Capítulo 21. Enfrentamiento
En la empacadora de carne
Cuatro horas después del asesinato de Helena
Ya había oscurecido. Eris Niezgoda estaba sentada sobre una banqueta alta, con las piernas abiertas y los codos en los muslos, con la Glock 9 milímetros en la mano. Hacía rato que la policía había acordonado el área, realizó el levantamiento del cadáver y las pruebas periciales. Tardaban menos en procesar una escena del crimen que en acudir a prestar ayuda cuando se les solicitaba. Alguien se detuvo frente a la Alfa.
-Maldita sea, Gabriel -masculló la Pesadilla con suma seriedad.
-Lo siento mucho -dijo él.
Ella negó con la cabeza gacha. Había dejado tirado el chaleco de kevlar, la chamarra de negro cuero y los guantes en el piso. Seguía cubierta de la sangre de Helena. El Lector se sentó junto a ella de forma parecida.
-¿Vamos a seguir con esto, jefe? -le preguntó ella.
-Eso parece. Los cinco están hablando con el director general.
-Es inaceptable que tengamos una baja en el grupo por un hijo de puta infeliz -clamó Eris.
-Pudieron ser dos -afirmó Gabriel.
-Debí ser yo. Fue mi error.
Él hizo un movimiento negativo con la cabeza.
-Él sabía que lo estábamos siguiendo. Le dio los teléfonos celulares a uno de sus hombres que se fue en otro auto. Simularon bien su retirada. Lo subestimamos, Eris.
-Hel... ella insistió en seguirle el juego al cabrón ese. Sabe que iremos tras él. ¿Qué carajo quiere, maldición?
-Lo mismo que nosotros.
-¿Y ahora qué? -preguntó la sombría mujer.
El Lector exhaló con fuerza.
-No lo sé.
-¿Crees que nos atacará otra vez? -insistió Niezgoda, motivando al Lector a pensar.
-Sabe que vamos a custodiar a la gente de interés. Aunque llegue con un pelotón, daremos batalla. No creo que tenga intenciones de dejarse capturar así sin más. Tampoco podemos detenerlo aún, debemos esperar a que...
En ese momento, el móvil de Gabriel vibró. Era un mensaje del celular de Helena. El hombre respiró hondo. Eris lo observaba con los ojos muy abiertos.
Era la fotografía que el Nexo le había tomado a la mujer antes de dejarla en el congelador. Tenía un mensaje: "así mueren los traidores".
Gabriel comprendió. Tras tantos años de trabajar tan cerca de los Alfa, bajo sus directrices, de estudiarlos, le habían permitido a Felipe Néstor comprender la forma de funcionar del equipo de inteligencia. Aquel debía estar utilizando los mismos recursos que ellos. Se habían vuelto predecibles.
Por ello, el Lector sabía que tenían que seguir adelante con el plan.
Esa noche
En la OINDAH
Di Maggio contemplaba el océano en la oscuridad, a través de una ventana del piso treinta de la torre hexagonal. Laura Esther dormía en la cama cerca de él. Estaban en una habitación privada, sencilla y pulcra. La OINDAH los había alojado de manera temporal en uno de sus hostales más restringidos.
Él no podía dormir. Harry les informó lo que había ocurrido con Helena. La verdad era que en el fondo, le había dolido. Le costaba trabajo imaginar un mundo que carecería de su belleza. Una que nadie pudo apreciar de verdad, ni siquiera él. Helena, por su parte, había escogido el ambicioso camino de los Alfa. O ellos la habían escogido a ella para que lo siguiera. Debieron prometerle que no tendría que enredarse por nada con tipejos como De Lois, o como él mismo.
Giorgio comprendió que la belleza necesita algunas veces permanecer oculta para existir, para florecer. Y otras, necesita de un poco de luz. Estaba preocupado, se sentía impotente. A pesar de que durante muchos años pareció tener el destino de Calia entre sus manos, pudo ver que tanto ella como él estuvieron bajo el control de los Alfa. Y ahora, la inteligencia de la organización se había topado de bruces con el patiño que ellos mismos construyeron. Era una vieja historia, ocurría de nuevo. Sus propios monstruos se volvían contra ellos. Si hubieran sido menos ufanos, menos rígidos, quizá hubieran podido anticiparlo, hubieran podido verlo venir.
Entonces, Giorgio se dio cuenta de que en vez de mirar el oscuro horizonte, se estaba viendo a sí mismo, su reflejo en el cristal. En efecto, se había arrepentido de seguir adelante con todo eso. Por C. Sin embargo, era por ella también que había hecho lo que había hecho y que haría lo que haría. Era un motivo demasiado importante en su vida. Una razón. Pensó en su padre. En cómo debió verla cuando ella se presentaba frente a él. Debió hacerle mucha gracia tanta ingenuidad en el cuerpo de una fiera. Su padre siempre fue demasiado sensible a la belleza. Pero no a la obvia que se puede ver y tocar, sino a la inefable, la intangible. Por eso la voz de su madre lo había hechizado sin remedio. Quizá también fue una mujer muy hermosa, pero Giorgio estaba seguro de que de la forma en la que hubiera sido, la habría querido igual.
Él, por su parte, era sensible a otras cosas. Al tacto amable del que adolecía, a la vulnerabilidad con la que se identificaba. A la necesidad. Al calor humano. Gracias a Andrea seguía permitiéndose expresar su mejor cara, mostrar lo mejor que podía ser, justo como la relación que tuvo con Helena lo motivó a manifestar algunas de sus peores facetas. Contacto seguía siendo un extraño espejo en el que insistía en mirarse. Había algo en ella que aún no lograba comprender de sí mismo.
Giorgio sintió una mirada y se volvió hacia la cama. Su esposa lo contemplaba en la oscuridad.
-¿Te afectó lo que le pasó a esa mujer? -le preguntó. Ese cuestionamiento lo sacó de balance. No estaba seguro de si estaba preocupada o si era un reproche. O ambas. Por algún motivo, con Laura, además de reclamarle su ausencia, oscilaba entre estar a la defensiva y controlarse para no decir una insensatez de la que luego se arrepentiría-. Ven -le dijo ella extendiendo la mano, lo que le hizo relajarse. Se acostó frente a ella en el lecho.
-Esa bella mujer me contó que eras un jefe difícil, pero que le gustaba trabajar contigo. Hablé muy poco con ella, pero parecía ser una persona encantadora. Lo siento mucho, Gío.
Como siempre, las palabras de su esposa lo hacían volver a la tierra, lo plantaban en la realidad. Él asintió un poco con la cabeza en la almohada, frente a Laura, y la besó. Se abrazaron. Se sintió reconfortado y preocupado a la vez. Aprovecharía la presencia de su esquiva mujer y se aferraría a su calor mientras pudiera. Quizá lo ocurrido en las últimas semanas la habrían hecho sentir de la misma forma.
Cualquier cosa podría suceder ahora.
Horas antes
En la cima de un edificio
C tenía el teléfono móvil en la mano. No podía dar crédito a lo que estaba escuchando.
-Aquí el Nexo, cambio -dijo la voz del hombre-. ¿Acaso no vas a hablarme?
Ella no sabía qué hacer, estaba pasmada.
-Tus amigos no son los únicos que saben jugar con los teléfonos. Después de todo, si unos lo hacen, otros lo pueden hacer también.
La mujer se preguntó qué tanto sabría ese hombre sobre todo. Tenía que decírselo a alguien, pero, ¿a quién?
-Vamos, no me cuelgues, que me ha costado trabajo comunicarme contigo.
C exhaló.
-¿Qué quieres? -preguntó ella.
El hombre se rió en el teléfono.
-Hubiera jurado que ibas a colgarme. Un amigo me contó que estabas en la ciudad, así que quise saludarte. Veo que te has entrometido en mis asuntos otra vez.
-¿Con tus asuntos te refieres a tratar de asesinar a un empresario?
-De hecho sí voy a matar a alguien a quien tú y tu amigo Di Maggio conocen.
Ella se aterró. Se refería a Helena, a quien había secuestrado. La situación le resultó demasiado familiar y se le revolvió el estómago al pensar en la última vez que había ido a rescatar a la rubia.
-¿Por qué estás haciendo esto? -preguntó C.
-Porque me lo debes. Los Alfa me lo deben. Y se lo deben a Alex De Lois, aunque a él no le preocupe cobrarse.
-¿Me llamas para decirme que quieres vengarte de los Alfa y de mí? -le preguntó.
-No. Te llamo para proponerte un mano a mano. Tú y yo. Sin armas. Te diré dónde encontrarme para ajustar cuentas de una vez por todas.
-Estás demente. No voy a seguirte el juego.
-¿Ah, no? Ya lo veremos -afirmó él y colgó.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top