Capítulo 22. El quinto mandamiento
Tras el asesinato de Helena
En la ciudad
Las dudas, el miedo. La incertidumbre.
Otra vez se encontraba C luchando consigo misma.
Después de colgar con el Nexo, no sabía qué hacer o con quién hablar. La petición de la voz de Tanaka confirmaba parte de sus miedos. No pasó mucho tiempo antes de que recibiera una llamada de Hipólito en el móvil, que negó saber sobre lo de Tanaka. Ella le explicó lo sucedido sobre eso y sobre la llamada de Néstor y el informático se dedicó a investigar los motivos, pero tuvo que contarle que Helena Rige acababa de ser asesinada por el Nexo. C no podía creerlo, así que tuvo que constatarlo. Esa noche, fue a uno de los peores sitios posibles. La morgue.
Tuvo que esperar un par de horas a que el encargado saliera un rato. No le costó trabajo encontrar el espacio donde estaba el cuerpo al que ya le habían practicado la necropsia. Abrió la bolsa y se encontró con el hermoso rostro de la rubia, totalmente pálido. Hubiera podido ser Di Maggio, o Andrea, incluso ella misma. No tuvo forma de contener el llanto.
Recordó a Helena con su blanco uniforme y sus grises ojos mirando todo con una cautela que alguna vez confundió con altivez. Ninguna distancia, ninguna prerrogativa había sido suficiente para librarla de la muerte. Su belleza la hizo vulnerable; otra vez la perversidad de un hombre ufano que creía tener derecho sobre alguien le había arrebatado una vida al mundo.
-Lamento mucho lo que te hicieron. Descansa en paz -susurró C, llorando en silencio, muy consternada. Comenzó a orar mentalmente por el ser inmaterial de Helena. Estaba tan absorta en el triste momento, que se percató muy tarde de que alguien se acercaba. Logró apenas cerrar la bolsa y ocultarse tras una pared, junto a la cual había más mesas con cuerpos en empaques como el de Helena. C no había alcanzado a ver al hombre que le cerraba el paso hacia la salida, pero sabía muy bien quién era. Lo escuchó abrir la cremallera como ella, seguido del empleado de la morgue, que se había ausentado precisamente para ir a recibir al Alfa.
-¿Podría darme unos minutos? -le preguntó Gabriel Elec al responsable del lugar con amabilidad.
-Está bien -contestó el individuo y se fue. C estaba buscando una salida alternativa mediante algún ducto o ventana, cuando el Lector comenzó a hablar en baja voz, con emoción contenida.
-Sé que no puedes escucharme, pero no puedo estar en paz si no hablo contigo. Recuerdo cuando eras apenas una jovencita que escapó de los horrores de la guerra. Quisimos que tuvieras un hogar, una familia en la organización, en el grupo. Fuiste como mi hermana. Eras una gran profesional, no habrá nunca nadie como tú. Has dejado un vacío muy grande. Lo siento.
C no pudo seguir conteniendo el llanto cuando lo escuchó llorar también.
-Hemos cometido graves errores, con tal de salvaguardar la organización, con tal de hacer lo que creíamos correcto. Pero fuimos demasiado egoístas, demasiado ambiciosos. Y acabamos olvidando lo que nos hace humanos. Lo que te ocurrió nos recuerda que no dejamos de ser humanos, ni dejaremos de serlo.
El llanto de Gabriel era mesurado, pero profundamente emotivo. En ese momento, vibró el móvil de C, zumbando en su bolsillo. Había olvidado apagarlo. Elec se quedó en silencio. Después comenzó a dirigirse con cautela hacia donde ella se ocultaba. La mujer hizo un gesto de horror. Quizá podría esconderse en una de esas mesas de aluminio simulando ser un cuerpo, o podría pasar junto a él y dejarlo tirado. Ella sola se había metido en un entuerto. Otra vez.
C aún no entendía lo que estaba pasando, no sabía si esa gente sería capaz de armar todo un plan que incluyera el asesinato de una de sus agentes con tal de capturarla para tener el virus que se encontraba en su interior.
Entonces, escuchó algo que Elec no hubiera podido oir. Mucho movimiento en las inmediaciones del inmueble, a varios metros de distancia. Gabriel se acercaba despacio hacia donde ella estaba y el barullo que solamente C podía escuchar avanzaba hacia él. Ella oyó claramente al distante encargado de la morgue decir "ahí está".
Todo fue muy rápido. La cámara en la que se encontraban los cuerpos tenía una sola salida. Gabriel había llegado al punto en el que C resultaría visible, pero ella no se movió. El Alfa levantó la vista y sus miradas se conectaron una décima de segundo. Ella hubiera podido jurar que el rostro del guapo Alfa expresó algo más que sorpresa; alegría. Justo en ese instante seis hombres encapuchados entraron a toda prisa en el depósito y en un movimiento ágil y expedito, Elec dio media vuelta y se alejó de donde ella se ocultaba para hacerle frente a lo que le esperaba.
Los individuos que fueron por él portaban demasiadas armas, el Alfa no puso ninguna resistencia. Sin duda, hubiera sido en vano. C se quedó pasmada en su incipiente escondite, mientras arrastraban al Lector con una violencia innecesaria para llevárselo de ahí.
Como si no hubiera sido suficiente, el tipo que comandaba el operativo, también encapuchado, y cuya voz era inconfundible, le dijo al Lector al salir: "tú sigues".
Tras el secuestro de Gabriel
En la mente de Felipe Néstor
Los amigos del Nexo siempre habían sido una fuente de información para él. La gente suele saber más de lo que parece.
Quien le había dado la pieza clave de todo aquello había sido un sujeto que ahora parecía ser irrelevante para los Alfa. El control de la información lo tuvo Eris por largo tiempo, pero después de lo ocurrido en la asamblea tres años atrás, Felipe Néstor había vuelto para buscar entre los escombros y la basura que los de negro dejaron atrás. Y fue ahí donde se encontró con Miguel Aster.
Miguel no recordaba su fugaz primer encuentro en el pasillo de un bar de poca monta en una boscosa carretera. El Nexo tenía el encanto de los psicópatas y logró acercarse a él con facilidad, por el trabajo en la OINDAH. Se hicieron amigos. De las muchas conversaciones que tuvieron, Néstor pudo saber las cosas que el primo de Andrea le contó a Niezgoda y que ella se reservó. Lo que puso al Nexo sobre aviso ocurrió una madrugada en la que el informático le relató cómo ayudó al doctor Alessandro Di Maggio en persona a saber que su celular tenía un programa espía con el cual monitoreaban sus conversaciones como si fuera un micrófono.
Néstor mantuvo un bajo perfil, agachando la cabeza y mordiéndose la lengua, esperando que los dueños de su destino le devolvieran lo que creía suyo por derecho.
Asimismo, se vinculó con el chofer de Di Maggio. El millonario fue un motivo, un pretexto. Si bien, encontró quién pagaría por quitarlo de en medio, no eran tan ingenuos ni él ni sus empleadores, como para creer que la muerte del director sería suficiente para destruir la compañía. Tendrían que acabar con todo el consejo directivo, los accionistas, con la heredera universal...
Néstor había sido capaz de ver más allá. Había podido comprender lo que los Alfa querían con tanta vehemencia. Lo que ocultaron a la vista, lo que le pusieron enfrente para que no lo viera. Había estado recogiendo datos, acomodándolos pieza por pieza, como si construyera un mosaico bizantino. Al alejarse un poco, vislumbró algo sorprendente y que valía más que lo que la OINDAH pudiera seguir ofreciéndole.
Ahora podía verlo claramente. Por ello esa mujer siempre estaba encima de él. Porque no era solo una mujer.
Los Alfa tratarían de cazarlo, de detenerlo. Le lanzarían a todos los sabuesos, a la policía, a los hombres que él mismo entrenó. Sin embargo, pretendía hacerse con aquella por la que lo habían destituido; si era lo que parecía ser, él podría negociar con el mejor postor. Con los Alfa, con las farmacéuticas, con las inteligencias de los gobiernos, con la mafia, con el mundo.
Invirtió todos sus recursos en aquel último asalto en el que daría el todo por el todo.
Tres horas más tarde
En una fábrica en desuso, a las afueras de la ciudad
Gabriel había sido despojado del celular y del reloj. Sus captores tampoco tenían aparatos consigo. No había cámaras ni servicio de internet en un perímetro considerable. Se creó un cerco de silencio electrónico.
El Alfa estaba resistiendo. Se sentía un poco otra vez como aquel chico gay del barrio que era agredido constantemente por bravucones, ante una docena de individuos que no solo estaban contratados por el Nexo, sino que eran sus amigos y lo veían como a un gran jefe, generoso con los tragos y los placeres. Elec no esperaba un rescate por parte de los elementos de inteligencia. En esos momentos estaba por su cuenta, aunque su destino se encontraba ahora en manos de una sola persona. Esa sería su prueba.
Lo torturaron largo rato. Usaron agua carbonatada, electricidad, hierros ardientes y le rompieron tres dedos de la mano izquierda. Le sacaron un premolar con unas pinzas, pero no pudieron sacarle ni media palabra. En ese escenario de tortura, había podido ver espacios un par de veces para tratar de escapar de sus captores, pero debía esperar. Tenía que resistir. Elec sabía que el Nexo deseaba que le hablara sobre el factor diferencial. Pero él no iba a hacerlo.
La prueba no era solo para ella, también era para él mismo.
Mientras tanto
En las alturas de la ciudad
C salió de de la morgue y fue tras la camioneta en la que habían montado a Gabriel. Toda esa escena le pareció demasiado familiar. Los siguió un buen rato por las alturas, hasta que se estacionaron y bajaron al Alfa en un sitio muy similar a otros donde había tenido un par de confrontaciones con la supuesta gente de De Lois, que si bien habían sido orquestadas por la Pesadilla, sin duda tenían el sello característico de Néstor.
La mujer pensó que alguien acudiría a rescatar al Alfa. Seguro sabían dónde estaba. Pasó una hora; dos. Ella esperaba y esperaba en posición, oculta en las sombras, preguntándose si aquella era una nueva trampa de la que no lograrían escapar. No pudo avisarle a nadie dónde se encontraban, el celular no tenía señal y si se movía de ahí corría el riesgo de perder a Gabriel.
Mientras C corría tras las camionetas del secuestro, Hipólito le marcó de nueva cuenta. Había sido él quien le llamó cuando estaba en la morgue, iba a explicarle cómo el Nexo había podido marcarle al móvil que tenía en el bolsillo. La presencia del celular con el mismo número en diversos escenarios, como en el atentado al empresario y la casa de Harry, fueron la clave. Debieron hacer un rastreo digital de los aparatos en cada locación para encontrar coincidencias y lo lograron.
Al subir y bajar por techos y paredes, C hablaba con el operador.
-¿Entonces el Nexo sabe dónde estoy en este momento? -preguntó ella.
-Ya no. Ya troné su sistema. Entre camaradas nos conocemos, pero no pensé que alguien estuviera trabajando con ese bruto. Nadie lo pensó.
-Parece que la inteligencia de la organización ya no lo es tanto.
-C, la verdad es que... —la había dicho el hombre pequeño antes de que ella llegara a la zona sin cobertura digital.
Dos horas después de mantenerse en posición vigilando el edificio hacia donde el Alfa fue conducido, el aparato volvió a tener señal por breves minutos. Había otra llamada en curso.
C la tomó. Se trataba de Néstor, que aparentemente podía activar y desactivar la red de telefonía celular a su antojo en el perímetro.
-¿Qué quieres? -preguntó la mujer.
-A ti -dijo él.
-Ya quisieras.
-En serio, quiero invitarte a mis humildes aposentos. Podemos platicar de tu pequeño secreto.
-¿De qué estás hablando? -inquirió ella.
-Aquí mi amigo el Lector me ha contado cosas muy interesantes sobre ti. Me ha dicho que eres especial. Por eso te tenían cercada —afirmó al tiempo que le enviaba una imagen de Gabriel muy golpeado.
La mujer sintió que toda la sangre de su cuerpo bajaba hacia su estómago.
-Hagamos un trato. Ven a verme. Tengamos nuestro "mano a mano". Si tú ganas, te vas y no vuelvo a molestarte. Si yo gano, me das lo que ellos tanto querían. Fácil.
-¿Y si te mando al carajo y ya?
-En ese caso, le pegaré al Alfa el tiro en la cabeza. Lo tengo justo en la mira. Después, cazaré uno a uno a tus amiguitos. Al insoportable Di Maggio primero. Con Andrea me pienso divertir un poco más. También a los dos que te llaman a ese número. Jacobo siempre está en la calle, es un blanco fácil.
El asesinato de Helena le indicaba que él no estaba jugando.
-Desgraciado infeliz -replicó ella.
-Así son los negocios. ¿Entonces? ¿Te espero? Es obvio que estás cerca de aquí. Te daré la dirección.
-Ahí estaré -respondió ella con la mandíbula apretada.
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