Capítulo 10. Promesas en la sombra
La noche del encuentro entre Andrea y C
El tiempo parecía haber vuelto atrás. Afuera del gran ventanal, las luces de los rascacielos de la ciudad se extendían hasta donde alcanzaba la vista.
C surgió de las sombras y se acercó al escritorio. Ahora, además del aroma a lavanda de Di Maggio y del de las maderas preciosas que saturaba el salón, olía a cientos de libros. Más allá de notar algunos indicios del paso del tiempo en el alto hombre, a la mujer le pareció que se veía triste, lo cual le resultaba extraño. Siempre había sido tan frío y distante. Quizá, al haber entregado al mundo lo que le heredó su padre, encarnado en la cura de Laura Esther, no sólo se había liberado como ella anticipó. Tal vez había logrado volverse algo más humano.
Ella, por el contrario, a pesar de haber luchado tanto consigo misma, había dejado atrás casi todo lo que la había hecho sentirse humana. A pesar de todo, extrañó esa mirada y esa voz como procedente de una caverna, las repasó en su mente durante años. Sin embargo, recordaba muy bien las razones que lo habían llevado a traicionarla y a pesar de que no le guardaba rencor, nunca podría olvidarlo.
Di Maggio seguía aferrado al escritorio y C permanecía seria frente a él.
-Hola. ¿Puedo sentarme? -preguntó ella, tratando de evocar viejos tiempos.
Giorgio no podía responder, parecía desconcertado. Las palabras se negaban a salir de su interior. Ella se sentó y él hizo lo mismo. Sus azules ojos centelleaban.
Él hizo una mueca y emitió sonidos apagados, que fueron subiendo de volumen. Se estaba riendo. Comenzó a reir cada vez más fuerte, hasta que lo hizo a carcajadas. Se doblaba al seguir riendo, y al hacerlo, le salían lágrimas de los ojos. De pronto, se quedó callado, pero continuaba llorando. C lo observaba en silencio, inexpresiva.
Estaba saturado de emociones que se desbordaban más allá de su cuerpo. Pero ni las lágrimas ni la risa aplacaron su tormenta. Deseaba abrazarla y gritarle al mismo tiempo. Esperó aquello durante años y ahora estaban ahí, como si nada hubiera ocurrido, aunque tantas cosas habían cambiado.
Giorgio no quería dejar de verla, pero estaba avergonzado. Una profunda melancolía se había apoderado de él; sintió culpa como el día en que ella partió. Giró para dirigir de nuevo la mirada hacia la ciudad.
-¿Estás bien? -le preguntó la mujer que lo escuchaba sollozar quedamente.
-Dame un minuto -logró responder, aún de espaldas a ella, de forma entrecortada.
Ella estaba tensa, muy erguida al principio, pero conforme pasó el tiempo, se fue relajando y se recargó en la silla. Él observaba su reflejo en los cristales; cuando logró calmarse, rompió el silencio.
-¿Por qué volviste? -musitó con su gravísima voz mientras tomaba el pañuelo de su bolsillo para limpiarse la nariz con discreción.
-Me encontraron. No tenía sentido seguir huyendo.
Él se volvió en su dirección. Se veía afligido y sombrío. Aún tenía hematomas en medio rostro.
-No sabes todo lo que ocasionaste.
-Tú mismo me dijiste que no querías volver a verme, no tienes ningún derecho a decirme eso -aseveró con seriedad.
Él le dirigió una profunda mirada; C sintió como si la atravesara de lado a lado.
-No te estoy reclamando. Trato de explicarte.
Ella se cruzó de brazos.
-Jacobo estuvo en un hospital psiquiátrico.
-Lo sé.
-Andrea no había podido hablar de ti otra vez.
-Eso me dijeron.
-¡Escúchame! -vociferó.
-¡Te estoy oyendo!
-¿Pensaste que sería fácil? ¿Creíste que no pasaría nada? -clamó él. Observó sus nudillos, en los que aún había algunas cicatrices. Respiró profundo para tranquilizarse-. Cuando te tiraste de ese maldito techo, pude entender al fin muchas cosas. ¿Eso querías, no?
-Quería que todos me dejaran en paz -respondió a la defensiva.
-Creí que te odiaba. Te culpé por todo. Pero no tenías la culpa -dijo melancólico-. Estaba equivocado. Lo siento.
-Está bien, ya pasó.
-De verdad, lo lamento -musitó Giorgio.
-No importa.
-Claro que importa, Calia.
-No me llames así. Sólo C.
-Tienes la mirada de tu madre. Y eres terca como tu padre -gruñó él.
Ella sonrió con ganas.
-Sí, me contaron que estuviste por ahí queriendo sobornarlos para limpiar tu consciencia.
Giorgio hizo un gesto dolido.
-Por favor, no vine por más dramas.
Él tragó grueso, como queriendo desatar el nudo en su garganta, se irguió y se puso muy serio.
-¿Entonces? ¿A qué viniste, C? -inquirió.
La mujer se levantó y comenzó a pasear por el salón, haciendo crujir un poco la madera bajo las suelas de sus gastados zapatos de senderismo. Expulsó aire por la boca.
-Tienes tantos libros. Jamás te vi tocar uno -dijo observando las altas estanterías repletas de ejemplares.
-Eran de papá. Yo leía en el móvil. Ahora lo hago cuando puedo. Manejar una empresa es un trabajo de tiempo completo.
«Lo llamó papá», pensó ella.
Di Maggio la veía dar vueltas pasando cerca de la silla de visitas. Entonces se quedó parada frente a la gran chimenea de gas que estaba apagada.
-¿Y el whiskey? -preguntó.
Giorgio sacó algo del bolsillo derecho de su pantalón y se lo lanzó a C con el pulgar. Ella lo cachó y lo observó. Era una moneda dorada con varias leyendas. De un lado tenía las siglas AA y del otro lado un número dos. Volteó a verlo con las cejas levantadas.
-¿Alcohólicos Anónimos?
-He estado sobrio dos años. Serían tres, pero bebí en un evento especial.
-¿Tu boda? -preguntó ella señalando con la cabeza la plateada alianza en el dedo de Di Maggio.
-El primer aniversario de tu partida.
-Vaya honor.
C fue hacia el escritorio para devolverle la moneda, pero él se puso de pie, lo rodeó y extendió el brazo para recibirla, tomando la mano de ella.
-También estuve en terapia -dijo él-. No puedo decir que soy un hombre distinto, pero al menos ya no me trago tantas cosas como antes. No quería hacerte un drama. Quería decirte que me arrepiento de lo que hice y que espero poder hacer lo correcto ahora.
Ella se liberó de su agarre.
-No sé qué te hace pensar que eso me interesa -respondió C con marcial seriedad.
Giorgio no pudo ocultar el gesto de sorpresa.
-Es una broma -le dijo sin poder contener la risa-. No me hubiera perdido tu cara por nada del mundo. Relájate, Di Maggio.
Él luchaba con el desconcierto, la desazón estaba plasmada en su rostro. C le dio la espalda para seguir recorriendo el despacho con lentitud. Necesitaba que accediera a sus peticiones. No podía confiar en él, pero necesitaba saber... De pronto, volteó a verlo. Estaba ahí de pie, aún como tratando de asimilar lo que sucedía.
-¿Y el bastón? -le preguntó. Giorgio volvió a su sillón y ella a la silla, quizá aquella explicación iba para largo.
-Durante la investigación de la aplicación del suero comprendimos que funciona mejor en las lesiones que están en proceso de sanar, aplicándolo de forma localizada. Me hicieron una limpieza, limaron mis huesos y usaron el suero. Otra vez. Andrea me contó lo que hizo cuando tuve el... accidente.
-Funcionó, entonces -observó C.
-En parte. Había estructuras demasiado dañadas, así que de todas formas me hicieron un reemplazo parcial de rótula.
Ella asintió, indicando que comprendía de lo que le hablaba.
-Cuéntame de ti. ¿Qué hiciste en todo este tiempo? -la cuestionó ahora él.
C bajó la vista. Esa pregunta se había sentido como si él metiera el dedo en una de sus heridas.
-Huir. No estar en ninguna parte. Dejar de ser lo que se inventaron para mí para no ser nadie. Esa ha sido mi vida. Hice algunas cosas por personas buenas y a cambio me ayudaron a ocultarme. A veces, uno recibe más amabilidad de los desconocidos que de los que se supone que son tus amigos.
-¿Has sido feliz?
Ella lo veía de soslayo, con un gesto de contrariedad.
-Ya basta de las preguntas para romper el hielo. Es momento de hablar de negocios.
-¿Negocios?
-Sí. Me preguntaste qué fue lo que me trajo aquí. Estoy muy consciente de que estoy cometiendo el mismo error que con Miguel Aster, ¿recuerdas? Le pedí que me ayudara a leer las placas y él salió corriendo a tratar de vendérselas a Helena. Creo que mi error en aquel entonces, además de ser demasiado confiada, fue que no le ofrecí nada a cambio, como los Alfa.
Giorgio se hizo hacia delante y se recargó en el escritorio, con las manos entrelazadas y la vista fija en ella.
-Vine a hacer un trato contigo. Cuidaré de tu vida, si tu cuidas de la mía.
Él no dijo nada, en espera de una mayor explicación.
-La tranquilidad de Laura, la de Andrea, la de tus empleados, la tuya, por la mía. Durante años he estado tratando de eliminar el virus de mi sistema por mi cuenta. He usado todos los retrovirales que existen en el mercado. No he sentido nada distinto, así que no tengo idea de si ha funcionado o no. No puedo recurrir a nadie más. Al menos de ti ya sé qué puedo esperar. Si de verdad quieres resarcir tus errores conmigo, necesito la ayuda de tu equipo de investigadores, de tus laboratorios. No quiero que esta amenaza siga existiendo.
-¿Qué te hace pensar que puedes confiar en mí?
-No confío en ti. Confío en el amor que le tienen Andrea y Juan José a sus hijos, a los que tuvieron que mandar lejos y a los que quieren de regreso. Sólo me voy a poner en sus manos. Pretendo ayudarles a saber quién está detrás de los ataques a la empresa y a cambio, quiero que me ayuden. Si no lo logran, pues...
Él comprendió y apartó la mirada.
-No voy a trabajar sola. Deberás pagar los honorarios de mi equipo. No será fácil, ni rápido, ni barato. Pero no vas a poner peros, hagamos lo que hagamos. Es tu vida y sobre todo, la de Andrea.
Giorgio asintió.
-Si cualquier cosa llegara a salir mal, ya no voy a huir. Haré todo lo que sea necesario para acabar con el virus. No tengo nada qué perder. No tengo miedo de morir. Y te aseguro que sabré si me están engañando.
-Espero que no debamos llegar a tales extremos, pero si fuera necesario yo mismo te daré el tiro de gracia. Te lo juro -afirmó el heredero.
[Aquí debería haber un GIF o video. Actualiza la aplicación ahora para visualizarlo.]
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top