Capítulo 1. In_Certidumbre

Tres años después de la entrega

Andrea aún iluminaba cualquier sitio con su presencia. Sus hijos y su esposo iban con ella en el auto rumbo a la rueda de prensa de la entrega del premio póstumo a la labor del Dr. Alessandro Ian Carlo Di Maggio. Su único heredero no estaría presente, estaba muy ocupado dirigiendo todo desde su trinchera. Odiaba la muchedumbre. Laura Esther sí asistiría.

Esperaban a Andrea en el evento, era la vocera oficial de la compañía. La atendieron muy bien. A pesar de ello, no podía evitar sentirse ansiosa. El lugar estaba custodiado por la policía y el por personal de la Organización Internacional de Asistencia Humanitaria, la OINDAH.

No era para menos.

Un asistente muy amable la condujo hacia el estrado. Había como trescientas personas en el salón. Pensó en ella. Comenzó su discurso.

-Acepto y agradezco este reconocimiento a nombre de la empresa DGDA y la Fundación Alessandro Ian Carlo Di Maggio. Estoy segura de que el doctor se hubiera sentido muy honrado de ser condecorado con este galardón. Lo recibo también a nombre de su hijo Giorgio y de toda la gente que forma parte del equipo y del laboratorio DGDA.

Andrea se detuvo un momento.

«Lo acepto también en nombre de la mujer a la que se conoció como Contacto los últimos años de su vida», pensó. Sus ojos brillaban, estaba muy emocionada.

-La producción del suero DGDA ha sido posible gracias al incansable trabajo de un equipo comprometido con el bienestar de la humanidad. Agradecemos también todo el apoyo brindado por la Organización Internacional de Asistencia Humanitaria, gracias a la cual esto ha sido posible.

Recordó cómo, en efecto, gracias la OINDAH, habían logrado hacer público el suero que permitía que las personas sanaran de todo tipo de padecimientos y heridas que antes les hubieran llevado a la muerte, pero jamás olvidaría como otra parte de la misma organización manipuló todo para evitarlo, hasta que conocieran el factor que hizo que uno de los sujetos de pruebas presentara capacidades sobrehumanas.

-La distribución es ahora una realidad. Seguiremos dando pasos para que el suero siempre esté disponible para quien lo necesite. Muchas gracias -concluyó.

Recibió una ovación de los asistentes, que se pusieron de pie para aplaudir. La comercialización del suero había comenzado recientemente, pero el mundo comenzaba a ver sus impactantes efectos. Entre la gente, una mujer muy seria, vestida de negro, permaneció sentada, con los brazos cruzados. A Andrea le llamó la atención. Tenía largo y ondulado cabello teñido de rosa fosforescente.

Se le concedió a la prensa una ronda de preguntas y respuestas. Andrea contestaba con serena seguridad, y aunque estaba preparada para ello, deseó que nadie la cuestionara sobre el atentado que sufrió el laboratorio de la compañía poco antes. Entre la gente de la prensa se encontraba el hermano de Laura Esther, Marcelo, que era periodista desde la universidad. No le agradaba demasiado.

Casi al final del espacio para los medios, un reportero local levantó la mano, el moderador le concedió la palabra.

-¿Es verdad que uno de los sujetos de prueba presentó capacidades extraordinarias gracias al suero?

-¿De dónde sacó eso? -replicó Andrea de forma automática.

El corazón de la vocera se había detenido un instante. A pesar de que Contacto ya no existía, algo en ella sentía que debía seguir guardando el secreto del extinto virus, del que su amiga fue portadora y que en combinación con el suero y quizá otra serie de factores, le permitieron hacer cosas increíbles. Posiblemente llegó a ser, de acuerdo a las mediciones furtivas de la inteligencia de la organización, la persona más rápida, ágil y resistente que hubiera existido, además de una de las más fuertes. La pregunta que le hicieron a la vocera la hizo ponerse en guardia. Sin embargo, la forma en la que respondió le causó gracia a la concurrencia. Todos tomaron su respuesta como un rotundo no.

Cuando concluyó su participación, bajó del estrado para encontrarse con Laura Esther y se lanzaron una mirada de complicidad. Sabían que estaban pensando en la mujer gracias a la cual estaban las dos paradas en ese lugar. Se abrazaron y Andrea le entregó la presea. Posaron juntas para las cámaras. La estatura de Laura era menor a la suya, pero tenían cierto parecido, en especial en la verde mirada. Acordaron ir a comer para celebrar. Esther, que saldría del país al día siguiente de la entrega del premio, era conducida por Aurelio, que aún trabajaba para Giorgio Di Maggio. Pasarían por él a la oficina. Andrea se adelantaría con su familia. Una vez que el auto estuvo en movimiento, Juan José no pudo quedarse callado.

-Vaya, qué te parece. Ella estuvo presente de algún modo -comentó el investigador. Sabía que Andrea trataba de eludir el tema, ya que era una herida que no lograba cerrar del todo en su corazón.

-¿Quién? -preguntó uno de los gemelos desde el asiento trasero.

-Nadie -repuso Andrea.






Un mes atrás
Groenlandia

Lejos, muy lejos, hacia el norte, en uno de los sitios de la Tierra en el que las condiciones son extremas, había una ventisca. Una mujer vestida con un enorme anorak trataba de llegar a un caserío cercano. Encontró una caseta con un letrero afuera y logró penetrar en ella. Estaba iluminado como si fuera de día, pero eran como las ocho de la noche. Ella tenía el rostro cubierto por un pasamontañas y traía puestos lentes polarizados. Entró a la caseta luchando contra el viento. Era un bar en el fin del mundo. Se sentó en un banco alto frente a la barra y se quitó la máscara del rostro y los lentes, así como el abrigo negro.

Tomó una revista que estaba sobre la barra. Contenía una nota sobre un premio que recibiría alguien a quien ella conocía muy bien. También hablaba del atentado que sufrió la compañía que producía el suero DGDA.

Alguien la distrajo.

-¿Todavía por aquí? Pensé que habías vuelto al mundo en el último transporte -dijo el cantinero, mientras le servía lo de siempre. Se comunicaban en un idioma que ambos comprendían, aunque ella entendía algunas palabras del local.

-Aquí sigo -respondió seca. -¿Ya están listos para hablar? -preguntó la mujer de negros ojos que parecía, incluso, casi normal sin maquillaje.

- Tulukkat qaqortippata*

-¿Disculpa?

-Nadie dirá nada -aseveró el cantinero.

Eris Niezgoda negó con la cabeza.

-Allá ustedes. Si no quieren ayuda no es problema mío -dijo la mujer y bebió un sorbo del vaso que el cantinero había puesto frente a ella.

-Tienes razón, no es tu problema. Las compañías mineras van a tratar de acabar con todo, pero nosotros seguiremos adelante. No obtendrás información ni sacarás de entre nosotros a ningún contacto -dijo el hombre haciendo énfasis en la última palabra.

Eris se quedó helada, contemplándolo con los ojos muy abiertos y el vaso en los labios, casi escupió lo que tenía en la boca.

-¿De dónde sacaste eso? -preguntó.

-De por ahí, Eris, por ahí -replicó él sonriéndole.

La retaban. Lanzó un billete al mostrador, se puso todo su equipo de supervivencia otra vez y salió de la caseta, azotando la puerta.


La noche tras la entrega del premio
En la ciudad

Aquella mansión era tan distinguida como en la que Giorgio Di Maggio había pasado años de reclusión, en la que había perdido y recuperado el sentido de su existencia. Él seguía buscando el tiempo de permanecer en silente y profunda cavilación cuando su trabajo al frente de la compañía que producía el suero DGDA se lo permitía, lo cual era casi siempre a altas horas de la noche. Aún tenía esas largas conversaciones consigo mismo, pero en un cálido espacio ubicado en un antiguo edificio en el centro de la ciudad. La parte superior que dominaba la vista del orbe estaba ocupada por un penthouse de cuatro pisos.

La ventana de su nuevo despacho tenía cinco metros de altura y desde ella se veía la ciudad hasta muy lejos. El nuevo salón era una biblioteca de alto techo con libreros adosados a las paredes; un pasillo de madera como a un piso de altura bordeaba la estantería. Un pianoforte negro de cola estaba del otro lado del salón. Los libros sobre una gran variedad de materias habían sido coleccionados con ahínco por el doctor y el piano le había pertenecido la madre de Giorgio. Ahora él rara vez tenía tiempo de leer y tocar el piano. Además de esos objetos, no había llevado casi nada más de la mansión a su actual residencia. No sufría como años atrás, pero ahora lo preocupaban varios asuntos.

Laura Esther entró al estudio y se acercó al hombre con ojos de lobo que estaba sentado en un sillón giratorio de piel frente a un nuevo escritorio. Esa noche estaba en la ciudad por la entrega del premio, pero por lo general solía estar de viaje atendiendo asuntos de la fundación.

-¿Te sientes bien? -preguntó ella.

La observó en silencio. Ella dirigía la ONG, no podía ocultarle muchas cosas aunque lo deseara.

-Sigues preocupado por la bomba.

Él inclinó la cabeza y bufó.

-La policía dice que fue un evento aislado -comentó Laura.

-Son unos idiotas. La información no debió filtrarse a la prensa de esa manera. Ahora nos van a estar fastidiando los locos -rugió él con hartazgo. Era una pantomima. Eso siempre le había salido muy bien.

-Están trabajando con la organización para resolver...

-No quiero hablar de eso.

Ella apenas se inclinó para besar la frente de su esposo, enmarcada por algunas canas incipientes entretejidas con su negro cabello. La cabeza del hombre sentado estaba pocos centímetros abajo que la de ella de pie. Di Maggio giró para devolverle el beso en los labios. Laura Esther le devolvió la luz a su perenne oscuridad, pero había cosas que iba a guardarse para él, no pensaba revelarle a nadie todos sus secretos. Lo mantenía en suspenso una situación particular de la que no se había atrevido a hablar con nadie, ni siquiera con Andrea.

Algunas de semanas desde que el atentado en uno de los laboratorios del suero DGDA se había hecho público, el heredero pasó por la mansión para buscar documentación vieja y encontró la cadena de aquella que fue su compañera en las sombras. Aún lo obsesionaba. Por costumbre, seguía recordándola como Contacto, aún cuando él era de las pocas personas que siempre supo su nombre. Seguía pasmado al notar que uno de los objetos que solían estar colgados en la cadena había desaparecido: el anillo que le había dado el desgraciado Harry. Sentía pena por él, aunque sospechaba que pronto se enteraría de lo que él creía saber con total seguridad.

Ella no estaba ni remotamente muerta.

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*Expresión groenlandesa que significa "cuando los cuervos se vuelvan blancos", que significa que algo es imposible.

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