Capítulo 8: Una nueva oportunidad
Diario del Conde Arthur Bennett
Las tierras fértiles de Shrewsbury son reconocidas no solo por su fertilidad en cuanto a la producción de alimentos, estas también han demostrado ser aptas para el cultivo del tabaco, especias y muy recientemente, algodón. Dichos productos, han tomado un importante valor económico en la India, tanto así, que he decidido ampliar el número de hectáreas para la siembra de más productos. De tener una buena cosecha de granos, podremos llenar las bodegas y permanecer abastecidos por al menos un año, después de ello, las tierras quedarán disponibles para que puedan seguir siendo utilizadas a fin de las necesidades de la India.
He decidido omitir la información a mi hermano, John jamás entendería mi visión en este negocio, él solo tiene cabeza para sus juegos de ciencia, es por ello que creo necesario buscarle una esposa, es tiempo de que adquiera la responsabilidad de un matrimonio.
Emilia pasó los últimos días leyendo con atención los diarios que fueron escritos por el mismo Conde de Shrewsbury. En él encontró momentos cruciales que marcaban la toma de decisiones que afectaban al condado. Del mismo modo, también aparecían escritas algunas frivolidades que no tenían mayor relevancia para su mandato.
Emilia, mantenía la cabeza sumergida en la lectura, luego revisaba algunas fechas en los textos o en documentos recolectados que pertenecieron a la familia Bennett. Hasta dicho momento, no existía nada que le hiciera pensar que podría salvar el castillo, salvo por la radical idea que tenía de comprobar la cercanía de John con la familia para que este pudiera reclamar el título.
Por otra parte, John estaba más distraído desde la cena de beneficencia. Constantemente, intentaba concentrarse en las incontables lecturas de libros de física, pero le parecían cada vez más complicadas y confusas, incluso creía que tenía que ver con la falta de capacidad, aunque en realidad, tenía más que ver con el tema de Emilia en su vida.
La muchacha, de cabello castaño y ojos cafés, ahora lo ponía nervioso en cada momento. Ella lo buscaba durante el tiempo que estaban en el castillo para liberar sus dudas sobre aquello que leía en el diario. A él le gustaba tenerla cerca, así sentiría el agradable aroma de ese perfume que ella rociaba sobre su cuerpo cada mañana, la amable manera en que le actualizaba en cuanto al siglo XXI, y ni mencionar la escandalosa risa que le alegraba los días. A sus ojos, Emilia no solo era maravillosa en su trabajo, sino también una noble y hermosa mujer.
En medio de sus pensamientos, la escuchó caminar hacia él con el viejo diario de su hermano en la mano.
—John, tengo algunas preguntas para usted —dijo estando muy cerca de él—. ¿Existía alguna rivalidad entre usted y su hermano?
John arrugó la frente, echó una hojeada a la lectura y luego levantó la mirada como si de nada importante se tratara.
—Mi hermano y yo competíamos todo el tiempo, por casi todo: Esgrima, equitación, juegos de azar, armas, éramos dos hombres educados para ser los mejores en muchas cosas.
Emilia entrecerró los ojos y le miró con detalle.
—Sí, pero eso sucede con todos los hermanos. Los comentarios que el Conde hace en este diario, tienen más que ver con casarlo y enviarlo lejos. ¿Por qué? ¿Él quería deshacerse de usted?
—Creía que era lo mejor para mí —reveló, girándose para darle la espalda a Emilia.
—Lo del matrimonio lo entiendo, pero ¿enviarlo lejos? —continuó ella especulando.
—¡Le entregué los diarios con la sola idea de que busque algo que le ayude a rescatar su trabajo, nunca con la intención de meterse en mi vida! —replicó alzando la voz para que ella notara su exasperación.
—¿Qué hay del título? —se atrevió a preguntar a pesar de la manifestación del hombre por no cooperar.
—¿Qué hay con él?
—Podemos buscar la manera de que usted recupere su identidad. Así podrá solicitar el título que está perdido...
—¡No haré eso! —se negó de inmediato al tiempo que cerraba los libros que tenía sobre el escritorio.
—¿Por qué? —inquirió Emilia, ignorando el descontento del otro.
—¡Es irrelevante!
—¿Cómo puede decir eso, cuando está claro que su hermano abusó de su poder para beneficiarse? —Emilia señaló el diario que tenía en su mano, al tiempo que seguía los toscos movimientos de Jhon.
—Es cierto, pero a mí ese título nunca me importó. Ni antes, ni ahora—resolvió el caballero, posando su atención en ella. —No pienso solicitar el título, ¿comprende?
—Es que es precisamente eso lo que no entiendo. El Conde le escondió todo o usted fingió no saber nada y ¿qué tiene de malo el título?
El hombre se dio media vuelta para darle la espalda a Emilia una vez más. Respiró hondo, quería decir algo, pero prefería callar antes de discutir de nuevo con la única persona en la que podía confiar.
—Ninguno de los dos casos nos es beneficioso para salvar el castillo —se limitó a contestar.
Ella rodó los ojos, ahora parecía molesta, aunque no tenía el derecho para hacer reclamos a quien creía su amigo, un amigo del pasado, que ahora estaba en su presente. Enseguida negó con la cabeza sin que John lo notara y luego escuchó la voz de Michael llamarla en su ingreso a la oficina.
—¿Estás lista? —preguntó, evitando saludar a John.
Emilia suspiró hondo y asintió.
—John, volveré en un momento, saldré a comer con Michael. ¿Está bien?
John se volvió hacia ella con una oscura mirada, primero observó a Michael de los pies a la cabeza y enseguida arqueó una ceja para quien representaba solo una amistad.
—No necesita mi permiso, señorita Scott.
Ella asintió notando el descontento de John y acudió por su bolso para salir prácticamente dando zancadas.
Apenas Emilia puso un pie a las afueras del castillo, John se dirigió a la ventana de la oficina con la tortuosa idea de verla caminar por los jardines junto a Michael.
De nuevo, el exnovio parecía estar en su vida, la escuchó hablar con él la noche anterior. Sintió una notable inconformidad con lo que visualizó, aquella que se manifestó en su varonil rostro. En el acto, volvió la mirada y se encontró con los diarios de su hermano sobre el escritorio, fue hacia ellos y ojeó las páginas. Un entristecido semblante apareció, si en algo tenía razón Emilia, era precisamente en creer que su hermano no actuó de la mejor manera, en definitiva, pudo hacerlo mejor y eso le dolía a John. Tenía razones de sobra para culparse de ello, pero ella no lo sabría.
Caminó alrededor de la oficina, en realidad, muy pocas veces se había detenido a observar la decoración de aquel espacio que le pertenecía a Emilia, el lugar seguía impregnado a su perfume con una mezcla de olor a libros viejos, esos que solía leer cuando tenía tiempo.
Se dejó caer en el asiento que con regularidad ella ocupaba y notó un cajón que no estaba bien cerrado, lo empujó con la mano, pero este no se cerró. Arrugó la frente, algo parecía estar estropeando el ingreso. Volvió a hacer lo mismo, pero esta vez utilizó mayor fuerza sin haber obtenido éxito alguno. Optó por abrir el cajón en busca de aquello que estaba entorpeciendo su intento por cerrarlo, lo que le resultó doloroso sin tener del todo clara la razón de su enojo.
Un portarretrato roto con la foto de Emilia y Michael apareció, John la tomó con deseos de no haberla encontrado; aunque ya la tenía en sus manos, Emilia parecía feliz y el rostro de él no decía algo diferente, había ego, orgullo, una fuerza en los ojos revelaba que evidentemente le hacía sentirse merecedor de una mujer como Emilia.
La mano izquierda fue apuñada con fuerza, mientras la derecha aún mantenía la fotografía en sus manos. ¿Por qué Emilia guardaba esa imagen si no pretendía volver con Michael? John parecía confundido, mas no tenía los derechos para hacer reclamos.
Regresó la fotografía al cajón, respiró hondo y volvió a lo suyo, con dificultad encontraría la concentración después de las últimas revelaciones, pero en algo tenía que ocupar la cabeza, algo que le ayudara a mantener el nombre de Emilia lejos de sus pensamientos.
Por otro lado, Emilia aguardaba sentada frente a Michael en un bonito restaurante de Shrewsbury, el tembloroso pie que brincaba con desespero era un síntoma de la impaciencia de la historiadora. Michael la había invitado a comer, con la intención de hablar sobre el destino de la academia de historia y del castillo, aquel que ella protegió desde años atrás.
—¿Quién es él? —preguntó Michael, mientras se acomodaba en su asiento.
—¿Me trajiste aquí para hablar de John? Dijiste que tenía que ver con el departamento de historia —cuestionó descontenta por el comienzo.
—Necesito saber quién es él para responder a eso.
—¡Michael, eres insoportable! —gruñó Emilia echando el cuerpo hacia atrás y entrelazando los brazos.
—Dime la verdad. No quiero más mentiras —solicitó el exnovio al tiempo que se inclinaba hacia el frente.
Emilia tragó grueso, imaginó que Michael estuvo haciendo algo de investigación para conocer más sobre John. En su interior, aseguraba que la verdad ya estaba puesta sobre la mesa, las mentiras del trabajo de John en Stanford saldrían a la luz y por eso fue citada.
—Yo... no entiendo. ¿Qué quieres decir con... la verdad? —preguntó con el miedo y el nerviosismo encima.
—Necesito saber si estás saliendo con él. ¿Es tu pasatiempo?
Emilia dejó salir algo del aire que tenía guardado, sintió alivio luego de saber que se trataba de los celos de Michael y no sobre las mentiras que ella tejió junto con John.
—Lo que sea que yo haga con John, no es asunto tuyo —negó e intentó desviar la conversación—. ¿Qué pasará con mi departamento?
Michael bebió de su copa y le dedicó una cínica sonrisa a su exnovia.
—Tu departamento y el castillo estarán a salvo cuando me ayudes a llegar a la dirección del instituto.
—¿No crees que hablar de lo mismo se ha vuelto un fastidio?
No obstante, la respuesta no fue bien tomada por Michael, quien al instante mostró su molestia aseverando su rostro.
—Te paseas con ese sujeto por la universidad como si yo no existiera, fuiste con él a la gala de beneficencia, se lo presentaste a tus padres, nuestros nombres están en boca de la mayoría de los catedráticos de la universidad, sin mencionar el ridículo en el que me has hecho quedar. ¡Así no ganaré las elecciones y no podré hacer nada por tu precioso castillo!
—John y yo no somos pareja, te lo he aclarado suficiente, todos en la universidad lo saben.
—¡No, ellos hablan a tus espaldas! ¡Tú dices una cosa, pero ellos escuchan otra! ¡Entiende, Emilia! Esta situación se nos está saliendo de control y no nos beneficiará a ninguno de los dos. —Reacomodó el saco y se reclinó en el respaldo—. Eres una Scott, tu padre fue un exdirector aclamado y tu madre impulsora de la academia de artes. No puedes fingir que no eres quién eres para comportarte como una...
—¡Cuidado con lo que dices! —espetó con molestia y una mirada acusatoria sobre él. —Yo también me puedo permitir señalar con el dedo
Michael buscó recuperar la relajada postura que lo caracterizaba, no le interesaba comenzar una nueva discusión con la mujer que quería para casarse.
—En un mes tendré el torneo de esgrima, sabes lo importante que es para mí. ¿Me acompañarás? —preguntó colocando su mano sobre la de su acompañante.
La castaña dirigió los ojos a donde ambas manos reposaban, en cualquier otro momento se hubiera sentido la orgullosa novia del campeón de esgrima de Shrewsbury, pero no en ese instante donde su corazón seguía herido.
—No lo sé —respondió con los ojos en el tacto.
—Vamos, hazlo por los viejos tiempos. Sabes que siempre te gustó asistir a los torneos.
Emilia sabía que era cierto, disfrutaba el deporte y la elegancia del mismo, incluso ella y su padre fueron partícipes por algún tiempo. Ninguno de los Scott se habían perdido un torneo, ¿por qué dejar de asistir solo por el idiota de Michael?
—Iré con mis padres —afirmó un tanto más relajada.
—Gracias, te veré allá y te dedicaré mi victoria. Te demostraré delante de todo Shrewsbury que soy digno de ti —resolvió el rubio que manifestaba su triunfo con una sonrisa.
—Michael, yo no...
—Dame esa segunda oportunidad, por lo menos, sé que puedo reconquistarte —dijo casi a modo de súplica—. Permíteme demostrártelo y no volveré a preguntar sobre John.
Emilia estaba considerando la idea, de esa manera mantendría a Michael alejado de John y la verdadera identidad del hombre no correría peligro. En realidad, no creía que alguien considerara la relación que John tenía con el antiguo Conde, un viaje en el tiempo seguía siendo improbable incluso para ella; sin embargo, sucedió e hizo pasar a John por historiador de Stanford, eso era un delito que ella propició. Debido a ello, no tenía otro remedio que proteger la imagen del viajero del tiempo y la propia, al menos hasta que john se hiciera de una nueva identidad o pudiera demostrar su posición para reclamar el título.
—Bien, Michael. Demuéstrame tu arrepentimiento —expresó luego de tragar grueso.
—Gracias, preciosa. Verás que he cambiado.
—Eso espero, y puedes comenzar despidiendo a la zorra de Lía —Emilia la odiaba tanto, que no deseaba verla nunca más por los pasillos de la universidad.
—¡No puedo hacer eso! Ella tiene un contrato.
—Entonces has que se cambie de oficina, envíala a lavar baños si quieres, pero no la quiero junto a ti. Has eso por mí y luego yo comenzaré a apoyarte.
—Bien, de acuerdo, veré que podemos hacer —bramó el hombre que empezaba a sentirse molesto con las exigencias de Emilia.
Con normalidad, era cálida, amigable, condescendiente en casi todo lo que él requería, pero había cambiado de una manera nada positiva para él. Debía procurar que Emilia volviera a ser la misma, así sus beneficios serían mayores.
La comida transcurrió entre diferentes pláticas, para Emilia ya nada parecía normal o natural, creía con toda seguridad que su relación con Michael estaba acabada, pero para Michael, ese era un nuevo inicio.
Una fuerte lluvia caía sobre la universidad de Shrewsbury, John observaba las gotas de agua que recorrían los vitrales dibujados en la oficina del castillo. Estaba por completo sumergido en sus pensamientos cuando escuchó sonar el teléfono que reposaba sobre el escritorio. Decidió ignorarlo para seguir internado en su mente, pero el sonido de este era persistente.
«¿Por qué todo tiene que ser ruidoso en este siglo?», se preguntó a sí mismo.
Sacudió la cabeza y acudió a donde el teléfono para descolgarlo. John aprendió a usar tanto el celular como el teléfono de línea, debido a su constante comunicación con Emilia y el profesor Hiroshi.
—Diga...
—¿Quién habla? Necesito hablar con Emilia —dijo la voz tras el teléfono.
—Habla con John Thomson. La señorita Scott no está disponible —respondió molesto, ya que se sentía como un simple sirviente.
—¡Oh, John! Es maravilloso que seas tú. Soy Ruth Scott, ¿me recuerdas? —El caballero sintió un alivio.
—Por supuesto, madame. ¿Qué tal su salud?
—Excelente como siempre, he llamado a mi hija a su celular y no responde. ¿Sabe dónde se encuentra?
—Emilia salió a comer con Michael Miller. Imagino que su tardanza se debe a la lluvia —replicó con cierto desagrado en la voz.
—¿A comer con Michael? ¡Oh, eso es perfecto! ¡Cariño, Emilia y Michael están comiendo juntos! —emitió la mujer tras la bocina, transmitiendo la información para Jacob.
John no dijo nada, permaneció callado mientras escuchaba la felicidad de ambos padres a través del teléfono. Arrugó la frente y cerró los ojos.
—Gracias, John. Me comunicaré más tarde. Le diré a Emilia que lo traiga a casa un día de estos. Todavía hay algunos trucos en el póker que me tiene que enseñar.
—Sería un placer, madame. Que tenga buen día —finalizó y colgó el teléfono.
Había un ardor emergiendo por su boca, el pecho se expandía, la respiración se agitaba, necesitaba alejarse de ese lugar que le recordaba a Emilia, era su espacio, incluso se podía percibir su aroma, estaba ella por todos lados. La mujer no salía de su mente, pero ¿por qué? Se preguntó hasta el cansancio.
Luego de un tiempo lo entendió, estaba ahí frente a él, tan evidente, tan claro y al mismo tiempo absurdo. Sentía algo por Emilia, pese a las enormes diferencias que había entre ellos, eran más de diez años de edad, ella era joven para él; pertenecía al siglo XXI y él al XIX. Más de cien años marcaban la desigualdad entre ellos, no podría permitirse ofrecerle algo más que una amistad, no tenía un apellido, un sustento o un hogar.
«¿Cómo lo pude permitir?», se cuestionó quien que comenzaba a padecer las secuelas provocadas por sus nuevos sentimientos, esos con los que tendría que luchar, ya que estaba seguro de que ella jamás le vería como un hombre. Para Emilia, era únicamente el caballero que vendría a salvar el futuro de su trabajo, él era el Bennett que podía reclamar el título.
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