Capítulo 2. Migajas

TRES AÑOS DESPUÉS DE LA ENTREGA

Una semana después del evento del premio

Andrea caminaba por el amplio vestíbulo lleno de gente en movimiento. El proyecto, que se había convertido en una organización no gubernamental, aún era parte de la OINDAH; ella debía realizar actividades ahí con frecuencia. Ya no estaba dedicada por completo al área científica, como cuando el proyecto había sido resguardado en secreto por esa misma institución, a pesar de que ahora ella también tenía un doctorado en bioquímica.

La vocera pensaba en que debía pasar más tarde por el doctor Juan José Rus, su esposo, al laboratorio de la empresa de Di Maggio en el centro de la ciudad; desde lo ocurrido en uno de ellos, Andrea no había podido dormir bien. La pareja tuvo que hacer arreglos, como enviar a sus niños a vivir algunos meses con los abuelos. A la bioquímica no solo le preocupaba la bomba, que por fortuna nada más ocasionó daños materiales. Las amenazas que habían estado recibiendo por distintos medios la tenían en vilo.

Andrea alcanzó a ver a Harry en el abarrotado vestíbulo. Se lo encontraba de vez en cuando en la organización, vestido con el uniforme gris de mangas largas que tenía el logotipo del caballo de ajedrez del Comando de Apoyo o CDA bordado del lado izquierdo del pecho. Solía parecer un viejo bohemio. Andrea y su esposo lo trataban como a un miembro de su familia, incluso los gemelos lo llamaban tío.

El comandante era ahora un hombre totalmente distinto al que fue novio de Andrea por breve tiempo. Ella lo había apoyado por la memoria de Contacto, a pesar de que él las había traicionado a las dos.

Cuando lo vio de lejos, tuvo una sensación de flashback. Justo en ese lugar lo conoció, y parecía que había vuelto a ese momento. Ese día él se veía muy bien, como cuando era más joven. Ella entornó los ojos detrás de sus lentes de armazón delicado y enfocó la vista para tratar de descifrar lo que había cambiado en él, no podía ser sólo la barba que ya no estaba sobre su rostro.

Harry notó a Andrea entre la gente y sonrió de forma encantadora. Se paró más erguido y se dirigió hacia ella. Se saludaron con un beso en la mejilla.

-Felicidades por el premio, vi la transmisión. Gran discurso -exclamó él con entusiasmo.

-Gracias -respondió ella.

-La pregunta final de la prensa fue interesante ¿no crees?

Durante todos esos años habían evitado hablar de casi todo lo que tuvieron en común. Harry había sido parte de aquellos que impidieron el progreso del proyecto y de alguna forma fue la persona más afectada por los sucesos que desencadenaron la entrega.

-Parece que has tenido una buena noche -dijo Andrea, cambiando el tema, creyendo que alguna de las tantas mujeres con las que salía su amigo finalmente había logrado pasar más allá de la tercera cita. Quería seguir evitando hablar del pasado.

Él la observó pensativo y sonriente.

-Además de la presea, ¿has recibido algo interesante los últimos días? -preguntó.

-¿A qué te refieres?

Harry suspiró y la tomó por los hombros.

-Lo que se hizo una vez, pudo hacerse dos veces -le dijo viéndola a los ojos.

-¿De qué estás hablando? -replicó ella con preocupación.

Él observó sus ligeramente rasgados ojos y se rió como no lo había hecho en mucho tiempo.

-No me malinterpretes. Digamos que recibí una buena señal.

Andrea tenía una expresión de total desconcierto.

-Cuéntame, ¿cómo está Juanjo? ¿Y los chicos? ¿Cuándo se fueron?- preguntó el uniformado para evitar la incomodidad.

-La semana pasada, pero parece una eternidad. No sabes cómo hemos llorado su padre y yo, pero ya tienen un montón de amigos nuevos y suenan entusiasmados, así que creo que les irá muy bien. Vendrán en diciembre para las vacaciones. Es mejor así por ahora.

-Comprendo. Imagino que la policía sigue trabajando en la investigación.

-Giorgio atiende esos asuntos, no ha querido decirme gran cosa -aclaró ella. -Te dejo, debes tener prisa. Nos vemos pronto, ¿si? -replicó la mujer, que le dio otro beso en la mejilla y siguió su camino.

-Andrea -la llamó cuando se apartaba de él-. Tal vez no ocurra nada, pero te sugiero que estés preparada para recibir una buena noticia.

-¿Ya encontraste a la indicada, Jacobo? -preguntó la mujer a unos metros de él.

-Ella me encontró a mí -respondió.

Hacía mucho que Andrea no veía a Harry tan feliz. Desde que...


Cinco semanas atrás, en el círculo polar ártico

Como a las ocho de la noche

Eris contemplaba el horizonte helado. Sentía que casi lograba obtener algo cuando todo se le escapaba de las manos de nuevo. Había pasado años recorriendo el mundo sin un patrón. Viajaba a puntos específicos en momentos cruciales, como desastres naturales o conflictos. Iba a lugares inhóspitos donde sólo los más fuertes pueden sobrevivir. A veces pasaba meses sin tener nada. Otras, se estacionaba por algún tiempo en una ubicación.

Como de costumbre, estaba trabajando en dos misiones a la vez. A pesar de que ambas eran auspiciadas por la OINDAH, una era patrocinada por un particular. Por fortuna para ella y su terquedad, seguía dedicándose a lo que era experta, aunque no le había estado saliendo nada bien. Trató de intercambiar información por apoyo a un grupo de pobladores enfrentados con los trabajadores de una empresa minera que estaba ocasionando destrucción ambiental y de pronto, de forma incomprensible, los lugareños y los empleados extranjeros radicados en localidades cercanas parecían haberse puesto de acuerdo e iban a demandar juntos a la compañía.

Estaba harta, odiaba ese pinche lugar: el caserío rodeado de nada, los inútiles pescadores, la mugrosa taberna, el hielo, el silencio. Comenzaba a pensar que las "pistas" que la mantenían allí eran una forma de molestarla. Justo cuando salía de la cabaña que funcionaba como bar, decidida a tirar la toalla, notó que había ventisca. No quería permanecer ni un minuto más allí. El sitio en el que se alojaba no estaba lejos, así que siguió caminando sin percatarse de que se había desviado del camino. La temperatura en el campo abierto era de varios grados bajo cero. Eris, a quien seguían apodando "La pesadilla", seguía pensando mientras marchaba con cada vez menos visibilidad.

La única información que tenía la obtuvo justo acerca de lo que nadie le había querido contar. El silencio de la gente parecía ser una prueba de que estaban encubriendo a quien le acababan de restregar en la cara.

Para Eris todo se veía igual, blanco a la izquierda, la derecha, arriba, abajo. Había bajado por una hondonada. En ese momento, se dio cuenta de que caminaba sobre el hielo. Era la mitad del verano. Un paso hacia adelante provocó un extraño crujido. Trató de dar un paso hacia atrás y ocurrió lo mismo. Estaba a punto de recostarse para distribuir su peso cuando el suelo se rompió bajo sus pies, dejando un hueco por el que cayó al agua helada y oscura.



Un mes después de lo ocurrido en el Ártico

En la compañía de Di Maggio


Andrea llegó al edificio Alessandro Di Maggio o ADM, sede de la empresa que producía el suero; se dirigió al despacho de la Presidencia. Saludó al secretario personal de Giorgio, un joven moreno, de cabello rizado. Era muy eficiente. El mismo Di Maggio lo había reclutado. La bioquímica sospechaba que eligió a alguien que no le recordara en lo más mínimo a la asistente que tuvo cuando el proyecto estaba en manos de la organización.

El amable chico la acompañó a la moderna sala de juntas y le ofreció café. Giorgio estaba sentado en la cabecera, en una silla giratoria volteando hacia la ventana de placas de vidrio verdoso que tenía las blancas persianas cerradas, a pesar de lo cual, la sala estaba muy iluminada.

-Buenos días -dijo Andrea que se quedó de pie en espera se dirigiera hacia ella-. ¿Estás bien? -preguntó, dado que el hombre no había ni volteado ni devuelto el saludo.

Él se volvió en su dirección y la observó con sus azules ojos de lobo entrecerrados. Andrea tuvo otra vez esa sensación de déjà vu. Parecía misterioso y reservado, como solía ser años atrás, cuando era director del proyecto y no de una gran compañía.

El asistente entró y colocó un par de carpetas frente a cada uno y salió de nuevo, lo cual la motivó a sentarse. Los lentes de Di Maggio estaban sobre la mesa. Él los tomó y los dejó sobre la carpeta. Presionó el comunicador.

-Que no nos interrumpan, por favor -instruyó con su profunda voz. El enorme hombre se recargó sobre la mesa, viendo a Andrea aún de una forma extraña. Ella creyó que le hablaría sobre las amenazas o que quizá tenía más información sobre el atentado.

-¿Te has preguntado alguna vez qué pasó en realidad el día que Contacto saltó del techo de la torre?

Ella hizo una mueca cuando escuchó ese nombre; movió la cabeza.

-¿De verdad tenemos que hablar de esto ahora? -preguntó nerviosa como los peces dorados que habitaban el estanque que estaba afuera del edificio. Pensó que seguro aquello se debía a lo que ocurrió al final de la conferencia de prensa. No era la primera vez que Di Maggio intentaba hablar sobre el tema, pero habían pasado un par de años desde la última; ella siempre logró evitar la conversación.

La actitud de ese hombre había cambiado de forma notoria desde que se reencontró con Laura Esther, pero a veces surgía un dejo de su amargura pretérita, su heladez cortante, sus palabras insensibles y su proceder hiriente. No por nada muchos de sus colaboradores y subalternos le tenían un respeto que rayaba en el temor. Y de vez en cuando, afloraba su postura más intimidante, a la cual Andrea no era del todo inmune.

-Hay algo que no te he contado -musitó Di Maggio. Tomó algo de la bolsa de su elegante saco y lo puso sobre la mesa, sobre la carpeta de Andrea. Ella la observó con tristeza: era la cadena que traía colgados los dos rectángulos de negro y brillante silicio y la pequeña cruz.

-El anillo estaba ahí la última vez que la vi -aseveró él.

-¿Cuándo te diste cuenta de que no estaba? -inquirió ella, inquieta.

-Hace unos días.

-¿Y cuando fue la última vez que la viste con todo? -preguntó alterada.

-Hace como... tres años.

-Eso significa que el anillo pudo perderse en el transcurso de todo ese tiempo -aseveró más tranquila.

-No pudo desaparecer solo -replicó él.

-Es obvio que alguien lo tomó. Quizá deberías indagar en tu casa -dijo ella con el tono que usaba para aclararle algo a sus hijos.

-La puerta del despacho siempre está cerrada con llave -respondió, tras negar con la cabeza.

-Mucha gente de mantenimiento entra y sale de esa casa. Alguien podría conocer las ganzúas -clamó la mujer tratando de mantenerse ecuánime, aunque estaba exasperada.

-He pensado mucho en todo lo que pasó. Hay cosas que no encajan. Me sucedió lo mismo cuando...

-¿Qué?

-Cuando todos creíamos que tú habías muerto.

Ella lo veía con asombro

-¿No te parece que simular su muerte hubiera sido un excelente plan? -susurró Di Maggio.

Andrea se había ruborizado. Respiró hondo.

-¿Me vas a hacer hablar de eso? Está bien. Hablemos.

Él permaneció en silencio, arrugando las pobladas cejas negras.

-Supongamos -siguió la bioquímica-. Imaginemos que ella lo logró de alguna forma, que nos hizo quedar a todos como idiotas, que se salió con la suya. Si ella se fue para que siguiéramos adelante con nuestras vidas y ella con la suya ¿no crees que estar hablando de esto sería algo que no deberíamos hacer?

-He pensado en eso más de lo que puedes imaginar. Pero hay algo que ella no consideró. El desarrollo de mi padre está en mis manos. Si todo su problema era el virus, quizá hubiéramos podido hacer algo. En todo caso, por eso ella se habría "suicidado", ¿no?

Andrea no se lo había dicho, pero pensaba lo mismo. Aún así le respondió airada.

-¡Giorgio, han pasado tres años! ¡Estuve muy preocupada por Harry cuando parecía haberse vuelto loco, pero parece que el que está mal de la cabeza ahora eres tú! ¿Te das cuenta de cómo suena todo esto? Hablar de esto no es sano, no tiene sentido. Como sea, debemos dejarla en paz, viva o muerta, esto último hasta donde todos sabemos -exclamó ella, con los ojos húmedos.

Él no respondió. Comprendía lo difícil que era todo el asunto para Andrea, pero tenía algo más que una esperanza.

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