Capítulo 11. Las últimas notas

DOS AÑOS ANTES

Harry casi no hablaba con nadie más que con Andrea. Había pasado casi un año desde que Contacto se fue. Con ayuda de su terapeuta, él se estuvo preparando para el difícil día. Trataba de mantenerse activo, pero a veces no lograba levantarse. Recibía una pensión por incapacidad mental, así que no tenía que trabajar.

No hubiera podido hacerlo de todas formas.

El día que se cumplió un año de la entrega, se levantó antes del amanecer. Se bañó y se rasuró la larga barba. Hacía mucho no había visto su cara por completo. Se vistió y fue a la organización. Le permitieron pasar, a pesar de que no había ido por ahí en tanto tiempo. Se dirigió hacia un costado del edificio central de la OINDAH y buscó un lugar conocido. No se atrevió a subir al techo. Contempló un momento un tanque cercado por una reja. Un año sin ella en el mundo le parecía una eternidad. Volvió sobre sus pasos. Cuando atravesaba la plaza vacía, rodeando la torre, observó a un enorme hombre que corría hacia él. Era Manuel.

En cuanto estuvo cerca, se quedó parado.

-Vaya. Sí eres tú. No podía creerlo.

-Veo que no pasa nada aquí sin que se entere, señor director del CDA -bromeó Harry.

Se acercaron y se dieron el medio abrazo de los caballos.

-Acompáñame a mi oficina, necesito hablar contigo.

-Disculpa, debo...

Manuel chasqueó la lengua.

-No me salgas con eso. Sólo unos minutos. No puedo tomarme mucho tiempo, es el día de la asamblea.

Harry no pudo negarse más. No tenía ninguna excusa creíble.

Entraron a las oficinas del CDA por el pasillo exterior. Había poco personal, apenas había amanecido. La mujer que fue su secretaria ahora trabajaba con Manuel. Cuando lo vio, se puso de pie y lo saludó con mucha amabilidad. A pesar de que no hubo una declaración oficial sobre lo ocurrido, para nadie era un secreto que Harry ya no estaba en servicio activo en la organización. Ambos entraron al despacho.

-¿Cómo estás, amigo?

Harry no sabía qué responder, así que mintió.

-Bien, gracias.

Manuel negó con la cabeza, viéndolo fijo.

-¿Algún día me dirás qué carajos fue lo que pasó?

-Es clasificado -repuso con grave seriedad.

-No hablo sobre ella. Me refiero a lo que te pasó a ti.

-Estoy... mejor. No ha sido fácil.

-Me lo imagino -dijo Manuel tras asentir mientras lo observaba.

Harry permaneció en silencio.

-No te pedí que vinieras aquí para interrogarte. Debo decir que pensé muchas veces en hablarte esto cuando te mandaron a casa. Yo sé que somos muy miserables comparados con los Alfa, pero quiero pedirte un favor personal.

-Claro.

-Regresa al CDA.

La propuesta lo tomó por sorpresa.

-Amigo, te lo agradezco, pero no estoy en forma...

-Tenemos una vacante en el área de instrucción que sólo tú podrías cubrir. Vamos, no me digas que tienes algo mejor que hacer.

-No sé si estoy listo -dijo con suavidad.

-Malditos pretextos. Quieres seguir viviendo gratis ¿eh? -preguntó el directivo de forma graciosa.

Harry hizo una mueca triste a modo de sonrisa.

-Tienes que hacerlo. Por favor. No me hagas decírtelo...

-¿Decirme qué?

-Le prometí a alguien que te haría regresar al CDA.

-¿A quién? -preguntó.

-A una chica que me lo pidió exactamente hace un año -aseveró el Perico.

Los ojos de Harry se llenaron de tristeza. La expresión de su amigo hirió a Manuel. Se levantó y lo abrazó con fuerza un momento, como si fuera un luchador de sumo.

-Mira, no sé qué rayos sucedió, ni siquiera yo tengo acceso a los expedientes. No sé qué fue de Contacto, no sé qué te pasó a ti, pero lo sospecho. Tanto, como para hacerte dejarlo todo. Ella debió saber que algo iba a ocurrir. Imagino muchas cosas sobre eso, pero creo que lo más importante es lo que me pidió. Así que, por favor, regresa con nosotros.

-No creo poder.

-Inténtalo. Unas horas nada más. Hoy necesitamos más apoyo aquí, es el día de la asamblea.

Harry estaba consternado.

-Por favor. Hazlo por mí.

-Lo pensaré -musitó.

-¡Vamos! ¿Qué pierdes? -urgió el Perico.

-Está bien. Como apoyo, nada más -respondió, vencido por el peso de la voz de Contacto que se colaba a través de los intersticios del pasado.

Manuel lo golpeó en el hombro con el puño.

-¡Excelente! Ve a prepararte, comienzas en una hora -replicó Manuel.

-¿Cómo? Sigo de permiso.

-Olvídate, tengo mis palancas. En una hora darás tu primera sesión de entrenamiento físico, no se diga más. Tus cosas siguen en el casillero de siempre -comentó refiriéndose a los uniformes de su amigo.

Harry podía evaluar a los chicos en el gimnasio y conocía el temario de memoria, él mismo había contribuido a elaborarlo. Se quedó en el CDA más de una clase ese día. La gente desfilaba y se congregaba para verlo. Incluso, en algún momento, olvidó que había estado fuera todo ese tiempo. Pertenecía a ese lugar. Regresó a casa por la tarde. Esa noche, tocaron a su puerta, lo cual fue extraño.

Tuvo que parpadear para estar seguro. En el umbral estaba parado Giorgio Di Maggio. Harry estaba muy sorprendido.

-¿Puedo pasar? -preguntó el hombre de azules ojos, con su profundísima voz, muy serio. Ya no usaba el bastón.

-Adelante -respondió Harry, haciéndose a un lado.

El heredero entró al departamento sin voltear a verlo, divisó la cocina, fue hacia allí y se sentó junto a la vieja mesa de formaica.

Harry se sentó frente a él. Lo observaba con curiosidad.

-¿En qué puedo servirte? -inquirió.

Di Maggio sacó una botella de whiskey de la bolsa interna de la gabardina y la puso sobre la mesa. Era la última que le quedaba de su pasada compulsión.

-En un vaso. Pásamelo -ordenó.

Harry sacó uno de la alacena y lo puso frente al hombre.

-¿No me vas a acompañar? -preguntó.

-No, es que...

Giorgio lo observó fijo, sin mover un músculo.

Harry sintió un escalofrío, fue por otro vaso y lo puso junto a la botella. Pensó que si no lo hacía, Di Maggio lo vería de forma intimidante toda la noche sin decirle nada. Él sirvió en ambos y le dio uno. Los dos tomaron un sorbo. Harry no lo dijo, pero notó la gran calidad de la bebida. Di Maggio apuró el resto del contenido. Observó los restos del líquido ambarino un momento. Exhaló con fuerza.

-Ahí van mis meses de sobriedad -dijo.

El inquilino bebió de un trago lo que le quedaba, se cruzó de brazos recargándose sobre la mesa y agachó un poco la cabeza. Di Maggio volvió a servir ambos recipientes y levantó su copa improvisada.

-Por la mujer que nos fastidió para salirse con la suya -dijo.

Harry asintió, resignado. Hizo lo mismo que Giorgio.

-Por ella.

Los dos bebieron de golpe.

El heredero conocía por Andrea todas las penurias por las que había pasado Harry. No lo conmovía, pero estaba seguro de que ahora estaba un tanto más jodido que él. Comenzaron a conversar.

-Voy a ser honesto contigo, comandante. Me ha costado vivir con la culpa. Ha sido de ayuda pensar que no fue solo mía -musitó Di Maggio refiriéndose a él.

Harry liberó el aire de los pulmones haciendo ruido.

-Para mí no ha sido ningún consuelo saber que lo que la orillamos a hacer no solo fue mi responsabilidad -replicó con la vista gacha.

-Fue un trabajo en equipo. Ninguno fue capaz de anticipar sus alcances. Ni siquiera la propia Andrea, que estaba enterada a medias de su plan. Nos limitamos a pensar en su capacidad física y olvidamos el resto. Lo que la movía en realidad -afirmó el irreconocible Giorgio.

Horas más tarde, seguían hablando. Recordaron todos los años que pasaron vinculados con el proyecto. Di Maggio le relató lo que pasó con Laura Esther. Harry le dijo lo que había ocurrido esa mañana en el CDA. Incluso le explicó cómo fue que obtuvo el listón del vestido de Contacto la noche que acompañó a Giorgio a la gala en la que ambos estuvieron a punto de liarse a golpes. Antes del amanecer, el alto hombre se puso de pie.

-Me voy. Tenía que hablar con alguien sobre ella hoy. Andrea no quiere hacerlo.

-Gracias por haber venido -dijo el comandante.

Se dieron la mano.

-Ojalá ella hubiera podido ver esto, no lo habría creído -aseveró Harry.

-Sabes, Jacobo, no quiso fastidiarnos. Nosotros la jodimos -comentó Di Maggio.

-Lo sé. Lamento no haberme dado cuenta antes. Ahora, no hay más nada qué hacer.

-Creo que te equivocas -repuso el heredero parado en la puerta.

-¿A qué te refieres?

-Estoy seguro de que las cosas no ocurrieron como nos hizo creer -replicó, dirigiéndose al descanso de la escalera. Harry lo siguió hasta que llegaron a la planta baja. La limusina estaba estacionada justo en la entrada del edificio. Di Maggio entró al auto, Aurelio que estaba en el asiento de adelante, se incorporó ya que había estado durmiendo.

-¿Qué te hace pensar eso? -preguntó Harry desde afuera del town car.

-Tengo una corazonada -respondió-. ¿Te interesa saber más?

Harry asintió, reclinándose sobre la portezuela cuya ventanilla fue bajada por Giorgio.

-Bien. La próxima vez que hablemos espero que estemos sobrios. Y que alguien más nos acompañe.

-¿Quién? -preguntó Harry cuando el motor del auto ya estaba encendido.

-El líder del equipo de idiotas, por supuesto -contestó Di Maggio.

TRES AÑOS DESPUÉS DE LA ENTREGA

En el muelle
Al atardecer

Harry estaba recargado en el medio muro que bordeaba el andador ubicado frente al malecón con los brazos cruzados. Veía cómo el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte marino. La barcaza que alguna vez fue un restaurante ya no estaba ahí. Había recibido una de esas tarjetas con la letra C. Decía: "Nuestro lugar, a la hora de siempre. Te verá alguien".

Cuarenta minutos después ya había oscurecido. Todas las farolas de la vía pública se encendieron al mismo tiempo, excepto las de esa acera.

Un poco más tarde fue hacia él alguien que traía las manos en los bolsillos de una holgada chamarra negra con capucha que le cubría medio rostro. Usaba un pantalón deportivo. Él ladeó un poco la cabeza al ver al personaje dirigirse hacia él.

Quien se acercó sacó una mano del bolsillo y depositó algo junto a él, sobre la pulida barda baja.

Era el anillo.

Harry lo tomó y leyó lo que decía en la cara interna antes de dejarlo de nuevo sobre el cemento: "Si se amó una vez, se puede amar dos veces. H. J." Nunca le gustó esa inscripción. Gabriel se la había inventado. Él hubiera puesto algo más simple y directo. La idea del anillo fue suya, pero Elec estuvo siempre enterado de todo.

La mujer puso la mano otra vez en el bolsillo, dio media vuelta y comenzó a alejarse.

-Este objeto representa algo entre ella y yo que sólo nosotros podemos entender. No puedo aceptarlo de nadie más.

La mensajera se detuvo, dándole la espalda

-Representa una promesa que jamás rompí -concluyó Harry.

Ella se dio la vuelta y se quedó parada frente a él. Se quitó la capucha de la cabeza, mostrando su rostro. Era C. Lo observaba con seriedad. Él sonreía, su mirada no había cambiado.

-Sabía que eras tú. Conozco muy bien tu defensa.

C volvió sobre sus pasos y se recargó en el muro junto a él, muy seria, con la joya entre ambos. Se quedaron callados, observando el mar.

-Lamento mucho por lo que pasaste cuando me fui -dijo ella al fin.

-No sabes cómo lo lamento yo. Todo. Tenías razón. Siempre la tuviste.

La mujer hizo ruido al exhalar.

-Quería que entendieras que estabas equivocado -replicó C.

-Me tomó un tiempo comprenderlo. Ahora estoy en paz con eso. Quiero darte las gracias por haberle pedido a Manuel que me hiciera regresar al CDA. No lo habría hecho si no se lo hubieras pedido tú.

-Tenía que hacerlo. Era tu pasión.

-Tú eras mi pasión.

-Nunca hubiéramos podido... -repuso ella aclarándose la garganta para mantener a raya sus emociones.

-No. Pero quería que supieras que lo que hubo entre nosotros fue real.

-Siempre lo supe. Pero fue terrible lo que me ocultaron, estaba muy herida. Además no podía dejar que nada interfiriera con la entrega.

Él sonrió otra vez, con melancolía.

-Aquel día en ese techo... dijiste que nos librarías a todos de ti. He pensado en eso desde entonces. No fue así, después de todo.

C levantó el anillo, tomó la mano de Harry y lo puso sobre su palma.

-A eso vine. Déjalo ir. Seamos libres.

Él observó el aro. Lo apretó un momento en el puño cerrado y después lo lanzó hacia el océano.

Los dos permanecieron en silencio de nuevo largo rato, quitando alguna lágrima que escapaba de sus ojos antes de que cayera por sus rostros. Él suspiró y volteó a ver el cielo.

La mujer frotó la espalda del comandante de forma amistosa con la mano. Él le palpó afectuosamente el hombro un momento.

-Siempre serás muy importante para mí -dijo él.

-Y tú para mí. Fuiste el único en mi corazón. Después de ti, no hubo nadie más. Cómo podría. Pero es tiempo de que sigas adelante con tu vida.

-Y tú con la tuya -afirmó el hombre de manera emotiva, sonriendo.

Para C eso parecía imposible. Sin embargo, quizá podría existir un remedio.

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