048
Nos sentamos en un alargado sofá que había frente al televisor. Sus ojos ansiosos se pusieron sobre los míos haciendo que estuviera más nervioso que antes.
—¿Y bien? —preguntó ella moviendo una ceja.
Encendí el televisor y esperé a que pasaran las imágenes. Ella me miró intercambiando sus ojos entre la televisión y mi persona con extrañeza.
—Mira. —hablé haciendo que su atención fuera a la televisión.
—¿Qué tengo que ver exactamente?
Subí el volumen a modo de respuesta. Las imágenes del fuego arrasaban con todo mientras la reportera decía algunas cosas que ella tal vez no estaba escuchando. Después se fijó en las letras Palermo en el borde de la pantalla junto a un texto largo.
Su silencio hizo que en mi estómago se implantaran unos retortijones incómodos.
—¿No te gusta? —pregunté en un bajo murmullo.
—¿El qué? —respondió con más desconcierto que antes.
Volví a rebobinar las imágenes y fue entonces cuando entendió de qué iba todo.
—¿T-tú...? —las palabras se atascaron en su garganta y tragó duro al escuchar el número de personas que fueron heridas por el incendio.
Mi única respuesta fue un movimiento lento de cabeza con mis labios curvándose hacia arriba ligeramente. Ella no dijo nada. ¿Por qué no dice nada? Me pregunté con el cúmulo de ansiedad transplantándose a mis pies.
Cuando agachó la mirada sostuve su barbilla, clavando mis ojos en los suyos antes de hablar.
—Pondría el mundo a arder una vez más y no haría falta que me lo pidieras.
—¿Es por Bianca? —arrugué las cejas con ligereza.
Esa no era la respuesta que esperaba, ¿Qué más daba cuál fuera la razón?
—Pensé que estaba muerta. —susurró después.
La rodeé con mis brazos metiendo la nariz en la selva de su pelo. Mi pecho empezó a doler por la fuerza de mis latidos. ¿Qué no haría por ella? Había pasado todos mis límites y estaba dispuesto a pasar más si hiciera falta.
—Lo está, pero no es suficiente. —besé su nariz sin apartar la vista de sus ojos que me tenían al filo del paraíso—Nunca es suficiente cuando se trata de ti. Ya lo sabes.
Con mi dedo pulgar toqué su labio inferior liberándolo de sus dientes.
—Eso está mal. —ladeé la cabeza divertido al escucharla. Sus palabras tenían una inseguridad que intentó ocultar bajo una faceta firme. —No vuelvas a hacerlo.
—No ha muerto nadie. Sólo han habido heridos. —le dije ocultando las dos personas que habían muerto.
El mundo tampoco las echaría mucho de menos.
—De todas formas está mal. Muy mal.
Mis ojos cayeron a sus piernas cuando de forma inconsciente las juntó hasta que no quedó ni un milímetros entre ellas.
—Que lo repitas más no va a hacer que dejes de estar mojada. —susurré en su oreja acariciando sus muslos.
—N-no sé de qué hablas.
Al estar a punto de palpar el líquido espeso de su ropa interior alguien entró a la sala.
Sus mejillas parecían dos tomates a punto de explotar cuando se levantó de mis piernas como si la hubiesen electrocutado, y en una voz baja se despidió de nosotros antes de cruzar la puerta sin dejarme tiempo a atraparla antes.
—Joder. ¿Aquí también? Dime en qué sala no habéis follado para echarme la siesta al menos. —habló Denis con una mueca asqueada.
—¿Es que no sabes llamar? —bramé entre dientes ignorando el dolor de pelotas que ahora tenía por culpa de su poca discreción.
—Creo que eso tampoco es buena idea después de nuestra última conversación por teléfono. Tendré que usar una paloma mensajera la próxima vez, si no la traumatizáis también.
—¿Qué quieres, Denis?
—Sergey tiene algo que decirte.
Con un resoplido seguí sus pasos hacia el despacho.
Allí me apoyé en la mesa de escritorio mirando a Sergey con ojos expectantes.
—¿Se lo has dicho? —le preguntó a Denis con una mirada extrañada
—¿El qué? —preguntó este arrugando el ceño.
Sergey le dio una mala mirada antes de fijarse en la mía por un largo rato.
—¿Qué coño pasa? —solté al aire moviendo las cejas.
—Han matado a Vlad.
—¿Dónde? —pregunté arrugando el ceño.
A decir verdad estaba más desconcertado por el miedo de Sergey a mi reacción al decírmelo que por la noticia en si.
Él incluso podría morirse ahora mismo y no me importaría lo más mínimo.
—Cuarenta kilómetros de aquí. —habló Denis encendiendo un cigarro.
—Hemos revisado el perímetro. No hay nada más que los cadáveres que dejamos. —se adelantó Sergey antes de escuchar mi pregunta.
Me dejé caer en el sofá con el piercing moviéndose de un lado a otro a la vez que mi mente pensaba en diferentes escenarios en los que podría estar mi padre ahora mismo.
Él había tardado en responder a nuestro ataque de días atrás, ¿Qué conseguía con hacerlo ahora?
—Entierra el cuerpo en el panteón. —le dije tras humedecer mi labio inferior.
Sergey asintió antes de marchar, no sin antes darle una mirada de reojo a Denis. Él expulsó el humo con una sonrisita burlona.
—¿Quieres? —me ofreció después con ojos recelosos.
Sabía a qué venía su mirada.
Esos días había dejado de fumar, o al menos había estado fumando lo menos posible en un intento de conseguir mi próximo objetivo con rapidez, y como la mierda que Denis quería saber el porqué.
Aparte de no callarse nunca era un cotilla de primera.
—¿Necesitas algo?¿Una invitación para que te largues o alguna mierda así? —le dije al ver que no se iba.
Él sonrió antes de sentarse frente a mi, sus ojos fueron a una caja de pastillas que simulaban ser pastillas anticonceptivas, solo que estas eran de azúcar.
Antes de guardarlas me las quitó de las manos fijando sus ojos en las letras.
—Pastillas placebo... —leyó en voz alta ante mis ojos irritados. Luego se las arrebaté y las guardé en un cajón que tenía bajo llave. —Creo que esas de ahí no son pastillas anticonceptivas.
—Métete en tus asuntos, Denis. Y lárgate de una jodida vez, tengo cosas que hacer.
—¿Cosas como preñar a Lena? —soltó en un deje de burla.
Me conocía demasiado bien como para saber que pronto haría algo más para asegurarme de que ella se quedara a mi lado para siempre.
En estos momentos donde las dos familias peligraban con más razón lo haría, así que no le costó demasiado adivinar mis planes.
—No me jodas, soy demasiado joven para ser tío. —habló entre risas.
Pudo conseguir esquivar un bolígrafo que le había lanzado y salió de allí.
Con una maldición abrí las ventanas del despacho para que el olor a cigarro se fuera.
Nuestra conversación solo había destapado las ansias que tanto me costó tapar esta mañana.
Cada vez que la veía no podía evitar fijarme en su estómago plano indagando en cuánto tardaría en presentar síntomas de un posible embarazo. Con las pastillas que le había estado dando desde que me planteó la idea de seguir con los anticonceptivos esperaba adelantar ese proceso, pero por las pruebas que salían negativas todo el tiempo tampoco parecía funcionar, así que tenía que haber algo más.
Tenía la certeza de que no abortaría en caso de estar embarazada. Ella no se negó al yo comentarle la idea, pero tampoco dijo que si. Tal vez tuviera que hablar más sobre el tema y asegurarme de que desechara esa idea si alguna vez la tuvo.
Todavía no me podía creer lo que había visto pocos minutos atrás. La parte baja de mi vientre seguía revoloteando ante la idea de que él realmente sería capaz de cualquier cosa y pasaría por encima de cualquiera por mi. Sólo por y para mí.
Mientras bajaba las escaleras escuché algo extraño en la primera planta, como unos gritos de alguien.
Apresuré mis pasos hasta estar en la planta principal y mis ojos se agrandaron al ver a Jason removerse en los brazos de un hombre fornido que momentos después lo dejó en el suelo sin quitarle la cuerda que lo tenía atado.
—¡Jason! —exclamé en un jadeo antes de correr hacia él y liberarlo.
—¿Esta era tu idea de reunirnos de nuevo?¿Y qué es este sitio? No me jodas que este es el lugar donde el Conde Drácula te tiene secuestrada. —hablaba mientras palmeaba sus pantalones limpiándolos del suelo.
Aunque el suelo brillara más que la cabeza de un calvo bajo el sol.
Lo abracé, estrujándolo en mis brazos con un alivio que pocas veces había sentido en mi vida.
Me alejé sin dejar de sonreír, me hubiera gustado que mi madre hubiese venido, pero prefirió quedarse con mi tía atendiendo sus negocios y con mi padre. Siempre decía que sin él se sentía desprotegida. Y de mi padre no volví a saber nada desde la última vez que hablamos. Supongo que era lo mejor hasta que las cosas se calmasen un poco.
—¿Estás bien? —murmuré echando un rápido vistazo a sus vestimentas.
Él me dió una sonrisa débil. Su atención fue a los pasos de las escaleras. Me di la vuelta encontrándome con el azul de sus ojos inexpresivos mirando a mi hermano.
—Bienvenido. —casi escupió la palabra detrás mío empujándome a su pecho.
—¿Qué?¿Se supone que ahora tengo que vivir aquí?¿Contigo? —barrió su alrededor con la mirada. —¿Y con estos hombres? No. Gracias. —dijo antes de darse la vuelta.
—Si fuera tu, me lo pensaría dos veces.
Su pecho vibraba en mi espalda con cada palabra que decía. Eso hizo que detuviera sus pasos y que de mala gana volviera a girarse hacia nosotros con sus labios en una fina linea mientras pensaba en algo.
—¿Mi habitación? —preguntó sin una pizca de cortesía.
—La que te de la gana. —le respondió a mis espaldas metiendo su cabeza en la curvatura de mi cuello.
Jason levantó las cejas incrédulo y resopló. Quise ir con él a la planta de arriba pero su mano me detuvo de dar un paso lejos de él.
—Tu y yo tenemos algo que hacer primero. Ya tendrás tiempo de hablar con él. —susurró en mi oreja con sus manos deslizándose por el interior de mi vestido negro.
—¿El qué? —pregunté mordiendo mi labio inferior.
Su única respuesta fue darme la vuelta y levantarme en el aire haciendo que mis piernas se enreden en su cintura.
Sonreí juntando nuestros labios sin importarme que estuviéramos delante de todos sus escoltas.
Una vez en su dormitorio no esperó ni un segundo para devorar mis labios con más ferocidad que antes y desnudarme. Nuestros cuerpos cayeron en la cama y las sábanas volvieron a teñirse de mi sangre a la vez que sus caderas se balanceaban contra mi salvajemente hasta quedar los dos exhaustos, y yo con mi cabeza en su pecho.
Fue en ese momento cuando me acordé de que el día de antes se me había pasado por completo tomarme la pastilla anticonceptiva y ya habían pasado más de veinticuatro horas.
Tenía que tener muy mala suerte para que sucediera algo, además, ya me había pasado unas semanas atrás y todo había resultado bien. No creo que esta vez pudiera pasar algo, ¿O si? Levanté la cabeza observándolo en la tenue oscuridad del dormitorio. Él dormía plácidamente y casi aparentaba ser un ángel.
Sonreí ante la idea de tener un hijo suyo. ¿Cómo se lo tomaría?¿Le gustaría ser padre? Tal vez no tenga pensado serlo nunca, aunque normalmente las personas de alto rango en este tipo de mundos deseaban tener un heredero lo antes posible por lo que pudiera pasar. Por eso me extrañaba que nunca me hubiera hablado del tema.
Mordí mi labio inferior. De repente en mi estómago se construía un calor que llegó hasta mis mejillas de tan solo imaginarlo con nuestro bebé. Pero aún era joven, ni siquiera había terminado la universidad, aunque estaba en el penúltimo curso.
Hice mi mejor esfuerzo por sonreír al verlo abrir los ojos somnoliento, ni siquiera sabía porqué pensaba en esas cosas ahora. Era una estupidez.
—Hey. —habló con una voz ronca al mismo tiempo que se incorporaba conmigo encima hasta quedar sentada en su regazo.
—Hola. —respondí bajo su mirada intensa.
Reprimí un gemido cuando volvió a juntar nuestros labios clavando sus dientes.
Las sábanas en las que estaba envuelta quedaron en el suelo cuando se levantó conmigo en brazos y nos llevó a la bañera antes de meternos y él empezar a llenarla de agua caliente.
—¿Has pensado en dejar las pastillas? —preguntó de la nada cuando cerré los ojos y un suspiro placentero salió de mis labios al sus dedos masajear mi cuero cabelludo.
—No. ¿Por qué? —pregunté frunciendo el ceño.
—No debes tomarlas por tanto tiempo, es perjudicial para ti. —respondió a la vez que esparcía el champú por mi cabeza.
Le encantaba lavarme el pelo y hacerme trenzas nórdicas, como esas que usaban los vikingos. Cada vez que le preguntaba de dónde había aprendido a hacerlas solo me sonreía.
No me agradaba pensar que había estado practicando con otra antes de mi, pero al momento de sentir sus labios por toda mi cara lo dejaba todo en el olvido.
—Sabes qué pasaría si dejo de hacerlo, ¿No? —pregunté en un tono de obviedad.
—No. ¿Qué pasaría? —murmuró con una voz divertida enjuagando mi cabello.
—Pues que terminaríamos por tener bebés, eso pasaría. Tendríamos que usar otro método anticonceptivo.
—Bueno. Tener hijos no es una idea tan terrible... —musitó al pasar la esponja por mi espalda.
Pude sentir la tensión de sus músculos al hacerlo, pero ninguno de los dos volvió a hablar hasta salir de la bañera, dando el tema por concluído.
Luego caminamos hasta el comedor principal donde Jason, Denis, Polina y Sergey estaban esperando.
El sostenía mi mano moviendo su dedo pulgar en el dorso antes de dejar un casto beso allí y apartarme la silla en la que me sentaba siempre.
Denis y Sergey no dejaban de escudriñar a mi hermano con la mirada y Jason a mi izquierda trataba de ignorar las miradas de los demás.
—¿Se os ha perdido uno idéntico a mi o qué? —escupió clavando su mirada en Denis.
—Oye, ¿Es verdad que podéis comunicaros con telepatía y esas mierdas? —preguntó él haciendo que Jason lo mire incrédulo.
Polina soltó un suspiro exasperado a la vez que se dirigía a mi hermano por primera vez.
—No le hagas caso, tiene un déficit cognitivo. —soltó al aire con ligereza y la esquina de sus labios inclinándose un poco.
Separé mis labios por la desconcertante imagen de ella sonriendo, bueno, haciendo el intento de sonreír. Eso era nuevo definitivamente.
Cerré las piernas al sentir sus dedos queriendo deslizarse por mi muslo interior, rozando las nuevas marcas de sus cortes más recientes que no me había molestado en ocultar, al igual que las otras marcas que tenía repartidas por mi piel.
Los demás comenzaron a hablar de algo. Extrañamente mi hermano también estaba incluido en la conversación aunque no prestaba demasiada atención. A ojos de otras personas tal vez solo eran un grupo de amigos que se estaban poniendo al día después de unos días sin verse y no un grupo de mafiosos y sicarios que acababan de secuestrar a mi hermano.
Volví a apretar mis muslos y él me dio una mirada de advertencia que decidí ignorar por el momento. Después se acercó a mi oído presionando sus dedos aún más contra mi piel.
—Abre las piernas. —susurró con una voz ronca.
Clavé las uñas en la palma de mi mano sintiendo una humedad pegajosa en mis muslos.
Él enarcó ambas cejas esperando impaciente a que hiciera lo que me había ordenado, y yo lo hice mirando que los demás estuvieran ocupados. En seguida metió sus dedos dentro de mis bragas haciéndolas a un lado y haciendo que mordiera mi lengua hasta saborear algo metálico.
No estaba demasiado húmeda para él, pero no tardó en hacer que mis labios menores se impregnarán de ese líquido al estimular mi clítoris con su dedo pulgar. Comencé a mover mis caderas muy sutilmente con las manos en la silla, aferrándome a ella para no sucumbir al placer y desvanecerme delante de todos.
Mi garganta aguardó un sonido gutural cuando alejó sus dedos por la llegada de la gente del servicio. Me acomodé las bragas y él limpió sus dedos con la lengua bajo mi atenta mirada aprovechando que los demás ignoraban su existencia para saborearme una vez más con una sonrisa ladina.
Con las mejillas más que rojas esperé paciente a que las empleadas se fueran pensando en que reanudaría lo que estaba haciendo, pero no fue así. En vez de eso centró su atención en la comida que tenía frente a él. ¿Era normal estar celosa de unos espaguetis?
Polina, Sergey y Denis hicieron el mismo ritual del otro día de bendecir la mesa antes de empezar a comer. Sus palabras me sonaban extrañas, y por su cara supuse que a mí hermano también.
—¿Estáis invocando demonios o algo así? —soltó al aire burlesco.
Si prestabas más atención podías ver que detrás de sus palabras había temor que trataba de camuflar.
Como era de esperarse ninguno respondió a su pregunta, eso hizo que dirigiera su mirada hacia mi con ojos inquisidores y yo moví los hombros a modo de respuesta con una sonrisa.
Después del recital empezaron a engullir los platos de comida, y todo transcurrió con normalidad hasta que un hombre corpulento entró a la sala moviendo sus ojos por toda la sala hasta encontrar a Alek.
Dijo unas palabras que no entendí y enseguida él salió tras él junto con los demás dejándonos solos a mi hermano y a mi.
—¿Qué dijo? —me preguntó Jason juntando las cejas. Como si yo tuviera la respuesta a eso.
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