Capítulo 2. Información sensible
Días después del regreso de C a la OINDAH
En el edificio ADM
Era de madrugada. Aurelio bostezaba, recargado en el asiento del piloto. Su patrón le había dicho que no tardaría, pero ya tenía un buen rato esperando.
Di Maggio había bajado al nivel inferior del desierto laboratorio, algunos metros bajo el nivel de la calle. Las modernas luces blancas de los plafones iluminaban la amplia sala con largos mesones sobre los cuales había artefactos, objetos vítreos, metálicos y frascos con sustancias de diversa índole. Las campanas extractoras, los reactores, las autoclaves y otros voluminosos aparatos estaban pegados a las grises paredes, circundando el área.
Muy pocas personas hubieran podido imaginar lo cómodo que se sentía el heredero en un sitio como ese. Había pasado incontables horas de su temprana edad en uno similar. Asimismo, muchos de los procedimientos que realizaban ahí los técnicos y los investigadores no le resultaban desconocidos. Más ahora, que se encargaba de la dirección de aquel lugar. Casi se sentía alegre al acudir al espacio de acceso restringido, con un contenedor como de 15 cm por lado en las manos.
Tecleó en la puerta la clave que se suponía no conocía y entró a un pequeño recinto privado. Sacó un control remoto de su bolsillo y a distancia prudente, señaló la cámara con él y presionó el botón de pausa. Sonrió.
Fue directo hacia la caja fuerte y la abrió. Sacó la computadora portátil con toda calma, la puso en una mesa y esperó a que se encendiera. Tecleó otra clave y accedió al contenido. Tomó una USB o pendrive de su otro bolsillo, lo conectó en el puerto y seleccionó varios archivos que grabó en la misma antes de volver a poner todo donde estaba.
Finalmente, se puso un par de guantes de látex y digitó la clave del refrigerador de seguridad. Abrió la puerta y sacó un contenedor. Adentro de este había otro, y en su interior, congelado, estaba un tubo de muestra de analítica con tapa azul. Abrió la caja que traía. De un cilindro refrigerante cerrado herméticamente sacó otro tubo idéntico que contenía un líquido transparente. Di Maggio los intercambió. Primero colocó con sumo cuidado la muestra que sacó del refrigerador en el espacio justo del cilindro que llevaba. Tenía etiquetas que indicaban la peligrosidad de su contenido. Luego volvió a poner el receptáculo con la nueva muestra en el refrigerador. Por último, metió el cilindro en la caja portátil y volvió sobre sus pasos antes de dejar la videocámara como estaba.
Un virus semejante debía transportarse en un triple contenedor hermético y refrigerado. Di Maggio jamás hubiera pensado en hacerlo de otra manera.
Antes de salir de casa, Giorgio se había cerciorado de que su esposa, que había suspendido sus viajes hasta nuevo aviso, se encontrara dormida. Tuvo que tocar con los nudillos en la ventanilla para despertar al chofer, que se sobresaltó. Subió al auto y regresaron al edificio. Aurelio volvió a su departamento, varios pisos debajo del de Di Maggio, y aquel subió al penthouse. Una vez ahí, fue al despacho, puso el empaque en el frigobar y se fue a la cama.
A la mañana siguiente, Giorgio se arregló más temprano que de costumbre. Laura seguía durmiendo, tal como la encontró al volver de su furtiva visita. Bajó al despacho por la caja.
El clamor que profirió al no encontrarla donde la dejó se escuchó por todo el departamento.
Once meses después
En una tienda departamental
-No soporto estos lugares, hay demasiada explotación humana y reproducción de feos estereotipos detrás de esto, pero no tuvimos fiesta de graduación y no pudiste ir a mi boda, así que digamos que es una tarde de chicas.
-De viejas, querrás decir, que muy chicas ya no estamos.
-Cállate, que tú no has cambiado nada -respondió Andrea entrando con Calia del brazo al gran almacén.
-¿No crees que será riesgoso que me vean en casa de los Di Maggio?
-Ya no eres un sujeto de pruebas, eres una agente de élite de la OINDAH, puedes estar ahí como en cualquier parte. Además, Laura ha insistido, no puedes despreciar su invitación -comentó la vocera revisando un par de prendas colgadas de manera elegante en una percha.
-Buenas tardes, ¿buscaban algo en especial?
-preguntó una amable joven dirigiéndose a la bioquímica, lanzándole una mirada recelosa a Calia que vestía el holgado conjunto deportivo.
-¡Sí, gracias! Tenemos un compromiso formal de noche -repuso Andrea.
-De este lado, por favor -comentó la asistente. Fueron a la sección de vestidos largos y la joven comenzó a hacerles sugerencias-. Disculpe, ¿qué talla es usted? - le preguntó a la mujer de negro que se sentía como un gato en una pecera.
-Mediana, creo -replicó.
La joven parecía contrariada.
-Quítate esa cosa -le ordenó Andrea. Calia obedeció y se sacó el rompevientos. Llevaba una camiseta deportiva sin mangas debajo. No usaba sostén, seguía teniendo un busto pequeño y firme.
La chica tenía una expresión de asombro. Los músculos de la espalda y los brazos de la de negro se definían con precisión.
-Soy físico culturista -mintió Calia. En ese momento, la expresión y la actitud de la dependienta cambiaron drásticamente, perdiendo el recelo.
Las tres repasaron incontables prendas de lado a lado de la tienda. Al fin, fueron al probador con varias opciones. Andrea eligió un elegante vestido strapless entre rosado y naranja, con un satinado brillo dorado que tenía un buen descuento por ser de una temporada anterior. Seguir las tendencias de moda era una trampa para tontos, según la vocera.
A pesar de haber intentado con diversos colores y estilos, Calia no parecía sentiste cómoda con nada. Al fin se probó un vestido de escote cuadrado y tirantes anchos, de falda amplia con enaguas de tul. Lo pidió negro, a pesar de que su amiga insistió en que intentara con otro color.
Tras adquirir las prendas, las mujeres siguieron con la conversación, circulando por los elegantes pasillos, tomadas del brazo.
-Me sorprende que quieran celebrar su aniversario así. No son mucho de fiestas y menos en su casa -afirmó la vocera.
-Se aman y están juntos, seguro quieren festejarlo de alguna forma -opinó Calia.
Ambos eran amigos de Andrea, por lo que esperaba que aquello fuera cierto, aunque conocía bien sus diferencias y los motivos de esa fiesta no le quedaban claros.
-Siguiendo con cosas de chicas, cuéntame. Nunca me has dicho si hubo alguien mientras tú estabas "allá arriba" -dijo Andrea.
Calia sonrió.
-Era fugitiva. No hay mucho espacio para el romance en esas condiciones.
-Me resulta tan difícil imaginarlo. ¿Sigues evitando a Harry?
-No es que lo evite, bueno... es mejor así.
-¿De verdad ya no sientes nada por él?
-Es un gran hombre, pero el pasado está muerto. La clase de cosas que ocurrieron entre nosotros no tienen arreglo. A pesar de todo, lo estimo mucho, siempre será muy importante para mí. Le he dejado muy clara mi postura, creo que él siente lo mismo.
-No estoy muy segura de eso.
-¿A qué te refieres?
-Todavía se ruboriza cuando te menciono. Aunque parece que tiene varios meses saliendo con alguien.
-Seguro será muy feliz al lado de alguien más. Espero que pueda seguir adelante con su vida.
-¿Y tú cómo seguirás adelante con la tuya, amiga?
-Esto para mí es seguir adelante. He comprendido más y más lo que significa ser lo que soy. Sigo sintiendo que estoy en tiempo prestado, que debí morir en aquel entonces. Por eso trataré de aprovechar mi vida, no quiero preocuparme por cosas que no valen la pena.
-El amor vale la pena -respondió Andrea conteniendo sus emociones. Sin embargo, entendía lo complejo que podría ser para su amiga lograr relacionarse sentimentalmente con alguien que no supiera lo que era.
-Y yo amo el azúcar, no puedo vivir sin ella. Esta tienda tiene un café, vamos por un pedazo de pastel, ¿sí? Así terminamos la cita de chicas -sugirió Contacto.
La madre cuyos gemelos la esperaban en casa junto con su esposo sonrió.
Once meses atrás
En el pent house de los Di Maggio
Giorgio, hincado frente al vacío frigobar de su despacho, creyó que le iba a dar un ataque de nervios, aunque más parecía uno de furia. Su esposa entró tras él enfundada en un albornoz púrpura y se cruzó de brazos frente al escritorio.
-Dime que lo tienes tú -rugió él incorporándose.
-¿Qué hace un contenedor etiquetado como agente infeccioso en nuestra casa, Giorgio? -preguntó ella enfadada.
-¿Me estabas espiando?
-Saliste de la cama a las tres de la mañana, ¿creíste que no me iba a dar cuenta? Escuché cuando volviste y pasaste por aquí.
-¿Revisaste mi despacho?
-¿Qué contiene el cilindro?
Él estaba demasiado molesto. Debió haberlo entregado la noche anterior, pero la persona que iba a recibirlo lo citó a una hora en un sitio específico.
-Dámelo -ordenó él.
-No si no me dices qué es.
Di Maggio estaba realmente furioso.
-Es el suero de Calia, ¿verdad? ¿A quién se lo darás? Si no me lo dices no te lo devolveré -espetó ella.
Él le propinó su mirada más intimidante.
-¿Piensas dárselo a los Alfa?
El rostro de Di Maggio seguía denotando su profundo enojo.
-¿Por qué? ¿Eso es lo que hubiera querido tu padre?
-No comprendes.
-No, no comprendo. ¡Me has mantenido al margen de todo este asunto!
Él suspiró, tratando de mantenerse sereno, de tener paciencia, pero deseando con toda su alma gritarle a su esposa que no metiera las narices en sus malditos asuntos. No lo hizo.
-Sí, es el virus de Calia. En efecto, se lo voy a entregar a Versa. Ella ya no participa de forma activa en el consejo de los cinco, pero lo hace como emérita, por decirlo de alguna forma. Un Alfa nunca deja de ser un Alfa -concluyó él, repitiendo las palabras de alguno de ellos.
-¿¡Por qué pretendes hacer algo como eso!?
-El virus es letal, no podrán usarlo para lo que desean y ellos no piensan acabar con media humanidad -masculló Di Maggio.
-¿Pero por qué se...?
-Lo intercambié por Calia. Gracias a eso ellos la resguardarán del mundo. Así compartirán el secreto. A los Alfa les interesa analizar esto y pueden pasar haciéndolo cincuenta años, pero mientras tanto, estarán obligados a protegerla.
-Porque se estarían protegiendo a sí mismos -susurró Laura.
Giorgio suspiró y se dejó caer en el sillón giratorio, compungido.
-Juré que nadie iba a saber sobre esto, Laura. Ni siquiera Elec está enterado. Es un peso que no hubiera querido que cargaras sobre tus hombros.
-¿Haces todo esto por ella?
Él pensó que era un reproche, pero la mujer prosiguió.
-Podemos compartirlo todo, mi vida, hasta este horrible secreto. Aunque no lo parezca, yo también me siento en deuda con ella. Carguemos juntos con eso y esperemos que los Alfa nunca logren cumplir su cometido -comentó Laura que fue hasta él y lo abrazó de lado.
Di Maggio exhaló, un tanto más relajado.
-El contenedor está en el refrigerador de la cocina, junto con nuestros almuerzos. Ojalá que de verdad sea seguro, porque de lo contrario no deberíamos llevarnos esos sándwiches de ensalada de pollo al trabajo -comentó Laura.
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