Capítulo 13. Fatal intercambio
Dos días después
En el pent house
Di Maggio se presentó a trabajar al día siguiente tras la despedida de Calia, pero era como si estuviera ausente, así que no fue al posterior. Mucha gente y muchas cosas dependían de él, pero no estaba en condiciones de dirigir nada en esos momentos. Pasó las noches enteras en vela, recordando, añorando. Dormitaba esa mañana en la silla de su despacho.
-Giorgio -le llamó Laura. Estaba tan acostumbrado a sus largas ausencias, que se había olvidado de que estaba ahí. Volteó a verla.
-No puedo más -replicó ella, sentándose en la silla frente al escritorio.
Él la observó. Era su mujer. Su compañera. Necesitaba que lo abrazara, necesitaba su compasión. No podría decirle el motivo, se había aferrado a la vida que llevaban juntos. Había puesto su compromiso por encima de su corazón.
-Sabes, siempre creí que no era una mujer como otras. Pero resulta que sí lo soy.
Él no podía decir nada.
-Le debemos a Calia el habernos reunido, pero me temo que podamos separarnos ahora por ella también. Por favor, sé honesto conmigo. Te lo suplico -dijo su esposa.
Algo en él era distinto.
-No te atrevas a decirme que no sientes nada por ella, es muy obvio -respondió Laura, herida.
-No ha pasado nada entre ella y yo -afirmó.
Laura Esther siempre mostraba tanta fortaleza, tanta decisión. Y ahora era como una hoja seca en la punta de una rama. Frágil, temerosa.
En vez de recibir de su mujer el consuelo a su profundo dolor, insistía en abrirle la herida. Ella estaba herida como él. Por él.
-¡Mientes! -gritó furiosa.
Él no mentía. Nada ocurrió con Calia ni ocurriría jamás.
-Debes creerme. Es la verdad -musitó él.
En la mente del hijo del doctor resonaban las palabras que había escuchado años antes junto a ella: "...jura lealtad y respeto... en la salud y la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza... hasta que la muerte los separe...".
Él no iba a faltar a ese juramento.
-La quieres, ¿no es cierto? -preguntó Laura con un hilo de voz.
Giorgio levantó la mirada y la clavó en ella. No tuvo que decir nada.
Laura comenzó a llorar. Se sintió como un desgraciado. Los lamentos de su esposa lo hicieron trasladarse a otro punto de su historia. De pronto iban en un auto en la oscura carretera de la montaña a alta velocidad.
Escuchaba el clamor desesperado de Laura en su memoria. Veía el pavimento mojado. Cada curva por la que se desplazaba el auto deportivo podía ser la última del camino. Su corazón era el que se encontraba al borde del abismo. Una lucha encarnizada se libraba en su interior. Deseaba morir, cuando ella se fuera de su vida ya no tendría nada. Ella. Laura. La mujer que lloraba y vociferaba frente a él en ese instante. En ese momento, la imagen de Laura comenzó a desvanecerse.
Vio a Calia sonriéndole en silencio, sentada en donde se encontraba ahora su esposa. Tenía clavadas en su mente sus pupilas muy dilatadas por la oscuridad de la habitación. Sentía su amabilidad, su distancia, su afán de huir con desesperación, del pasado, del futuro, de él. La veía necesitada de su mano y se veía necesitado de la de ella. Volvió a aquel tiempo en el que dejó de ir a verlo tras haberse enterado cómo la manipularon. Giorgio recordó los aciagos días, la amargura en su boca. Recordó su última despedida.
Después Calia ya no estaba, pero había aún alguien en ese sitio observándolo con azules ojos fríos, con sus labios perfectos y pálida piel, sentada con elegancia. Aquella que debió amarlo a pesar de todo y por sobre a todas las personas. Su madre. Estaba ahí distante, ajena. La vio ponerse de pie y dirigirse hacia la puerta. Él era un niño llorando al pie de una elegante y enorme escalera. La alta y erguida mujer volteó de lado sin mover uno solo de sus músculos faciales, y le dijo: "Non si piange. Se continui a piangere, non tornerò".
Di Maggio observó a Laura Esther levantarse y salir del despacho. Deseó con toda su alma gritarle que no se fuera, quería decirle que la necesitaba más que nunca, que estaba destrozado, pero no pudo levantarse, no pudo decir nada. Nadie podía consolarlo. Nada podría llenar su vacío. El eterno abandono de una madre no tiene consuelo.
Cuando Laura empacó su maleta y salió por la puerta de su hogar, Di Maggio seguía en el despacho sin poder moverse, como cuando Calia saltó del techo de la organización tres años atrás, como cuando interperló a su madre por primera y última vez en su adolescencia para exigirle que se quedara con él y con su padre en vez de ir a buscar al hombre por el que perdió la vida semanas después, muy alcoholizada, en un accidente automovilístico en una sinuosa carretera de la Toscana.
Dos días después
En la OINDAH
El cuerpo de Calia parecía moverse por sí mismo, como una máquina. Frente a él, otra mujer lanzaba y esquivaba golpes como ella. Parecía un baile con precisa sincronización. Al fin, Yustise encontró una manera de conectarse con aquellas emociones con las que echó abajo su contención. Gabriel pensó que le tomaría años hacerlo, pero todo lo que necesitó fue ver a su maestra con el corazón destrozado para entender el suyo propio. Se vio en Calia y Calia se vio en ella.
Todo lo que ambas necesitaron para vincularse por completo fue darse cuenta de que habían perdido lo más importante que tenían, el saber que no había marcha atrás y que tendrían que aprender a vivir sin aquello que más amaban.
Ambas mujeres realizaban una letal coreografía, esquivando los puños de la otra por terroríficos milímetros. A veces, los movimientos eran tan veloces, que quienes las estaban viendo no podían captarlos en su totalidad.
Era como si el gimnasio del CDA en el que estaban no existiera a su alrededor, como si Eris, Gabriel, Harry y Manuel junto a ellas estuvieran en otra dimensión. Su concentración era tan profunda, que no podían percibir el paso del tiempo. Era como si al encontrarse en la total abstracción, levitaran sobre el dolor, sobre la ausencia.
Por un instante, algo hizo que Calia perdiera la concentración, la hizo flaquear. El deseo de sucumbir al puño de Yustise le saturó el alma por un momento. Un segundo después estaba tirada sobre el tatami de entrenamiento con los nudillos de la joven apenas rozando su piel, a nada de la catástrofe. El rostro de su discípula era inconmovible.
-La venció -susurró Eris.
Yustise le tendió la mano a Contacto, que se levantó. Ambas se hicieron una cortés reverencia. El motivo de su caída estaba como a cincuenta metros de ahí, detrás de las puertas cerradas del sitio donde habían dejado pasmados a los elementos de élite de la OINDAH tras presenciar su mortífera danza.
Antes de que alguien lograra reaccionar o decirle algo, Calia los dejó atrás y fue hacia la salida del CDA, rumbo al vestíbulo de la torre. En el pasillo interior de mosaicos blancos y negros, se encontró con quien había ido a buscarla.
Era Laura Esther.
Esa noche
En casa del hermano de Laura
Contacto sentía que las sombras la cubrían desde el día en que se despidió de Giorgio Di Maggio para siempre. Comprendía sin entender la petición de Laura Esther de hablar en privado en otro sitio. Desconocía lo que ocurría entre ellos. Quizá habían discutido por su causa. Calia se decía que si Laura quería aclarar algo con ella, debía hacerle entender que no había pasado nada con su esposo y que no pasaría nunca, se decía a sí misma que se lo debía a él. Laura y Giorgio debían estar juntos, ella no tenía nada que estar haciendo en medio. Él mismo se lo había dicho, nunca faltaría a su promesa matrimonial.
Aún así, aquello no se sentía bien. Algo inquietaba a la mujer de negro, su corazón estaba agotado de sufrir, el dolor nublaba su mente.
Calia fue a la casa ubicada en un fraccionamiento en los suburbios donde Laura la citó y de forma contraria a su costumbre tocó a la puerta. Marcelo, el hermano de Laura, le abrió, abordó un auto estacionado afuera y se fue. Le había sonreído de forma macabra. Contacto deseaba que aquel encuentro terminara lo antes posible.
Laura Esther la esperaba en una pequeña oficina con vista a un oscuro jardín. La casa estaba a media luz. Todo se sentía oscuro.
-Buenas noches, Laura -dijo Calia.
-¿Qué está pasando entre mi marido y tú? -respondió ella sin rodeos, sin miramientos, sin diplomacia.
-No sé qué es lo que te ha dicho él. Lamento mucho que sintieras que hemos dado pie para que tuvieras que preguntarme algo así. No ha ocurrido nada entre nosotros que pudiera ser una falta a su relación. Te lo aseguro -afirmó Contacto con amabilidad y firmeza.
-Quiero que te alejes de Giorgio.
-Tu marido y yo ya no volveremos a vernos.
-No puedo creerlo.
-Tienes mi palabra, no debes preocuparte.
-Quien debe preocuparse eres tú. Siempre caes en su juego, todos lo hemos hecho.
-¿A qué te refieres?
Laura Esther agachó la cabeza y cruzó el brazo sobre el plexo, dándole la espalda. No creía lo que estaba a punto de hacer. Estaba desesperada.
-El virus. El famoso y letal virus... El virus que te convirtió en una persona con capacidades sobrehumanas no está solo en tu cuerpo.
Calia estaba azorada. Su sereno gesto se quebró.
-¿Qué dices?
-Giorgio sacó del laboratorio la tercera muestra del líquido cefalorraquídeo con carga viral que tomaron a partir de las pruebas que te practicaron hace más de un año.
-No es posible, lo destruyeron en mi presencia, el frasco olía a...
-Mi marido me dijo que lo que destruyeron fue un tubo de muestra vacío de un procedimiento que te hicieron en la organización. Lo rellenaron con tu propio plasma sin virus. Eso es lo que quemaron.
Calia cayó en la cuenta de que se refería al tubo de la muestra que le tomó Harry y que usaron los Alfa para eliminar al Nexo.
-Él intercambió el virus con Versa por algo -comenzó Laura.
-¿Por qué lo cambió? -preguntó Contacto desesperada, al borde del colapso.
-Por ti. Por ello trabajas en la OINDAH. Para que nadie se entere de lo que eres, de lo que puedes hacer. Ellos tienen el virus, están protegiendo su propio secreto, por eso ya no les importas como portadora, pero al mismo tiempo, por eso te protegen.
-Pero el virus es letal para cualquier otra persona...
-Eso no significa que no puedan tratar de usarlo para hacer otros como tú, ¿no lo crees? -preguntó Laura muy airada.
La mujer de negro estaba casi fuera de sí.
-Mi esposo ha seguido manipulándote junto con los Alfa para que hagas lo que él quiere -afirmó ella.
Contacto no lograba articular palabra, lo habían hecho otra vez. Y ella lo había permitido. Sería causante de todo lo que más temió.
-El doctor Di Maggio te hizo la persona más veloz del mundo, la más resistente. Gracias a ese virus no hay nadie en la Tierra como tú. Puedes tener contigo a la persona que quieras, eres excepcional. Pero Giorgio es mi esposo, ¿comprendes? -aseveró la dolida Laura Esther.
Se dio media vuelta para ver a Calia, tratando de convencerse de que aquello era lo correcto, pero la mujer de negro ya no estaba ahí.
Contacto sabía que no hubo nadie cerca que pudiera haberlas escuchado. Lo que no sabía era que el hermano de Laura tenía interés en conocer esa conversación por algo que no imaginaba, así como medios para ello.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top