Capítulo 17. Salto de fe

Un año, cuatro meses y dos semanas desde el regreso de Calia a la OINDAH
En la carretera

Contacto aceleraba la Diavel de Di Maggio hasta el fondo. Detrás de ella iba otra motocicleta casi a la misma velocidad. Los dos monstruos de metal rugían en su solitario paso por la oscura carretera. Las camionetas de las fuerzas especiales iban detrás. Casi habían logrado darle alcance cuando llegó corriendo a casa de Di Maggio y tomó la moto. Eris traía casco, Calia no. Niezgoda sabía que se dirigía hacia la sede. Lo único que le dijeron era que debían detenerla, tenían que entregarla. Si no lo hacían, aquello escalaría de muchas formas.

Tomaron la vía panorámica. A la distancia, se veían las torretas de los vehículos del CDA en sentido contrario, así que Calia, que circulaba de norte a sur por la carretera que descendía sinuosa hacia la organización, aceleró aún más, seguida muy de cerca por Eris. Cuando llegó al mirador con el mar a su derecha, viró hacia la valla metálica de contención y siguió de frente hacia el acantilado.

En ese momento

-Giorgio, Versa acaba de ordenar detener a Calia al llegar a la organización. Esto suena muy familiar. Parece que hay algo que no sé.  ¿Qué está pasando? -preguntó Gabriel.

-Podría costarnos muy caro si te lo digo, Lector. Interpreta mi silencio -repuso el heredero en el teléfono.

-Dime que no le entregaste el virus a la OINDAH.

-A la OINDAH no. A Versa.

Gabriel pensó que parecía ser el único que no estaba enterado.

-¿Le contaste a Contacto sobre el trabajo de Andrea y Juan José?

-No.

-¿Te das cuenta de que no hay mucho que se pueda hacer? -dijo el Lector con seriedad.

-Hagan lo que tengan que hacer, pero no dejes que se mate. Por favor -clamó Giorgio.

-Entregarla es peor que eso.

-Escúchame, Lector. No dejaré que ellos la maten, ¿me entendiste? -rugió Di Maggio en el auricular.

-¿Cómo esperas hacerlo?

-Voy a jugarme una partida por ello. Haz lo que acordamos -respondió.

Giorgio salió de su casa para abordar el viejo town car que perteneció a su padre, con Aurelio al volante.


El Lector hizo otra llamada.

-Kleis -dijo Elec en el auto, en camino hacia la sede.

-Lector.

-Voy al punto de encuentro. Ya sé por qué va Contacto hacia allí.

-También nosotros, Gabriel. Nos acabamos de enterar. Ahora entendemos por qué Versa había pedido que la custodiaran las fuerzas especiales hoy —dijo ella, refiriéndose a la directiva de los Alfa.

-¿Cómo es posible que esto se nos haya ocultado?

-Al parecer fue un acuerdo entre Versus y la Subdirección de Salud. Sospecho que al menos otro de los cinco lo sabe, pero no va a aceptarlo. Pero de lo que se trata ahora es de salvar a la organización.

-¿Cristina Selz tiene que ver con esto también? -preguntó él de forma retórica, comenzando a perder su habitual paciencia-. Ese virus nos costará más que divisiones internas. ¿Crees que el Director General también...?

-No lo creo, pero todo es posible. ¿Qué harás?

-Ellos no esperan el virus en una ampolla de vidrio. La quieren a ella.

-¿Crees que esté dispuesta a entregarse, o tendremos que...? -inquirió Kleis.

-Necesito hablar con ella -concluyó Gabriel, acelerando.

En la carretera federal

La potente motocicleta Diavel de Di Maggio salió disparada por el acantilado de treinta metros de alto hacia el oscuro océano a más de 200 kilómetros por hora, con la mujer del traje negro encima. Eris se detuvo derrapando, así como los vehículos detrás de ella, no alcanzaron a ver el momento del impacto con el agua. No estaban seguros si debían llamar a un equipo de salvamento, pero lo hicieron de todos modos. Niezgoda siguió hacia la OINDAH.

Una hora después

Contacto se encontraba frente al refrigerador en el que estaba el virus. Había sido muy fácil llegar ahí, demasiado fácil. Salió del mar, se escurrió el cabello, caminó por la solitaria playa hasta el edificio, entró y subió hasta la oficina de Versa de la forma habitual.

La mujer abrió con lujo de violencia la puerta del despacho y la del refrigerador que tenía chapa. El contenedor estaba ahí. Lo puso en el escritorio de laca negra y sacó el frasco del triple empaque. Quizá ni siquiera era el virus. Iba a destaparlo para olerlo mejor, cuando escuchó un susurro en el pasillo alfombrado.

Calia salió despacio para encontrarse con Eris como a quince metros, apuntándole con su Glock. Se acercaba despacio, mientras Contacto esperaba cerca del umbral del despacho con el tubo de vidrio en las manos.

-No van a evitar que destruya esto -afirmó Calia.

-Eso no es de interés ahora -respondió la Pesadilla.

-Sigues usando el Carisoprodol. ¿Me van a ahogar con él? -preguntó Calia notando la ausencia de aromas en el ambiente.

-No, necesitamos entregarte en buenas condiciones. Es cosa de las relaciones diplomáticas -dijo Eris.

Calia, que tenía el tubo para muestras en una mano, se sacó algo que llevaba oculto de un lado del traje: un dorado encendedor que tomó de casa de Versus. Lo activó y puso la flama debajo del recipiente de vidrio, comenzando a calentar el contenido. Eris la veía sin dejar de apuntarle. Cuando comenzó a burbujear el líquido se sintió satisfecha. De todas formas no soltó el frasco, lanzó el encendedor apagado adentro de la oficina.

-Ya hiciste lo que debías, ahora entrégate -ordenó Eris bajando el arma.

-Mira que casi me creí eso de que era parte del equipo -dijo Calia con sorna.

-Gabriel viene para acá, tiene que hablar contigo. Nadie ha podido localizarte. Tienen que decirte que... -comenzó Niezgoda cuando Contacto se le fue encima. La Alfa alcanzó a levantar el arma y le dio un tiro que le impactó en la cabeza.

Minutos más tarde

Gabriel sabía lo que se venía a la vuelta de la esquina. Recibió una llamada de Eris en el móvil, tenía prisa. Cuando llegó al pasillo de la oficina de Versus y encontró a la Pesadilla parada con el arma en la mano viendo a Contacto tirada de espaldas en el piso, sintió que el corazón le daba un vuelco. Aquella noche de la entrega parecía repetirse, pero esta podría ser aún más oscura que la anterior.

Elec dejó atrás a la pasmada Niezgoda y se inclinó sobre Contacto.

-¡Maldición! -exclamó Eris y comenzó a caminar nerviosamente de ida y vuelta, pateando con fuerza algo en el pasillo, devolviendo el arma a la funda en su costado-. ¡Se me fue encima, ya ni siquiera le estaba apuntando!

Gabriel estaba junto a Calia buscando su pulso. Ella tenía los ojos abiertos y las pupilas dilatadas. Elec se acercó para escuchar si respiraba. Revisó la herida, sangraba. Sin decir nada, la cargó en brazos y se la llevó, seguido de Eris. El frasco del virus, ahora inocuo, rodó de su mano. La Pesadilla lo pisó al pasar, haciéndolo añicos.


En otra parte de la organización

Calia abrió los ojos. Estaba sentada en el piso, recargada en una pared, con la cabeza colgando sobre el pecho. Se tocó el parietal, le dolió. La bala de Eris había pasado junto a su cráneo y provocó una abrasión. Se había arrepentido otra vez. En vez de ponerse en el trayecto del proyectil como esperaba, por instinto se hizo a un lado y ahora no sabía dónde estaba ni cómo había llegado ahí. Escuchó pasos. Levantó el rostro y vio a Gabriel, a Eris y a Yustise acercarse despacio a ella. El Lector se puso de cuclillas a su lado.

-¿Estás bien? -preguntó él.

-Si alguien me vuelve a preguntar eso en la vida juro que le daré un golpe -dijo Calia.

-Menos mal. ¿Lo que ocurrió afuera del despacho de Versa fue un intento de suicidio?

-Uno fallido y muy estúpido, Lector -afirmó ella.

-Tengo que decirte algo muy importante, escúchame -urgió Gabriel-. Un equipo especial de la potencia mundial del norte viene por ti. Estamos obligados a permitir que entren a la OINDAH. Estarán aquí en unos minutos, pero no los dejaremos salirse con la suya.

Contacto fijó la vista en el hombre y se sintió un poco mareada aún por la conmoción provocada por el disparo.

-Van a buscar el virus en ti, pero Andrea y Juan José estudiaron los efectos de diversos retrovirales sobre el tuyo. Nada de lo que habías usado es como esto. Aquí lo tengo.

-¿Por qué no me lo dijeron antes? -exclamó Calia frunciendo las cejas.

-Porque esto puede terminar contigo -respondió Gabriel.

Ella lo observaba sin entender a lo que se refería.

-No saben si acabará con el virus o no, pero lo más probable es que esta dosis no permita encontrarlo en tu cuerpo ya que va a afectar la reproducción viral. Si eso pasa, tus células dejarán de regenerarse como hasta ahora. No sabemos qué tanto pueda afectarte. Quizá incluso te mate -explicó el Alfa.

Contacto lo miró con seriedad.

-Sin embargo, si no quisieras probar esto y si no desearas entregarte, tenemos otra idea -dijo él.

Yustise se acercó y se puso de cuclillas del otro lado. Vestía el negro traje operativo.

-Eu voy a fingir ser você -dijo la joven.

Calia sonrió.

-¿Ese es el otro plan? -les preguntó riendo-. Sabemos quiénes son, ¿creen que se van a tragar ese cuento?-. Ninguno de los dos se movió. Contacto se descubrió el brazo y lo extendió hacia Gabriel-. Si mi amiga piensa que esto evitará que encuentren el virus, confío en ella -aseveró la mujer.

El Lector sacó tres viales de vidrio de 20 mililitros cada uno de su elegante saco e inyectó el contenido de cada uno en la visible vena de la mujer tras frotar algo de alcohol en gel sobre su brazo.

-Eres tan lindo, Gabriel. Van a destrozarme y todavía te preocupa que me infecte con algo -susurró ella.

-Les hemos pedido que resguarden tu integridad -dijo Elec.

Calia volteó a ver a Eris que permanecía de pie junto a ellos.

-¿Tú crees que lo hagan? -le preguntó Calia.

La Alfa bajó la vista sin hacer ninguna otra expresión facial.

-Giorgio me dijo que... se encargaría -afirmó Elec.

La expresión de Contacto se descompuso. Se abrió el traje y sacó algo que estaba doblado sobre su pecho. Se quitó la cruz que colgaba de su cuello, la envolvió en el fino pañuelo blanco con las iniciales GDM bordadas y se lo dio a Gabriel.

-Dáselo, por favor. Él lo entenderá. Andrea sabe qué hacer desde hace tiempo -musitó ella.

Harry corrió hacia ellos, seguido de Manuel.

-Dejamos que ingresara el convoy a la organización, ¿qué está pasando? -le preguntó el comandante al Lector que le dirigió una tímida y dulce sonrisa que solo Contacto notó.

-Voy a recibir este tiro por la OINDAH -dijo Calia. Se puso de pie y comenzó a dirigirse hacia la salida del estacionamiento subterráneo en el que se encontraban. Se arrancó la costra que tenía a un lado de la cabeza, debajo había piel nueva de un color rojizo.

-¿Qué? ¿Qué estás diciendo? -exclamó Harry. Elec lo tomó del hombro -. Te lo explicaré después -aseveró el Alfa.

Todos marcharon detrás de ella.

-No llores Yustise, ahora eres parte del equipo -dijo Calia sin volverse hacia atrás, oliendo las lágrimas saladas de la joven.

A las afueras del estacionamiento, frente a la plaza que circundaba el vestíbulo, estaban estacionadas siete camionetas negras, junto a las cuales se encontraba apostado un pequeño regimiento de las fuerzas especiales de aquel país.

-¿Calia María Cárdenas? -preguntó un hombre con un marcado acento extranjero.

Ella afirmó. La rodearon, la catearon y la subieron a uno de los vehículos sin siquiera voltear a ver al grupo de agentes de la OINDAH que se quedaba atrás. Se movilizaron en convoy y salieron de los terrenos de la organización.

El Lector no apartó la mirada hasta que los autos desaparecieron por completo. Permanecía en silencio, apretando los puños. Ellos eran una inteligencia de juguete comparada con la de aquel poderoso país.

Esa noche habían perdido más que otro elemento. Esa noche, la organización que existía para proteger las causas humanitarias del mundo lo había expuesto a lo indecible.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top

Tags: #laentrega