Capítulo 19. En la encrucijada
Tres meses después de la entrega de Calia
En la mansión
Giorgio volvió a casa en la Diavel. No lo hizo solo.
Había regresado con Calia semiconsciente; se veían las abrasiones en las muñecas que tuvo atadas en la espalda.
No quería soltarla, le aterraba pensar en hacerlo, como si un funesto presagio se cerniera sobre ellos.
La encontró con los ojos vendados, tirada a la vera del camino, como si fuera un animal muerto. Estaba helada. Vestía el traje con el que se la llevaron.
Cuando arribaron, Giorgio la subió a uno de los baños, llenó la tina, le sacó las botas y la metió al agua sin quitarle el traje, para que entrara en calor.
Después, Di Maggio había tratado de hacerla comer un poco, pero su estómago no lo resistía. Se quedó más tranquilo cuando tras varios intentos pudo retener algo de líquido. Ahora dormía en la cama de la recámara roja sobre la cual estaban ambos. Él, medio recargado en la cabecera, la abrazaba contra su pecho como si fuera lo más natural del mundo, como si siempre hubiera debido ser así. En el momento en el que el heredero fue consciente de que ella estaba acurrucada en sus brazos después de todo lo ocurrido en los pasados años, se sintió sobrecogido. Una vehemente sensación lo saturó.
Recordó la primera vez que la vio en el cementerio junto a la falsa sepultura de Andrea, vestida de negro. Rememoró cómo el corazón le latía furioso, cómo deseó que la bala que hirió a la bioquímica hubiera sido para ella, a quien culpaba de que su padre y él nunca volvieron a estar juntos. Y recordó cómo se quedó impávido cuando Calia se volvió hacia él y lo miró con esos enormes ojos suyos, arrebatándole los argumentos de odio por una fracción de segundo.
En su memoria estaba aquella noche en que la enfrentó en un oscuro callejón tras el edificio de su propiedad al que había ido para recuperar la Colt con la que pretendía defenderse de ella que lo seguía, pero resultó que ella no sabía quién era él. En vez de darle un tiro, él acabó de espaldas contra la pared, tras la huida de Contacto.
Volvió a su mente el momento en el que ella supo que se trataba de él. Tenía en su recuerdo su desconcierto cuando le dijo que era el hijo del doctor Alessandro Di Maggio, nunca olvidaría la emoción que le causó verla cabizbaja, avergonzada, sometiéndose a su voluntad sólo por ser el heredero del proyecto.
Giorgio recordó el dolor que saturaba su cuerpo y su alma en aquél entonces, el gusto que le provocaba increpar y azuzar a aquella inhumana mujer que era más importante para su padre que él; el placer que le causaba sentir que estaba a su merced, el que le daba saberla engañada; verla sufrir, mantenerla perdida.
Recordó cómo ella evitó que él se quitara la vida a costa de su propia integridad, tras lo cual supo que Andrea vivía y que él no era culpable de otro crimen. Esos días que pasaron en la mansión mientras Calia se recuperaba de la herida en el hombro lo hicieron sentir cómodo. Muy cómodo.
No había mala cara ni ácida palabra que ella no le tolerara. No suplicaba por su atención como Helena, no parecía querer nada de él más que estar ahí, acompañándolo.
Di Maggio nunca olvidaría cómo los Alfa, que tenían su permiso para hacer con Calia lo que quisieran, casi acabaron con ella. Él supo desde entonces que, así como esa mujer insistía en estar sentada frente a él todos los días por horas sin decir nada, él no podía estar en otro sitio que no fuera junto a ella mientras se debatía entre la vida y la muerte.
Años antes, poco a poco se fue dando cuenta de que aunque tratara de negarlo, deseaba tocarla. Quería tenerla como si fuera un objeto. Permitió y propició que ella padeciera lo indecible por concretar su venganza que se nutría de una profunda y disruptiva emoción que él confundió con celos, con sed de justicia, con deseos de revancha, con amor propio herido... y no era más que la dolorosísima necesidad de que estuviera junto a él, como en ese momento.
Las lágrimas rodaron sobre las encarnadas mejillas del hombre. No quería despertarla, pero no logró contenerse. Calia reaccionó un poco. Aún débil y violentada como se encontraba, lo rodeó con los brazos.
-No llores -musitó.
Él la abrazó de lado con más fuerza.
-Creí que no volvería a verte. Dime qué pasó -suplicó con su profunda voz.
-No te lo diré. No me vuelvas a preguntar -respondió ella.
Sin duda, luchó y resistió con todas sus fuerzas a lo que le hicieron. Estaba en una indecible condición. Se veía demacrada, como si apenas hubiera comido o dormido en semanas. Parecía que la habían agredido de varias fomas. Quizá también era el efecto de los retrovirales.
Transcurrían los días. Poco a poco Calia fue recuperándose, pero era obvio que no era la misma. Sus pasos eran más lentos, dormía muchas horas. Se revolvía en pesadillas por las noches, despertaba jadeando, empapada en sudor. Di Maggio no se movía de su lado, no salía de la casa y no permitía que nadie ingresara. A la única a la que le avisó que había ido por ella fue a Andrea, que les llevaba provisiones. La bioquímica tomó muestras para analizarlas.
Tenía terribles temores que no deseaba confirmar.
Dos semanas después
Giorgio estaba en el despacho, sentado frente al pianoforte de cola que le perteneció a su madre. Se sentía más tranquilo. Laura había firmado los documentos del divorcio días atrás. Aún seguirían su curso los largos trámites de finiquito de las obligaciones compartidas, en particular del asunto más delicado de todos, pero ella no había tenido objeción en rubricar el acuerdo.
Calia se encontraba mejor, Giorgio le daba espacio. La dejaba dormir o pasear por el bosquecillo que estaba detrás de la casa cuando parecía que quería estar sola, seguramente procesando lo ocurrido. El heredero abrió la tapa del piano que había sido afinado meses antes y comenzó a tocar. Recibió años de lecciones en su juventud. Comenzó a presionar algunas teclas y la memoria llevó a sus manos a interpretar el primer movimiento de Claro de luna de Beethoven. No lo hacía nada mal. Estaba tan concentrado, que no notó a la mujer que llegaba detrás de él.
Calia se acercó con sigilo y le puso la mano en la espalda.
-No te detengas, por favor -le pidió.
Él hizo una media sonrisa.
-No tenía idea de que tocaras el piano.
-El caballo no es el único con talento musical. Mi madre me obligaba a estudiar, pero nunca le di el gusto de saber que podía hacerlo bien -afirmó él.
-¿No piensas volver a trabajar? -preguntó ella.
Él se puso muy serio y dejó de tocar.
-Percibo tu alteración, sé que hay algo que no me quieres decir -afirmó Calia.
-Ya no trabajo en la compañía -replicó él.
-Tampoco Andrea, ¿verdad?
Giorgio se volvió hacia ella y negó.
-Se está cerrando la empresa -aseveró el heredero. Calia se enteraría tarde o temprano.
-¿Por qué? -preguntó preocupada.
-Se está liquidando a los accionistas, a los empleados, a los acreedores...
-¿Por qué? -insistió.
-Porque ya no tenemos la patente del suero.
-¿Qué pasó con ella?
-La cedí.
-¿A quién? -preguntó Calia a punto del quebranto.
-No importa.
-¡Di Maggio, a quién...!
-Al gobierno de nuestro vecino del norte -replicó muy serio.
Calia comprendió. Se llevó las manos a la cabeza y comenzó a llorar con fuerza. Giorgio se puso de pie y la abrazó.
-Está bien.
Ella se alejó de él.
-¿Qué harás ahora tú? ¿Y qué se supone que van a hacer ellos con el suero? ¿Y si impiden que se siga distribuyendo? -exclamó desesperada.
-Seguro van a hacer lo que les deje más dinero. De todas formas en pocos años será del dominio público y la gente del proyecto está trabajando con la OINDAH en una nueva versión. Por mí no debes preocuparte, estaba cansado de ese trabajo de todas formas. Tengo todo lo que necesito justo aquí -dijo con su grave voz que sonó como un gruñido.
Calia se vio reflejada en los ojos del hombre cuyo rostro solía ser inexpresivo. El terrible, traidor, vengativo, manipulador e intimidante Giorgio Di Maggio la observaba conmovido, como si no existiera nada más en el mundo entero.
Lo había perdido casi todo para poder traerla de vuelta.
Ella no quiso evitar el gesto que nació en su corazón para él. Cruzó los centímetros que los separaban, que se sintió como la distancia más grande que hubiera tenido que atravesar en toda su vida. Le tomó el rostro a Giorgio para acercarlo al suyo y depositó un beso tímido sobre los finos labios del heredero, temblando. Aquel gesto fue extrañamente natural. Calia se alejó para verlo. Él le sonreía con galanura. Era muy bello sin la pose de hombre malvado. La tomó entre sus brazos y la besó con una pasión que la sorprendió, pero que no tuvo reparo en corresponder.
Ya no tenían nada que negarse, no se guardaban ningún secreto. Juntos dejaron ir el pasado y no pensaban en el incierto futuro. Tenían ese presente, sería suyo el resto de sus vidas.
Incluso, a pesar de lo que vendría.
Tres meses y dos semanas antes
En el departamento de Alex De Lois
Dos poderosos hombres se enfrentaban de nuevo. Entre ellos estaba el fino tablero de ajedrez. De Lois, que seguía siendo el Subdirector Jurídico de la OINDAH, tenía una copa de coñac en la mano izquierda y un puro enorme en la derecha.
-Jamás pensé que dejarías de beber -le dijo a Di Maggio que observaba las delicadas piezas con su gélida mirada azul, muy erguido.
-A veces es necesario cambiar para sobrevivir -afirmó, percatándose de que estaba acorralado sobre el tablero. Jugaba, como siempre, con las negras.
-Entonces, ¿quieres dar una licencia a terceros sobre la patente del suero DGDA? -inquirió De Lois, incrédulo de lo que le había pedido el heredero.
-No. Quiero hacer una cesión total. Me parece que es posible, dado que soy el accionista mayoritario.
-En teoría es posible, claro, pero tengo que revisar las actas y los estatutos de la empresa para verificarlo -replicó el rubio subdirector, observando a Giorgio con recelo.
-También necesito de tu ayuda para mediar con el receptor. Comprendo que has estado en contacto con ellos como Subdirector Jurídico de la OINDAH, los asuntos diplomáticos internacionales son de la competencia de tu área -afirmó Giorgio.
-Así es. ¿De verdad deseas cederle la patente al gobierno de...?
-Sí.
-Vamos, dímelo. ¿Es una especie de venganza contra tu mujer? Tu divorcio sin duda será noticia de primera plana -comentó De Lois.
-Laura estará de acuerdo con la cesión. Voy a cambiar la patente por algo. Por alguien.
De Lois abrió los ojos de par en par con sorpresa.
-Pretendes intercambiarlo por la mujer del virus...
-No hay tal virus. Temo que no la devuelvan si no les ofrezco algo a cambio -clamó Giorgio.
-Hay otras vías para pedir eso, la corte internacional de los Derechos Humanos, las ONG de...
Di Maggio observó a De Lois fijamente tras hacer su movimiento en el tablero. De Lois sintió un escalofrío y bajó la mirada para estudiar las posibilidades y realizar su jugada.
-Te enviaré toda la documentación que necesites. Quisiera que esto se hiciera lo antes posible. Tú tendrás los honorarios que pidas y tu venganza. No solo me retiro del mercado, me quedo sin nada -aseveró Giorgio moviendo a la reina para evitar que la tomara su contrincante.
-De acuerdo. ¡Vaya, qué te parece! Sabía que lograría vencerte alguna vez. Jaque mate, querido amigo -comentó De Lois entusiasmado, eliminando al rey negro con la torre.
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