Capítulo 15. Momentos de quiebre
Un año, cuatro meses y dos semanas desde el regreso de Calia a la OINDAH
En la torre hexagonal
Giorgio entró en la Dirección General hecho una furia. La asistente de Mateo Gil no estaba segura de si debía conducirlo a la sala de juntas o llamar a seguridad. Cuando estuvo solo en la oficina, le sirvieron un vaso con agua helada mientras esperaba. Él comprendió el gesto y se la bebió toda para tratar de calmarse. Las manos le temblaban. Cuando el director Gil entró seguido de Gabriel Elec, el heredero se puso de pie sobresaltado.
Di Maggio los observaba con recelo y altivez, apretando la quijada. Se saludaron de forma parca y se sentaron. El director general estaba a punto de tomar la palabra cuando el hijo del doctor comenzó a vociferar con su profunda voz.
-¿Qué clase de inteligencia permite una cosa así?
-Necesitamos encontrar una solución a este problema, señor Di Maggio -dijo Gil.
Él lo veía contrariado, incrédulo.
-¿Solución? ¡Fue noticia internacional! ¿Qué impedirá que cualquiera venga por ella?
-Estoy seguro de que los Alfa encontrarán alguna manera de... -comentó Mateo volteando a ver a Elec, que como alguna otra rara vez en su larga carrera, se quedó callado, entrelazó las manos sobre la boca e inclinó la cabeza.
Los dos directores lo observaron con distintos temores. Gabriel exhaló sonoramente.
-Trataremos de conminar a la fuente para que se retracte. La desacreditaremos. Sin embargo, la opinión pública no es importante en este caso. Lo que importa es que... las inteligencias de los gobiernos del mundo se han enterado de esto. Y lo único que se interpone entre todos y ella somos nosotros, la OINDAH. Esto jamás debió salir a la luz. No hay manera de contenerlo. El daño está hecho. Debemos lidiar con las consecuencias -comentó el Alfa.
Giorgio lo entendía. Levantó la cabeza sin ocultar su aflicción.
-Tal vez podamos negociar... -dijo el director general.
El Lector se quedó callado de nuevo.
-No es posible negociar con la voracidad del mundo -replicó Di Maggio.
Ahora los tres se habían quedado en silencio.
-Podríamos buscar ocultarla -siguió pensando en voz alta Mateo.
Elec le dirigió una mirada contundente.
-En cuanto nos pidan que entreguemos el desarrollo, tendremos que hacerlo. Una confrontación con alguno de los gobiernos más poderosos de la tierra devendría en una crisis institucional que no podríamos solventar. Lo único que teníamos era la secrecía. Nosotros la mantuvimos por años. Ahora no tenemos nada -aseveró el Alfa.
El adusto Giorgio, muy contrario a su costumbre en público, mostraba un semblante descompuesto.
-¡Era su trabajo! -exclamó furioso.
-Esta fuga de información no ha sido responsabilidad nuestra.
-¿Entonces de quién? -rugió Di Maggio.
Gabriel negó con la cabeza y apretó los labios antes de decir la fuente.
-De tu cuñado.
De forma inverosímil, el hombre se puso más pálido de lo que era. Sujetó la mesa con las manos temblorosas. Respiraba con jadeos. Parecía que le estaba dando un infarto. Los dos funcionarios se quedaron muy quietos observándolo con preocupación. Él se sirvió otro vaso de agua fría para no seguir dando aquel odioso espectáculo.
-Todo el problema es el maldito virus -masculló Giorgio.
Fingir la muerte de Calia otra vez no serviría de nada, los tres lo sabían. No estaban por tratar con otra institución humanitaria. Ni siquiera con la mafia. Nadie pediría permiso para ir por ella. Y si la querían iban a tenerla.
Cuando salieron de la sala y Mateo volvió preocupado a su despacho, Elec bajó con Di Maggio.
-¿Estás bien? -le preguntó al ver cómo le costaba trabajo mantener la compostura.
-No creí que Laura fuera capaz de algo así -dijo bajo, desesperado.
-Cualquiera es capaz de hacer cualquier cosa si cree que tiene los motivos adecuados -aseveró Gabriel.
Horas después
Giorgio se encontraba solo en el despacho. No lograba comunicarse con Calia a pesar de haber tratado de localizarla por todos los medios. Laura Esther entró. Observó muy seria la expresión gélida de su esposo.
En efecto, lo que era Calia lo sabía el mundo entero. Los Tanakas intentaron contener el daño, pero la noticia que fue publicada en línea se había vuelto viral. El nombre real de Contacto había sido revelado.
-No salvaste nuestro matrimonio. La condenaste a ella a algo peor que la muerte -dijo Di Maggio.
-¿Tanto así te importa? -preguntó Laura.
Él bajó la mirada.
-Puede huir, desaparecer. Ya lo hizo antes -dijo su esposa, apenada por su propio comentario. Calia estaba perdida, hasta ella estaba preocupada.
-Ya no se trata solo de ella. La ambición del mundo recaerá sobre la OINDAH. Puede que la noticia se desacredite, pero ahora todos lo saben. La organización puede negarlo, pero los gobiernos del mundo tienen el control de los apoyos de los que depende la institución. Presionarán para saber la verdad. En cuanto lo pidan, deben entregarla -dijo él. Laura Esther vio la faz de su esposo, de pronto, tristísima y desencajada-. ¿Crees que ella permitirá que la organización caiga por su causa? -inquirió Di Maggio.
-Lo único que sé es que tú la amas -dijo ella, con dolorosa desesperación.
Él recuperó la frialdad en apariencia, pero expresaba sus verdaderas emociones con la mirada.
-Sí. Se lo dije. Incluso, traté de besarla alguna vez, pero ella me rechazó. Yo no pensaba hacer más que eso, además Calia nunca hubiera aceptado que te engañáramos. Habíamos acordado no volver a vernos porque también te amaba a ti, Laura. Jamás consideré terminar con nuestro matrimonio, a pesar de tu abandono, hasta que supe lo que hiciste.
-Ahora resulta que ella es perfecta.
-No, no lo es. Pero no sería capaz de hacer lo que lo que haz hecho tú ni lo que he hecho yo -respondió Giorgio.
-¡Yo no le pedí a mi hermano que lo publicara! Él dejó un micrófono cuando hablé con ella en su casa. Escuchó cuando le dije a Calia que tú le habías dado el suero a los Alfa, ¡todo esto es tu responsabilidad!
-Tu hermano nunca se hubiera enterado de esto no haber sido por ti -musitó él.
-¡Y Marcelo hizo esto porque le dije que creía que me estabas engañando, él no podía consentir que me hicieras daño como cuando estrellaste el auto con nosotros adentro!
Giorgio desvió de nuevo la mirada un instante antes de verla de esa forma que hacía estremecer hasta al mismo Director General de la OINDAH.
-Tienes razón. Todo ha sido mi culpa. Debí dejar que te fueras al África y no volver a verte. Debí comprender que mi padre prefería estar lejos de mí con Calia. Debí dejar que ella se quedara en el maldito fin del mundo el resto de su vida. Parece que siempre termino destruyendo lo que amo por tratar de retenerlo -concluyó con profunda calma, quitándose la plateada alianza del dedo y colocándola con calma sobre el escritorio.
Ella ocultó el rostro entre las manos y lloró con fuerza.
-Dame unas horas, recogeré mis cosas. Quédate con la casa. La fundación puede seguir bajo tu dirección. Nada de eso cambiará si quieres conservarlo. Después mandaré una mudanza por el piano de mi madre y los libros de mi padre. Ahora déjame solo, Laura, tengo otros asuntos qué resolver -susurró él, con su voz cavernosa.
-¿Qué harás? -preguntó ella con terror, conociendo sus alcances.
-Eso ya no es de tu incumbencia -replicó gélido, Di Maggio.
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