053
Ladeé la cabeza observando con una sonrisa incipiente cómo el resto enterraba el ataúd negro en el que yacía mi hermano sin vida. No pensaba hacerle un funeral especial. Era suficiente con que después de todo le haya comprado un ataúd y haya avisado a los miembros de su estúpida banda para que puedan despedirse de él.
A mi lado Denis miraba la escena sin hacer ningún comentario, con una cara seria y sus ojos clavados en la madera donde debajo estaba la cara del muerto.
—Ahora solo quedas tú en la familia. ¿O te queda algún miembro más vivo? —lo miré por un rato largo antes de negar con la cabeza.
Si bien sabía que existía la posibilidad de que tuviera más familia en Rusia nunca me interesé por ellos, y el sentimiento era mutuo.
Después aparté mis ojos a la corona de flores en forma de pentagrama invertido que habían puesto sobre la tumba.
—Menos mal, porque estoy hasta las pelotas de enterrar cadáveres. —habló en un bajo murmuro pasándome el mechero.
Acerqué la pequeña llama a la corona de flores comenzando un fuego del que no me alejé demasiado.
Mientras veía el símbolo consumirse por las llamas a mi cabeza vino una de las conversaciones más normales que tuve con él. El hijo de puta al final tuvo razón y las drogas le habían quitado un trabajo que hubiera hecho yo más que encantado.
—Nos veremos en el infierno. —dije al aire humedeciendo mi labio inferior.
De camino al vehículo pensé en si hubiera sido mejor idea haberlo descuartizado y lanzar sus restos a los buitres como hacían en el Tíbet, pero eso hubiera tardado más y no quería estar tanto tiempo alejado de ella.
—Vamos. —le indiqué a Sergey una vez que estuve sentado a su lado.
Polina estaba en uno de los asientos de atrás. No me había hablado desde la discusión que tuvimos sobre su poca eficiencia a la hora de ponerla a salvo, y casi lo agradecía, porque cada vez que abría la boca me daban ganas de pasar por encima del aprecio que le tenía y arrancarle las entrañas.
Unos cuantos minutos más tarde estaba entrando al hospital seguido de Sergey.
Supuse que ella estaba dormida. Lo que no esperé fue encontrar el cuerpo de Grace descansando a su lado, usando un lugar que me pertenecía solo a mi. De no ser por Sergey la hubiera tirado al suelo en ese momento.
—Cógela y llévatela de aquí. —le dije en un bajo murmuro refiriéndome a Grace.
—¿Adónde quieres que me la lleve?
—Adonde te de la jodida gana. —tan pronto como respondí la cogió entre sus brazos, teniendo especial cuidado con la cabeza.
Al quedarse libre el otro lado de la camilla me senté con cuidado de no moverme de forma brusca para no despertarla.
Mis ojos estaban atraídos a sus párpados como dos imanes esperando con ansias a que ella abriera los suyos para perderme en su cielo verde. No esperé a que la sala se quedara vacía para comenzar a repartir caricias por sus heridas queriendo sentir cada una de ellas como si fueran mías.
Fuera el sitio estaba rodeado de más escoltas, así que ese no era el motivo por el que siempre me forzaba a permanecer despierto consiguiendo unas ojeras de las que bien podría enorgullecerme. Tenía a miles de personas bajo mi disposición, pero cuando se trataba de ella los roles se invertían y pasaba a ser su esclavo personal sin que nadie me lo pidiera.
Acerqué más mi cara a su mano con los ojos aún cerrados y suspiré al sentir el calor de su piel, pensando en que se había convertido en el mejor remedio para hacerme recuperar más rápido.
Abrí los ojos con un quejido cuando la alejó y me incorporé despacio con su ayuda. Todavía seguía adormecida pero esa sed que tenía por él estaba intacta. Estaba cansada de la estúpida abstinencia, no sabía cómo hacerle entender que estaba bien, tampoco es como si me hubiera pasado un camión por encima. Además, las heridas eran más psicológicas que físicas.
Estas noches no había soñado con nada raro, pero los recuerdos estaban todo el día en mi cabeza haciendo que tuviera un miedo irracional de ir o estar en cualquier lado sola, cosa que no pasaba nunca. Aún así sabía que tenía que aprender a estar sola y a olvidar.
Él ya está muerto. Todo ha acabado. Me repetía a lo largo de los días, pero lo único que conseguía era ver su rostro con esa sonrisa maquiavélica haciendo que mis heridas picaran trayéndome consigo sus castigos y esos momentos dolorosos.
—¿Lyubov'? —pestañée al escuchar su voz convertirse en una menos lejana.
—¿Estás bien? —su mano cubrió mi frente antes de que pudiera soltar su pregunta.
Asentí con la cabeza con un intento de sonrisa. De todas formas hasta que no se aseguró por el mismo de que lo estaba no dejó de revisarme y preguntar varias veces si estaba segura.
—Tienes visita. —arrugué las cejas fijándome en la puerta azul.
Poco después se abrió dejando ver a mi madre que no tardó en acelerar sus pasos hacia mi con una cara preocupada.
Rodeé su delgado cuerpo cuando ella hizo lo mismo con el mío con una fuerza que yo diría innecesaria.
—Mama. Estoy bien. —pude decir a duras penas por lo apretada que estaba.
Al mirar por el rabillo de mi ojo me di cuenta de que ya no estaba.
—Mi princesita. ¿De verdad estás bien?¿Te duele algo? —preguntó con los ojos humedecidos sin quitarme las manos de encima.
Asentí con una sonrisa sintiendo un nudo en el estómago, no me gustaba verla así.
—De verdad. No te preocupes.
—¿Cómo no me voy a preocupar? Eres uno de mis tesoros y casi te pierdo otra vez. —murmuró con una voz ahogada estrujando mis mejillas.
Quise poner una mueca pero lo dejé estar. En ese momento mi padre entró a la escena y evité mirarle a los ojos todo lo posible. Era incómodo estar con él, sobre todo si estaba mi madre de por medio.
No podía decir que no lo había echado de menos porque al final era mi padre, pero no quitaba que me sintiera extraña, y esa desconfianza había crecido hasta lo más alto cada vez que recordaba su forma de hablarme o cuando me golpeó.
—Os dejaré para que habléis. —dijo mi madre sin estar tampoco muy contenta.
Al pasar por la puerta ni siquiera lo miró y yo fruncí las cejas.
—Lo sabe todo. —murmuró mi padre acercándose con pasos lentos a la camilla. —Nos hemos dado un tiempo. —asentí sin saber qué más decir.
Mi cuerpo se puso rígido cuando se sentó a mi lado, después empezó a pasar sus manos por sus pantalones. Era algo que hacía cuando estaba muy nervioso.
—Escucha. —empezó haciendo una breve pausa que me inquietó incluso más. Quería que este momento pasara lo antes posible. —Te debo unas disculpas. Debí haberte creído en su momento y no tomarte como a la niña ingenua que siempre he creído que eres. —apreté los labios al ver una lágrima amenazar en caer por su mejilla.
Inevitablemente la aparté con mis dedos recibiendo una sonrisa amarga a cambio.
—Dios. Es tan difícil veros crecer. Yo. No sé cómo manejarlo. —sus palabras eran atropelladas por el llanto que estaba tratando de retener.
Lo empujé a mis brazos apretándolo con fuerza y sosteniéndolo mientras se rompía.
No sabía exactamente porqué, tal vez por todo lo ocurrido o porque sabía que no volveríamos a ser los mismos de antes.
—No tengo nada que perdonar, papá. Y bueno. Supongo que siempre seremos vuestros pequeños bebés, no importa cuanto crezcamos. —digo con una sonrisa ladina antes de limpiar mis ojos con el dorso de mi mano.
La habitación se llena con un silencio que se va disolviendo poco a poco al compartir lo que había pasado en estos días.
Cuando el tema fue hacía él y nuestra relación mi cuerpo volvió a tensarse.
—Papá, yo... No pienso volver. —digo con la vista fija en mis dedos nerviosos.
Tampoco es como si tuviera la opción de regresar. Ya habia sido bastante claro con no dejarme ir de su lado y con todo lo que había pasado definitivamente no sería una opción.
—Me voy a quedar con Alek.
—Lo sé, hablé con él antes. —lo miré aliviada, al menos no tendría que pasar por una situación desagradable con mi nueva no tan nueva mudanza. —Parece que él realmente te quiere.
Reprimí una sonrisita e imaginé sus caras al saber las atrocidades que se atrevía a hacer por ese amor a mí. Era impuro y enfermizo, pero era mío, todo su amor era mío y así sería debía ser siempre.
—Lo hace. —respondí queriendo dar el tema por finalizado.
Su vista bajó hasta mi mano y yo seguí sus ojos encontrándome con el anillo en el dedo anular.
—¿Te ha pedido matrimonio? —negué pensando en algo creíble que soltar.
—Es una alianza de novios. —lo dije como si fuera lo más casual del mundo, él asintió despacio.
Sus ojos aún seguían ahí. Pensé en que tal vez tendría que decir algo más para convencerlo, pero pronto la puerta se abrió y él entró con pasos despreocupados.
En cuanto sus ojos se posaron en los míos algo en su rostro cambió.
—Ten cuidado. No quiero ser abuelo tan joven. —bromeó antes de levantarse de la camilla.
Solté una risita algo incómoda con esas sensaciones recorriendo mi vientre al pensar en las altas posibilidades de aquello.
—Vendremos a verte más tarde. Te queremos muchísimo, Lena. —murmuró antes de besar mi cabeza.
—Yo también.
Cuando mi padre pasó por su lado no pasé desapercibida la mirada que le dió. Supongo que ya no se llevaban tan bien, si es que algún día se agradaron genuinamente.
—Has estado llorando. —dijo una vez que estuvo junto a mí. No era una pregunta sino más bien una afirmación.
—¿Cuándo me dan de alta? —pregunté queriendo cambiar el tema.
Extrañamente dejó esa conversación en el aire centrándose en mi pregunta.
—Mañana. —exhalé. Por fin saldría de aquí.
Él se subió en la camilla y me puso encima de él haciendo que apoyé mi cabeza en su pecho como de costumbre. Parece que era un secreto a voces lo mucho que disfrutaba del cambio en sus latidos cuando yo estaba cerca.
—¿Qué le has dicho a mi padre?
—Nada. Solo fue una conversación de yerno a suegro. —respondió con simpleza masajeando mi nuca.
—Sigue sin gustarte.
—No, pero estoy haciendo un esfuerzo por mantenerlo con vida. Al fin y al cabo será el abuelo de mis hijos. —tardé más de lo normal en procesar sus palabras.
—¿Qué? —solté levantando la cabeza.
—Nuestros, perdón. —creo que un tic nervioso se hizo presente en mi ceja izquierda.
Lo había escuchado perfectamente la primera vez, él lo sabía así que sabiendo que no repetiría eso dos veces volví a dejar mi cabeza sobre su cuerpo.
—Claro que los abuelos no duran mucho. —añadió en un tono jocoso.
—Alek. —protesté con una mirada severa. Él sonrió.
—Estoy bromeando, lyubov'. —no me lo había creído, claro que no, pero hice como que si.
De todas formas no es como si mi padre no supiera de su desagrado, así que se cuidaría las espaldas.
Cerré los ojos forzándome a centrar mi atención en sus latidos para olvidar las imágenes de los órganos de Leto y el sabor de su sangre. Eso y sus caricias siempre me ayudaban a caer en un profundo sueño sin importar lo que hubiera en mi cabeza en ese momento.
•••
—Puedo sola. —protesté una vez más, y una vez más hizo caso omiso a lo que dije subiendo la cremallera de mis pantalones y abrochando los botones.
Merecía un premio por no sonrojarme.
Hoy se supone que me daban el alta y volvía a mi casa. Bueno, su casa. Y él había estado toda la mañana tratándome como si fuera una muñeca.
—Se te va a gastar la saliva repitiendo eso tantas veces. —arrugué las cejas mientras él se dedicaba a supervisar el peinado que me había hecho antes.
Era del estilo de este personaje de Juego de Tronos, Daenerys. Tardó un buen rato en hacerlas pero valió mucho la pena. Eran mis favoritas.
Su mirada intensa se fijó en mi rostro como si estuviera buscando algo en él.
—¿Qué tengo? —negó con la cabeza esbozando una sonrisa ladina.
A nuestro alrededor sus hombres tenían mis bolsos con mi ropa y otras cosas a la vez que permanecían quietos hasta su orden para salir pisándonos los talones. Fuera estaban mis padres cerca de la camioneta negra.
Mi padre tenía un gran moratón en el ojo del que le quise preguntar hasta que mi atención fue dirigida a mi madre y una gran bolsa que tenía, esperé con ansias a que dejara de abrazarme para poder ver qué había dentro.
Arrugué las cejas al encontrar un montón de pastillas de todo tipo, ropa, legumbres y plátanos, entre otras frutas. ¿Es que acaso creía que no había comida en la casa? Y a mí ni me gustaban los plátanos.
—Lo usas todo. —advirtió disimulando la humedad de sus ojos.
Asentí sin estar demasiado contenta, de un momento a otro volví a estar otra vez en sus brazos, esta vez mi padre se le unió.
—No me voy a otro planeta. Además, podéis visitarme siempre que queráis, ¿No es así? —pregunté a Alek que veía todo con un gran hastío. Él asintió sin verse muy convencido con mi idea y volví a sonreír.
—Bien. Tenemos que irnos, vamos a perder el vuelo. —habló luego cogiendo la bolsa y metiéndola en la parte trasera del coche.
—Pensé que íbamos en el jet privado.
—murmuró Denis apoyado en la puerta de los asientos traseros juntando las cejas con desconcierto.
—Como sea, tenemos prisa. —replicó con ese azul intensificándose en una mirada hacia él.
Besé las mejillas de mis padres antes de subirme al auto, a mi derecha estaba Jason.
Él había cedido ante la petición de Alek de seguir siendo mi bufón personal cuando estuviera sola (palabras suyas, no mías) y seguir viviendo con nosotros, pero parecía distraído pensando en algo.
Había estado así desde aquella tarde donde se fue sin decirme a donde.
—¿Todo bien? —le pregunté, enseguida cambió su cara a una adornada con una sonrisa falsa.
—Si. ¿Y tú?¿Cómo te encuentras?
—Bien. Muy bien. —respondí más sonriente de lo usual.
Seguía un poco abrumada con todo lo que había pasado recientemente, pero también estaba nerviosa y feliz por poder empezar una vida medianamente normal a su lado.
En cuanto se sentó a mi lado me puso en su regazo abrochando el cinturón por encima de nuestros cuerpos.
Luego Sergey le dijo algo en ruso que él ignoró a pesar de haberle escuchado. Estaba demasiado ocupado prestándole atención a mis labios con sus dedos segundos antes de devorarlos con los suyos. A mí lado Jason simuló una arcada desviando su atención a la ventana.
—Bienvenido a nuestro mundo. —le dijo Denis con sorna en el asiento del copiloto.
Cuando nos separamos mis pulmones ardían al igual que mis mejillas. Él no separó su boca de mi piel, mordiendo y succionando cualquier parte de mi cuello y cara sin importarle que no estábamos solos o las veces en las que había intentado alejarme de él.
Para cuando llegamos al jet privado que estaba estacionado junto al avión en el que irían los escoltas tenía el cuello ornamentado con morados y rojos de diferentes tonalidades. Le di una mala mirada y salí del vehículo lo más rápido posible rechazando su ayuda.
Luego subí las escaleras del jet casi trotando queriendo escoger un asiento lejos del que sea que fuera a coger él. Los asientos se dividían de dos en dos y había un total de ocho.
Mi intento fue totalmente inútil. Al nada más él poner un pie en el vehículo me llevó consigo atrapándome en una cárcel de hueso y piel tatuada. Los demás parecían ignorar nuestra presencia cogiendo sus respectivos asientos. Incluso Jason que estaba muy entretenido hablando con Denis de lo que sea.
—Si te mueves haré que te corras tan fuerte que no puedas soportarlo. Y no me va a importar que tu hermanito esté aquí mirando. —advirtió en mi oído una vez nos sentamos en un asiento en el que cabíamos perfectamente los dos.
Sus dedos fueron a mi estómago descubierto aumentando el calor que ya tenía por haberme imaginado tal escena.
Hice el mínimo movimiento para acomodarme y él tomó aquello como una iniciativa para acercar su mano al borde de mis pantalones.
—No. Está bien, no pienso moverme más, fue sin querer. —musité con palabras atropelladas.
Él seguía sin apartar su mano de ahí, dando leves caricias hasta que las puertas se cerraron y la alejó para abrocharnos el cinturón.
Fue entonces cuando una joven azafata entró a la sala donde estábamos. La miré insistentemente esperando a que le dijera algo de lo mal que estaba sentarnos así en un avión, pero la mujer solo tenía ojos para Alek, ignorando que yo literalmente estaba encima suya.
Sergey, que estaba en los asientos de delante con Polina, se dió la vuelta y comenzó a entablar una conversación con él en ruso, distrayéndolo de aquellos ojos que no dejaban de mirarlo en ningún momento. Ni siquiera cuando el avión despegó y se equilibró en el aire y eso me empezó a incomodar cada vez más.
—Quiero ir al baño. —dije después de un rato, llamando su atención.
—Voy contigo. —respondió con rapidez mientras se deshacía del cinturón.
—No. No cabremos los dos, si necesito algo te aviso. —antes de bajarme de sus piernas besó mis labios.
Miré con disimulo queriendo saber si la azafata nos había visto, pero ahora se había marchado no sé a dónde. Por un momento deseé que se hubiera marchado para siempre.
Al salir del baño y verla intentar poner sus manos sobre su torso ese deseo incrementó. Me dieron ganas de arrancarle las manos. Para su suerte Alek se había levantado alejándola de él con brusquedad antes de que pudiera hacerlo.
—De verdad que lo siento mucho. Traeré otro té. —escuché que dijo la mujer desde donde estaba yo.
Los baños estaban cerca de la pequeña sala del personal de servicio del avión, así que primero tenía que pasar por donde estaba yo. Al hacerlo su sonrisa falsa me hirvió los nervios, traté de calmarme respirando despacio varias veces, pero no funcionó.
Cuando mis pies se movieron por si solos adentrándome en la pequeña cabina fui sigilosa sin hacer mucho ruido. Ella estaba distraída buscando algo en su bolso.
Entonces cogí su moño bien hecho y la atraje hacia mi cortando su respiración con mi brazo y una fuerza que había conservado todos estos minutos. Ella intentó deshacerse de mi agarre clavando sus uñas en mi brazo, pero eso no fueron más que simples cosquillas comparado con la rabia de mis venas.
Dejé que su cuerpo cayera al suelo y me agaché para revisarle el pulso asegurándome de que estaba muerta. Aquello no disminuyó mi rabia de haberla visto queriendo poner sus manos sobre algo que solo me pertenecía a mi, pero por lo menos no lo volvería a intentar.
Al salir puse mi mejor cara disimulando que no había un cadáver en el mismo avión que nosotros. Él ahora estaba sin camiseta mirando hacia mi dirección con ansias.
—¿Estás bien? —asentí con la cabeza haciéndome un hueco entre sus brazos y su pecho desnudo. —Has tardado bastante.
—Estoy bien. —repetí en un murmuro cerrando los ojos.
No quería que se enterara y fuera él el que se deshiciera del cuerpo, era un trabajo que me pertenecía hacer a mi. Podría estar perdiendo la cordura pero el sentido de la responsabilidad todavía no.
Un par de horas después aterrizamos en Carolina del Norte, donde estaba el castillo en el que vivíamos.
Mis ojos fueron directamente a la cabina donde seguía aquella mujer. Nadie se había cuestionado dónde estaba en todo el vuelo.
¿Cómo iba a deshacerme de ella sin que me vieran? Clavé los dientes en mi labio inferior desviando la mirada a la ventanilla. Algunos ya habían bajado y nosotros tres seguíamos aquí. Yo esperando sentada a que terminara de hablar con Sergey y él hablando de no sé qué cosas.
—Vamos. —dijo en cuanto terminó extendiendo su mano hacia mi.
La cogí sin dudarlo fijando mi atención en el anillo de su dedo anular.
—Date prisa. —soltó al aire antes de que bajáramos las escaleras refiriéndose a Sergey que estaba en mitad del avión mirándome divertido.
Arrugué las cejas aguantando las ganas que tenía de retroceder y preguntarle qué era eso tan gracioso.
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