Capítulo 12. Flujo invisible

Tras el encuentro entre C y Di Maggio

C corría como un potro desbocado por los techos de la ciudad. Se escuchaba su respiración profunda, pausada. Sería la forma más rápida de llegar al sitio al que debía a
tiempo. Una calle de dos carriles separaba el edificio en el que estaba del siguiente, no se detuvo. Saltó, cayó parada y con un par de pasos rápidos mantuvo el equilibrio, siguiendo su recorrido. El móvil vibró en su bolsillo, presionó el auricular inalámbrico en su oreja, sin frenar.

-¿Cómo vas? -preguntó Hipólito.

-Todo en orden. ¿Éste es el que pagó la fianza, entonces? -respondió ella.

-Así es.

-Gracias, Tan... Hipólito.

-Buen chiste.

-No fue un chiste, es la costumbre. Hace tanto que no hacíamos esto. Ya estoy aquí.

El viento fresco del anochecer barría las alturas. La mujer estaba parada en la orilla del edificio, el techo olía a brea. Vio hacia abajo. Un hombre entraba.

-Justo a tiempo -comentó el operador que seguía los movimientos del individuo a través del GPS de su propio móvil, como siempre.

-Es hora pico, es más rápido por arriba -dijo C en espera de que se regulara su ritmo cardiaco. Tronó la boca y se arrancó lo que quedaba de la raída sudadera deportiva, permaneciendo con la negra playera de poliéster de mangas largas-. Todo lo que le cobraremos a Di Maggio se va a acabar en ropa.

-Y zapatos deportivos -respondió el operador.

Ella negó con resignación. Encontró la puerta del techo, la empujó hasta que reventó la chapa y entró. Todo estaba oscuro. En el piso tres permaneció oculta en el lateral de la escalera mientras el individuo al que seguía entraba en un viejo despacho, cerrando tras su paso. Un cristal esmerilado del tamaño de una ventana en el acceso tenía un letrero.

-La puerta del despacho 3D dice "asesoría jurídica". Parece viejo -observó C.

-No está registrado como tal en ninguna parte. La renta y el impuesto predial los paga un particular.

-Parece que llegó su cita, es una mujer -repuso ella, que subió un poco para no ser vista.

Tras haber pagado la fianza de los hombres que atacaron a Di Maggio, el individuo que llegó antes hizo una llamada a un móvil sin registrar y dejó dejó un mensaje en el buzón citando a alguien en ese lugar. C se acercó a la puerta de la oficina y oyó la conversación. Tras intercambios que no le parecieron relevantes, escuchó algo que parecía serlo.

"Los hombres enfrentarán el proceso en libertad al haber pagado la fianza. Les diré que se declaren culpables, la sentencia será más corta", comentó la voz masculina. "A mis empleadores no les importa si se declaran inocentes o culpables, en tanto esto se finiquite de inmediato. Aquí está lo que acordamos para cada uno y lo que restaba para usted", contestó la desconocida. "Un placer hacer negocios", replicó él. La mujer hizo ruido adentro, como levantándose. No había dónde ocultarse, así que C volvió a la escalera.

-Hipólito, voy tras ella, te dejo al hombre del despacho.

-Debiste llegar antes para poner la cámara.

-Ya no tengo veinticinco, amigo -replicó C.

-No debiste ir a ver al lobo, eso retrasó todo.

-Él tenía que aceptar antes de hacer esto.

Hipólito se quedó callado.

Cuando la desconocida comenzó a bajar por la escalera, C la seguía a distancia prudente, con sigilo. Parecía que aquella tenía prisa de irse del oscuro y viejo edificio que olía a humedad. Cuando pasaba por la puerta que daba a la calle, C se pudo acercar un poco más. Fue tras ella que caminó media cuadra y se dispuso a abordar la parte trasera de un auto nuevo que parecía haberla estado esperando. Era un carro de alquiler.

C se acercó hacia ahí como cualquier transeúnte, segura de que nadie la había visto salir del edificio, y se agachó junto al vehículo cuyo motor se encendía; metió la mano al bolsillo del pantalón, sacó un cuadro oscuro, le quitó una protección y lo adhirió a la defensa del vehículo con rapidez. Cuando el auto se incorporó al tráfico, C se movió hacia un callejón estrecho entre inmuebles y lejos de la vista, comenzó a escalar hasta el techo. Sacó el móvil e hizo otra llamada.

-Adnil, ¿tienes señal?

-Fuerte y clara, C. Sigue hacia el norte, por la misma calle.

-Voy tras ellos -aseveró.

Cuando dejó el edificio, a C le pareció que la desconocida tenía un aroma que reconoció detrás del perfume fino.

En esos momentos

-Gabriel -dijo la voz del otro lado del teléfono.

-Buenas noches -respondió el Alfa.

-¿Estás listo?

-Sí.

-La vi hace unos minutos -replicó Di Maggio -. Me hizo un ofrecimiento que acepté. Espero que cumplas con tu parte, tal como lo acordamos.

El Lector exhaló en el teléfono.

-No puedes retractarte ahora -dijo Giorgio apretando los dientes.

-Debemos hacerlo así, pero no será fácil como están las cosas -indicó el Alfa.

-Has tenido tiempo de sobra

-Hay que aguardar al momento correcto, de lo contrario todo se podría venir abajo. Espero que mientras tanto no ocurra otro percance como el último.

-Nadie debe saber que ella está viva, Lector. Si alguien más se entera...

En ese momento, crujió la madera en la entrada del despacho entreabierto. Di Maggio se puso lívido.

Al día siguiente      
En los laboratorios de la compañía DGDA

-No se mueva -le indicó Juan José a C, que estaba sentada sobre un banco, encorvada hacia delante, con la barbilla pegada al pecho y las piernas recogidas sobre el asiento. Entonces él clavó la primera aguja en su columna vertebral. Necesitó hacerlo con una fuerza mayor a la requerida en un paciente regular. Siguió con otra aguja de calibre superior al habitual. Con la última, se escuchó un chasquido. C bufó.

-Va a enderezarse apenas un poco -dijo el científico. Llenó tres jeringas con líquido cefalorraquídeo, estaban conectadas a un manómetro. Cuando terminó, puso un parche en su espalda y la hizo recostarse boca abajo en una camilla con algo suave en el abdomen.

-Tengo que llevar estas muestras de inmediato al laboratorio, usted no se mueva de ahí -dijo él y salió dejando a la mujer sola en la habitación. C observaba la pared, tenía la cabeza de lado, sobre la improvisada cama. Supo que alguien entraba, sabía quién era. Sonrió.

Andrea tomó asiento en la silla del otro lado, frente a ella. Llevaba una botella de agua y un popote.

-Temíamos que fuera más difícil. Por fortuna, mi marido tiene mucha experiencia. Bebe.

La bioquímica abrió la botella, puso la pajilla adentro y la colocó en la mesa de aluminio ubicada cerca de la camilla. C la alcanzó sin incorporarse e hizo lo que su amiga le pidió.

-¿Cuánto tiempo me van a dejar aquí?

-Cualquier otro paciente debe esperar varias horas, en tu caso no lo sabemos. Mejor duerme aquí. Juanjo comenzará a analizar las muestras.

-¿Qué hora es?

-Las doce y veinte. Después de haber hablado por teléfono con los niños, no tenemos ninguna prisa.

C suspiró.

-¿Crees que esto es lo correcto, Andrea? -inquirió C cambiando la expresión alegre por una de profunda seriedad.

-Creo que sería poco ético darte aciclovir si no entendemos cómo funciona el virus en tu sistema. No sabes lo mucho que deseaba que hubiéramos podido hacer esto antes de lo que pasó en ese techo. Creo que podemos encontrar la manera de estar seguros de que los efectos secundarios en verdad no son replicables. Eso es justo lo que espero.

C se estiró para dejar la botella con agua y Andrea aprovechó para tomar la mano de su amiga.

-No me hagas esa cara, Calia María. Encontraremos la forma de resolver esto. Ni pienses que voy a dejar que hagas una tontería como saltar de un techo ni nada parecido.

-Tengo miedo, Andrea. Es como tener una bomba atómica adentro. No quiero ser la causa de grandes males y sabes que eso es muy posible.

La mujer de los ojos color avellana no podía ocultar su propia preocupación.

-Hagamos todo lo posible ¿sí? Tal vez es algo muy egoísta, pero quiero que sigas siendo parte de mi vida.

-No tengo lugar en la vida de nadie. Durante estos años muchas veces pensé en tirarme al océano. No pude. Soy una cobarde.

Andrea negó con la cabeza.

-Creo que has requerido de más valor para volver y enfrentarte a esto. Cualquiera puede escoger el camino fácil, todo el mundo lo hace. Pero tu sueles ir siempre por el más difícil. Está bien que dejes que  tus amigos te ayudemos.

-Tú eres mi única amiga aquí.

-Estoy segura de que no es así.



Minutos después del encuentro entre C y Di Maggio

En la mansión

La nueva residencia de los Di Maggio tenía una hermosa galería que consistía en un largo corredor con ventanas dobles similares a puertas francesas de caoba y cristal, rematadas en forma de arcos góticos, ante las cuales había blancas y delicadas cortinas de gasa. Hacia el exterior había un pasillo estrecho con una balaustrada en el borde del edificio de doce pisos. Se podía ver la galería desde entrada al departamento. Daba vista a las alturas de la ciudad, al igual que el despacho de Giorgio, que estaba del otro lado del departamento. Había tanta madera, que parecía un bosque.

Laura Esther había llegado del aeropuerto por la noche. Trató de llamar a casa cuando aterrizó, pero el teléfono de su esposo parecía haber estado fuera de servicio. Laura no hubiera podido saber que prácticamente cada aparato electrónico del edificio tuvo la misma falla durante una hora. Giorgio no había olvidado su llegada, porque mandó a Aurelio a recogerla.

Tardaron en arribar debido al tráfico. El chofer trató de avisar a su patrón que estaban en el estacionamiento del edificio como se lo pidió, pero su teléfono estaba ocupado. 

Laura dejó el bolso de viaje y la maleta con ruedas junto a la encimera de la entrada que también era de madera, con una loza de alabastro en la parte superior. Colocó las llaves junto a una tridacna gigas del tamaño de un frutero en el mueble, sobre el cual colgaba un espejo rococó ovalado. Ella levantó la vista hacia él y vio el reflejo de una de las ventanas de la galería que estaba abierta, ya que la delicada cortina ondeaba con el viento hacia el interior del apartamento.

Laura caminó a través del estrecho vestíbulo cuyos pisos eran de cuadradas baldosas de pulida piedra natural, color beige rosado, con una doble línea en gris a la orilla, a diferencia de los del recibidor a su izquierda que eran cuadros blancos y negros alternados como un tablero de ajedrez. Esa sala tenía dos pisos de altura y un tragaluz en la parte superior.

Al final del pasillo, Laura giró a la izquierda y se encontró con la puerta doble del despacho entreabierta, su esposo hablaba por teléfono. Lo que decía le intrigó tanto, que no pudo moverse, pero lo último le causó tal sorpresa que trastabilló, haciendo crujir la madera. Al saberse descubierta, no tuvo más remedio que entrar.

-Te llamo después -dijo Giorgio antes de colgar el teléfono, observando a la recién llegada sin parpadear.

-¿De qué estabas hablando? -exclamó Laura Esther.

Él frunció el ceño y desvió la mirada. Odiaba sentirse acorralado.

-¿Qué tienes en la cara? -inquirió ella con preocupación.

-No es nada.

Ella se acercó para verlo mejor.

-¡Tienes una sutura en la frente! ¿Qué te pasó? ¿De qué hablabas, quién está viva?

Los dos se quedaron en silencio observándose. Laura Esther abrió la boca, sorprendida. Di Maggio asintió despacio y ella se sentó lentamente en la silla de visitas.

-¿Cómo es posible? -inquirió.

Él negó y levantó un poco los hombros.

-Entonces ella no...

-Ella evitó que unos hombres sacaran mi auto del camino hace algunos días, pero golpee la pantalla del asiento con la cabeza. Hizo que se estrellaran, están detenidos. Insisten en que fue un accidente y que son culpables de conducir de forma imprudente.

-¡Debiste decírmelo!

-Casi nunca estás, Laura. No puedo hablar de estas cosas por teléfono. ¿Cómo esperabas que...?

-Típico de ti. Todo siempre es culpa mía.

"Ahí vamos otra vez", pensó Di Maggio.

-¿Y...?

-Ya sabes lo que pasó. No quiero discutir -afirmó él, comenzando a molestarse.

-¿Has visto a Contacto?

-Acaba de irse.

-Y la gente de la organización lo sabe.

-Escúchame, Laura. Esto es muy delicado. Se supone nadie tiene conocimiento. Así debe seguir.

-Pero lo saben. Hablabas con Gabriel.

-Sé cómo suena, pero es una situación compleja.

-Y no piensas explicármela.

Él negó con la cabeza.

-¡Necesito saber qué pasa! ¡No me vengas con que es un secreto, hasta los Alfa están enterados! ¡Piensas que no sé qué te ocurre, pero te equivocas!

Él le clavó su mirada amedrentadora a Laura quien sabía que ese debía ser el final de la discusión, pero a pesar de ello, casi ninguna solía parar ahí.

-Esto no es por mí. Hay asuntos pendientes. No puedo decirte más sin ponerte en un mayor peligro. Pretendo proteger a mi familia. Deberías agradecerle a esa mujer que no te quedaste viuda, y puedes hacer eso ignorando su existencia -rugió él.

Ella se veía desconcertada y preocupada.

-¿Quieres saber qué está pasando? Si supieras lo que podría costar que se revelaran ciertas cosas no te atreverías a cuestionarme de esta manera -concluyó Di Maggio.

-¿Cómo voy a saberlo si no me lo dices? -clamó desesperada.

-Es lo mejor por ahora.

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