Capítulo 14. El costo del pasado

Catorce años antes
Junio

Marcelo permaneció por muchas horas en una oficina privada del Hospital Universitario, tras ser detenido por el personal de seguridad. No estaba esposado, pero esperaba que la policía fuera por él. No se arrepentiría jamás de haber ido a decirle sus verdades al desgraciado ex novio de su hermana que seguía internado. Ella no tendría posibilidades de volver a levantarse de una silla de ruedas tras el accidente que su ex ocasionó; pudo ser letal. Y el dinero de los Di Maggio había librado a ese criminal de ir a la cárcel.

Ahora él iría a la prisión solo por haberle gritado lo que era en su cara. El mundo está lleno de injusticias. Él, como novel editor de un periódico disidente universitario, pretendía denunciarlas, pero quizá sería condenado por una de ellas.

La puerta se abrió. Era su papá.

-Vámonos, hijo.

-¿Y la policía? creo que me llevarán detenido. A ver si no me acusan de intento de homicidio por haber querido partirle la cara al maldito ese -aseveró el joven.

A Marcelo poco le importó que hubieran operado a Giorgio Di Maggio tres semanas atrás y que lo hubieran sacado de terapia intensiva días antes. Si las enfermeras y los guardias de seguridad no lo hubieran detenido, seguro sí tendrían que acusarlo de algo más que de amenazarlo.

En los reportes del hospital y de la policía la causa del percance automovilístico en el que Laura resultó herida se había señalado como "accidental", cuando para Marcelo a todas luces era un intento de homicidio. Todos sabían que Giorgio había consumido alcohol en abundancia en la fiesta que organizaron los amigos de Laura Esther para despedirla antes del viaje al África que ya no podría hacer.

Giorgio abordó su deportivo. Ella no dejó que se fuera solo porque amenazó con matarse, pero él estrelló el vehículo con los dos adentro. Y el hermano de Laura estaba muy seguro de que aquello no había sido accidental.

Marcelo se había encargado de hacer una importante campaña en el campus para que se hiciera justicia y que todo el mundo supiera la clase de lacra que era el famoso jugador del equipo de fútbol americano, que supieran qué fue lo que le hizo a su hermana.

Los reportes exoneraban a Di Maggio de una causa penal, pero aún tenía que arreglarse lo que debía pagarle a la familia de Laura por los daños provocados.

-Cálmate, hijo. No vendrá la policía, retiraron los cargos en tu contra -dijo el padre de Laura y de Marcelo.

-¿Por qué?

El señor se quedó callado.

-¿Qué hicieron, papá?

-Hicimos un acuerdo mejor para ambas partes.

-¿Retirarán la demanda de reparación de daños? -clamó enardecido el chico.

-Ya lo hicimos, tu hermana firmó el perdón en el hospital, no quiere que esto siga.

-¡No, no! ¡Lau no está en condiciones de tomar esa decisión! ¡Ese infeliz tiene que pagar por lo que hizo!

-Como una hora después de que retiramos la demanda para que te liberaran a ti, su abogado nos informó que voluntariamente ese joven otorgará un millón de dólares para el tratamiento.

-¡Ni con todo su dinero ella volverá a caminar! ¡No puede salirse con la suya, no es justo!

-Vamos a casa, por favor. Estamos muy cansados.

-¡Esto no se va a quedar así, algún día ese infeliz va a pagar por todo el daño que le ha hecho a Laura! -gritó Marcelo.

Cuatro meses y una semana tras el percance en el sur
Cuarenta y cinco minutos después de la discusión entre Laura y Calia

-¡Lo volviste a hacer. Soy tan estúpida! ¡Volví a creer en ti! ¡Eres un falso, embustero! ¡Esto es lo peor que pudiste hacer en toda la jodida vida! -exclamó Contacto fuera de sí entrando como loca al despacho de la enorme ventana de cuadros de madera y cristal.

Di Maggio se levantó de golpe sin entender lo que sucedía.

-Calia -susurró y rodeó el escritorio, deteniéndose unos metros frente a ella.

-¡Le diste mi maldito virus a los Alfa, carajo! ¡Pero yo soy la imbécil, les creí otra vez! ¡Te creí a ti!

-¿Cómo lo supiste? -musitó Di Maggio. Su expresión estaba saturada de dolor.

-No importa.

-¿Te lo dijo Laura, no es cierto?

Ella no se movió ni un ápice, pero él hizo un rictus de dolor, con la certeza de que había sido ella.

-¿Por qué viniste? -preguntó Giorgio.

-Tenía que escucharlo de ti.

-Tienes razón. Soy un desgraciado embustero. Pero los Alfa sabían que no estabas muerta, no son estúpidos. Tenía que estar seguro de que... -explicó con un hilo de voz que le salía de la garganta, obstruida por las emociones.

-¿De qué? -inquirió ella.

-De que cuando tuvieran lo que querían protegerían el secreto. Que te protegerían -respondió Giorgio que agachó la cabeza y apartó el rostro.

-¿A mí? ¡Todo lo que el virus puede provocar! ¡Desatará la ambición, la muerte! ¡No puedo ni imaginarlo! ¡Incluso, si destruyo lo que ellos tienen seguiré siendo un riesgo para la humanidad, seguirán deseando analizarlo! ¡Debí matarme hace cuatro años! -clamó Contacto.

-¡Cállate! ¡Basta! ¡No eres un peligro! -rugió Di Maggio-. Tenía que hacer algo, tenía que traerte de vuelta... soy un cabrón, un desgraciado, pero no podía dejar que te hicieran daño, no podía permitir que estuvieras lejos.

Ella lo veía derramar el llanto sin poder contener el suyo.

-Sí. Soy un maldito egoísta. No me importa lo que hagan con el jodido virus. ¡No hubiera soportado que te cazaran como a un animal, no quería ser responsable de que...! -decía cuando se le quebró la voz. No podía seguir hablando por las emociones que no lograba contener. Las piernas le fallaron y Calia alcanzó a sostenerlo para evitar que se derrumbara.

Se sentía muy desconcertada. El helado hombre que parecía siempre inconmovible estaba derrotado. Destruido. Gemía de pena, inclinando la cabeza. Ella necesitaba verlo a los ojos.

-No podía permitir que sucediera algo como cuando fui parte de eso -le dijo con su grave voz, como salida de la oscura profundidad de una caverna.

Horas más tarde, estaban la mujer anómala y el dolido heredero en el despacho de la vieja mansión. Giorgio le había suplicado que se fueran del pent house porque imaginaba correctamente que Laura iría a buscarlo ahí tras la huida de Contacto de la casa de su hermano.

En ese momento se encontraban sentados en sus puestos habituales, en silencio, con la mirada perdida y los ojos enrojecidos por liberar tantas lágrimas. Habían pasado horas entre discusiones y explosiones emotivas de ambas partes. Calia había consolado al alto hombre que lloró como si fuera un niño. Él la había calmado rodéandola con sus enormes brazos cuando estaba más desesperada. La memoria del doctor Di Maggio surgió en más de una ocasión. Recordaron cómo les pidió que cuidaran uno del otro.

Calia ya no era la única portadora. El virus había sido analizado y resguardado en la OINDAH por Versus. Ahí, personal de su confianza conducía experimentos con él. Contacto tenía que pensar qué debía hacer cuando lograra serenarse.

Durante todo ese año, sin embargo, Andrea y Juan José habían estado trabajando a petición de Giorgio en lo que Contacto había ido a pedirle desde la primera vez que se vieron tras su regreso, pero las consecuencias podrían ser funestas, así que Di Maggio no se lo diría a nadie a menos que no tuviera más remedio y ese momento parecía estar llegando.

Sin embargo, el destino del virus ya no era el mayor de los problemas y ellos ni siquiera lo sabían.

Un día después de la discusión entre Laura y Calia
En casa de Marcelo

Laura Esther lloraba. Su hermano sostenía sus manos para tratar de consolarla.

-Giorgio aún no quiere hablar conmigo. Hice lo que debía para proteger mi matrimonio. Ni siquiera sé si hice bien o mal, me siento terrible.

-¿Por qué crees que has hecho mal, hermana?

-No quise creerle a ninguno de los dos cuando me dijeron que no pasaba nada entre ellos. Los celos nublaron mi juicio.

-Quiero decirte algo que tal vez me reproches. Sabes lo mucho que siempre he desconfiado de tu maridito. Nunca me quedé tranquilo desde el accidente. Te hizo mucho daño y se libró del castigo. Siempre se ha salido con la suya, pero ya no más -dijo Marcelo.

-Tuve que desenmascararlo, dudo que Calia se lo perdone tan fácil -afirmó ella.

-Lau, no creo que eso sea suficiente. Te vas a molestar conmigo. Dejé uno de los micrófonos que uso para mis investigaciones periodísticas encubiertas en la oficina el día que discutiste con esa mujer. Lo sé todo.

-¿Todo... qué?

-Lo de esa mujer. Te escuché hablar con ella. Sé lo que es. La llamaste sobrehumana, tiene un virus. La OINDAH oculta ese desarrollo, entonces. Sé que el doctor Di Maggio era un hombre muy brillante, te vi levantarte de una silla de ruedas tras tener un daño medular. Por ello supe que lo que le decías era real.

Laura tenía una expresión de total desconcierto.

-No debes decírselo a nadie...

-Perdóname, hermana, ya lo hice. Juré que Giorgio Di Maggio pagaría por todos los males que ha cometido en tu contra. Y lo hará.

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