además de cinco personas vestidas de negro. A C le llamó la atención una mujer delgada de rostro arrugado y corto cabello rojo que le sonreía y la veía fijo con astutos ojos, pequeños y brillantes.
C sintió nuevamente como si el tiempo hubiera dado un giro equivocado y ella hubiera terminado en el pasado. Dio algunos pasos con la mayor seguridad que pudo, pero le costaba.
-Bienvenida, Calia -dijo Mateo Gil, Director General de la OINDAH.
Sus amigos la veían de una forma extraña, emotiva.
C se encogió un poco de hombros tratando de comprender. Volteó a ver a Di Maggio para preguntarle con la mirada, pero él solo le sonrió de lado. Dirigió la atención hacia Harry, que la observaba con afecto. Ella frunció el ceño. «¿Qué rayos está pasando?», se preguntó.
-Adentro y a las puertas de esta sala nos encontramos todos los que estamos al tanto de tus capacidades, Contacto. Por favor, tomen asiento -dijo Mateo.
C lo agradeció, ya que no podía estar más de pie. Se sentó junto a Andrea que la tomó de la mano, la bioquímica apenas podía controlar sus emociones.
-Es muy grato que puedas acompañarnos, hija. Cuando nos informaron que habías despertado y el doctor Rojas consideró que estabas en condiciones para esta reunirte con nosotros, decidimos convocar esta junta de inmediato. Algunos de los aquí presentes insistieron en que debíamos hablar contigo lo antes posible.
-Apreciaría que me explicaran qué está sucediendo -espetó ella, omitiendo una palabra altisonante de la frase ya que Mateo siempre fue muy amable con ella cuando era director del CDA.
Una mujer morena de ojos un poco rasgados, que usaba collares de cuentas de colores sobre una elegante blusa negra, tomó la palabra.
-Buenas tardes, Calia. Ha sido difícil pensar en las palabras correctas. Mi nombre operativo es Kleis. Pertenezco al consejo directivo del grupo Alfa. Después de analizar las estrategias y los acontecimientos ocurridos durante el tiempo en que el proyecto del doctor Di Maggio fue resguardado por la OINDAH, hemos concluido que cometimos un error con funestas consecuencias.
C no daba crédito a sus oídos.
-El incidente ocurrido con el ex integrante de las Fuerzas Especiales fue otra de las situaciones derivadas de un manejo inadecuado de la situación en el pasado. Actualmente tenemos una perspectiva diferente. Antes, la directiva del grupo Alfa planteaba que era necesario mantener un control absoluto sobre ti, ya que considerábamos que tu especificidad implicaba riesgos muy grandes.
"¿Eso fue algún tipo de disculpa?", pensó C. Trató de mantenerse ecuánime a pesar de que le hervía la sangre.
-Cuando te integraste a la OINDAH, la inteligencia decidió que era necesario conocer tus capacidades a profundidad y se estableció como una prioridad identificar el factor diferencial para replicar los efectos secundarios antes de que el suero se diera a conocer. No voy a negar que esto llevó al grupo a sobrepasar los límites de lo que se puede considerar correcto. A pesar de que logramos mantener el factor en secreto de los grandes predadores del mundo, aceptamos que nos equivocamos al haberte mantenido ignorante de la estrategia del grupo. No sólo quisiera extenderte una disculpa oficial. Queremos darte una compensación y hacerte un ofrecimiento.
«¿¡QUÉ!? ¿¡En serio!?», se dijo C. Su cara expresaba toda su contrariedad.
Andrea tomó la palabra.
-Sé que te estás preguntando sobre el virus. Juan José y yo estudiamos las muestras que te tomamos. Concluimos que es extremadamente virulento. Eso quiere decir que es letal. Hemos revisado una y otra vez su actuación en diversos organismos y los resultados suelen ser los mismos. El doctor Di Maggio tenía razón. Los efectos secundarios que expresaste no son replicables, por que es improbable que algún otro ser humano sobreviva a él. La tercera muestra que te tomamos será destruida con todos los estándares de seguridad, en el laboratorio, en tu presencia.
C recordó la muerte del Nexo. Kleis, que la observaba fijamente asintió, como si le leyera la mente.
-Quienes nos encontramos aquí somos las únicas personas en el mundo que sabemos sobre el virus, además de los dos agentes que están custodiando el acceso a esta sala. Todos nos comprometemos a que nadie tenga conocimiento sobre eso nunca. La humanidad pagaría por ello, y así como tú, no estamos dispuestos a cargar con eso sobre nosotros.
»Sin embargo, la existencia de ese factor en tu cuerpo sigue siendo un riesgo. Pretendemos contribuir a que esa información siga siendo confidencial, por tu seguridad y por el bien del mundo. Así que, hemos decidido retomar solo una de las estrategias iniciales de este grupo, que es que permanezcas oculta a la vista de todos, bajo el cobijo de la OINDAH. Por ello, y en reconocimiento a tus méritos, te ofrecemos un puesto permanente en el grupo Alfa -dijo Kleis.
C estaba completamente fuera de sí, pero siguió escuchando. El director general intervino.
-Es comprensible si deseas irte y no volver a saber nada de esta organización. No te buscaremos más. Te ofrecemos cubrir todos tus gastos si lo deseas. Sin embargo, nos honraría que aceptaras volver a formar parte de esta institución. También entendemos si necesitas un tiempo para pensarlo. Esta oferta permanecerá abierta de manera permanente, sea quien sea que dirija esta institución. Me comprometo a ello, hija -dijo Mateo.
C no podía creer lo que acababa de escuchar. Todos estaban dementes, sin duda. Sin decir nada, se puso de pie para irse del salón. Lamentó no poder hacerlo tan rápido como lo necesitaba.
-Un momento, Calia -dijo Giorgio Di Maggio con su voz cavernosa, levantándose también de su asiento.
Ella volteó a verlo. Estaban de lados opuestos de la mesa. Se sostuvieron la mirada un momento. Él, que autorizó que los Alfa jugaran con ella, él que le ocultó la verdad por muchos años, él que la odió más que nadie antes, pretendía pedirle ahora que se quedara.
-Casi todas las personas que te conocemos bien nos encontramos aquí. Hemos sido parte de un engaño que te orilló a tomar decisiones que han cambiado no sólo tu vida, sino la de todos nosotros -dijo dándole una fuerte palmada en el hombro a Harry que lo tomó por sorpresa-. Esto que está pasando no es un simple intento de tratar de subsanar los errores del pasado. Entiendo muy bien lo que te ha costado.
»Esta organización es parte fundamental de tu historia y pensamos que podrás lograr muchas cosas aquí. Por eso queremos pedirte que te quedes. Sin embargo, parece que soy el único que no sólo comprendería si decidieras irte: te pediría que lo hicieras si piensas que es lo mejor para ti -dijo el hombre en un tono grave, pero con suavidad.
-Giorgio tiene razón, Calia. Por favor, piensa en lo que te hemos propuesto. Este es el sitio al que perteneces. Lo sé, así como tu sabías que el CDA era el mío -le dijo Harry, a lo que el alto hombre respondió frunciendo el ceño por la interrupción, pero asintiendo un poco con la cabeza.
La habían hecho reunirse con ellos en esas condiciones porque sabían que en cuanto estuviera repuesta saldría corriendo. Paseó la mirada por el lugar. Observó a sus amigos. Todos a su manera habían sido parte del engaño. Sin embargo, también eran la razón por la cual seguía con vida. Ella tuvo que detenerse de la mesa para no perder el equilibrio.
-Entiendo las razones del señor director para convocar a esta junta, y agradezco las explicaciones. Sin embargo, tengo que declinar la oferta. Todos ustedes saben lo que hicieron. Jamás aceptaría una posición en un grupo que manipula y asesina a otras personas con tal de que ocurra lo que consideran mejor. No me interesa, gracias -repuso, dio media vuelta y salió.
Se encontró con el Lector en el pasillo.
-¿Ya te vas? ¿Después de todo el trabajo que nos costó traerte de vuelta? -preguntó él. Su rostro mostraba las secuelas de la tortura. Llevaba un parche en la sien, otro sobre la nariz y tenía tres dedos de la mano izquierda inmovilizados juntos. Se veía peor que ella-. Supongo que eso significa que estás declinando la oferta. Está bien, nadie va a detenerte. Sin embargo, déjame decirte algo más.
»Gran parte de las estrategias para tu control y contención fueron idea mía. Yo te recluté. Pero como sabes muy bien, también estuve involucrado en que se realizara la entrega. Tuve que ir en contra de la directiva de mi grupo. Eso fue muy difícil para mí, pero lo hice porque estaba de acuerdo contigo. Y seamos honestos, nunca has sido capaz de dimensionar lo que implica que seas como eres.
»Tratamos de contenerte porque temíamos que no pudieras limitarte, nos preocupaba que pudieran verte como lo hizo Néstor, pero nos mostraste muchas cosas que no esperábamos durante todos esos años. Me las enseñaste a mí. Después de que saltaste del techo, todos los Alfa detrás de esa puerta y yo estuvimos de acuerdo en que habíamos tenido suficiente de la perspectiva anterior y fuimos capaces de cambiar de idea. Creo que deberías darnos un poco de crédito por eso. No te estamos dando un premio de consolación, te estamos ofreciendo la oportunidad de seguir trabajando por el mundo.
»No somos perfectos, nadie lo es. Somos lo que hay. Y como yo lo veo, tienes tres opciones: regresar a esconderte en una vida ordinaria que no va contigo, hacer cosas por tu cuenta y arriesgarte a que alguien te encuentre, o quedarte aquí y ser parte de un cambio en el grupo, que sin duda, matizará a toda la organización. No queremos ayudarte, te pedimos que tú nos ayudes a nosotros.
»No voy a mentirte, estaba escuchando. Si no quieres ser parte de los Alfa no tienes que serlo. Puedes ser lo que quieras, todos estarán de acuerdo con eso. Esta institución se beneficiaría con tu trabajo. Esta es tu casa. Perteneces aquí.
-¿De verdad piensas que voy a caer con eso, Gabriel? -preguntó Calia, deteniéndose de la pared, haciendo un esfuerzo por respirar.
-¿No viste sus caras ahí adentro? ¿No escuchaste a tus amigos? ¿realmente crees que después de todo lo que pasó te mentirían ahora? -preguntó viéndola fijamente con sus ojos ambarinos.
-Eres un marrullero, Lector, todos lo son -susurró agotada, negando con la cabeza mientras él le ofrecía el brazo derecho para caminar juntos.
-Ya me conoces. En el fondo, somos demasiado parecidos, queremos las mismas cosas.
Calia se encogió de hombros. Lo pensó un momento. ¿Qué haría? Lo que llevaba en su cuerpo siempre sería un peligro para alguien. Para su familia. Para sí misma. Para el mundo. ¿Volvería a Groenlandia para seguir viendo la vida pasar? ¿Se escondería en otra parte? Después de todo, se había probado lo que el doctor Di Maggio anticipó, pero de una forma que ella no hubiera imaginado.
-¿Entonces...?
-Vamos al área médica, me duele la cabeza, me servirá conectarme al oxígeno un rato. Hagamos lo que proponen, aunque no pienso ser parte de tu grupo. Pero si tratan de pasarse de listos otra vez, reventaré toda la cede y a ti te voy a dejar peor de lo que estás ahora -dijo apoyándose en él.
Gabriel sonrió.
-Hecho. Ni siquiera cambiaremos tu estilo. Después de todo, te sigues vistiendo de negro -replicó el Alfa.
-¿Y a qué podría dedicarme, Lector? ¿A fastidiar gente, como ustedes?
-Tengo una idea que te parecerá interesante.
Ella suspiró, vencida. Y mientras marchaban juntos por el corredor, Elec se detuvo un momento.
-¿No vas a decirles que te quedas?
-Después. Déjalos que sufran.
Nueve meses más tarde
Las calles eran estrechas y solitarias. Una sombra las recorría en la noche con algo en los brazos. En una intersección ubicada entre casas de cartón y cercas de palos, la figura se detuvo en seco. De tres direcciones diferentes salieron hombres que se abalanzaron sobre ella, que se protegió con las piernas, para evitar que le arrebataran lo que abrazaba contra sí y que comenzó a llorar: era una niña pequeña.
Quien se defendía era una andrajosa mujer de oscura piel y crespo cabello. A pesar de que era muy fuerte y que luchaba con vehemencia, uno de los agresores logró evadir su atención. Estaba a punto de lanzarse sobre ella por atrás, cuando algo le cayó encima, por lo que se desplomó. Se movía tan rápido y estaba tan oscuro, que los otros no pudieron ver lo que le pasó. Trataron de usar sus armas para defenderse, pero no lograron ver a nadie. En poco tiempo, también terminaron tirados e inconscientes.
La mujer de cabello rizado con la criatura en brazos vio cómo alguien que salía de las sombras se acercaba lentamente a ella.
Era otra mujer.
-¿Están bien? -le preguntó.
-Sim -musitó la joven con el bebé.
-Evitaste que se la robaran -dijo quien vestía un ajustado y lustroso traje negro. Cuando la chica morena la vio más de cerca, se percató de que el atuendo tenía un logotipo de la OINDAH en el frente, apenas perceptible. La organización llevaba siempre ayuda humanitaria a su favela.
-Sim. Eu vou devolver para a mãe dele (Sí. Se la voy a devolver a su madre) -dijo con más confianza. A pesar de que hablaban idiomas distintos, éstos se parecían lo suficiente como para que lograran entenderse.
-Eres Yustise ¿cierto?
La joven asintió. Parecía sorprendida.
-Mis colegas vienen a detener a estos hombres. Te acompañaré a dejar a la niña con su madre, si quieres.
-Por que você me ajudou, como você sabe meu nome? (¿Por qué me ayudaste, cómo sabes mi nombre?) -preguntó Yustise, mientras caminaban por las oscuras calles.
-Sé lo que haces por tu barrio. Me dedico a encontrar a las personas especiales que ayudan a otros. Podría haber un trabajo para ti en la OINDAH.
-Quem é? (¿Quién eres?) -preguntó Yustise
-Me dicen Contacto.
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