049
—Y eso solo significa una cosa. —habló Denis apoyándose en el escritorio con una sonrisa socarrona. —Kristoff está o ha estado en Inglaterra, cerca de Ray tal vez, así que tenía razón. ¿Quién será el primero en chuparme las pelotas? —su mirada fue directamente a Polina.
—Ni en tus más eróticos sueños.
—Me gustan con carácter. —respondió con un guiño de ojo.
Polina puso una mueca de asco, simulando una arcada, y yo estreché mis ojos en Sergey antes de hablar.
—¿Dónde mierdas está el puto cuerpo?
—No lo sabemos. Creemos que se lo llevó con él. —respondió moviendo los hombros.
Murmuré una maldición por lo bajo comenzando a mover mi piercing de un lado a otro.
Leto nunca me agradó del todo, pero por alguna extraña razón que aún no sabía ella le apreciaba.
—De todas formas nosotros le llevamos ventaja. No merece la pena lamentar un cuerpo insignificante. —habló Denis al ver mi expresión mortificada, ignorando el verdadero motivo detrás de mi cara.
Unos toques en la puerta hizo que todos pusieran sus ojos allí. Poco después su cabeza pelirroja se asomó con una corta sonrisa.
—Vámonos Sergy. —habló Denis imitando la voz de Grace bajo la mala mirada del castaño que lo siguió por detrás.
—¿Pasa algo? —preguntó Lena con una cara arrugada una vez que estuvo de pie frente a mi.
—Ven.
Ella se sentó en mis piernas antes de que pudiera terminar la palabra.
Luego envolvió mi cuello con las manos compartiendo una sonrisa ladina y acercando su boca a la mía, pero nuestro beso quedó en un simple roce de labios porque eché la cabeza hacia atrás alejándome.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó ella haciendo un mohín con sus labios.
Su mirada inquisitoria no hizo que mi miembro dejara de hincharse menos por sus labios.
No pude evitar acariciar con mi dedo pulgar su labio inferior a la vez que hablaba sin dejar de posar mi mirada en aquel lugar.
—Leto está muerto. Nadie sabe dónde está el cuerpo... —me detuve al notar una lágrima caer sobre el dorso de mi mano. —Joder. Lo siento. —susurré pegando su frente a la suya.
Después puse su cabeza sobre mi pecho y rodeé su cuerpo dejando mis labios en su frente mientras repartía caricias por su espalda.
—Van a llorar sangre. Te juro que haré que supliquen por sus vidas hasta que sus almas no puedan más. —determiné entre dientes sintiendo esa rabia quemar mis entrañas.
Cuando levantó la cabeza y encontré la rojez de sus ojos me sentí morir.
—Quiero escuchar sus lamentos todos los días antes de irme a dormir. —sus ojos humedecidos brillaban con una sed de venganza que pensaba alimentar muy bien.
—Todo para mí diosa. —susurré contra sus labios antes de morderlos y meter mi lengua en su boca comenzando un beso apasionado y asfixiante.
Ella gimió al sentir mis dientes en la punta de su lengua y llevó sus dedos a la bragueta de mis pantalones a la vez que yo desabotonaba los botones de su minifalda.
Un par de toques en la puerta hizo que me alejara de sus labios, pero seguí repartiendo besos por toda su mandíbula y la curvatura de su cuello atrapando la piel, succionando y mordiendo.
—Hola. ¿Se puede? —Lena me empujó y saltó de mi regazo al reconocer esa voz. —Oh, de acuerdo, gracias. —siguió su hermano adentrándose al despacho con el permiso de nadie.
Luego estrechó sus ojos en la cara sonrojada de Lena moviendo una ceja.
—Esto...¿Podemos hablar? Es que no me queda claro si soy un rehén o un invitado más. No me estoy quejando, la casa es preciosa y el trato del servicio. Buenísimo. Menos por los gorilas de mier... —la palabra quedó en el aire cuando se encontró con la irritación que radiaban mis ojos.
—No saldrás de aquí hasta nuevo aviso, al igual que tú hermana. Nada de fisgonear por donde no debes y, por tu bien, no me causes problemas. Eso incluye no revolcarte con mis empleados. —dictaminé con una mirada severa.
Su cara cambió a una un poco más pálida al escuchar lo último.
Lo miré de reojo al ver que no decía nada. Luego detuve mis pasos abruptamente llegando a la razón del porqué.
—¿Lo sabías? —pregunté con una voz recriminatoria.
Él soltó la flor que había cogido y reanudó sus pasos por el jardín.
—Algo así. Nunca me lo confirmó pero siempre tuve mis sospechas. Además, nunca les agradó, para Ray los Novikov siempre eran una herramienta para alcanzar el poder que obviamente nunca pudo.
Escuché sus palabras siguiendo sus pasos desde atrás. Tal vez si no hubiera estado tan embobada me hubiera podido dar cuenta de las cosas que dice Jason. Parece que todo el mundo sabía lo obvio menos yo.
—¿Lo ves? Te dije que seducirlo nos traería cosas buenas, aunque bueno, ahora no son tan buenas. Creo que no le caes muy bien a tu suegro.
—Jaja. Muy gracioso. —respondí de vuelta ante su mofa.
A lo lejos vi a Pollita hablar con uno de los guardias. Tal vez fue por la mirada que le estaba dando mi hermano a su cuerpo sin cortarse un pelo, pero ella se dió cuenta de nuestra presencia y nos miró por un mili segundo. Le di un codazo a Jason con una sonrisa ladina.
—No creo que a Romina le haga gracia que estés desnudando con la mirada a otras. —él chasqueó la lengua desviando su mirada.
—Me dejó. —su confesión me hizo juntar las cejas desconcertada. —Tenía miedo a enamorarse de mí.
—Comprensible. —mordí mi labio inferior.
Esta era la primera ruptura oficial de mi hermano, si se le podía llamar de esa forma, pero con la situación dada suponía que no le sería difícil superarla. Además tenía bastante con lo que entretenerse.
—¿Y tu...la querías? —pregunté desviando mi atención de Polina.
—Como una amiga, si, pero como algo más nunca. Ambos sabíamos que no era posible. —escuchar eso me dejó más tranquila pero con una sensación amarga por pensar en Romina.
En este momento me gustaría poder abrazarla.
—¡Así que tengo vía libre! —exclamó con una sonrisa que se fue desvaneciendo. —O no, tu muy querido novio me amenazó. —sonreí.
—Sus razones tendrá.
—O sea, ¿Vosotros si podéis fornicar lo que os de la gana pero los demás no? Eso es egoísta y cruel. —mis mejillas volvieron a ruborizarse al igual que mi cuello.
Apresuré los pasos a la entrada de la casa con la risita de mi hermano a mis espaldas.
•••
La tensión en la casa era cada vez más palpable con el pasar de los días, incluso el aire se había vuelto pesado. No había nada que no indicara que estábamos en guerra y que cualquier mínimo fallo podría llevar a nuestra muerte.
Día y noche esperaba un hueco en el que poder llamar a mis padres, pero según él nunca era buen momento.
—No me pongas esa cara, lyubov', sabes que es arriesgado. —con sus manos obligó a mi mirada a sostener la suya.
—Solo quiero saber si están bien, eso es todo.
—Lo están. No quiero que te preocupes por nada. —susurró en mis labios acunando mi rostro con delicadeza.
Reprimí un suspiro placentero al sentir sus labios sobre los míos, al momento de mi lengua encontrarse con su piercing metálico me soltó.
—Volveré a la hora de cenar. —lo rodeé con mis brazos queriendo retenerlo toda la tarde.
—Te amo. —susurré cerca de su pecho en una voz tan baja que supongo no me había escuchado.
Cuando levanté la mirada lo encontré observándome con ese azul intenso que hacía mis piernas temblar cada vez que los veía, queriéndome decir todo lo que ya sabía y me había demostrado cientos de veces.
Cerré los ojos sintiendo sus dedos sobre mi mejilla moverse como si estuvieran tocando una especie de tesoro.
—Eres mi vida entera, Lena. —susurró mirándome a los ojos sin un ápice de duda en su voz.
—Ten cuidado. —él sonrió brevemente.
—Lo tendré.
Unió nuestros labios una última vez antes de irse, lo seguí con la mirada hasta quedar totalmente sola en el dormitorio.
Luego esperé a que pasara un tiempo hasta asegurarme de poder acercarme a la basura sin ser vista por nadie.
La única raya del test que me había hecho por tercera vez está mañana reposaba entre los papeles sin ocultarse lo suficiente. Y lo miré, como si pudiera darme la respuesta de mi desánimo.
No es como si quisiera tener hijos a esta edad, pero esa luz en mi cabeza que me jodía a cada rato no dejaba de implantarme lo maravilloso que sería poder gestar un hijo suyo. Y mío. Algo que fuera a ser nuestro por el resto de la eternidad.
Había tenido un par de mareos los días de antes. Supuse que ese fue el indicio que me llevó a pedirle a una de las empleadas que me consiguiera el test de embarazo sin que nadie lo supiera y así salir de dudas. En realidad busqué cualquier excusa para hacérmelo con la esperanza de que fuera lo que estaba pensando. Qué tan equivocada estaba.
Sabía que quedarse embarazada no era tan fácil, y menos si tomaba píldoras anticonceptivas. Aunque últimamente ya no entraba en pánico cuando se me olvidaba alguna, simplemente miraba la caja y diría que me las tomaría al día siguiente siendo conocedora del gran riesgo que estaba tomando.
Esa maldita lucecita trataba de sabotear mi parte más racional casi todas las noches haciéndome creer que no era para tanto, y que si al final quedaba en cinta con los recursos económicos que tenemos, bueno, tenía, todo saldría bien.
No creo que la idea de tener hijos le desagrade, y si es así él no me obligaría a abortar después de todo.
Pero este no era el momento, tenía que esperar a graduarme primero. Así que ya te puedes ir por donde has venido, lucecita. Me dije a mi misma ocultando mejor el test junto a los otros dos.
Dirigí mi mirada a la sala que daba con el vestuario al escuchar un sonido extraño proveniente de allí tan rápido que pude escuchar el crujir de mi cuello.
Fui hasta allí con pasos inseguros, y al tener la mano en el pomo de la puerta la voz de mi hermano al otro lado de la habitación me despistó.
—¿Puedes venir a la sala de juegos conmigo? Me da miedo estar por aquí solo. —solté una risotada.
—No muerden, se supone que están para protegernos. —respondí una vez abrí la puerta con una sonrisa.
—A ti, no a mí. Siento que en cualquier momento me saltarán encima y se beberán mi sangre. —habló echando rápidos vistazos a su alrededor, como si estuviera en una jungla llena de depredadores.
Volví a reír echándome el pelo hacia atrás, aunque si debía de admitir que estar rodeada de hombres corpulentos, llenos de testosterona y capaces de lo peor llegaba a intimidar.
La compañía de Jason estos días había sido refrescante, algo que necesitaba para que la preocupación y la intriga de saber cómo estaban mis padres al otro lado no me carcomiera por dentro. Respecto a Grace, lo poco que sabía era gracias a los días en los que Sergey estaba de buen humor como para contarme algo de ella, como que estaba normal o que me había dicho hola.
Todavía me seguía preguntando como es que no se había ganado el premio a la persona más comunicativa del milenio.
—De verdad que me das mala suerte.
—se quejó Jason a mi lado echando el mando de la consola a un lado.
—Tal vez el que de mala suerte eres tú.
—respondí con una sonrisa ladina.
—Ni siquiera sabes jugar.
—¡He matado a uno! Te salvé la vida.
—Ese justo era de nuestro equipo.
—sacudió la cabeza. —La próxima vez mejor no ayudes.
Suspiré dejando mi mando junto al suyo, aceptando de una vez que los videojuegos simplemente no eran lo mío.
Miré el exterior de la casa a través del ventanal, estaba a punto de amanecer y eso quería decir que él estaba a punto de llegar.
—Me iré a duchar. —avisé antes de levantarme y salir corriendo a nuestra habitación.
Mi rutina del anochecer consistía en ducharme, ponerme algo sugerente bajo los vestidos negros que me ponía y deshacer los nudos de mi cabellera para que después le fuera más fácil hacerme las trenzas que tanto le gustaban.
Una vez en el vestuario prestó toda mi atención en los vestidos con colores oscuros. Cogí uno de ellos deslizando la suave tela de seda entre mis dedos hasta que algo me golpeó la cabeza haciéndome soltar un gemido adolorido, al ir a tocar la zona malherida y darme la vuelta volví a recibir otro golpe que me dejó inconsciente en el suelo.
Lo último que escuché fueron las suelas de unas botas retumbando contra el suelo de madera.
•••
Una corriente electrizante de dolor hizo que abriera los ojos con una visión borrosa, la parte de atrás de la cabeza me dolía, estaba inflamada y al llevar mi mano a ese lugar distinguí algo espeso. Era sangre.
—Está despierta, señor. —escuché la voz de un joven chico a lo lejos.
El suelo en el que estaba se movía constantemente, supuse que estaba en un vehículo de camino a algún lugar. Lo siguiente fueron los pasos de alguien a quien, a pesar de tener los párpados llenos de lágrimas que me negaba a soltar, reconocí al instante.
—Primero veamos cuántos te ha puesto el bastardo esta vez. —habló con una voz ronca aproximándose hacía mi.
¿Cuántos qué? Preguntaba esa voz en mi cabeza, los pulmones me dolían por la falta de oxígeno a la que estaba dispuesta por el trapo que me mantenía amordazada.
Intenté mover mis pies queriendo arrastrarme lejos de su vista pero no pude, fue entonces cuando me di cuenta de que estaba atada de pies, y cuando quise mover los brazos para quitármelo de encima él ya los tenía bajo su control con la ayuda de otro de sus hombres sosteniendo el que tenía libre.
Mi garganta se desgarró con un grito de dolor que tuve que tragarme al sentir un cuchillo hacer pedazos la piel de mi brazo izquierdo, las lágrimas se deslizaban por mis mejillas como la sangre se deslizaba por mi piel hasta formar un charco.
Puede que me hubiera abierto una arteria importante, pero sabía que ese era el menor de mis problemas a partir de ahora. Volví a gritar, patalear y llorar con desespero cuando comenzó a hurgar en mis músculos desgarrados buscando algo que no sabía.
—Tenemos el primero. —dijo aquel hombre con entretenimiento. Como si estuviera cazando liebres en el campo.
Tiró una especie de aparato diminuto y negro a algún lugar y continuó rebuscando dentro de mí brazo.
Mi rostro fue perdiendo todo el color y mis párpados comenzaron a pesar más de lo que deberían. Fue la voz de alguien más la que hizo que pudiera mantenerme despierta unos cuantos segundos más por lo familiar que me resultaba esa voz.
Pestañée un par de veces ajustando mi mirada en Polina. Su cara era una pizarra en blanco, imposible de descifrar, y con sus ojos azules sin vida siendo lo último que vi fui perdiendo la conciencia dejando mi cuerpo a merced de esos salvajes.
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