Capítulo 14. En la boca del lobo
La noche del encuentro entre C y Di Maggio
C siguió a la mujer que pagó por el ataque a la limo del heredero hasta un motel de quinta, con ayuda del localizador que puso en el auto que la transportaba. A la desconocida no le pidieron identificación para registrarse, ni siquiera su nombre.
Aún no conocían ni su rostro ni su voz, así que los tanakas no podrían buscarla en ninguna base de datos. Lo único con lo que contaban hasta el momento era su ubicación y un aroma que C creyó reconocer. La esquiva extraña permaneció en el motel toda la noche. La de negro no podía confrontarla para tratar de obtener información por la fuerza sin descubrirse, así que esperó a que saliera otra vez. Podría ser un callejón sin salida, una intermediaria contratada únicamente para tal fin, pero al conocer su nombre, los chicos podrían revisar toda su información.
Durante la espera, Adnil llegó en su auto. C aguardó en los alrededores de la habitación toda la noche. No entró, ya que aquella pareció permanecer despierta todo el tiempo. Al amanecer, la mujer salió y abordó otro auto de alquiler sin notar la presencia de C, que se montó en el carro de Adnil en el cual iniciaron una discreta persecusión. Mientras más se alejaban de la ciudad, más tensas se ponían.
-Detente -le dijo C a Adnil cuando comenzaron a acercarse demasiado al sitio al que la desconocida se dirigía. No iba a dar un solo paso más.
Era la sede de la OINDAH.
Al día siguiente
En la empresa de Di Maggio
Minutos después de haber tomado las tres muestras de C, Juan José y Andrea realizaron una prueba de inmunofluorescencia con una de ellas en el laboratorio, bajo la atenta mirada de la mujer. Los análisis mostraron que en efecto, un virus seguía presente en su sistema.
—Necesitamos hacer un cultivo para conocer la caracterización genética y antigénica del virus. Usaremos la segunda muestra para ello. Tomará tres días, aproximadamente —dijo Juan José.
C no parecía convencida de ello.
—Así podremos entender qué es, cómo actúa en tu cuerpo y qué se puede hacer —dijo la bioquímica, muy segura.
—¿Y la tercera muestra?
—Podríamos necesitarla para hacer análisis adicionales. Vamos a conservarla mientras tanto en un refrigerador de seguridad, al que nada más podemos acceder Andrea y yo —dijo el Doctor.
C se llevó la mano al comunicador que tenía en la oreja.
—¿Escuchaste eso, amigo? ¿Ya tienes acceso a las cámaras de seguridad y al refrigerador de la muestra?
Hipólito le respondió afirmativamente.
—Si alguien más toca esas muestras o las reacciones, lo voy a saber, y tendré que tomar medidas. Quisiera confiar en ustedes, pero creo que comprenden la situación en la que me encuentro —afirmó C.
Los dos investigadores asintieron.
ANTES DEL REGRESO DE C
Un alto individuo trataba de acomodarse en el bajo y moderno sillón de piel y cromo, ubicado en la sala del elegante y minimalista departamento. Un hombre pulcramente vestido de negro estaba ubicado frente a él; a su lado estaba otro que usaba un uniforme gris.
—¿Sabes algo que nosotros no, Lector? —preguntó Di Maggio, recordando la última vez que se vieron, un año antes, en las instalaciones de la OINDAH. En aquella ocasión, además de estar alcoholizado, sufría de los estragos provocados por la consciencia que se negaba a aceptar que tenía. Rememoró la larga mesa de aluminio y la bolsa negra sobre ella con restos humanos carbonizados que el Lector le mostró.
-Muchas cosas no concordaban -dijo Gabriel, trayéndolo al presente.
-¿Cómo qué? -refunfuñó Di Maggio, observando alternativamente la calma de Gabriel y la sorpresa contenida de Harry.
Elec relató sus hallazgos. Sus interlocutores estaban muy serios.
-¿Y los análisis de ADN? Todos fueron positivos según los integrantes del proyecto. ¿Dónde estuvo la falla? -clamó el heredero.
-Alguien intervino los resultados.
-¿Fue alguien del equipo? -preguntó Giorgio, pensando que esa podía ser una pista para conocer el paradero de Contacto.
-Del equipo científico no. Fue alguien del mío -afirmó Gabriel.
El alto hombre entornó los ojos un momento.
-Ese asunto ya fue resuelto -aseveró el Alfa.
-Si ustedes la dejaron ir, entonces encárguense de traerla de vuelta -dijo Di Maggio.
-Primero debemos ubicarla -replicó Elec.
-Como buscar una gota de agua en el océano -respondió Di Maggio.
-No es tan imposible como suena, los Alfa tienen sus métodos -comentó Harry.
Di Maggio frunció el ceño.
-Un Alfa siempre es un Alfa, aunque no esté activo -apuntó el reinstalado comandante del CDA.
-Supongo que querrán que yo pague los viáticos... -anticipó Di Maggio.
-Algo me hace pensar que quieres que la encontremos -se mofó discretamente el Lector. Giorgio clavó la mirada azul con intensidad en el Alfa.
-Por eso te llamé. Aquí mi amigo Jacobo tiene el mismo interés -dijo Di Maggio, pensando que en algún momento podían usarlo como carnada.
-Comenzaremos por ubicarla, aunque puede tomar años -afirmó Elec.
-Dime una cosa más, Lector. Si yo no estuviera interesado en patrocinar esta misión, ¿irían por ella de todas formas?
-Si el grupo la quiere, el grupo la tendrá -respondió Gabriel.
El Lector comprendía el interés del heredero gracias a Helena, que días después del incidente en el techo había ido a la mansión a devolverle la cadena con los elementos que pendían de ella. La rubia le contó algo a Elec que le hizo anticipar que la reunión que sostenían sería posible: ella había visto llorar al heredero.
Tras el segundo encuentro de C con Giorgio
En el departamento estudiantil de Di Maggio
C estaba sentada en la misma cama en la que durmió Andrea años antes. Giorgio tenía tantas propiedades como ocupaciones, por lo que no se había tomado el tiempo de rentar aquel sitio que seguía deshabitado. La mujer dividió el dinero en tres partes iguales y le había entregado a los tanakas dos de ellas. Observaba la tercera en sus manos.
A pesar de que C ya había tomado una decisión respecto a no seguir huyendo, estaba preocupada. Confiaba sin confiar en nadie. Prácticamente había puesto el virus en manos de Di Maggio a través de Andrea. La mujer a la que siguió y que supuestamente pagó por que mataran a Giorgio olía a la organización y la había conducido directo a ella. Sería muy idiota si creyera que era mucha coincidencia que los Alfa la hubieran encontrado por sus propios medios, justo al mismo tiempo que ocurría lo del acoso a la empresa que producía el suero. Ella había cumplido con su misión, que fue lo que le prometió al doctor Di Maggio. Era su turno de tratar de ser libre, de vivir en paz.
El doctor había sido muy cuidadoso en no permitir que nadie se enterara de la existencia del mentado virus, pero quería que Giorgio lo supiera. C se preguntó si el investigador la valoraba, si hubiera sido capaz de poner su vida en manos de su hijo, si confiaba en él. Y los conocía a ambos lo suficiente como para imaginar la respuesta. Tras cavilar por años sobre todo el asunto, C decidió confiar en lo único en lo que podía.
Y a pesar del costo que podía tener su confianza, había vuelto para probar su teoría.
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